LLAMADOS A DAR TESTIMONIO
CONVINCENTE DE COMUNIÓN
Carta del P. Corrector
General, P. Gregorio Colatorti, a los Frailes, Monjas y Terciarios de
la Orden de los Mínimos. Adviento 2023.
En aquel momento, se acercaron los discípulos a Jesús y le
preguntaron: “¿Quién es el mayor en el reino de los cielos?”.
Él llamó a un niño, lo puso en medio y dijo: “En verdad os digo
que, si no os convertís y os hacéis como niños, no entraréis en
el reino de los cielos. Por tanto, el que se haga pequeño como este
niño, ese es el más grande en el reino de los cielos.
El que acoge a un niño como este en mi nombre me acoge a mí.
(Mt 18, 1-5)
Queridos hermanos,
Saludo fraternalmente a todos
vosotros, y deseo que disfrutéis de salud corporal y espiritual. Os
envío esta reflexión-meditación por Adviento, como ya es
tradición, en preparación a Navidad, y para compartir con vosotros
algunas reflexiones que pueden ayudarnos a vivir la fraternidad de
cara al nuevo año.
El camino sinodal de la
Iglesia de nuestro tiempo nos invita a meditar sobre nuestra
capacidad de dar testimonio convincente de comunión en nuestro día
a día: “La sinodalidad tendría que manifestarse en la forma
ordinaria de vivir y trabajar de la Iglesia”,
y en una renovación de la comunidad que empieza por la renovación
de cada uno.
La celebración del Sínodo
va acompañada este año de un evento particular que da mayor realce,
si cabe, a la belleza de la comunión. Se trata de los 800 años de
la aprobación de la Regla
Bullata de
Francisco de Asís y del Belén
de Greccio. Ambos
acontecimientos son motivo de reflexión y preparación a la
celebración del Capítulo General, como acontecimiento que nos
afecta más de carce, y que es la mayor expresión de comunión y
coparticipación de nuestra pequeña familia religiosa.
Precisamente por esto deseo
proponer la reflexión, siguiendo el ejemplo de Francisco de Asís,
sobre la alegría,
una de las categorías más importantes de la vida espiritual,
fruto del Espíritu Santo y auténtico criterio para discernir la
correspondiente a nuestra vocación. Tratándose de una carta en
preparación a Navidad, es también uno de los temas más importantes
del Adviento.
1.
Francisco de Asís¿Por qué?
Puede parecer extraño para
alguien, y quizá fuera de lugar, afrontar el tema de la alegría,
habiendo tantos otros temas importantes por debatir en la actualidad,
y más partiendo del ejemplo de Francisco de Asís, que a primera
vista no pertenece a nuestra tradición carismática, y cuya
confrontación evoca rencillas y diatribas de otros tiempos.
La Iglesia hoy lucha por
encontrar unidad y comunión, y por eso ha convocado un Sínodo para
definirse a sí misma,
como aconteciera con el Vaticano II,
en relación al mundo contemporáneo y a sus exigencias. Uno de los
testigos más destacados del Vaticano II, y que participó
activamente, Giuseppe Alberigo, resalta del acontecimiento conciliar
el universal testimonio de comunión que ofreció y sorprendió a
todos los padres conciliares, a la Iglesia y a la humanidad entera.
Los mismos sentimientos animan hoy al Papa Francisco y su deseo de
conducir a la Iglesia a ser imagen de comunión según el modelo de
la Trinidad, animada por el Espíritu: “Porque tenemos necesidad
del Espíritu, del aliento siempre nuevo de Dios, que libera de toda
cerrazón, revive lo que está muerto, desate las cadenas y difunde
la alegría”.
Movidos por el Espíritu,
fundamento y constructor de nuestra llamada a participar de la vida
trinitaria,
los religiosos tenemos el deber de ser profetas de comunión y
fraternidad en nuestras comunidades, para poder vivirla después con
todos los otros Institutos y en la Iglesia. Hay que buscar en los
santos este ejemplo para nuestra utilidad y fortalecimiento de
nuestra espiritualidad en aras de construir una comunión real y
activa. Volver a Francisco de Asís en este sentido está justificado
por la necesidad de compartir valores comunes, en este caso concreto
valores comunes ofrecidos por la vida de los santos, que son
patrimonio de toda la Iglesia. Señaladamente se ha establecido que
la próxima reunión de los Superiores Generales del 2024 se celebre
en Asís precisamente para empaparnos del espíritu del Santo:
espíritu de fraternidad en la sencillez. Ciertamente hay otros
factores que favorecen la confrontación con Francisco de Asís
también para nosotros hijos de Francisco de Paula.
