4/3/20

CARTA DE CUARESMA DEL CORRECTOR GENERAL DE LA FAMILIA MÍNIMA

CURIA GENERAL DE LA ORDEN DE LOS MINIMOS
Piazza San Francesco di Paola, 10
00184 ROMA


CARTA DEL P. GENERAL, P. GREGORIO COLATORTI,
A TODA LA FAMILIA MÍNIMA: FRAILES, MONJAS Y TERCIARIOS.
Queridos hermanos,
Si debemos hablar de la santidad de nuestro Fundador Francisco de Paula en este año conmemorativo de su canonización, con mayor razón debemos dejarnos guiar iluminados por su palabra y por su ejemplo en este especial tiempo litúrgico de Cuaresma que caracteriza nuestra identidad y misión.
Estoy convencido de que nuestro Santo Padre reuniese a los frailes al empezar la Cuaresma, como también solía hacerlo en otras circunstancias, exhortándoles a vivir los cuarenta días verificando y afianzando la fe en Jesús, el Señor, y a abrazar el proyecto propuesto por él en la Regla que nosotros hemos aceptado.
Francisco sabe bien que la Cuaresma es camino que conduce a la Pascua; un tiempo de gracia y de conversión que Dios nos concede para que podamos llenarnos de vida nueva y proveer a nuestras reservas espirituales para mantener y vigorizar la existencia en el tiempo ordinario.
Como buen conocedor del corazón del hombre y experto formador de conciencias, Francisco establece puntos firmes en los que apoya su vida y el proyecto carismático penitencial de su familia.
Atraído desde pequeño por el Dios-Amor, se dedica enteramente a Él, a cuya luz va descubriendo la naturaleza humana: frágil, pobre y débil.
Este conocimiento le acompañará toda la vida; será la fuerza que le llevará a buscar sin cesar, a través de los medios más adecuado, según el estilo cuaresmal, el amor que salva y redime: Jesucristo.
La mayor penitencia de Francisco de Paula solo tiene su explicación desde lo Alto: ¿Cómo puedo seguir a Jesucristo, mi Señor, que ha conquistado mi corazón? La respuesta está en el Evangelio: ven en pos de mí, toma tu cruz y sígueme, es decir, sigue mis huellas, voy a Jerusalén para morir y resucitar (cfr. Lc 9, 23).
Por tanto el largo camino cuaresmal está orientado y tiene su meta en la celebración de la Pascua, última y definitiva: ésta es la meta y el objetivo de Francisco, de sus hijos, devotos, y de todos los cristianos.
Pero creo que nuestro Santo Padre tendría mucho interés ayer y hoy porque su familia estuviera impulsada y animada por el quadragesimalis vitae zelo et maioris poenitentiae intuito migrare cupientes (amor a la vida cuaresmal y con el propósito de hacer mayor penitencia) (IV R, II, 2), en el camino de la santidad.
La Cuaresma para nosotros Mínimos tiene una incidencia mayor: no somos diversos, pero en virtud del carisma estamos llamados a intensificar más el triple programa: oración, ascesis-ayuno, caridad que la Iglesia prescribe para todos los bautizados en este santo tiempo.
Por eso, siguiendo el itinerario propuesto por la liturgia, entremos en el desierto cuaresmal, fijando los ojos y el corazón en el Cristo Crucificado (III R, I). Si es necesaria esta ‘fuerte’ experiencia para el cristiano, más necesaria lo es aún para nosotros Mínimos.
En virtud del don carismático frecuentemos en este tiempo la singular palestra espiritual Mínima para entrenar la mente, el corazón, el cuerpo, y para ser hombres que encarnan y anuncian el evangélico convertíos y creed en el Evangelio (Mc 1, 15; Mt 4, 17).


1 ... Señor, contigo en el desierto (Mt 4,1ss)
¿Qué nos diría nuestro Santo Padre?
