CURIA GENERAL DE LA ORDEN DE LOS MINIMOS
Piazza
San Francesco di Paola, 10
00184
ROMA
CARTA
DEL P. GENERAL, P. GREGORIO COLATORTI,
A TODA LA FAMILIA
MÍNIMA: FRAILES, MONJAS Y TERCIARIOS.
Queridos hermanos,
Si debemos hablar
de la santidad de nuestro Fundador Francisco de Paula en este año
conmemorativo de su canonización, con mayor razón debemos dejarnos
guiar iluminados por su palabra y por su ejemplo en este especial
tiempo litúrgico de Cuaresma que caracteriza nuestra identidad y
misión.
Estoy convencido de
que nuestro Santo Padre reuniese a los frailes al empezar la
Cuaresma, como también solía hacerlo en otras circunstancias,
exhortándoles a vivir los cuarenta días verificando y afianzando la
fe en Jesús, el Señor, y a abrazar el proyecto propuesto por él en
la Regla que nosotros hemos aceptado.
Francisco sabe bien
que la Cuaresma es camino que conduce a la Pascua; un tiempo de
gracia y de conversión que Dios nos concede para que podamos
llenarnos de vida nueva y proveer a nuestras reservas
espirituales para mantener y vigorizar la existencia en el tiempo
ordinario.
Como buen conocedor
del corazón del hombre y experto formador de conciencias, Francisco
establece puntos firmes en los que apoya su vida y el proyecto
carismático penitencial de su familia.
Atraído desde
pequeño por el Dios-Amor, se dedica enteramente a Él, a cuya luz va
descubriendo la naturaleza humana: frágil, pobre y débil.
Este conocimiento
le acompañará toda la vida; será la fuerza que le llevará a
buscar sin cesar, a través de los medios más adecuado, según el
estilo cuaresmal, el amor que salva y redime: Jesucristo.
La mayor penitencia
de Francisco de Paula solo tiene su explicación desde lo Alto: ¿Cómo
puedo seguir a Jesucristo, mi Señor, que ha conquistado mi corazón?
La respuesta está en el Evangelio: ven en pos de mí, toma tu cruz
y sígueme, es decir, sigue mis huellas, voy a Jerusalén para morir
y resucitar (cfr. Lc 9, 23).
Por tanto el largo
camino cuaresmal está orientado y tiene su meta en la celebración
de la Pascua, última y definitiva: ésta es la meta y el objetivo de
Francisco, de sus hijos, devotos, y de todos los cristianos.
Pero creo que
nuestro Santo Padre tendría mucho interés ayer y hoy porque su
familia estuviera impulsada y animada por el quadragesimalis vitae
zelo et maioris poenitentiae intuito migrare cupientes (amor a la
vida cuaresmal y con el propósito de hacer mayor penitencia) (IV R,
II, 2), en el camino de la santidad.
La Cuaresma para
nosotros Mínimos tiene una incidencia mayor: no somos diversos, pero
en virtud del carisma estamos llamados a intensificar más el triple
programa: oración, ascesis-ayuno, caridad que la Iglesia prescribe
para todos los bautizados en este santo tiempo.
Por eso, siguiendo
el itinerario propuesto por la liturgia, entremos en el desierto
cuaresmal, fijando los ojos y el corazón en el Cristo Crucificado
(III R, I). Si es necesaria esta ‘fuerte’ experiencia para el
cristiano, más necesaria lo es aún para nosotros Mínimos.
En virtud del don
carismático frecuentemos en este tiempo la singular palestra
espiritual Mínima para entrenar la mente, el corazón, el cuerpo, y
para ser hombres que encarnan y anuncian el evangélico convertíos
y creed en el Evangelio (Mc 1, 15; Mt 4, 17).
1 ...
Señor, contigo en el desierto (Mt 4,1ss)
¿Qué nos diría
nuestro Santo Padre?