En primer lugar no se puede
negar que Francisco de Paula haya estado relacionado por devoción
personal al santo de Asís, de quien recibió el nombre y a quien ha
dedicado su primitiva Congregación eremítica. Además de él ha
heredado el patrimonio espiritual de los Mendicantes, aunque no sea
la única fuente, proponiendo en su primera Regla algunos textos de
aquella del de Asís para revestir a su fundación de una fisionomía
lo más posible correspondiente a lo tradicional de esta vida,
fuertemente evangélica, que nace y sigue siendo fuente de
inspiración para la conversión a una vida interior plenamente
evangélica y de reforma de la iglesia.
Precisamente por la cercanía
original de las dos experiencias estamos llamados a tomar de
Francisco de Asís un aspecto fundamental para nuestra vida
espiritual: la
perfecta alegría,
la alegría que el camino de penitencia y conversión lleva consigo y
que poco frecuentemente se subraya por parte de los estudiosos de
nuestro carisma, y menos todavía por aquellos autores que
escribieron sobre nuestros orígenes.
El reclamo a la alegría,
como fruto del Espíritu en las vicisitudes de la vida de Francisco
de Asís, es muy propio del Adviento, pues con los 800 años de la
Regla Bullata
se celebran también otros tantos del
Belén de Greccio.
Deteniéndonos en las intenciones que llevaron a Francisco de Asís a
representar el Nacimiento de Jesús nos hace meditar en la alegría
de Navidad y en la alegría profundamente humana que el nacimiento de
Cristo trae a cada uno de nosotros: alegría que inundó el corazonón
de los pastores y el de todos aquellos que con Francisco participaron
en la construcción del primer pesebre.
2. La
alegría del Belén de Greccio
Tomás de Celano nos ha
trasmitido el relato de la iniciativa del pesebre de Greccio; sus
palabras evocan la perfecta alegría que inundó a Francisco de Asís
y a todos los participantes en la construcción del pesebre:
Vivía en
aquella comarca un hombre, de nombre Juan, de buena fama y de mejor
tenor de vida, a quien el bienaventurado Francisco amaba con amor
singular, pues, siendo de noble familia muy honorable, despreciaba la
nobleza de la sangre y aspiraba a la nobleza del espíritu. Unos
quince días antes de la navidad del Señor, el bienaventurado
Francisco le llamó, como solía hacerlo con frecuencia, y le dijo:
«Si quieres que celebremos en Greccio esta fiesta del Señor date
prisa en ir allá y prepara prontamente lo que te voy a indicar.
Deseo celebrar la memoria del Niño que nació en Belén y quiero
contemplar de alguna manera con mis ojos lo que sufrió en su
invalidez de niño, cómo fue reclinado en el pesebre y cómo fue
colocado sobre heno entre el buey y el asno». En oyendo esto el
hombre bueno y fiel, corrió presto y preparó en el lugar señalado
cuanto el Santo le había indicado. Llegó el día, ¡día de
alegría, de exultación! Se citó a hermanos de muchos lugares;
hombres y mujeres de la comarca, rebosando de gozo, prepararon, según
sus posibilidades, cirios y teas para iluminar aquella noche en la
que se encendió en el cielo aquella Estrella centelleante que
iluminó todos los días y años. Llegó, en fin, el santo de Dios y,
viendo que todas las cosas estaban dispuestas, las contempló y se
alegró. Se prepara el pesebre, se trae el heno y se colocan el buey
y el asno. Allí la simplicidad recibe honor, la pobreza es
ensalzada, se valora la humildad, y Greccio se convierte en una nueva
Belén. La noche resplandece como el día, ¡noche placentera para
los hombres y para los animales! Llega la gente, y, ante el nuevo
misterio, saborean nuevos gozos. La selva resuena de voces y las
rocas responden a los himnos de júbilo. Cantan los hermanos las
alabanzas del Señor y toda la noche transcurre entre cantos de
alegría. El santo de Dios está de pie ante el pesebre,
desbordándose en suspiros, traspasado de piedad, derretido en
inefable gozo. Se celebra el rito solemne de la misa sobre el pesebre
y él mismo goza de singular consolación nunca antes experimentada.
