«De igual modo ha dicho que en cierta ocasión yendo él con su maestro de obras a decir misa en la iglesia que el hermano Francisco había construido, como no tenían fuego, el mismo testigo preguntó al Hermano que dónde podía cogerlo. Él respondió: “Mira, por caridad, que tiene que haber en aquellos tizones que están en un rincón de la capilla”. El testigo fue y sopló fuerte sobre los tizones, pero allí no había fuego. Volvió al hermano Francisco y le dijo: “Padre, no hay fuego en aquellos tizones”. A lo que replicó el Hermano: “Que sí, por caridad, que sí hay”. Entonces Francisco tomó aquellos mismos tizones que había visto el testigo, sopló sobre ellos y al punto se encendió la llama, y, prendidas las velas, dijo la misa».
No tenían fuego...
Miro al Crucificado y me miro. Reconozco que mi vivencia y compromiso cristianos están muchos días a la baja; al alza en incongruencias. En la masa de la cotidianidad en la que estoy inserto mi actitud pocas veces «ilumina y sazona» (cf. Mt 5, 13-16). Ya quisiera, cual discípulo de Emaús, exclamar cada día que «mi corazón arde escuchando su Palabra mientras camino con Él» (cf. Lc 24, 32). Pero no, reconozco que hay días en los que no ardo, no me preocupo en mantener viva la llama de mi interioridad y unión con Él y, así, ni ilumino ni enciendo a otros. ¡Ay! (cf. Lc 12, 49). En medio de la sequedad y el sinsentido, yo también exclamo en ocasiones: «¡Dios mío!, ¡Dios mío! ¿Por qué me has abandonado?» (Mt 27, 46).
Donde podía cogerlo… Tiene que haber en aquellos tizones...
Miro al Crucificado y me miro. ¿Aún no entiendes lo que significó la Cruz? ¿Piensas que sólo es cargarla en pos de Él sin llegar a ser clavado? (cf. Mc 8, 34). Volvemos a vivir la Semana Santa con todas las precauciones necesarias. Son muchos los que han fallecido y siguen muriendo, los que lo están pasando muy mal anímica y económicamente. Antes y después de la pandemia, ahora por el virus, antes y ahora por otras tantas situaciones de injusticia y maldad que siguen estando presente (cf. Ecle 1, 9). Han sido meses en los que los ánimos, mi ánimo, titila. Hasta nuestra Madre la Iglesia sufre: la cierran, se queda sin medios para ayudar, sin feligreses, sin vocaciones, con algunos de sus miembros trabajando por la desunión y no por la concordia, etc. Al fin y al cabo, tampoco escapa de la realidad humana herida por el pecado. Cuando todo se torna desierto, aridez, sequedad, sinrazón, seguimos, ¡sigues Señor!, «teniendo sed» (cf. Jn 19, 30). ¿Dónde reanimarnos? ¿Dónde reavivar la brasas?
Miro a San Francisco de Paula y me miro. Alarga su mano y me la muestra llena de brasas: «para el que ama a Dios nada hay imposible», desde tu rincón interior, historia de amistad con Dios, desde tu lugar en la Iglesia y en el Mundo. ¿No lo ves? ¡Hay fuego! La realidad, por más sombría que se torne, jamás extinguirá por completo aquellos tizones que son la misma Cruz en amor abrasada y abrazada por Cristo.
No hay fuego… Que sí, por caridad, que sí hay...
Miro al Crucificado y me miro. ¿Realmente «está todo consumado» (cf. Jn 19, 30)? ¡Es todo tan difícil! ¡Parece todo tan inútil! Si es que todo está por hacer. Pareciera que has sido asesinado, que has muerto para nada. Si me falta tanto por cambiar, tanto por amar, tanto por abandonarme en ti. Por mucho que sople no avivo las brasas, no hay fuego, incluso hacen/hago de todo por apagarlo. Increencia, materialismo, relativismo, nihilismo. ¡Sopla conmigo Señor!
«La cruz nos indica una forma distinta de medir el éxito: a nosotros nos corresponde sembrar, y Dios ve los frutos de nuestras fatigas. Si alguna vez nos pareciera que nuestros esfuerzos y trabajos se desmoronan y no dan fruto, tenemos que recordar que nosotros seguimos a Jesucristo, cuya vida, humanamente hablando, acabó en un fracaso: en el fracaso de la cruz».
Miro a San Francisco de Paula y me miro. Que sí, por caridad, confía, «encomienda tu espíritu en Él» (cf. Lc 23, 46) que Él hará el resto -con esa misma confianza acaba de recordar a todos sus hijos, que el voto de vida cuaresmal es posible e indispensable-. En esa misma confianza, agradece, confía, ora, vive los sacramentos, cumple los mandamientos y obra misericordia; ya en el Tabor, ya en el Gólgota, que en el fracaso y la oscuridad de tus «viernes santos» ya anida la gloria de su Resurrección.
Y, prendidas las velas, dijo la Misa…
«Asimismo, oíd reverentemente la Santa Misa para que, provistos con las armas saludables de la acerba Pasión de Cristo, que se renueva en la Misa, permanezcáis fuertes y firmes en la observancia de los mandamientos de Dios. Y os aconsejamos también que en la Misa roguéis devotamente para que la preciosa muerte de Cristo sea hecha vida vuestra, y su dolor vuestra medicina, y sus fatigas eterno descanso para vosotros».
En este Viernes Santo, al pie de la Cruz en la que Cristo «entregó su Espíritu» (Jn 19, 30), dejémonos vivificar y reanimar por Él. Por la gracia de Dios, su muerte es nuestra vida, su dolor nuestra medicina, sus fatigas nuestro descanso. Recordémoslo siempre. Que no pare nuestro corazón de darse incluso hasta la muerte, sin creer que todo está en nuestro hacer, sino también desde nuestro dejarnos hacer, dejarnos convertir, en unión y en intimidad con Él, aunque el desánimo y la asedia puedan ser algunos días nuestro único «fruto digno de penitencia» (cf. Mt 3, 8).
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