Muy amablemente nos comparte el sacerdote D. Pedro San Clemente, sus homilías durante los días del triduo vivido en Alaquás (Valencia) en honor del Beato Gaspar de Bono O. M.
TRIDUO AL SANTO BEATO GASPAR DE BONO.
I DÍA (Ex 1, 8-14.22 // Sal 123, 1b-8 // Mt 10, 34- 11,1)
Cuando nos disponemos a celebrar el Triduo en honor al Beato Gaspar de Bono, empezamos en la 1a lectura el libro del Éxodo, el 2o libro de la Biblia, después del Génesis. Hemos cambiado de libro, pero seguimos con la historia del pueblo elegido. Si recuerdan bien, la semana pasada lo habíamos dejado en Egipto, cuando Jacob bajó a Gosén con todos sus descendientes reencontrándose con su hijo José, viviendo en Egipto bajo su protección. Concluíamos así la lectura de la era de los patriarcas. Han pasado más de 400 años, según el texto, y empieza la historia de este otro gran personaje que es Moisés, que guiará al pueblo, liberándolo de la esclavitud de Egipto, a la libertad y a la Tierra Prometida.
Es esta historia, una historia muy significativa para entender los planes de Dios que lleva adelante la promesa hecha a Abrahán, la de una descendencia numerosa como la arena de la playa y la de una tierra, Canaán.
Los años no pasan en balde. Estamos en el siglo XIII a.C. El Faraón de turno, probablemente Ramsés II, ya no conoce los favores que deben a José. Lo que sí ve es que este pueblo de emigrados, va creciendo y que, con el tiempo, puede ser peligroso, si se les ocurre rebelarse o aliarse con otros enemigos.
Por otra parte, a los egipcios les interesa poder disponer de esa mano de obra tan abundante y barata. La opresión es de tipo laboral, pero para el pueblo judío es el prototipo de la esclavitud. Sobre todo, cuando se da la orden de eliminar a los niños que vayan naciendo, para contener el crecimiento del pueblo hebreo. Cuando ya se iba cumpliendo la promesa a Abraham de una descendencia numerosa viene la decisión contraria del Faraón. Aunque las comadronas no obedecían muchas veces esta cruel norma (un hermoso caso de “objeción de conciencia”).
Ahí es cuando empieza la historia de Moisés, que es también la historia de un Dios que ha decidido liberar a su pueblo. Entendemos por qué Israel canta con gratitud salmos como el de hoy: “Si el Señor no hubiera estado de nuestra parte, nos habrían tragado vivos... Bendito el Señor que no nos entregó en presa a sus dientes. Nuestro auxilio es el nombre del Señor”. Nosotros, cuando nos disponemos a empezar este triduo en honor al Beato Gaspar, podemos situarnos en esta perspectiva: hemos sido liberados por el nuevo Moisés, Cristo Jesús. Con su muerte, su éxodo, nos ha hecho salir de la esclavitud y nos ha hecho miembros del nuevo pueblo de Dios, la Iglesia. La historia de Gaspar de Bono, puede llevarnos a reafirmarnos en esta experiencia. Porque también el Beato Gaspar de Bono, experimento su propio Éxodo, sintiéndose dispuesto después, a seguir los pasos del Santo de Paula, cuando siendo soldado durante más de 10 años, cayó herido, y herido de muerte. Fue esta la encrucijada en la que Dios le esperaba para cambiar el rumbo de su vida. Fue posiblemente en el ejército donde vivió un espíritu espartano con una disciplina recia sin concesiones, con espíritu de austeridad y abnegación. Allí aprendería a dominarse, a superarse, a arriesgarse y a ser valiente hasta con peligro, incluso de la propia vida. De esta manera, el Señor iba modelando el corazón de Gaspar para abrazar el espíritu de la escuela de san Francisco de Paula.