…Terminada la solemne vigilia, todos retornaron a su casa colmados
de alegría.
¿Qué sucedió para que este
momento resultase
tan rico en luz y alegría, como nos dice la viva voz de Tomás de
Celano? Ciertamente, la realización visual del nacimiento de Jesús
es un acontecimiento nuevo para todos los que participan en él, y
ésta puede ser una de las razones. Pero esa alegría inicial todavía
impregna el espíritu de muchos que la perciben en sus hogares,
iglesias y calles. Hoy ya no es la primera vez, pero siempre es como
si fuera la primera. Es precisamente la alegría de representar un
acontecimiento grandioso que se ha desarrollado en esa sencillez,
cercana a todos los hombres, propia de todos los hombres, que Jesús
ha querido asumir para que, partiendo de lo más bajo de la
humanidad, pueda elevar a todos a la altura de la divinidad. Esa
alegría es, sin embargo, la alegría que pertenece a los pequeños,
a los sencillos, es una alegría por la que sólo los sencillos
pueden ser tocados e implicados, porque sólo los sencillos son
capaces de verla y disfrutarla. Es la alegría de la familiaridad,
de la belleza de las relaciones importantes de la vida, que, si se
cultivan con sencillez, conducen a ser hombres capaces de una
alegría profunda.
Esta alegría de la relación
encuentra su origen más alto precisamente en la celebración de la
Natividad, es decir, en la celebración de la familiaridad de Dios
con la humanidad. Una familiaridad que produce tal alegría que anima
las estrellas y crea luz: "Esta luz anunciada por la Escritura
está llena de alegría, de una alegría genuina, profundamente
humana como cuando se cosecha, como cuando se alegra por la
victoria: se sueltan las cadenas, el Señor rompe los cerrojos",
porque no es un sentimiento efímero dado sólo por un
acontecimiento externo, sino que es la conciencia de que ante todo
es la realización de la familiaridad con Dios y luego la liberación
de cualquier cadena humana, porque Dios revela lo más alto que el
hombre puede alcanzar, es decir, la autenticidad de la relación,
la liberación:"de la oscuridad que nos envuelve, que nos
mantiene inquietos, preocupados, turbados, temerosos",
para conducirnos a la verdadera alegría de un acontecimiento que
transforma: «El anuncio de la Navidad es un anuncio de vida, de
alegría, de creatividad, de esperanza, de afecto, de amistad, de
amor impetuoso que transforma la historia y la experiencia humana".
Esta certeza renueva cada año
la alegría de la Navidad y la alegría de volver a montar la
representación de la Natividad, la cercanía familiar de Dios con el
hombre y la alegría natural del hombre que redescubre familiaridad
con Dios, aprendiendo de este encuentro que la verdadera relación
está en la sencillez.
3. Humildad
y alegría
No se podría entender la
alegría que impregna el evento de Greccio sin dos textos
fundamentales del santo de Asís: el Cántico
del hermano Sol
(Cántico de las criaturas) y el Sermón
sobre la alegría perfecta,
cuyo espíritu impregnará más tarde toda la Regla franciscana.
El episodio de Greccio tuvo
lugar, según las fuentes, unos tres años antes de la muerte de
Francisco y un año antes de que recibiera los estigmas. Por lo
tanto, la experiencia de vida de Francisco está casi en su apogeo y
ya tiene un largo camino espiritual a sus espaldas. Por tanto, no se
trata de un episodio que pueda atribuirse a la ligereza juvenil o
al sentimentalismo típico de los años de la adolescencia. Tiene
unos 46 años y las vicisitudes de su fundación lo han puesto a
prueba tanto en el cuerpo como en el espíritu. Y, sin embargo, esta
experiencia describe con gestos la alegría de un niño, expresada
exactamente con esa sencillez y autenticidad de los niños
evangélicos de los que habla Jesús.