≥ No demoréis: el Espíritu que ha conducido a Jesús al desierto, me ha conducido también a mí, no sólo durante los primeros años de la soledad en Paula, sino también seguidamente por donde he pasado. El mismo Espíritu lleva a cada uno de vosotros en este período cuaresmal a intensificar con mayor vigor el empeño de asimilar los sentimientos de Cristo pobre y penitente que sube al Calvario, muere y resucita para darnos su vida. Si deseáis permanecer con El, si lleváis en el corazón la pasión por Él, empeñad todo vuestro ser: pensamientos, sentimientos, afectos, gustos, intereses, deseos a fin de que sean iluminados y animados por el unum est necessarium (cfr. Lc 10, 42).
Para conquistar la parte mejor (cfr. Lc 10, 42) no podemos prescindir del desierto cuaresmal: es el camino de la fe que nace en el bautismo, pero es también combate permanente (GE 158). El mismo Jesús después de la investidura oficial “Este es el Hijo amado”, recibida en el Bautismo del Jordán, está sometido a la gran tentación de Satanás que le ofrece el mesianismo horizontal, el del placer, el poder, la gloria, frente al mesianismo del servicio, del amor, del don de la vida en la Cruz.
Por eso, llevados y sostenidos por el Espíritu, siguiendo a nuestro Santo Fundador, actualicemos el desierto que nos abre el corazón a Dios y a los hermanos y que evidencia nuestro progreso espiritual: no hay santidad sin renuncia y sin ascesis, llena de oración y caridad (cfr. CEC 2015, 2342).
Observemos nuestra vida entrando en nosotros mismos; penetremos de verdad y con sinceridad en lo profundo de nuestro yo para purificarlo y liberarlo del virus egoísta, del mal que no cesa de infectar el corazón, reduciéndolo como a tierra árida (cfr. Ef 4, 15); preguntémonos si somos coherentes en cuanto seguidores del Señor.
a) Remarquemos el punto central del principio y fundamento a toda nuestra vida: nuestra relación con el misterio de Dios-Amor, centro de la vida y fuente continua de toda iniciativa (cfr. CONTEMPLAD, 6); preguntémonos sinceramente si testimoniamos que "Dios existe, que es real, que es viviente, que es personal, que es providente, que es infinitamente bueno; nuestro creador, nuestra verdad, nuestra felicidad”(cfr. CONTEMPLAD, 4); no podemos prescindir de la oración personal y comunitaria: cultivemos con regularidad y fidelidad la experiencia cotidiana de Dios sin prisas ni pausas; dignifiquemos la oración especialmente con la Lectio Divina (Lectura Orante), pues es la que nos puede conducir a dejarnos amar por Dios y a abrir recíprocamente el corazón a todos los hermanos. Actualicémosla y hagámosla familiar con el ejercicio, moviendo la voluntad a escuchar y el corazón a la obediencia; reservemos más tiempo a la asidua y prolongada adoración de la Eucaristía (cfr. VC, 95). No falte, pues, el evangélico silencio del corazón y del ambiente que permita a Dios hablar, y a nosotros comprender su Palabra (cfr. VC, 38).
Preguntémonos: la oración comunitaria y litúrgica ¿es de verdad el momento fuerte de la vida de comunidad? Esta oración ¿pasa y se traduce en vida?
b) No podemos prescindir de la ascesis, pues “ayuda a dominar y corregir las tendencias de la naturaleza humana herida por el pecado, es verdaderamente indispensable a la persona consagrada para permanecer fiel a la propia vocación y seguir a Jesús por el camino de la Cruz (cfr. VC, 38).
Escuchando al Santo Legislador y atraídos por su vida, recurramos al ayuno corporal como medio eficacísimo, puesto que purifica la mente, sublima los sentidos somete la carne al espíritu, hace el corazón contrito y humillado, disipa los fuegos de la concupiscencia, extingue los ardores de la libídine y enciende la antorcha de la castidad (cfr. IV R, VII, 29).
