14/11/18

CARTA DEL CORRECTOR GENERAL DE LA ORDEN A LA FAMILIA MÍNIMA

CURIA GENERAL DE LA ORDEN DE LOS MÍNIMOS
Convento de S. Francisco de Paula ai Monti
Piazza S. Francesco di Paola, 10
00 184 ROMA

Roma, 1 de noviembre de 2018
Solemnidad de todos los Santos


A los frailes, monjas y terciarios
de la Familia de los Mínimos

Salud y paz en Jesucristo bendito

           
            Muy queridos hermanos,

            Por la bondad y la confianza de los hermanos me encuentro proyectado y catapultado en la línea de los sucesores de San Francisco, nuestro Padre y Fundador, en cuya continuidad deseo seguir sintonizando y compartiendo con la Curia General.
             Como primer saludo necesario y afectuoso y con sencillez, me dirijo a vosotros, hermanos y monjas y terciarios.
            Saludo y agradezco en nombre de todos al Revmo. P. Francisco Marinelli por los años dedicados a servir con pasión a la Orden en este tiempo particularmente crítico y problemático. Su invitación a ser hombres de esperanza sigue siendo la consigna de nuestro caminar para ser luz de conversión, es decir, de novedad evangélica, de amor, de santidad en el campo del Señor.
            Este encargo es para mí sin duda un don y así lo reconozco, pero confieso mi fragilidad, mis debilidades, la pobreza de medios, mis limitaciones como también las dudas y perplejidades, por lo que me considero un vaso de arcilla.
            Las palabras, los programas, las indicaciones no mueven ni conquistan el corazón del hombre contemporáneo, “árido” como nunca y a la vez ‘ávido’ de Dios.
            Es necesario que cada uno de nosotros, nuestras comunidades,  nuestras fraternidades presente el rostro alegre que manifieste y transparente la alegría de ser amados por Dios: es lo que transmitían en los orígenes de nuestra historia los hijos de Francisco de Paula. Todos los que se relacionaban con él o con su comunidad volvían alegres y contentos. Se podía experimentar y percibir la hermosura de quien se consigna totalmente al Amor para vivir el Amor.
            Esto es lo que tiene que marcar nuestra verdadera ocupación personal y comunitaria, el auténtico objetivo  de este año centenario y de siempre. Repito: preparemos el futuro, dejemos a los que nos sucedan no celebraciones y manifestaciones, sino signos luminosos de nuestra familia mínima, en la que (frailes, monjas y terciarios), cada uno según su camino, siguiendo el ejemplo del Santo Fundador, se convierta en más claro mensaje y testimonio de la Charitas de Dios.
            Que en nuestras casas, conventos, parroquias, en los grupos que nos frecuentan se pueda respirar el ambiente de santidad perennemente humana y viva, reconciliada y reconciliadora, muy fraternal y comunional. El futuro de la Iglesia y de toda realidad eclesial va en esta dirección, pues el hombre tiene necesidad de espacios y más de personas capaces de escucha, acogida, amistad, relación, compañía, paciencia, condivisión, comunión, comunidad. Tenemos gran necesidad de superar el hándicap individualista, para romper el muro de una cultura selectiva y marginante.
            Estoy seguro que comprendéis la invitación: hagámosla pasar al corazón para que lo purifique eliminando los sedimentos y las escorias del tiempo, debido a nuestras debilidades, miserias, pecados, infidelidades, insensibilidad espiritual. Pongámonos en camino.
            Así pues, desde la esperanza a la caridad: concretemos la esperanza en el amor que constituye la esencia, el contenido, la meta de nuestro camino, toda nuestra vida cristiana y consagrada.

            Amadísimos,
            Regalémonos un año de santidad: es el mejor modo de avivar la memoria de nuestro Padre y Fundador, que hurgando más y más dentro de la gruta de su corazón ha dejado que se llenase del Espíritu de Dios, del Ágape. Por lo tanto menos palabras y más Palabra; menos ruido y más amor; menos dispersión y más comunión, menos pasividad y más generosidad, menos mediocridad y más santidad.
            Pido, pues, comprensión, paciencia y alguna oración para  que pueda servir con sencillez, humildad y amor a esta pequeña porción de Iglesia.
            Consciente de este don-onus, aceptándolo confío en Aquél que me ha llamado a trabajar en su viña. Además estoy seguro que nuestro Santo Padre Francisco acompaña y sostiene no sólo a mí, sino a todos aquellos que son llamado a guiar y animar a su familia.
            El 86º Capítulo General que reunió a los hermanos de la Orden, jóvenes, muchos de ellos, llegados de varias partes, ha sido una experiencia de comunión fraterna.
            Esta asamblea no ha tratado o trata sólo el aspecto de la elección y sólo atañe a los convocantes, sino que interesa a toda la vida y acción de nuestra familia mínima. Todos y en todo estamos implicados.
            Ciertamente las expectativas cada vez que se celebra un capítulo son muchas y cada uno tiene las suyas, muy legítimas y buenas, junto a deseos y esperanzas: se comprende que no todo puede ser acogido o realizado de forma satisfactoria.
            Desde el mismo título del Capítulo Testigos de Cristo por el camino de la conversión y éxodo, se intuye el corazón de nuestra existencia humana y cristiana: las expectativas de Dios, lo que Dios espera de nosotros y nos atañe: Sed santos, porque yo soy santo.
            Es la invitación-programa que Jesús, el enviado y el santo del Padre, en el Espíritu traduce con su vida y misión.
            Es lo que en la actualidad resuena por la voz y acción pastoral del Papa Francisco, en particular a través de su exhortación apostólica Gaudete et exultate.
            Tenemos que compartir este imperativo, pues de él depende nuestra salvación, de él depende el presente y el futuro de la Iglesia.
            Con mayor razón estamos interpelados todos nosotros, hijos del Santo Paulano, de quien recordamos el V Centenario de su canonización.
            Es verdad que la Asamblea Capitular ha producido una reflexión y ha indicado una orientación que tendremos que concretar en otra asamblea: puntos e indicaciones  de nuestro vivir y convenir.
            Nosotros los Mínimos estamos en la Iglesia como Luz de los penitentes: es decir, estamos llamados a iluminar el camino de conversión, a ser luz para los peregrinos encaminados hacia el escathon.
            Y luz reclama esplendor, color, calor, amor, alegría: y esto es posible si somos santos, es decir si estamos con Cristo, para Cristo y en Cristo.
            Es lo que necesita la Iglesia y el mundo hoy y en todas las latitudes.
            Creo que es éste el testimonio  más eficaz para la Iglesia y para el mundo; es la verdadera pastoral vocacional: el ejemplo ‘hermoso’ abre la mente, la alegría sincera toca el corazón, el amor gratuito genera vida.
            Y si la vida engendra vida, más aún la fraternidad, engendra hermanos y hermanas de comunión y en comunión en el nombre del Señor muerto y resucitado.
            Que cada día tengamos el constante pensamiento, la incesante oración, el personal y comunitario compromiso de progresar de bien en mejor: este es el desafío de la conversión hacia la santidad que nos consignamos para realizar la esperanza y despertar al mundo.

Rvdo. P. Gregorio Colatorti O. M.


(traducida del italiano al español por el Rvdo. P. Victoriano García O. M.)

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