≥ No
demoréis: el Espíritu que ha conducido a Jesús al desierto, me
ha conducido también a mí, no sólo durante los primeros años
de la soledad en Paula, sino también seguidamente por donde he
pasado. El mismo Espíritu lleva a cada uno de vosotros en
este período cuaresmal a intensificar con mayor vigor el empeño de
asimilar los sentimientos de Cristo pobre y penitente que sube al
Calvario, muere y resucita para darnos su vida. Si deseáis
permanecer con El, si lleváis en el corazón la pasión por Él,
empeñad todo vuestro ser: pensamientos, sentimientos, afectos,
gustos, intereses, deseos a fin de que sean iluminados y animados por
el unum est necessarium (cfr. Lc 10, 42).
Para conquistar la
parte mejor (cfr. Lc 10, 42) no podemos prescindir del
desierto cuaresmal: es el camino de la fe que nace en el bautismo,
pero es también combate permanente (GE 158). El mismo Jesús
después de la investidura oficial “Este es el Hijo amado”,
recibida en el Bautismo del Jordán, está sometido a la gran
tentación de Satanás que le ofrece el mesianismo horizontal, el del
placer, el poder, la gloria, frente al mesianismo del servicio, del
amor, del don de la vida en la Cruz.
Por eso, llevados y
sostenidos por el Espíritu, siguiendo a nuestro Santo Fundador,
actualicemos el desierto que nos abre el corazón a Dios y a los
hermanos y que evidencia nuestro progreso espiritual: no hay
santidad sin renuncia y sin ascesis, llena de oración y caridad
(cfr. CEC 2015, 2342).
Observemos nuestra
vida entrando en nosotros mismos; penetremos de verdad y con
sinceridad en lo profundo de nuestro yo para purificarlo y liberarlo
del virus egoísta, del mal que no cesa de infectar el corazón,
reduciéndolo como a tierra árida (cfr. Ef 4, 15); preguntémonos si
somos coherentes en cuanto seguidores del Señor.
a) Remarquemos el
punto central del principio y fundamento a toda nuestra vida: nuestra
relación con el misterio de Dios-Amor, centro de la vida y fuente
continua de toda iniciativa (cfr. CONTEMPLAD, 6); preguntémonos
sinceramente si testimoniamos que "Dios existe, que es real, que
es viviente, que es personal, que es providente, que es infinitamente
bueno; nuestro creador, nuestra verdad, nuestra felicidad”(cfr.
CONTEMPLAD, 4); no podemos prescindir de la oración personal y
comunitaria: cultivemos con regularidad y fidelidad la experiencia
cotidiana de Dios sin prisas ni pausas; dignifiquemos la
oración especialmente con la Lectio Divina (Lectura Orante), pues es
la que nos puede conducir a dejarnos amar por Dios y a abrir
recíprocamente el corazón a todos los hermanos. Actualicémosla y
hagámosla familiar con el ejercicio, moviendo la voluntad a escuchar
y el corazón a la obediencia; reservemos más tiempo a la asidua
y prolongada adoración de la Eucaristía (cfr. VC, 95). No
falte, pues, el evangélico silencio del corazón y del ambiente que
permita a Dios hablar, y a nosotros comprender su Palabra (cfr.
VC, 38).
Preguntémonos: la
oración comunitaria y litúrgica ¿es de verdad el momento fuerte de
la vida de comunidad? Esta oración ¿pasa y se traduce en vida?
b) No podemos
prescindir de la ascesis, pues “ayuda a dominar y corregir las
tendencias de la naturaleza humana herida por el pecado, es
verdaderamente indispensable a la persona consagrada para permanecer
fiel a la propia vocación y seguir a Jesús por el camino de la Cruz
(cfr. VC, 38).
Escuchando al Santo
Legislador y atraídos por su vida, recurramos al ayuno corporal como
medio eficacísimo, puesto que purifica la mente, sublima los
sentidos somete la carne al espíritu, hace el corazón contrito y
humillado, disipa los fuegos de la concupiscencia, extingue los
ardores de la libídine y enciende la antorcha de la castidad (cfr.
IV R, VII, 29).