En el pasaje evangélico con
el que hemos iniciado nuestra reflexión, jugando Jesús con el
sentido niños-pequeños
y hermanos,
orienta a la comunidad cristiana hacia un modelo de fraternidad
auténtica, que constituye la comunidad. La comunidad cristiana,
animada por las Bienaventuranzas (Mt 5, 1-12), sólo puede alcanzar
su modelo si vive sus propias relaciones como niños-pequeños y
hermanos. Las dos categorías están estrechamentere lacionadas; no
se puede ser hermano si primero no se es niño-pequeño, es decir,
sin considerarse una "pequeña" criatura, con una visión
realista de sí mismo, y necesitada de aprender a amar. Ante Dios nos
sentimos siempre como niños pequeños, si nos confrontamos
humildemente con Él y con su amor infinito, como el publicano en
el templo, y no en una desafío para ver quién es el más grande,
como hacen los apóstoles y el fariseo. Reconocerse como criatura
es, ante todo, centrar la atención, la confrontación, con Dios y
en Dios, a través de la vida y la regla evangélica que es
Cristo.
Esta actitud única nos
dispone a la Verdad, tanto humana como cristianamente. A esa verdad
que nos hace verdaderamente libres. El monje benedictino Benoît
Standaert, en su Diario
de la Humildad del
30 de mayo de 2013 en Brujas, anotaba:
Tú estás aquí. Siempre
aquí. Tú estás.
Voy, te busco desde la aurora.
Tú meprecedes. Siempre. A Ti la gloria. En Ti la alegría. Esta
mañana he anotado, de
paso, en el
diccionario filosófico de André Compte-Sponville: "La
alegría de la verdad que es felicidad". Pensamiento de Agustín
que rima con el de Spinoza. Tres autores que resuenan a lo largo de
los siglos.
DIOS ALEGRIA.
Ayer, lágrimas abundantes.
Inmensa tristeza.
Voy, parto. Marcho. No me sobreestiméis. No estoy
disgustado con nadie. Con muy poco me contento. Avanzo, con un
determinado estilo, marcado de mansedumbre. Vigilancia, sobriedad.
Retiro. Silencio interior. "Tienes que estar en paz cuando estás
aquí, y encontrar un gentle
agreement con la
casa". ¡Ah, sí! Mendigar un acuerdo. Humilde y valientemente.
Frente a mí hay un muro de
iconos. Icono de Elías, alimentado por un cuervo. Alegría y
sonrisa a través de las lágrimas del niño (cf. John Climacus,
citado por Nel Sorsky en su Regla). Grandeza del desprendimiento. La
grandeza de la verdad y de la humildad verdadera. Perseverar sin
esfuerzo en el silencio puro y hermoso.
En la palabras de Standaert,
descubrimos la profunda paz interior de quien está en perfecto
equilibrio con lo que le rodea porque está en paz consigo
mismos, no abstante sus limitaciones y la percepción de sus lados
oscuros: "Voy, parto. Marcho. No me sobreestiméis. No estoy
disgustado con nadie. Con muy poco me contento”. En su experiencia
expresa con pocas palabras la síntesis de una vida trascurrida
viviendo los votos religiosos como un camino de despojo de sí mismo
para encontrar cada día la Verdad. Aquella verdad que es, sobre todo
libertad de la esclavitud que cada uno se impone a sí mismo por
una visión rígida de perfeccionismo, y de la imagen de hombre
perfecto y que, al final, aislado por el orgullo y la arrogancia, ve
al otro como una amenaza a su autoafirmación.
Comentando Génesis 4, Sandro
Carotta, monje benedictino de Praglia, titula un párrafo: La
ira como incapacidad relacional.
Frente a la percepción del otro como amenaza, escribe el monje
bíblista, a menudo se producen estas diversas reacciones, o
incluso todas juntas:
El juicio:
intentar demoler al otro con juicios malignos. Mientras que hay que
ejercitarse en "decir una palabra bien dicha". Y cuando
se tiene la tentación de no hablar con el otro por temor a crear
conflictos, recordemos las palabras de Levítico 19:17, según las
cuales no debemos callar si alguien ha hecho algo contra nosotros,
sino hablar abiertamente de tal manera que no alberguemos odio
alguno, y portanto reflejar siempre perdón y alegria.
El
lamento: según las
categorías bíblicas utilizadas por el P. Carotta, que ve en el
pueblo de Israel por el desierto el prototipo del lamento, el
lamento es fundamentalmente falta de fe en los demás y en Dios.