Concretamente ayunemos de la crítica fácil y superficial, de los lamentos cotidianos, del chismorreo, del demasiado tiempo dedicado al mundo de la comunicación (cfr. DocF, 1,4 del LXXXVI Cap. Gen.) restando el debido tiempo reservado a Dios y a los hermanos.
No podemos evitar pruebas y tentaciones: forman parte del camino de fe. Frente a una propuesta de fácil seguimiento de Cristo, cómodo, inducido por una cultura hedonista y egocentrista, respondamos concentrándonos en la Palabra. Sólo a través de las pruebas y de las tentaciones nos fortalecemos y preparamos como expertos para anunciar el Reino de Dios. Esta ha sido la experiencia de Jesús y la de nuestro Padre San Francisco.
c) En virtud del cotidiano scandere contendentes (se esfuerzan por ascender) (IV R, I), esforcémonos en las relaciones internas de la comunidad en superar actitudes cerradas, malestar, y adoptemos gestos de estima, confianza, sinceridad, cordialidad; animados por el deseo de bien en mejor ofrezcámonos gestos de respetuoso diálogo, acogida, paciente cercanía, convencidos de que cada uno hace lo posible como servicio al hermano aceptando y compartiendo el peso, la fatiga, la fragilidad; tengamos como punto de mira la paz, la reconciliación, el perdón, la comunión fraterna.
Una vez más nos sale al encuentro la palabra de nuestro Santo Padre: el desierto que siempre he amado y buscado es el lugar (teológico) donde Dios nos espera con los brazos abiertos para hablarnos al corazón. Os aseguro que ante Él, solo y despojado con mis pecados, debilidades, resistencias he experimentado su bondad gratuita e infinita. Cuanto más me despojaba de mis seguridades, deseos y proyectos más Él me llenaba de misericordia, confianza, paz. Cuanto más alargaba el tiempo de la oración más me enamoraba de Él.
Lo que se desprende de las palabras de nuestro Padre San Francisco es la centralidad de Dios: pobre de solemnidad él es testigo de la gratuidad de Dios en su vida y en la de su familia. Nuestra misión hoy es ésta: reafirmar el primado del amor de Dios cada día cuando ha entrado el protagonismo en el corazón de los cristianos y de todos nosotros consagrados. Se trata del espíritu mundano, dice el Papa, que no ve más la gracia de Dios como protagonista de la vida y va en busca de cualquier sucedáneo: un poco de éxito, un consuelo afectivo, hacer finalmente lo que quiero. Pero la vida consagrada, cuando no gira más en torno a la gracia de Dios, se repliega en el yo. Pierde impulso, se acomoda, se estanca. Y sabemos qué sucede: se reclaman los propios espacios y los propios derechos, uno se deja arrastrar por habladurías y malicias, se irrita por cada pequeña cosa que no funciona y se entonan las letanías del lamento –las quejas, “el padre quejas”, “la hermana quejas”-: sobre los hermanos y las hermanas, la comunidad, la Iglesia, la sociedad. No se ve más al Señor en cada cosa, sino solo al mundo con sus dinámicas, y el corazón se entumece. Así uno se vuelve rutinario y pragmático, mientras dentro aumentan la tristeza y la desconfianza, que acaban en resignación. Esto es a lo que lleva la mirada mundana (cfr. Papa Francisco 01.02.2020).
2 … “Señor, ¡qué bueno es que estemos aquí!” (Mt 17, 1ss)
¿Cómo podemos vencer la tentación de la mirada mundana? ¿Cómo testimoniar el primado de Dios, el primado de la gracia, la gratuidad de la vida donde lo que cuenta es quien tiene más y donde el hombre no es reconocido por su dignidad y libertad de criatura imagen y semejanza de Dios?
¿Cómo ser testigos significativos en una Iglesia que lucha entre reforma, conversión y evangelización?