Concretamente
ayunemos de la crítica fácil y superficial, de los lamentos
cotidianos, del chismorreo, del demasiado tiempo dedicado al mundo de
la comunicación (cfr. DocF, 1,4 del LXXXVI Cap. Gen.) restando el
debido tiempo reservado a Dios y a los hermanos.
No podemos evitar
pruebas y tentaciones: forman parte del camino de fe. Frente a una
propuesta de fácil seguimiento de Cristo, cómodo, inducido
por una cultura hedonista y egocentrista, respondamos concentrándonos
en la Palabra. Sólo a través de las pruebas y de las tentaciones
nos fortalecemos y preparamos como expertos para anunciar el Reino de
Dios. Esta ha sido la experiencia de Jesús y la de nuestro Padre
San Francisco.
c) En virtud del
cotidiano scandere contendentes (se esfuerzan por ascender) (IV
R, I), esforcémonos en las relaciones internas de la comunidad en
superar actitudes cerradas, malestar, y adoptemos gestos de estima,
confianza, sinceridad, cordialidad; animados por el deseo de bien
en mejor ofrezcámonos gestos de respetuoso diálogo, acogida,
paciente cercanía, convencidos de que cada uno hace lo posible como
servicio al hermano aceptando y compartiendo el peso, la fatiga, la
fragilidad; tengamos como punto de mira la paz, la reconciliación,
el perdón, la comunión fraterna.
Una vez más nos
sale al encuentro la palabra de nuestro Santo Padre: el desierto que
siempre he amado y buscado es el lugar (teológico) donde Dios nos
espera con los brazos abiertos para hablarnos al corazón. Os
aseguro que ante Él, solo y despojado con mis pecados, debilidades,
resistencias he experimentado su bondad gratuita e infinita. Cuanto
más me despojaba de mis seguridades, deseos y proyectos más Él me
llenaba de misericordia, confianza, paz. Cuanto más alargaba el
tiempo de la oración más me enamoraba de Él.
Lo que se desprende
de las palabras de nuestro Padre San Francisco es la centralidad de
Dios: pobre de solemnidad él es testigo de la gratuidad de Dios en
su vida y en la de su familia. Nuestra misión hoy es ésta:
reafirmar el primado del amor de Dios cada día cuando ha entrado el
protagonismo en el corazón de los cristianos y de todos nosotros
consagrados. Se trata del espíritu mundano, dice el Papa, que no
ve más la gracia de Dios como protagonista de la vida y va en busca
de cualquier sucedáneo: un poco de éxito, un consuelo afectivo,
hacer finalmente lo que quiero. Pero la vida consagrada, cuando no
gira más en torno a la gracia de Dios, se repliega en el yo. Pierde
impulso, se acomoda, se estanca. Y sabemos qué sucede: se reclaman
los propios espacios y los propios derechos, uno se deja arrastrar
por habladurías y malicias, se irrita por cada pequeña cosa que no
funciona y se entonan las letanías del lamento –las quejas, “el
padre quejas”, “la hermana quejas”-: sobre los hermanos y las
hermanas, la comunidad, la Iglesia, la sociedad. No se ve más al
Señor en cada cosa, sino solo al mundo con sus dinámicas, y el
corazón se entumece. Así uno se vuelve rutinario y pragmático,
mientras dentro aumentan la tristeza y la desconfianza, que acaban en
resignación. Esto es a lo que lleva la mirada mundana (cfr. Papa
Francisco 01.02.2020).
2 …
“Señor, ¡qué bueno es que estemos aquí!” (Mt 17, 1ss)
¿Cómo podemos
vencer la tentación de la mirada mundana? ¿Cómo testimoniar el
primado de Dios, el primado de la gracia, la gratuidad de la vida
donde lo que cuenta es quien tiene más y donde el hombre no es
reconocido por su dignidad y libertad de criatura imagen y semejanza
de Dios?
¿Cómo ser
testigos significativos en una Iglesia que lucha entre reforma,
conversión y evangelización?