El
aislamiento: no
como una búsqueda de silencio para meditar y estudiar, sino como
huída de la relación con los demás, es lugar de cultivo de la ira
que alimenta el desapego acentuando los sentimientos negativos, a
menudo fruto de la imaginación. Mientras la relación con los demás
es entrenamiento para la vida, necesario para mantener la mirada en
la realidad.
En efecto, la ira no sólo
alimenta la separaión con los demás, sino también con la situación
y con la realidad en general, encerrando a la víctima en un mundo
imaginario e impidiendo mente y espíritu a considerar la verdad.
Esta espiral crece hasta convertirse en un deseo de venganza y
destrucción de los demás.
Misericordia y paciencia,
según la tradición bíblica y monástica, en cambio, son medicina
contra el defecto de la ira, y devuelven al hombre serenidad y
alegría.
4. La Alegría: Invertir
la perspectiva
La luz que el pueblo ve en
medio de las tinieblas es para todos, como atestiguan los Magos, y
todos estamos llamados a abrir los ojos a esta luz que ilumina la
humanidad con sentido, de verdad, y por tanto, de alegría. Abrir
los ojos a esta luz significa comprender que las trinieblas no son
sólo las de un mal que está ineluctablemente fuera de nosotros,
sino las tinieblas en las que camina quien no está en la verdad,
quien no se considera a sí mismo según verdad, viviendo en un mundo
a su, según su único punto de vista.
Para vencer estas tinieblas,
Dios demuestra en el nacimiento de Belén que es necesario dar un
vuelco a la propia perspectiva. Para poder acoger al hombre, a la
humanidad entera en su plan de salvación, se rebaja más allá de
toda condición humana, de cualquier oscuridad humana, para poder
incluir y acoger a todos.
Tanto en los Evangelios de la
Navidad como en el relato de la construcción del pesebre de Greccio,
en seguida salta a la vista el contexto humilde y sencillo en el que
nace la alegría de los pastores de Belén, de Francisco y lo fieles
de Greccio. La luz ofrecida por Dios en las dos escenas análogas no
prescinde de la humanidad, al contrario, parte precisamente de ella,
de sus claras formas externas, de los afectos familiares y de las
alegrías más simples, como ver a un niño en un pesebre. En última
instancia, Dios opone a la oscuridad creada por el caos las cosas
sencillas, un retorno a una humanidad abierta y humilde. Es la
inversión de la perspectiva con respecto a la complejidad del hombre
y de su compleja visión autorreferencial. Una perspectiva que hace
ver al mundo sólo desde nuestro propio punto de vista, a menudo
herido por la complejidad y división de las experiencias humanas, o
desde una perspectiva mental que es realmente incapaz de ver las
cosas más simples y de conducir al hombre a la unidad.
Por lo tanto, para ver la luz
de Belén y de Greccio, tenemos que invertir nuestra perspectiva,
como es el caso de la experiencia de Francisco de Asís: para
comprender la obra "insensata" de Dios, debemos ponernos en
una perspectiva que para el hombre es “insensatez”. Es decir, es
necesario abandonar toda idea preconcebida de humanidad, de uno mismo
y de Dios para poder escuchar y ver la locura de un "Dios hecho
hombre". Sin la capacidad de volver a la simplicidad de la
relación simple no es posible comprender la locura de este momento.
Sin la capacidad de amar como un padre, una madre, un hijo o un
hermano, no se pode comprender la acción de Dios y su extraordinaria
intervención
en la historia. Y ésta, sin el conocimiento de la verdad que Dios
nos ha revelado, sería solamente una pálida analogía, pues la
verdadera luz de la Navidad es visible sólo a la luz de la
Resurrección. Es decir, en el momento en que se cumpre el misterio
de un Dios que actúa su plan de salvación: revelar una relación
que es amor misericordioso e incondicional.
El Card. Martini, comentando
también los Evangelios de la Natividad, escribe: “Este canto (Is.
54, 10) presenta aún más concretamente, evocando las imágenes del
Antiguo Testamento, la fecundidad y la alegría de una vida humana,
de una experiencia humana que se basa sólo en el Señor, en la que
Él mismo se ha comprometido plenamente. Es la fecundidad y la
alegría de una vida espiritual dedicada al servicio de Dios, como
también la fecundidad y la alegría que se pueden encontrar en la
experiencia humana en general, y también en la experiencia cultural
e intelectual cuando participa de esta confianza en el poder del
Señor. En definitiva, se podría decir que esta página muestra la
fecundidad y la alegría de un cristianismo vivido en todos los
ámbitos de la vida". Es una fuerte invitación a mirar con
alegría a la humanidad entera, y a todo lo bueno que la atañe, pero
igualmente a todo lo que atañe al cristiano que "participa de
la confianza en el poder de Dios" y que vive con sufrimiento y
en la duda su participación.