Cuando Gaspar de Bono ingresa en la Orden de los Mínimos no hizo más que cambiar la consigna “por Dios y por su rey”, como buen soldado, por la más elevada de “por amor a Dios”. El ideal del soldado Gaspar cambió cuando herido tras hostigar al enemigo, éste vino sobre él dejándolo por muerto. Allí el Señor le salió al encuentro. Y a partir de ese momento, su ideal apuntará más alto, pues sólo el cielo puede colmar el corazón del hombre. Y es que la gloria, el poder y la fama de este mundo son pasajeros, en cambio, la del cielo es eterna. Además, cuando ésta nos toca, cuando sentimos el amor de Dios, que es amor sin condiciones, nos lleva a amar a nosotros del mismo modo.
El Padre Gaspar de Bono se sintió atrapado por este amor de Dios, y así vivió buscando estar con él a costa de lo que fuera. Así, el mismo aleccionado por Dios en su misma vida, será ya en el convento, siempre sin buscarlo, maestro para sus hermanos. Y es que Dios cumple siempre sus promesas, colmando la vida, del que vive para Dios, como hizo con san Francisco de Paula, con el Beato Gaspar de Bono, con tantos hombres y mujeres que han vivido según el espíritu mínimo y en definitiva con todo aquel que quiera vivir sólo para Dios.
¿Estaremos nosotros hoy dispuestos a entregarle nuestra vida, enamorados como él de la humildad para hacer realidad en medio de este mundo, como hizo el Beato Gaspar de Bono, el Reino de Dios? Porque nos lo recuerda también Jesús en el evangelio: “Busca primero el Reino de Dios y su justicia, y lo demás vendrá por añadidura”.
TRIDUO AL SANTO BEATO GASPAR DE BONO.
II DÍA (Ex 2, 1-15a // Sal 68, 3.14.30-31.33-34 // Mt 11, 20-24)
En este segundo día del Triduo en honor al Beato Gaspar de Bono, la liturgia de la Palabra en su primera lectura sigue el relato del Éxodo que comenzábamos ayer con un pasaje a la vez encantador y significativo. Frente a la voluntad del Faraón que quiere reprimir el crecimiento del pueblo judío, la sencilla acción de 3 mujeres sirve para que los planes de Dios sigan adelante: la madre y la hermana de Moisés y la hija del mismo Faraón.
Los caminos de Dios son siempre sorprendentes. Una cesta en el río y un niño llorando dentro de ella conmueven el corazón de la egipcia. Paradojas de la vida: la hija del Faraón adopta y educa al que será el liberador del pueblo oprimido por su Padre.
El nombre Moisés probablemente era egipcio, pero los hebreos lo interpretaron como del verbo hebreo “mossá”, sacar. Y así aparece Moisés como el sacado, el salvado de las aguas: el que luego será el que libere a su pueblo de la esclavitud, figura del mismo Jesús, que, escapando de la matanza de los inocentes, en Belén, será el salvador de todos.
Es verdad que no tuvo de momento mucho éxito Moisés entre los suyos. Él mismo tuvo que escapar de Egipto viviendo su propio Éxodo.
También el Beato Gaspar de Bono, llamado Gaspar porque fue bautizado el día de la adoración de los Reyes Magos, queriéndolo llamar así sus padres como a uno de ellos, experimentó su propio éxodo, sintiéndose dispuesto a seguir los pasos del santo de Paula, tal y como recordábamos ayer, cuando siendo soldado durante más de 10 años, cayó herido de muerte, momento en el que su vida cambiaría de rumbo.
Podríamos decir que el tiempo vivido en el ejército en el que Dios iba modelando el corazón de Gaspar de Bono fue como para Moisés el tiempo fuera de Egipto en Madián, como el andamiaje o el esqueleto que sostiene el espíritu de conversión y penitencia que es lo que da vida y razón a la Orden de los Mínimos de san Francisco de Paula. De esta manera, el Padre Gaspar de Bono al ingresar en los Mínimos no hizo más que cambiar la consigna de los que los hacen todo por caridad, todo por amor de Dios.