Jesús nos ofrece la posibilidad de un rostro nuevo.
a) Es necesario subir con Él al Tabor. Jesús subiendo a Jerusalén se lleva a los discípulos al monte y se transfigura anticipando la gloria de la Resurrección. De esta manera les confirma en la fe, y les prepara para el drama de la Cruz (cfr. VC 15). El encuentro con la Belleza Divina ha envuelto y transformado enteramente a los apóstoles que ven ojos y corazón nuevos, dispuestos a renunciar a sí mismos con tal de permanecer con Jesús: Señor, ¡qué bueno es que estemos aquí! Todo cristiano está llamado por el Bautismo a vivir esta experiencia.
El camino cuaresmal hacia la Pascua es para nosotros camino de conversión, pero más aún es camino de con-formación a Cristo, como Hijo del Padre: por tanto nuestra transfiguración, mi transfiguración sólo se realiza si me dejo modelar por Él (cfr. VC 35), como hijo obediente del Padre que se ha hecho pobre, humilde por nosotros, por mí.
Bien lo ha comprendido nuestro Santo Fundador cuando dice: Pensad qué infinito fue el ardor que descendió del cielo a la tierra (cfr. Carta LXXXII de la Centuria).
Sinceramente: - ¿tengo, tenemos la preocupación cada día de ‘fijar la mirada’, el corazón en Dios?;
-¿A qué estamos dispuesto a renunciar con tal de permanecer con Cristo?;
-Mirando a la vida cotidiana, los que hemos sido conquistados y consagrados por el más bello de los hombres (Sal 45, 3), podemos decir: “¡Qué bueno es estar contigo, ofrecernos a Ti, concentrar exclusivamente nuestra existencia en Ti!” (cfr. VC 15).
- A la luz del Tabor probemos a descubrir las actitudes y los comportamientos disonantes con el estilo proclamado en las Bienaventuranzas.
b) Pero es determinante la voz del Padre que confirmando a Jesús como su Hijo, el predilecto, el amado, añade: Escuchadle (Mt 17, 5).
Esta es la llave para penetrar en el núcleo de nuestra vida consagrada a fin de que sea significativa. Escuchando la Palabra de Dios encontramos el lugar en el cual nos ponemos bajo la mirada del Señor, y aprendemos de Él a mirarnos a nosotros, a los otros y al mundo (cfr. CONTEMPLAD, 35). La Palabra nos transforma (GE, 156).
Queremos entrenarnos en este tiempo santo de manera que toda Palabra del Señor deje mella en nosotros. Tener la mirada fija en Jesús es liberarnos de nuestras palabras inútiles para poner al centro “La Palabra” de verdad y de vida, la única Palabra que da sentido a nuestra existencia y a nuestro actividad (Papa Francisco).
-¿Cuánta familiaridad tenemos con la Palabra de Dios?
-Detengámonos ya sea de forma individual que comunitaria a meditar y orar sobre el texto sagrado: es el mejor modo de escuchar y hablar al corazón de cuantos encontramos en el Señor.
‘Rostro orante’ se afirma de Francisco: era su realidad de hombre transformado por el continuo diálogo con Dios que le enviaba entre la gente para comunicar lo que había contemplado.
Es la experiencia de los discípulos: después de subir al Monte donde han gozado de la visión celeste como preparación al Calvario, ahora tienen que bajar (cfr. VC, 14) a la vida para transformar la contemplación en acción.
3 … tenemos hambre y sed de Ti, Señor (Jn 4, 5ss).
Sicar: Jesús llega al pozo de Jacob, se sienta, y espera sediento a la Samaritana, a los apóstoles, a cada uno de nosotros para saciar la sed, el hambre, símbolo de tantos y diversos deseos y aspiraciones que llevamos dentro.
La samaritana es una mujer cansada, pero inquieta, que no se da por vencida después de tantas experiencias humanas ni satisfecha de los bienes materiales. Será Jesús quien despierte en ella el deseo de su inquieto corazón invitándola a ir más allá, a no detenerse en el pozo para saciar la sed corporal, sino a sacar agua de la fuente viva (cfr. Jer 2, 13), de la fuente de agua que brota para la vida eterna (Jn 4, 14).