Los Mínimos, llamados a la
conversión y a dar testimonio de la misma, somos los primeros
invitados por el Adviento y la Navidad a realizar un cambio de
perspectiva, para poder mirar a Dios, a nosotros mismos y a los
demás con ojos nuevos. Y Francisco de Asís nos sale al encuentro
una vez más presentándonos lo que significa cambiar de perspectiva,
a través de su experiencia personal y de la profunda alegría a la
que le ha conducido.
Según la interpretación que
G.K. Chesterton da de Francisco como "el juglar de Dios",
equivale a ponerse boca abajo, siguiendo el ejemplo del protagonista
de la leyenda del Acróbata
de Nuestra Señora,
que se ponía boca abajo ante la imagen de la Virgen para ser
consolado por ella. Como el acróbata,
Francisco se pone boca abajo para contemplar el mundo no desde su
punto de vista, sino desde el punto de vista de Dios, invirtiendo la
perspectiva del hombre. La famosa enfermedad y encarcelamiento son
clara evidencia para los biógrafos de que Dios estaba preparando su
espíritu para aceptar su voluntad y Francisco inquieto se retira en
una cueva para descubrir la vocación de su vida: "Finalmente un
día, después de haber implorado la misericordia divina con todo su
corazón, el Señor le reveló cómo debía comportarse. Y se llenó
de tanta alegría que no pudo contenerla [...] El gran amor que
colmaba su alma ya no le permitía permanecer en silencio...".
En la gruta, según Chesterton, Francisco encuentra el amor, la
pobreza,
la verdadera esposa, que cantará con la vida y en sus himnos. En el
momento en que deja la cueva oscura, "se dispuso a un cambio
total de algunas de sus estructuras internas, a un vuelco del
pensamiento; como sucede en un salto mortal que, después de una
vuelta completa, te permite volver a la posición inicial".
La purificación y el cambio de perspectiva son seguramente
consecuencia del enorme sufrimiento que Francisco experimenta
confrontándose consigo mismo y con su pasado, ante el deseo y la
llamada a conducir una vida totalmente dedicada a Dios. Una lucha
interior que, como todas las luchas, es la peor penitencia a la que
uno pueda someterse. Al salir de esa caverna ve ya el mundo desde
una perspectiva nueva; según Chesterton se trató de una "verdadera
revolución espiritual", de una tal alegría de ver el mundo
desde la "perspectiva de Dios", que se convirtió en un
"juglar de
Dios", cantor
de esta alegría, y, creyendo firmemente en su misión de poder
llamar también a sus primeros hermanos "juglares
de Dios". Esta
locura es percebida por sus contemporáneos, el padre, el obispo,
como una desviación, una verdadera locura mental, pues abandonar la
riqueza y una vida estable y segura, por una vida sin ninguna
seguridad, es considerada una locura. Pero el juglar de Dios está
tan convencido de hace un gesto muy fuerte para la época: se despoja
incluso de sus habitos a la vista de todos. Era su gesto profético,
pero también la consecuencia de su elección radical que le hacía
considerar al mundo como se considera a un "gusano",
es decir, de un hombre que ha reconocido su pequeñez y la grandeza
de Dios. Es la experiencia de un hombre que ha excavado cada vez
más profundo, como un niño que excava un hoyo en la tierra, y que
habiendo llegado al fondo, se eleva más alto, para comprender que la
verdadera perspectiva es la de Dios.
Francisco se convierte de esta
manera en testimonio de una nueva visión del mundo, una visión que
implica a toda la creación en una perspectiva de amor, de la cual
brota el Cántico
del Hermano Sol o
Cántico de las
Criaturas, en el
que no sólo toda la creación es vista como creación de Dios, y por
tanto buena y ordenada al bien, sino que también cambia los puntos
de vista negativos que el hombre pueda tener al respecto de la
creación. En efecto, llamando al fuego hermoso, alegre y fuerte,
transcribe el imaginario común de la época que consideraba el fuego
como un símbolo del infierno,
transformándolo en símbolo de luz y alegría.