El Padre Gaspar de Bono, a lo largo de su vida, tuvo conciencia de ser zarandeado, experimentó distintos éxodos por los acontecimientos y circunstancias que tuvo que vivir, pero en ninguna ocasión perdería el norte. Su fe en Dios era tan firme que siempre le sacó a flote, como Moisés fue sacado de las aguas. Supo encajar su tartamudez, la pobreza de su casa, la ceguera de su madre, el tener que ganarse el pan de cada día, la cerril oposición de los suyos a que ingresara en la orden de los dominicos, el tener que abandonar su tierra, su familia, sus gentes e irse a tierras lejanas a vivir acuartelado durante 10 años, a veces, en lugares tan inhóspitos y sobre todo quedar maltrecho y medio muerto.
Todo puede parecer en la vida como callejones sin salida, como también nos lo pueden parecer a nosotros las vicisitudes que nos tocan vivir y pasar a cada uno de nosotros.
El Padre Gaspar siempre se salió con la suya viendo oportunidades donde otros solo ven desgracias: estar con Dios a costa de lo que fuera. Así se convertiría Gaspar de Bono en un hombre de gran atractivo humano y religioso que supo poner su personalidad decidida al servicio de Dios y de sus hermanos.
Su ideal fue la identificación plena con Cristo: vivir como él vivió, permaneciendo unido como sarmiento a la vid que es Cristo, conectando profundamente con el espíritu evangélico y penitencial de san Francisco de Paula, brillando por su sencillez, humildad y completa entrega al Señor. Dando de esta manera el mejor fruto.
Todos los cristianos estamos llamados a ser signos del amor de Dios, a acoger a Jesucristo para ver en lo más íntimo de nuestra alma la presencia de Dios. Los cristianos hemos de luchar y esforzarnos por vivir el evangelio. Una vida humana unida a Cristo provoca por sí misma, una mirada hacia el Eterno para los hombres y mujeres de todos los tiempos. También el nuestro.
Que el santo Beato Gaspar de Bono, que cambió el servicio al rey por el seguimiento de Cristo, paciente y penitente, alistándose en la escuela de conversión y penitencia para llegar a la caridad de san Francisco de Paula, nos aliente en nuestra vocación cristiana, para que, como él, podamos ser para nuestros hermanos signos visibles del amor de Dios, experimentando así la alegría en plenitud de ser sus amigos.
TRIDUO AL SANTO BEATO GASPAR DE BONO.
III DÍA (Ex 3, 1-6.9-12 // Sal 102, 1b-4.6-7 // Mt 11, 25-27)
La visión de la zarza ardiente que hoy, tercer día de nuestro triduo en honor al B. Gaspar de Bono, representa un momento decisivo en la vida de Moisés y de su pueblo: Dios le llama para llevar a cabo la liberación de su pueblo.
Han pasado varios años desde la huida de Moisés de Egipto a Madián. Se ha casado allí con Séfora, la hija del sacerdote pagano Jetró. Ha tenido familia. Ha madurado en su carácter. Es pastor de oficio y está cuidando los rebaños de su suegro. Y allí se la aparece Dios, en forma de fuego que no se consume. A Pedro le hará impresión el Jesús de la pesca milagrosa; a Pablo, el Jesús que se le aparece en el camino de Damasco. Cada uno tenemos algún momento en el que Dios sale a nuestro encuentro, a nuestro paso.
Quien se aparece a Moisés es el Dios de los patriarcas. El Dios de la promesa. El Dios que ve cómo sufre su pueblo y no lo puede soportar, y decide intervenir, enviando a Moisés.
La vocación no es nada fácil. De momento, su temperamento decidido responde: “Aquí estoy”. La misión no es fácil pero la respuesta de Dios es una de las respuestas que más aparece en la Biblia por parte de Dios: “Yo estoy contigo”.