La samaritana, no obstante haber descubierto en Jesús algo diverso de los demás judíos, no acepta fácilmente la novedad de su palabra, parece esperarlo todo de la futura llegada del Mesías (Jn 4, 25). Ante la revelación: soy yo, el que hablo contigo (Jn 4, 26), la mujer entonces dejó el cántaro, se fue al pueblo y transmitió el mensaje a los suyos. Es tiempo de decidir.
-Preguntémonos: después de tantos años de vida consagrada, ¿Qué llevamos en el corazón?
-Tenemos tantos deseos, prejuicios, dudas, miedos inseguridades; no faltan tareas, actividades, compromisos pastorales, caritativos: corremos el riesgo de caer en una aridez espiritual. Detengámonos cada día junto al pozo eucarístico: es nuestra statio orante (cfr. CONTEMPLAD, 3), necesaria, vital para estar en el corazón de la historia. Repitamos ante el Señor: mi alma tiene sed de Dios (cfr. Sal 41, 3).
-“Estamos llamados a experimentar y demostrar que Dios es capaz de colmar nuestros corazones y hacernos felices, sin necesidad de buscar nuestra felicidad en otro lado” (cfr. Papa Francisco a todos los consagrados (21 nov. 2014), II, 1.)
Del episodio del pozo de Sicar hay que subrayar, por un lado la voluntad salvífica de Dios que se manifiesta en la vida, en la historia de todos los días, en la debilidad de las personas; por otro lado la cercanía de Jesús para con la mujer y todo hombre. Siempre es Él que toma la iniciativa, que entabla el diálogo, prestando atención a la persona, a las situaciones de la vida, de la historia, a sus necesidades, a sus preguntas, dejando siempre la libertad de escoger y decidir.
Podemos imaginar la satisfacción de tantos que se acercaban a nuestro Santo Fundador experimentando su acogida y su vida activa, fruto de su intimidad y contemplación con Dios.
-A la luz del Evangelio de la Samaritana pensemos en las características de nuestras relaciones en comunidad, de nuestro estar con los otros, de nuestro ministerio pastoral. ¿Somos capaces de escuchar, de dialogar paciente, respetuosa, constructivamente?
-¿Podemos decir que somos interlocutores acogedores de la búsqueda de Dios que siempre anhela el corazón del hombre? (cfr. VC, 103).
4 … Señor, ábrenos los ojos (Jn 9, 1ss).
Esta petición implica la convicción de ser buscadores de Dios, en situación de continua conversión al Señor Jesús. En cambio corremos el peligro de sentirnos satisfechos, como si ya conociésemos, comprendiésemos todo; de esta manera caemos lentamente en considerar la conversión como algo ya superado para nosotros y sólo necesario para los demás. Corremos el peligro de la aridez y ceguera espiritual, endurecimiento y estrechez de corazón que nos conduce ‘a juzgar y seleccionar’ a los demás.
¿Cómo podemos ser Lumen poenitentium si no advertimos cada día la necesidad de iluminar nuestra oscuridad interior y de abrirnos a la luz, reflejo del Verbo eterno? (cfr. Jn 1, 4). Es indispensable, pues, que reconozcamos nuestra ceguera existencial, y por tanto la necesidad de dejarnos iluminar por la Palabra que se ha hecho carne y que continuamente nos salva.
Mientras nos acercamos a la Pascua, cada uno imagine encontrarse subiendo con Jesús a Jerusalén y toparse con el ciego de nacimiento. Un encuentro con tantos personajes; cada uno observa e interpreta los hechos desde su punto de vista. Hay una cierta resistencia a interrogarse no obstante la evidencia. El mismo ciego, que ha sido curado por haber acogido la invitación: “Ve a lavarte a la piscina de Siloé (Jn 9, 7), dudará de ‘ver’ a Jesús, ‘el Hijo del hombre’. Finalmente después de una larga y dramática discusión-proceso con los padres y los fariseos, su expulsión de la sinagoga, ante Jesús que le dice Tú has visto, él responde Yo creo, Señor. Y se abre para él el camino de la fe: ha acogido en su vida la Luz de los hombres.