"Nosotros no podemos
seguir a San Francisco hasta su último tumbo espiritual, donde la
humillación completa se convirtió en verdadera santidad y
espiritualidad, porque nunca hemos experimentado nada igual" ,
escribe Chesterton siempre como ferviente creyente, tal vez sin
considerar que esta experiencia es en realidad una parte integral
del camino cristiano y, sobre todo, un patrimonio de espiritualidad
penitencial.
Pero nos lleva a reflexionar sobre el hecho de que evidentemente no
es posible alcanzar este cambio espiritual sin reconocer la propia
pobreza ante Dios y sin descender a la caverna.
En este
movimiento de abajo hacia arriba que inicia entrando en la cueva
podemos encontrar una profunda analogía con la cueva de Francisco de
Paula y su experiencia espiritual. La cueva de la penitencia de
Francisco, de Asís y de Paula, es el lugar del renacimiento
precisamente porque es un lugar en que se experimenta la realidad
oscura de sí mismo y de la propia visión egoísta y limitada: "En
cambio, en un sentido totalmente positivo y entusiasta, san Francisco
afirmó: 'Bienaventurado el que no espera nada, porque va a disfrutar
de todo". “Fue gracias a esta idea deliberada de empezar desde
cero, desde el vacío oscuro de su propia nada, que él volvió a
disfrutar tanto de las cosas terrena como pocas personas habrían
podido disfrutarlas”.
Chesterton añade en su comentario que no podemos comprender esta
experiencia porque "nunca nos hemos hundido tan bajo".
Es necesario descender, pues, muy abajo, si queremos ascender de
nuevo, y sin este descenso no podemos tener una nueva visión que
conduzca a una verdadera relación de alabanza y de amor a Dios y al
prójimo. El que alaba es el que sabe reconocer la grandeza del don
que ha recibido y la belleza de lo que ha recibido.
En conclusión,
la alegría se vuelve mística, y en esta perspectiva cada ser
adquiere su importancia desde el punto de vista de Dios y, por lo
tanto, es fuente de alegría.
El juglar
místico mira
con una sonrisa irónica al hombre y a sus sobre estructuras que
quieren asegurarlo por sí mismo, colocándolo en el centro del
universo. Francisco explica esta perspectiva en la Predicación
sobre la perfecta alegría,
un texto fundamental para comprender la culminación de su mística
ascética:
¡Oh, fray
León!, aunque es el Fraile Menor quien ilumina a
los ciegos,
relaja a los atraídos, expulsa los demonios, da
el oído a los sordos, el
andar
a los cojos, hablar a los mudos y, lo
que, es más, resucite al muerto de cuatro días, escribe que no
está en eso la alegría
perfecta.
Otro
poco más adelante,
San
Francisco exclama en voz alta: ¡Oh, fray León!,
si
el
fraile
Menor supiera
todas las lenguas
y todas
las ciencias y todas
las Escrituras, de modo que supiese
profetizar y revelar, no sólo las cosas futuras, sino también
los
secretos de las conciencias y de las almas: escribe que no está en
eso la perfecta alegría.
Caminando
algo más,
San
Francisco llamo en voz alta: ¡Oh, hermano León, ovejas de Dios¡,
Aunque
el fraile
Menor habla con lengua de ángel,
y sepa
el
curso
de las estrellas
y la
virtud de las hierbas, y le
sean
descubiertos todos los tesoros
de
la
tierra,
y conozca
la naturaleza de
las
aves, y de los peces y, de todos los animales, y de los hombres, y
de
los árboles,
piedras, raíces
y de las
aguas: escribe que no
está en eso la perfecta alegría.
Y habiendo
andando otro techo, San Francisco llamo fuertemente:
¡Oh, fray
León!,
si
el fraile menor supiese predicar
tan
bien
que convirtiese
a todos
los
infieles a la fe de Cristo, escribe que no está en eso la perfecta
alegría.
Y
continuando este modo de hablar por espacio de más de dos leguas, le
dijo fray León, muy admirado:
Padre, te
ruego, en nombre Dios, que me digas en qué está la perfecta
alegría.