Jesús nos ofrece
la posibilidad de un rostro nuevo.
a) Es necesario
subir con Él al Tabor. Jesús subiendo a Jerusalén se lleva a los
discípulos al monte y se transfigura anticipando la gloria de la
Resurrección. De esta manera les confirma en la fe, y les prepara
para el drama de la Cruz (cfr. VC 15). El encuentro con la Belleza
Divina ha envuelto y transformado enteramente a los apóstoles que
ven ojos y corazón nuevos, dispuestos a renunciar a sí mismos con
tal de permanecer con Jesús: Señor, ¡qué bueno es que estemos
aquí! Todo cristiano está llamado por el Bautismo a vivir esta
experiencia.
El camino cuaresmal
hacia la Pascua es para nosotros camino de conversión, pero más aún
es camino de con-formación a Cristo, como Hijo del Padre: por tanto
nuestra transfiguración, mi transfiguración sólo se realiza
si me dejo modelar por Él (cfr. VC 35), como hijo obediente del
Padre que se ha hecho pobre, humilde por nosotros, por mí.
Bien lo ha
comprendido nuestro Santo Fundador cuando dice: Pensad qué
infinito fue el ardor que descendió del cielo a la tierra (cfr.
Carta LXXXII de la Centuria).
Sinceramente: -
¿tengo, tenemos la preocupación cada día de ‘fijar la mirada’,
el corazón en Dios?;
-¿A qué estamos
dispuesto a renunciar con tal de permanecer con Cristo?;
-Mirando a la vida
cotidiana, los que hemos sido conquistados y consagrados por el más
bello de los hombres (Sal 45, 3), podemos decir: “¡Qué bueno
es estar contigo, ofrecernos a Ti, concentrar exclusivamente nuestra
existencia en Ti!” (cfr. VC 15).
- A la luz del
Tabor probemos a descubrir las actitudes y los comportamientos
disonantes con el estilo proclamado en las Bienaventuranzas.
b) Pero es
determinante la voz del Padre que confirmando a Jesús como su Hijo,
el predilecto, el amado, añade: Escuchadle (Mt 17, 5).
Esta es la llave
para penetrar en el núcleo de nuestra vida consagrada a fin de que
sea significativa. Escuchando la Palabra de Dios encontramos el
lugar en el cual nos ponemos bajo la mirada del Señor, y aprendemos
de Él a mirarnos a nosotros, a los otros y al mundo (cfr.
CONTEMPLAD, 35). La Palabra nos transforma (GE, 156).
Queremos
entrenarnos en este tiempo santo de manera que toda Palabra del Señor
deje mella en nosotros. Tener la mirada fija en Jesús es liberarnos
de nuestras palabras inútiles para poner al centro “La Palabra”
de verdad y de vida, la única Palabra que da sentido a nuestra
existencia y a nuestro actividad (Papa Francisco).
-¿Cuánta
familiaridad tenemos con la Palabra de Dios?
-Detengámonos ya
sea de forma individual que comunitaria a meditar y orar sobre el
texto sagrado: es el mejor modo de escuchar y hablar al corazón de
cuantos encontramos en el Señor.
‘Rostro orante’
se afirma de Francisco: era su realidad de hombre transformado por el
continuo diálogo con Dios que le enviaba entre la gente para
comunicar lo que había contemplado.
Es la experiencia
de los discípulos: después de subir al Monte donde han gozado de la
visión celeste como preparación al Calvario, ahora tienen que
bajar (cfr. VC, 14) a la vida para transformar la contemplación
en acción.
3 … tenemos
hambre y sed de Ti, Señor (Jn 4, 5ss).
Sicar: Jesús llega
al pozo de Jacob, se sienta, y espera sediento a la Samaritana, a los
apóstoles, a cada uno de nosotros para saciar la sed, el hambre,
símbolo de tantos y diversos deseos y aspiraciones que llevamos
dentro.
La samaritana es
una mujer cansada, pero inquieta, que no se da por vencida después
de tantas experiencias humanas ni satisfecha de los bienes
materiales. Será Jesús quien despierte en ella el deseo de su
inquieto corazón invitándola a ir más allá, a no detenerse en el
pozo para saciar la sed corporal, sino a sacar agua de la fuente viva
(cfr. Jer 2, 13), de la fuente de agua que brota para la vida eterna
(Jn 4, 14).