Al Beato Gaspar de Bono también le salió Dios a su encuentro. La ocasión a él le llega a través del fracaso físico y material. Sucedió que él, soldado de Carlos V, con algunas unidades de su escuadrón de caballería, tuvo que hostigar al enemigo. Pero este respondió con tanta fiereza, con tanta violencia que Gaspar y los suyos retrocedieron en confuso desorden. El mismo cayó en un pozo seco, quedando oprimido por su cabalgadura; los enemigos vinieron sobre él, y después de abrirle la cabeza a golpes, lo dejaron por muerto. En aquella terrible angustia invocó a sus santos patronos y a la Virgen de los Desamparados, prometiendo ingresar en la Orden de san Francisco de Paula si salía con vida.
Y el Señor le tomó la palabra. Experimentado Gaspar ya en la pobreza y en sus trabajos, vivida desde el seno familiar, todo esto hará que no le resulte áspero seguir las reglas de la Orden. Y es que, como nos recuerda el evangelio de hoy, evangelio que proclamamos el día de la fiesta del santo de Paula, sólo las personas sencillas, las de corazón humilde, son las que saben entender los signos de la cercanía de Dios. Lo afirma Jesús, por una parte, dolorido, y por otra, lleno de alegría. Y nos lo muestra la misma vida del Beato.
¡Cuántas veces aparece en la Biblia esta convicción! A Dios no lo descubren los sabios y los poderosos, porque están llenos de sí mismos, sino los débiles, los que tienen un corazón sin demasiadas complicaciones. Entre “estas cosas” que no entienden los sabios está sobre todo, quién es Jesús y quién es el Padre. Pero la presencia de Jesús en nuestra historia sólo lo alcanzan a conocer los sencillos, aquellos a los que Dios se lo revela.
En los evangelios podemos constatar continuamente este hecho: Cuando nació Jesús en Belén, lo acogieron María y José, sus padres, una humilde pareja de jóvenes judíos; los pastores, los magos de tierras lejanas y extranjeros y los ancianos Simeón y Ana. Los sabios y entendidos, las autoridades civiles y religiosas no lo recibieron. A lo largo de su vida se repite la escena: la gente del pueblo alaba a Dios porque comprenden que Jesús sólo puede hacer lo que hace, si viene de Dios. Mientras que los letrados y los fariseos buscan mil excusas para no creer.
El Beato Gaspar Bono es capaz de ver la mano de Dios en su historia personal. Y desde la humildad y la penitencia pone toda su vida a su servicio.
La pregunta hoy vale para nosotros, ¿somos humildes y sencillos? ¿Somos conscientes de que como Moisés, san Francisco de Paula, el Beato Gaspar Bono necesitamos la salvación de Dios? O, más bien, ¿somos retorcidos y pagados de nosotros mismos, resabidos y entendidos, que no necesitamos preguntar porque lo sabemos todo, que no necesitamos pedir porque lo tenemos todo?
¡Cuántas veces la gente sencilla ha llegado a comprender con serenidad gozosa los planes de Dios y los acepta en su vida, mientras que nosotros nos perdemos en teorías y razonamientos...! La oración de los sencillos es más entrañable y segura, llega más al corazón de Dios que nuestra oración llena de muchas palabras-
Les recordaba al principio, a colación de la zarza ardiendo, que cada uno tenemos algún momento en el que experimentamos que Dios ha salido a nuestro encuentro... Moisés, Pedro, Pablo... el Beato Gaspar Bono... Dios sigue hoy saliendo a nuestro encuentro. Ellos fueron generosos y pusieron su vida al servicio de Dios. Hoy pedimos a Dios en la fiesta del Beato, que por su intercesión también nosotros revestidos de humildad podamos hacer de nuestra vida una ofrenda para hacer realidad hoy el Reino de Dios. Podemos sentir dirigidas a nosotros las palabras que dirigió a los padres y hermanos de su congregación: “...por el amor del Señor clavado en la cruz a causa de nuestros pecados, por amor de Dios y de su bendita Madre, reflexionemos sobre el deber que tenemos de ser buenos y santos”.
D. Pedro San Clemente, pbro.
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