Figúrate,
le respondió San Francisco, que al llegar nosotros ahora a Santa
María de los Ángeles, empapados de la lluvia,
helados
de frío,
cubiertos
de lodo y desfalleciendo de hambre, llamamos a la puerta del
convento, y
viene
el portero incomodado, y pregunta:
"¿Quiénes
sois vosotros?" y diciendo nosotros: "Somos
dos hermanos vuestros",
responde él: "No
decís verdad,
sois
dos bribones, que andáis engañando al mundo y robando las limosnas
de los pobres; marchaos de aquí”; y no nos abre y nos hace estar
fuera a la nieve y a la lluvia, sufriendo el frio e la hambre hasta
la noche; si toda esta crueldad,
injuria
y repulsas
la sufrimos pacientemente sin alterarnos ni murmurar,
pendo
humilde y caritativamente que aquel portero conoce realmente,
nuestra
indignidad,
y
que Dios le hace hablar
así contra
nosotros; escribe, ¡oh, hermano León!, que en esto está la
perfecta alegría. [...]
Y si
nosotros, obligados por el hambre, el frío y la noche, volvemos a
llamar y suplicamos, por el amor de Dios y con gran llanto, que
nos abra y nos meta dentro; y él, más irritado, dice: "¡Cuidados
se son importunos estos bribones!; “yo los tratare como merecen”;
y sale afuera con un palo nudoso, y asiéndonos por la capucha, y
nos echa por tierra, y nos revuelca entre la nieve, y nos golpea con
el palo; si nosotros llevamos todas estas cosas con paciencia y
alegría, pensando en las penas de Cristo bendito, las cuales
nosotros debemos sufrir por su amor, escribe, ¡Oh, fray León!, que
en esto perfecta alegría.
Y, ahora
oye la conclusión, hermano León: Sobre todos los benes, gracias y
dones del Espíritu Santo, que Cristo concede a sus amigos, está el
vencerse a sí propio, y sufrir voluntariamente, por amor de Cristo,
penas, injurias, oprobios y molestias; ya que de le los otros dones
de Dios no podemos gloriarnos, porque no son nuestros, sino de Dios;
y por eso dice el Apóstol: “¿Qué tienes tú que no lo haya
recibido de Dios? y si lo has recibido de Él, ¿por qué te glorías
como si fuese tuyo? Pero en la cruz de la tribulaciones y aflicciones
podemos gloriarnos; porque es cosa nuestra; y así dice el Apóstol:
"Yo no quiero gloríame sino en la cruz de nuestro Señor
Jesucristo". Al cual sea siempre honor y gloria en los siglos de
los siglos. Amén.
5. Conclusiones
Para concluir
y preparándonos durante el Adviento, con vistas a iluminar la
fraternidad de este año con la mirada puesta en la Asamblea
Capitular del próximo mes de julio, he querido ofrecer sugerencias
para animar la vida fraterna de este año de gracia en el que
celebramos estos acontecimientos para nuestro crecimiento espiritual,
personal y comunitario. Por tanto, dejémonos, empapar de la alegría
de la Navidad para que podamos llegar a celebrar nuestro encuentro
con alegría y fraternidad, renovados en el espíritu para ver
nuestra vida personal y comunitaria desde la visión de la
fraternidad con Dios y en Dios. Si estamos animados por la alegría y
la esperanza que la Encarnación trae a nuestra vida, seguramente
seremos capaces escuchar la voz del Espíritu que habla a nuestros
corazones, sobre todo en los momentos en los que estamos llamados a
discernirla para ponerla en práctica y animar el futuro de nuestra
familia religiosa. En efecto, el futuro gozoso de nuestra familia
religiosa depende en gran parte de la capacidad de testimoniar la
alegría de nuestra adhesión al carisma y de escuchar continuamente
al Espíritu que nos anima.
Con este
espíritu vivamos también la llamada a la sinodalidad
que
contra distingue a la Iglesia de nuestro tiempo, preparándonos para
llevar nuestra fraternidad al ministerio cotidiano.
Un saludo
fraterno a todos vosotros, con los mejores deseos de un feliz camino
en la escuela de san Francisco de Paula, nuestro padre y fundador,
animados por la alegría del corazón, siguiendo el ejemplo de
Francisco de Asís.
Los Ángeles.
30 de noviembre de 2023. Fiesta de San Andrés Apóstol.