La samaritana, no
obstante haber descubierto en Jesús algo diverso de los demás
judíos, no acepta fácilmente la novedad de su palabra, parece
esperarlo todo de la futura llegada del Mesías (Jn 4, 25). Ante la
revelación: soy yo, el que hablo contigo (Jn 4, 26), la mujer
entonces dejó el cántaro, se fue al pueblo y transmitió el mensaje
a los suyos. Es tiempo de decidir.
-Preguntémonos:
después de tantos años de vida consagrada, ¿Qué llevamos en el
corazón?
-Tenemos tantos
deseos, prejuicios, dudas, miedos inseguridades; no faltan tareas,
actividades, compromisos pastorales, caritativos: corremos el riesgo
de caer en una aridez espiritual. Detengámonos cada día junto al
pozo eucarístico: es nuestra statio orante (cfr. CONTEMPLAD,
3), necesaria, vital para estar en el corazón de la historia.
Repitamos ante el Señor: mi alma tiene sed de Dios (cfr. Sal 41, 3).
-“Estamos llamados
a experimentar y demostrar que Dios es capaz de colmar nuestros
corazones y hacernos felices, sin necesidad de buscar nuestra
felicidad en otro lado” (cfr. Papa Francisco a todos los
consagrados (21 nov. 2014), II, 1.)
Del episodio del
pozo de Sicar hay que subrayar, por un lado la voluntad salvífica de
Dios que se manifiesta en la vida, en la historia de todos los días,
en la debilidad de las personas; por otro lado la cercanía de Jesús
para con la mujer y todo hombre. Siempre es Él que toma la
iniciativa, que entabla el diálogo, prestando atención a la
persona, a las situaciones de la vida, de la historia, a sus
necesidades, a sus preguntas, dejando siempre la libertad de escoger
y decidir.
Podemos imaginar la
satisfacción de tantos que se acercaban a nuestro Santo Fundador
experimentando su acogida y su vida activa, fruto de su intimidad y
contemplación con Dios.
-A la luz del
Evangelio de la Samaritana pensemos en las características de
nuestras relaciones en comunidad, de nuestro estar con los otros, de
nuestro ministerio pastoral. ¿Somos capaces de escuchar, de dialogar
paciente, respetuosa, constructivamente?
-¿Podemos decir que
somos interlocutores acogedores de la búsqueda de Dios que siempre
anhela el corazón del hombre? (cfr. VC, 103).
4 … Señor,
ábrenos los ojos (Jn 9, 1ss).
Esta
petición implica la convicción de ser buscadores de Dios, en
situación de continua conversión al Señor Jesús. En cambio
corremos el peligro de sentirnos satisfechos, como si ya
conociésemos, comprendiésemos todo; de esta manera caemos
lentamente en considerar la conversión como algo ya superado para
nosotros y sólo necesario para los demás. Corremos el peligro de la
aridez y ceguera espiritual, endurecimiento y estrechez de corazón
que nos conduce ‘a juzgar y seleccionar’ a los demás.
¿Cómo podemos ser
Lumen poenitentium si no advertimos cada día la necesidad de
iluminar nuestra oscuridad interior y de abrirnos a la luz, reflejo
del Verbo eterno? (cfr. Jn 1, 4). Es indispensable, pues, que
reconozcamos nuestra ceguera existencial, y por tanto la necesidad de
dejarnos iluminar por la Palabra que se ha hecho carne y que
continuamente nos salva.
Mientras nos
acercamos a la Pascua, cada uno imagine encontrarse subiendo con
Jesús a Jerusalén y toparse con el ciego de nacimiento. Un
encuentro con tantos personajes; cada uno observa e interpreta los
hechos desde su punto de vista. Hay una cierta resistencia a
interrogarse no obstante la evidencia. El mismo ciego, que ha sido
curado por haber acogido la invitación: “Ve a lavarte a la
piscina de Siloé (Jn 9, 7), dudará de ‘ver’ a Jesús, ‘el
Hijo del hombre’. Finalmente después de una larga y dramática
discusión-proceso con los padres y los fariseos, su expulsión de la
sinagoga, ante Jesús que le dice Tú has visto, él responde
Yo creo, Señor. Y se abre para él el camino de la fe: ha acogido en
su vida la Luz de los hombres.
