Muy queridos hermanos,
Un saludo fraterno para todos vosotros, con deseos de gozo y paz en Jesucristo, nuestro Señor.
Nos disponemos a iniciar el camino de Adviento, tiempo fuerte del año litúrgico y más aún para nuestra espiritualidad Mínima de conversión.
Algunos acontecimientos favorables enriquecen este año nuestro camino en cuanto Mínimos en la Iglesia: el IV Centenario del nacimiento del Beato Nicolás Barré, el Centenario de la Basílica de la Iglesia Conventual de nuestra Casa- Madre de Paula y el Sínodo de toda la Iglesia para los tres próximos años.
La fase diocesana del Sínodo, ya iniciada el pasado 17 de octubre con el tema: Por una Iglesia sinodal: comunión, participación y misión, nos afecta a todos como cristianos y, de forma particular y especial, como religiosos. Todos estamos llamados a participar individual y comunitariamente en esta reflexión, pues a través de lo sinodal pasa el futuro de toda la Iglesia (cfr. Documento sobre el proceso sinodal del 21 de abril de 2021).
1 Hace ya algunos años que los religiosos venimos reflexionando sobre el tema (cfr. VV. AA.); no es novedad para la Vida Consagrada, dado que ésta se basa en lo sinodal y en la coparticipación por su misma naturaleza (cfr. U. Sartorio, Sinodalità e Vita Consacrata). Esta fase de reflexión sobre lo sinodal puede ser una buena ocasión para insistir en la comprensión y actuación de todas las formas de coparticipación y puesta en común que hemos recibido los Mínimos por el don carismático del Espíritu Santo como instrumento para vivir el carisma específico y los carismas personales: los capítulos, los encuentros comunitarios y la reconciliación fraterna.
Los tres acontecimientos que celebramos este año son muy significativos y útiles para reflexionar sobre nuestra vida Mínima, y tienen su origen más natural y su mejor perspectiva de innovación y actuación en el mismo misterio de la vida de Jesús, la Encarnación del Hijo de Dios. Que este acontecimiento que meditamos en el tiempo fuerte del Adviento guíe nuestros encuentros comunitarios y nuestra vida fraterna, y que desde ahí brote el mismo deseo de encuentro y de coparticipación que Dios ab eterno ha propuesto para venir al encuentro del hombre. Un encuentro marcado desde el inicio por la unión entre Encarnación y Pasión; de manera que todo encuentro implica el estar con todo el ser de uno mismo, de forma auténtica, y el comprenderse y darse, con el sacrificio que requiere la aceptación de los límites propios y ajenos.
Esta fuerte unión teológico-espiritual entre la Encarnación y la Cruz que nuestro carisma nos invita a vivir bien la expresa Orígenes con estas palabras: “Y ha perseguido al hombre mísero y mendigo. Siendo rico, se hizo pobre por vosotros” (2 Co 8,9). El Señor se define mísero y mendigo: ¿quién, pues, podrá vanagloriarse de sus riquezas? Tenéis un consuelo vosotros, pobres: también el Señor es pobre con vosotros. Y continúa Orígenes: “Y uno que era abrumado en el corazón, para hacerlo morir”. ¿Qué significa uno que era abrumado en el corazón, para hacerlo morir?” Lo ha dicho ya en el Evangelio: “Mi alma está triste hasta la muerte” (Mt 26,38). Y también: “Padre mío, si es posible, que pase de mí este cáliz” (Mt 26,39). Por otro lado, esto me atormentaba y yo me entristecía por mis perseguidores, porque no querían hacer penitencia. Yo pendía de la cruz, y con mi sangre lavaba sus maldades, pero ellos no querían hacer penitencia. Éstas eran mis lágrimas, éste era mi dolor: no haber podido salvar a aquéllos que me perseguían” (cfr. Orígenes-Jerónimo, 74 Omelie sul Libro dei Salmi, Ed. Paoline, 1993, Sul Salmo 108, 383).
Según Orígenes es el mismo Jesús quien explica los dos misterios de su vida y la íntima unión entre los dos: se despojó de sí mismo, tomando la condición de esclavo, hecho semejante a los hombres (Flp 2,7) en la Encarnación, y también que fue despojado de su dignidad humana en la cruz. Ambos misterios son humanamente una expoliación, pero son a la vez, desde la mirada de Dios, un don de su misma vida y un don de la gracia por medio del Espíritu para poderla encarnar en la vida de cada uno de nosotros.
A esto invita Orígenes cuando lanza su llamada con las palabras tan humanas y divinas de Cristo, para comprender la vida de Dios y su don, y llevarla a la práctica dejándonos convertir por su pasión amorosa y ser conducidos a la verdadera penitencia.
2 De forma muy humana Cristo invita a escuchar su experiencia y su predicación y a profundizar en el conocimiento de su Palabra que revela, y realiza concretamente en su experiencia.
Por lo tanto, prestar atención es, pues, la base y la perspectiva del Adviento, y de nuestra vida cotidiana, si quiere ser plenamente humana y cristiana.
La experiencia reveladora de Jesús es invitación al diálogo porque de esta manera Dios habla a nosotros en todo momento. Para poder dialogar el mismo Jesús se ha encarnado, se ha hecho prójimo, cercano para comunicar su plena humanidad renovada por la vida divina, y poder transmitir a todo hombre la disposición total en un continuo diálogo de comunión; lo mismo debe hacer el discípulo que se dispone al diálogo.
En el sufrimiento del rechazo experimentado por Cristo experimentamos la cercanía compasiva de Dios y la más profunda capacidad de escucha. No rechaza el sufrimiento, fruto del pecado del hombre; el pecado no ha sido para Dios motivo de condenación, sino de una mayor búsqueda de acercamiento, de escucha y perdón, no obstante el sufrimiento.
