CURIA GENERAL DE LA ORDEN DE LOS MÍNIMOS
Convento de S.
Francisco de Paula ai Monti
Piazza S. Francesco
di Paola, 10
00 184 ROMA
Roma, 1 de noviembre de 2018
Solemnidad de todos los Santos
A los frailes, monjas y terciarios
de la Familia de los Mínimos
Salud y paz en Jesucristo bendito
Muy queridos hermanos,
Por la bondad y la confianza de los
hermanos me encuentro proyectado y catapultado en la línea de los sucesores de
San Francisco, nuestro Padre y Fundador, en cuya continuidad deseo seguir sintonizando
y compartiendo con la Curia General.
Como primer saludo necesario y afectuoso y con
sencillez, me dirijo a vosotros, hermanos y monjas y terciarios.
Saludo y agradezco en nombre de
todos al Revmo. P. Francisco Marinelli por los años dedicados a servir con
pasión a la Orden en este tiempo particularmente crítico y problemático. Su
invitación a ser hombres de esperanza
sigue siendo la consigna de nuestro caminar para ser luz de conversión, es
decir, de novedad evangélica, de amor, de santidad en el campo del Señor.
Este encargo es para mí sin duda un
don y así lo reconozco, pero confieso mi fragilidad, mis debilidades, la
pobreza de medios, mis limitaciones como también las dudas y perplejidades, por
lo que me considero un vaso de arcilla.
Las palabras, los programas, las
indicaciones no mueven ni conquistan el corazón del hombre contemporáneo,
“árido” como nunca y a la vez ‘ávido’ de Dios.
Es necesario que cada uno de
nosotros, nuestras comunidades, nuestras
fraternidades presente el rostro alegre que
manifieste y transparente la alegría de ser amados por Dios: es lo que
transmitían en los orígenes de nuestra historia los hijos de Francisco de
Paula. Todos los que se relacionaban con él o con su comunidad volvían alegres y contentos. Se podía experimentar
y percibir la hermosura de quien se consigna totalmente al Amor para vivir el
Amor.
Esto es lo que tiene que marcar
nuestra verdadera ocupación personal y comunitaria, el auténtico objetivo de este año centenario y de siempre. Repito:
preparemos el futuro, dejemos a los que nos sucedan no celebraciones y
manifestaciones, sino signos luminosos de nuestra familia mínima, en la que
(frailes, monjas y terciarios), cada uno según su camino, siguiendo el ejemplo
del Santo Fundador, se convierta en más claro mensaje y testimonio de la
Charitas de Dios.
Que en nuestras casas, conventos,
parroquias, en los grupos que nos frecuentan se pueda respirar el ambiente de
santidad perennemente humana y viva, reconciliada y reconciliadora, muy
fraternal y comunional. El futuro de la Iglesia y de toda realidad eclesial va
en esta dirección, pues el hombre tiene necesidad de espacios y más de personas
capaces de escucha, acogida, amistad, relación, compañía, paciencia,
condivisión, comunión, comunidad. Tenemos gran necesidad de superar el hándicap
individualista, para romper el muro de una cultura selectiva y marginante.
Estoy seguro que comprendéis la
invitación: hagámosla pasar al corazón para que lo purifique eliminando los
sedimentos y las escorias del tiempo, debido a nuestras debilidades, miserias,
pecados, infidelidades, insensibilidad espiritual. Pongámonos en camino.
Así pues, desde la esperanza a la caridad: concretemos la esperanza en el
amor que constituye la esencia, el contenido, la meta de nuestro camino, toda
nuestra vida cristiana y consagrada.
Amadísimos,
Regalémonos un año de santidad: es
el mejor modo de avivar la memoria de nuestro Padre y Fundador, que hurgando
más y más dentro de la gruta de su corazón ha dejado que se llenase del
Espíritu de Dios, del Ágape. Por lo tanto menos palabras y más Palabra; menos
ruido y más amor; menos dispersión y más comunión, menos pasividad y más
generosidad, menos mediocridad y más santidad.
Pido, pues, comprensión, paciencia y
alguna oración para que pueda servir con
sencillez, humildad y amor a esta pequeña porción de Iglesia.
Consciente de este don-onus, aceptándolo confío en Aquél
que me ha llamado a trabajar en su viña. Además estoy seguro que nuestro Santo
Padre Francisco acompaña y sostiene no sólo a mí, sino a todos aquellos que son
llamado a guiar y animar a su familia.
El 86º Capítulo General que reunió a
los hermanos de la Orden, jóvenes, muchos de ellos, llegados de varias partes,
ha sido una experiencia de comunión fraterna.
Esta asamblea no ha tratado o trata sólo
el aspecto de la elección y sólo atañe a los convocantes, sino que interesa a
toda la vida y acción de nuestra familia mínima. Todos y en todo estamos implicados.
Ciertamente las expectativas cada
vez que se celebra un capítulo son muchas y cada uno tiene las suyas, muy
legítimas y buenas, junto a deseos y esperanzas: se comprende que no todo puede
ser acogido o realizado de forma satisfactoria.
Desde el mismo título del Capítulo Testigos de Cristo por el camino de la
conversión y éxodo, se intuye el corazón de nuestra existencia humana y
cristiana: las expectativas de Dios, lo que Dios espera de nosotros y nos
atañe: Sed santos, porque yo soy santo.
Es la invitación-programa que Jesús,
el enviado y el santo del Padre, en el Espíritu traduce con su vida y misión.
Es lo que en la actualidad resuena
por la voz y acción pastoral del Papa Francisco, en particular a través de su
exhortación apostólica Gaudete et
exultate.
Tenemos que compartir este imperativo, pues de él
depende nuestra salvación, de él depende el presente y el futuro de la Iglesia.
Con mayor razón estamos interpelados
todos nosotros, hijos del Santo Paulano, de quien recordamos el V Centenario de
su canonización.
Es verdad que la Asamblea Capitular
ha producido una reflexión y ha indicado una orientación que tendremos que
concretar en otra asamblea: puntos e indicaciones de nuestro vivir y convenir.
Nosotros los Mínimos estamos en la
Iglesia como Luz de los penitentes:
es decir, estamos llamados a iluminar el camino de conversión, a ser luz para
los peregrinos encaminados hacia el escathon.
Y luz reclama esplendor, color,
calor, amor, alegría: y esto es posible si somos santos, es decir si estamos
con Cristo, para Cristo y en Cristo.
Es lo que necesita la Iglesia y el
mundo hoy y en todas las latitudes.
Creo que es éste el testimonio más eficaz para la Iglesia y para el mundo;
es la verdadera pastoral vocacional: el ejemplo ‘hermoso’ abre la mente, la
alegría sincera toca el corazón, el amor gratuito genera vida.
Y si la vida engendra vida, más aún
la fraternidad, engendra hermanos y hermanas de comunión y en comunión en el
nombre del Señor muerto y resucitado.
Que cada día tengamos el constante
pensamiento, la incesante oración, el personal y comunitario compromiso de
progresar de bien en mejor: este es
el desafío de la conversión hacia la
santidad que nos consignamos para realizar la esperanza y despertar al mundo.
Rvdo. P. Gregorio Colatorti O. M.
(traducida del italiano al español por el Rvdo. P. Victoriano García O. M.)
No hay comentarios:
Publicar un comentario