-Frente a la
Palabra (Jn 9, 1-41), me pregunto a mí mismo ¿en cuál de los
personajes me reflejo?
-¿Estoy dispuesto
a ir contracorriente, a afrontar incomprensiones, sufrimientos,
soledad con tal de corresponder al Amor con que Dios me ama?
-No nos falte nunca
la mirada misericordiosa de Dios al hombre que sufre y que nos libre
el Señor de la mirada superficial, inquisidora y rigurosa propia de
los que presumen ‘ver’ y creer.
Tenemos que
recordar que el día de nuestro bautismo nos fue entregado el cirio
encendido y se nos dijo: sois luz en el Señor. Caminad siempre como
hijos de la luz.
El día de nuestra
consagración religiosa, recibiendo el cirio, nos hemos comprometido
a ser en la Iglesia y para los hombres señal luminosa de conversión,
como nuestro Santo Padre y Fundador.
5 … Señor, Tú
nos llamas (Jn 11, 1ss)
Desde el Pozo de
Sicar, pasando por la piscina de Siloé, se llega al sepulcro de
Betania: un camino que todo discípulo debe recorrer para responder a
los grandes interrogantes de la vida, como preámbulo de la fe. Es el
itinerario bautismal-cuaresmal preparatorio para el encuentro con el
Cristo Resucitado.
Al hombre sediento,
hambriento, ciego, Dios ha enviado a su Hijo, como agua, pan, luz
para colmar la necesidad de vida, de infinito que llevamos dentro.
Es la experiencia
dramática de la muerte de Lázaro que nos revela que el hombre de
Nazaret, que ha entrado en nuestra historia, compartiendo todo con
nosotros, hasta la muerte, es la Vida: el que cree en mí, no
morirá para siempre. Esta es la revelación de Jesús a Marta y
María, y confirmada enseguida ‘despertando’ al amigo Lázaro,
que llevaba cuatro días enterrado.
Estamos ante la
muerte…
Jesús llora por el
amigo muerto, se conmueve y se estremece por este misterio que aflige
y angustia al hombre. Él, que es la resurrección y la vida (Jn
11, 25), no se detiene, va al encuentro y supera la muerte
despojándola del veneno mortal. Estamos pues salvados no de la
muerte sino a través de ‘de la muerte’, porque Dios nos ha dado
su vida y nos ha liberado del egoísmo, verdadero mal, que nos
encarcela en nosotros mismos y nos cierra a los demás.
A cada uno de
nosotros, como a Lázaro, Jesús nos llama: sal afuera.
Su voz es una
llamada a progresar constantemente en el bien, a experimentar cada
día al Resucitado.
¿Cómo celebrar la
Pascua si no escuchamos la voz del Señor? Iluminemos nuestro
interior: SALIR es el verbo que la Iglesia pide a todos en este
tiempo y más a nosotros los consagrados.
- ¿Estamos dispuestos a salir de nuestros esquemas, a dudar de nosotros mismos, a compartir con los demás la hermosura de la fe (cfr. ESCRUTAD, 18), a no detenernos sino a caminar con los últimos, a ‘perder’ la vida, a empezar cada día?
- Frecuentemos la Reconciliación sacramental y comunitaria en este tiempo para salir de nuestros cerrados egoísmos, de nuestra mediocridad y de nuestra insensibilidad: comunitarias, sociales, pastorales.
6 … “vamos
también nosotros y muramos con Él” (Jn 11, 7.16).
No sabemos si esta
propuesta de Tomás ha sido fruto de entusiasmo o de convicción. Lo
cierto es que Jesús ya hace tiempo que está subiendo a Jerusalén.