Precisamente de ese sufrimiento y de esa Cruz nace la Iglesia: y al punto salió sangre y agua (Jn 19,34); ha sido un acontecimiento no de derrota o de muerte, sino de nueva generación: pues Él mismo ha sido engendrado en la humanidad por la Encarnación, y con su Cruz ha engendrado a la humanidad por el perdón y la filiación divina.
Ser hijo es escuchar a Cristo y su mensaje de amor-escucha hasta el sacrificio, y proponer la misma escucha en las relaciones de los hijos en la Iglesia. Escucha, compasión, apertura son actitudes a las que el Sínodo invita y que, en realidad, son lo constitutivo del cristiano-hijo.
Somos hombres llamados a ser luz para todos aquellos que quieran hacer camino de conversión, Mínimos, cristianos y humanos plenamente, y por consiguiente llamados a ser profetas del diálogo que consiste en saber escuchar y comprender con paciencia y compasión al hermano, a los hermanos de nuestra familia religiosa, a los fieles que se nos acercan.
Fundando nuestra capacidad de diálogo en nuestro cotidiano diálogo con Cristo que santifica, estamos llamados a cumplir la más importante misión de nuestro ser Mínimos: luz que ilumina a los penitentes en la Iglesia, escuchando, ante todo las exigencias de la historia concreta que vivimos en la sociedad, en la Iglesia (cfr. Gaudium et Spes 1) y especialmente en nuestras comunidades y fraternidades.
3 Ejercitémonos en este tiempo fuerte en el diálogo y en la escucha.
Los instrumentos para alimentar el diálogo con Dios son: oración personal y comunitaria, Lectio divina, celebración de la Eucaristía comunitaria y animada.
Los instrumentos para el diálogo con los demás son: los encuentros comunitarios, disposiciones a escuchar sin prejuicios, sin respeto humano, abierto, compasivo; también las obras de caridad como son: ante todo la acogida sincera, el prodigarse gratis, saliendo al encuentro de las necesidades reales y concretas del hermano.
Todo sacerdote, está llamado por su misión a ser: “Un buen pastor, un pastor según el corazón de Dios, el mayor tesoro que el buen Dios puede conceder a una parroquia y uno de los dones más preciosos de la misericordia divina” (cfr. El Cura de Ars, Pensamientos), comunicando y ofreciéndose a sí mismo gratuita y generosamente, sea a los hermanos de comunidad y de religión como a todo el que espera nuestro testimonio evangélico, encarnado, vivo. El religioso- sacerdote es ‘el hombre de la Palabra divina y de lo sagrado’, y además tiene que ser hombre de alegría y esperanza (cfr. Benedicto XVI, Ars sept.-oct. 2009).
Todo religioso tiene que ser por naturaleza portador de alegría y de comunión, experimentadas y vividas primero en comunidad, y después con quien se le acerca; todo ello como fruto del encuentro con Dios y con el hermano que tiene al lado.
El acercamiento a los pobres, cualquiera que sea su pobreza es la meta de la consagración que hemos recibido, del Carisma de la Penitencia-Caridad que se nos ha encomendado, y de nuestra filiación de hijos de Dios.
Propongámonos ser más diligentes en atender a las necesidades reales y solicitudes de los demás. En clima sinodal se nos pide revisar nuestras formas de anunciar o prestar más atención a las realidades actuales de la sociedad (cfr. GS 44). Únicamente mediante el diálogo vivo y compasivo, respetuoso con los demás por su dignidad y por la experiencia podemos descubrir una auténtica sinodalidad y poner en práctica lo que el Sínodo de la Iglesia nos pide: comunión, participación y misión (cfr. Por una Iglesia más sinodal: comunión, participación, misión).
Adjunto a esta carta dos oraciones: la invocación al Espíritu Santo propuesta para estos tres años de Sínodo y para recitar en los encuentros sinodales y comunitarios, y una oración por las vocaciones a nuestra familia religiosa.
Llegue a cada uno de vosotros de parte de esta Curia General el augurio de un provechoso camino de Adviento y Santa Navidad.
Un saludo fraterno para todos.
Desde nuestro Convento de San Francisco de Paula ai Monti.
Roma, noviembre 2021, I Domingo de Adviento.
P. Gregorio Colatorti
Corrector General
A toda la Familia Mínima, Frailes, Monjas, Terciarios
SEDES
INVOCACIÓN AL ESPÍRITU SANTO DURANTE EL SÍNODO
Ven, Espíritu Santo.
Tú que suscitas lenguas nuevas
y pones en los labios palabras de vida,
líbranos de convertirnos en una Iglesia de museo,
hermosa pero muda, con mucho pasado y poco futuro.
Ven en medio nuestro,
para que en la experiencia sinodal
no nos dejemos abrumar por el desencanto,
no diluyamos la profecía,
no terminemos por reducirlo todo
a discusiones estériles.
Ven, Espíritu de amor,
dispón nuestros corazones a la escucha.
Ven, Espíritu de santidad,
renueva al santo Pueblo de Dios.
Ven, Espíritu creador,
renueva la faz de la tierra.
Amén.
ORACIÓN POR LAS VOCACIONES MÍNIMAS
Dios omnipotente y eterno,
te pedimos que mandes a tu mies
operarios idóneos y generosos;
en especial a la Orden de los Mínimos,
personas capaces de optar radicalmente por el Evangelio
siguiendo el carisma de San Francisco de Paula,
gran testigo del Amor y de la Penitencia evangélica.
Te lo pedimos por tu hijo unigénito
Jesucristo nuestro Señor.
Amén.
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