-Frente a la Palabra (Jn 9, 1-41), me pregunto a mí mismo ¿en cuál de los personajes me reflejo?
-¿Estoy dispuesto a ir contracorriente, a afrontar incomprensiones, sufrimientos, soledad con tal de corresponder al Amor con que Dios me ama?
-No nos falte nunca la mirada misericordiosa de Dios al hombre que sufre y que nos libre el Señor de la mirada superficial, inquisidora y rigurosa propia de los que presumen ‘ver’ y creer.
Tenemos que recordar que el día de nuestro bautismo nos fue entregado el cirio encendido y se nos dijo: sois luz en el Señor. Caminad siempre como hijos de la luz.
El día de nuestra consagración religiosa, recibiendo el cirio, nos hemos comprometido a ser en la Iglesia y para los hombres señal luminosa de conversión, como nuestro Santo Padre y Fundador.
5 … Señor, Tú nos llamas (Jn 11, 1ss)
Desde el Pozo de Sicar, pasando por la piscina de Siloé, se llega al sepulcro de Betania: un camino que todo discípulo debe recorrer para responder a los grandes interrogantes de la vida, como preámbulo de la fe. Es el itinerario bautismal-cuaresmal preparatorio para el encuentro con el Cristo Resucitado.
Al hombre sediento, hambriento, ciego, Dios ha enviado a su Hijo, como agua, pan, luz para colmar la necesidad de vida, de infinito que llevamos dentro.
Es la experiencia dramática de la muerte de Lázaro que nos revela que el hombre de Nazaret, que ha entrado en nuestra historia, compartiendo todo con nosotros, hasta la muerte, es la Vida: el que cree en mí, no morirá para siempre. Esta es la revelación de Jesús a Marta y María, y confirmada enseguida ‘despertando’ al amigo Lázaro, que llevaba cuatro días enterrado.
Estamos ante la muerte…
Jesús llora por el amigo muerto, se conmueve y se estremece por este misterio que aflige y angustia al hombre. Él, que es la resurrección y la vida (Jn 11, 25), no se detiene, va al encuentro y supera la muerte despojándola del veneno mortal. Estamos pues salvados no de la muerte sino a través de ‘de la muerte’, porque Dios nos ha dado su vida y nos ha liberado del egoísmo, verdadero mal, que nos encarcela en nosotros mismos y nos cierra a los demás.
A cada uno de nosotros, como a Lázaro, Jesús nos llama: sal afuera.
Su voz es una llamada a progresar constantemente en el bien, a experimentar cada día al Resucitado.
¿Cómo celebrar la Pascua si no escuchamos la voz del Señor? Iluminemos nuestro interior: SALIR es el verbo que la Iglesia pide a todos en este tiempo y más a nosotros los consagrados.
  • ¿Estamos dispuestos a salir de nuestros esquemas, a dudar de nosotros mismos, a compartir con los demás la hermosura de la fe (cfr. ESCRUTAD, 18), a no detenernos sino a caminar con los últimos, a ‘perder’ la vida, a empezar cada día?
  • Frecuentemos la Reconciliación sacramental y comunitaria en este tiempo para salir de nuestros cerrados egoísmos, de nuestra mediocridad y de nuestra insensibilidad: comunitarias, sociales, pastorales.
6 … “vamos también nosotros y muramos con Él” (Jn 11, 7.16).
No sabemos si esta propuesta de Tomás ha sido fruto de entusiasmo o de convicción. Lo cierto es que Jesús ya hace tiempo que está subiendo a Jerusalén. Ha escogido un camino que le conducirá a un recibimiento triunfal de la multitud, junto a un rechazo siempre más hostil y abierto por parte del Sanedrín, pasando desde la intimidad con los apóstoles en el cenáculo hasta la soledad orante con el Padre en el huerto de los olivos, y desde la condenación de Pilato en el Pretorio, hasta la crucifixión en el Calvario entre ladrones.