Ha escogido un camino que le conducirá a un recibimiento triunfal de
la multitud, junto a un rechazo siempre más hostil y abierto por
parte del Sanedrín, pasando desde la intimidad con los apóstoles en
el cenáculo hasta la soledad orante con el Padre en el huerto de los
olivos, y desde la condenación de Pilato en el Pretorio, hasta la
crucifixión en el Calvario entre ladrones.
Con la cruz nos
encontramos ante el misterio central de nuestra fe: Jesús se entrega
a nosotros para obedecer al Padre. En la cruz ofrece su corazón
enteramente a Dios y a los hombres.
Si queremos
comprender y vivir este misterio tenemos que seguir el único camino
que nos conducen a los pies del Crucificado: Si alguno quiere
venir en pos de mí, que se niegue a sí mismo, tome su cruz cada día
y me siga (Lc 9, 23).
No hay santidad
sino mirando a Cristo Crucificado, el cual padeció por vosotros,
dejándoos un ejemplo para que sigáis sus huellas (I Pe, 2, 21).
Jesús en cruz es la brújula de la vida, que nos orienta al Cielo
(cfr. Papa Francisco, Homilía, Miércoles de Ceniza 2019). Él nos
enseña el valor de la renuncia, del amor que se pierde, que se
ofrece para que los otros tengan vida.
La Pasión continúa
en la vida de todo discípulo. Así fue para nuestro Santo Padre
Francisco que vivía muy mortificado… Y consigna su testamento a
nosotros sus hijos y devotos: Centrad vuestro pensamiento en la
Pasión de nuestro Señor Jesucristo (cfr. Carta de S. Francisco de
Paula a los Procuradores de Spezzano)… que la preciosa muerte de
Cristo sea hecha vida vuestra, y su dolor vuestra medicina, y sus
fatigas eterno descanso para vosotros (R TOM III, 10).
-Mientras vivimos
los días santos ¿Verifico de verdad si la memoria de la Pasión de
Cristo está presente e incide en mi jornada, en las relaciones
interpersonales, en la actividad pastoral?
-¿Me pregunto si
estoy dispuesto a luchar por liberar mi corazón del egoísmo, de
todo lo que me impide ser don para mis hermanos?
Acojamos la
invitación que la Iglesia nos hace a todos: Venid, adoremos al Amor
Crucificado.
7 …en el mundo
contigo, Señor (cfr .Mt 28, 19-21)
¿Quién sostendrá
a los apóstoles a superar el gran silencio del Sábado Santo y
aceptar a continuación el camino de la cruz? Será el mismo Jesús,
el Crucificado Resucitado por el don del Espíritu a constituir a los
apóstoles y a todos nosotros anunciadores del perdón y de la
misericordia del Padre.
Queridos hermanos,
Antes de terminar
esta carta, permitidme dirigir una pregunta a nuestro Padre San
Francisco:
Deseo saber cómo
transcurrías el día de Pascua. Conocemos cómo vivías el período
cuaresmal por todo lo que has prescrito en la Regla para tu familia.
Conocemos los sufrimientos de la última semana santa durante la que
te has preparado para el éxodo final de esta tierra. La Eucaristía
y el abrazo a los hermanos han marcado el Jueves Santo. Mientras que
el día siguiente no has cesado de fijar la mirada en el rostro de
Cristo Crucificado, tu único amor. Le has invocado consciente de ser
miserabilísimo pecador, abandonándote a Él.
Pienso que quedará
una pregunta abierta a la que cada uno responderá imaginando a
nuestro Fundador Francisco en medio de sus frailes festejando y
compartiendo la mesa eucarística y el ágape gozoso de la
fraternidad.
≥ A
ellos y a nosotros diría:
Aquel fue
para mí el Viernes verdaderamente Santo: he entrado a celebrar la
Pascua eterna, a la que me he preparado y que vivía a través del
camino cuaresmal.
Os exhorta a vivir
siguiendo al Señor: donde está Él es fiesta, ¡siempre es Pascua!
Enhorabuena.
Roma, Convento de
S. Francisco de Paula ai Monti,
26 de febrero de
2020, Miércoles de Ceniza, inicio de la Cuaresma
P. Gregorio
Colatorti
Corrector
General
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