Con la cruz nos encontramos ante el misterio central de nuestra fe: Jesús se entrega a nosotros para obedecer al Padre. En la cruz ofrece su corazón enteramente a Dios y a los hombres.
Si queremos comprender y vivir este misterio tenemos que seguir el único camino que nos conducen a los pies del Crucificado: Si alguno quiere venir en pos de mí, que se niegue a sí mismo, tome su cruz cada día y me siga (Lc 9, 23).
No hay santidad sino mirando a Cristo Crucificado, el cual padeció por vosotros, dejándoos un ejemplo para que sigáis sus huellas (I Pe, 2, 21). Jesús en cruz es la brújula de la vida, que nos orienta al Cielo (cfr. Papa Francisco, Homilía, Miércoles de Ceniza 2019). Él nos enseña el valor de la renuncia, del amor que se pierde, que se ofrece para que los otros tengan vida.
La Pasión continúa en la vida de todo discípulo. Así fue para nuestro Santo Padre Francisco que vivía muy mortificado… Y consigna su testamento a nosotros sus hijos y devotos: Centrad vuestro pensamiento en la Pasión de nuestro Señor Jesucristo (cfr. Carta de S. Francisco de Paula a los Procuradores de Spezzano)… que la preciosa muerte de Cristo sea hecha vida vuestra, y su dolor vuestra medicina, y sus fatigas eterno descanso para vosotros (R TOM III, 10).
-Mientras vivimos los días santos ¿Verifico de verdad si la memoria de la Pasión de Cristo está presente e incide en mi jornada, en las relaciones interpersonales, en la actividad pastoral?
-¿Me pregunto si estoy dispuesto a luchar por liberar mi corazón del egoísmo, de todo lo que me impide ser don para mis hermanos?
Acojamos la invitación que la Iglesia nos hace a todos: Venid, adoremos al Amor Crucificado.
7 …en el mundo contigo, Señor (cfr .Mt 28, 19-21)
¿Quién sostendrá a los apóstoles a superar el gran silencio del Sábado Santo y aceptar a continuación el camino de la cruz? Será el mismo Jesús, el Crucificado Resucitado por el don del Espíritu a constituir a los apóstoles y a todos nosotros anunciadores del perdón y de la misericordia del Padre.
Queridos hermanos,
Antes de terminar esta carta, permitidme dirigir una pregunta a nuestro Padre San Francisco:
Deseo saber cómo transcurrías el día de Pascua. Conocemos cómo vivías el período cuaresmal por todo lo que has prescrito en la Regla para tu familia. Conocemos los sufrimientos de la última semana santa durante la que te has preparado para el éxodo final de esta tierra. La Eucaristía y el abrazo a los hermanos han marcado el Jueves Santo. Mientras que el día siguiente no has cesado de fijar la mirada en el rostro de Cristo Crucificado, tu único amor. Le has invocado consciente de ser miserabilísimo pecador, abandonándote a Él.
Pienso que quedará una pregunta abierta a la que cada uno responderá imaginando a nuestro Fundador Francisco en medio de sus frailes festejando y compartiendo la mesa eucarística y el ágape gozoso de la fraternidad.
≥ A ellos y a nosotros diría:
Aquel fue para mí el Viernes verdaderamente Santo: he entrado a celebrar la Pascua eterna, a la que me he preparado y que vivía a través del camino cuaresmal.
Os exhorta a vivir siguiendo al Señor: donde está Él es fiesta, ¡siempre es Pascua! Enhorabuena.


Roma, Convento de S. Francisco de Paula ai Monti,
26 de febrero de 2020, Miércoles de Ceniza, inicio de la Cuaresma


P. Gregorio Colatorti

      Corrector General



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