28/9/16

PERSONALIDAD DE SAN FRANCISCO DE PAULA


Sería ciertamente un error reducir nuestro conocimiento de San Francisco a la sola dimensión de su santidad. Por eso es necesario valorar su peso humano, los rasgos típicos de su personalidad humana, que aunque procediera -como hemos subrayado- de un estrato social agrícola, ha sido fuerte, rica de cualidades verdaderamente extraordinarias, tanto para organizar, dirigir y gobernar, como de ingenio moral. Todo esto es una realidad excepcional, si tenemos en cuenta su posible carencia de formación literaria, pues entre los historiadores no hay unanimidad sobre si Francisco siendo niño recibió algún tipo de formación cultural. La imagen que de él nos ofrece el enviado de Paulo II, que lo llama campesino y rústico, nos llevaría a pensar que no tenía instrucción alguna; según algunos tal vez no supiera leer ni escribir. En los Procesos hay quien dice que era un iletrado, otros, en cambio, dan a entender que tuviera una cierta cultura, cuando menos que sabía leer y escribir. De hecho algunos testigos cuentan que explicaba la Escritura a la gente, citando incluso algunas frases en latín, e incluso otros dicen que escribió algunas cartas.
           
En resumen, se puede decir que Francisco sabía leer y escribir, aunque no se pueda afirmar que era un letrado, en sentido técnico; y si no era un hombre iniciado en ciencias sagradas ni profanas, sin embargo tenía un conocimiento de la Biblia aceptable, que le permitía poder dirigirse al pueblo haciendo reflexiones muy pertinentes.
           
La inteligencia de que gozaba, junto con una instrucción al menos elemental, le facilitó saberse adaptar a las más diversas situaciones de la vida, acertando a moverse con sabiduría, prudencia y discreción, como quien hubiera vivido siempre en medio de las más dispares situaciones que continuamente se presentan. De esas situaciones él supo extraer el significado más profundo y oculto. A este respecto es oportuno resaltar la observación llena de maravilla del cronista francés De Commines, cuando Francisco pasó por la corte del rey de Nápoles: Fue acogido y honrado por el rey de Nápoles y sus hijos como un gran legado pontificio, y él les habló como un hombre que hubiera sido educado en la corte. O sea que aquel eremita campesino y rústico se movía por la corte con la naturalidad propia de aquel ambiente y de aquel estilo de vida. Este detalle manifiesta su capacidad para adaptarse y su gran inteligencia, propias de gente con personalidad.
            
Además él se manifiesta como un hombre de gran equilibrio, rico de sentimientos, abierto como pocos a la novedad de la vida, que entrevé con inteligencia y previsión. Controla sus sentimientos y es dueño de la situación, sabiendo aceptar y encauzar los acontecimientos con suma prudencia, orientándolos hacia objetivos muy concretos. Como es propio de personalidades recias, supo dirigir todos los acontecimientos de su vida hacia los objetivos que pretendía, sin dejar nunca de perseguirlos hasta lograr alcanzarlos.
            
Pero la característica más grande de su personalidad fue la caridad, o su comportamiento de amor, capaz de originar y difundir vida a su alrededor. Su vida, analizada con los ojos de la moderna psicología, nos ofrece la imagen de un hombre que posee en plenitud el arte de amar, dando pruebas concretas de un comportamiento “cristiano” en el que el amor -en su madurez-, implica fe, humildad, actividad, coraje.
            
Analizaremos ahora los rasgos típicos de esta personalidad.
            
San Francisco es fundamentalmente un optimista, porque siempre apuesta por la esperanza y el bien, confiando en la bondad natural del hombre y en su capacidad de cambiar. Todo lo que dice a los frailes y a cuantos se encontraban con él era para animar e infundir serenidad y paz; esto dependía no sólo de la caridad de un hombre de iglesia, sino incluso de su temperamento, pues veía a las personas siempre desde el bien que había en ellas. La alegría que la gente se lleva tras un encuentro con él, es sin duda fruto de su gran santidad, pero también como fruto de la positividad, con la que él miraba las cosas. Era optimismo el no arredrarse ante las dificultades, el hablar infundiendo confianza y abierto siempre a la esperanza. La referencia constante a la fe en Dios manifestaba no sólo su santidad, sino que era prueba de su modo natural de ver las cosas, nota característica de la sabiduría popular de los campesinos, confiando siempre en encontrar -con la ayuda de Dios-, solución a cualquier problema.
            
De su optimismo nacía espontánea su gran humanidad. Las fuentes históricas denominan el modo como se relacionaba con los demás con el adjetivo humanus y con el sustantivo humanitas. Y todos subrayan que esta humanidad contrastaba con la austeridad de su vida personal. Él manifestó este lado de su temperamento especialmente en el modo de acoger a la gente, que, numerosa, acudía a visitarlo, dondequiera que estuviera. Esto denota la gran disponibilidad manifestada por el Eremita para recibirlos, para escuchar sus problemas, en el dar una palabra de aliento, en el hacer -si era el caso- un milagro. En la unidad armónica de su personalidad él junta su sencillez de vida, la humildad y la austeridad con su capacidad de abrirse al otro, como gesto de amor. Él vivió concretamente -por encima de cualquier teoría-, los valores que la psicología moderna considera como premisas y cualidades indispensables para el amor, o sea, la humildad y la sencillez de vida.
            
Y a pesar de haber elegido la vida eremítica, él sabe cultivar relaciones de amistad, más allá de la habitual bondad manifestada hacia todos. Dentro del mundo laboral al que pertenece, él se mueve con total naturalidad y a todos los que viven en ese ambiente los trata con mucha familiaridad. Sabe ser afable con todos, consolando a unos, animando a otros, invitando a cambiar de conducta a otros. Valora la cara agradable de los afectos humanos y el aspecto gozoso de la vida. Por eso se le ve pasear en una conversación amistosa con amigos y con su madre, llama a las personas con diminutivos cariñosos; a veces usa una fina ironía y se muestra sonriente, gozando por ejemplo por la alegría que manifiesta una persona que ha quedado curada por su intercesión.
            
Se muestra generoso, disponible, servicial desde el año votivo vivido en San Marcos Argentano, sirviendo humildemente al Señor y a los frailes del convento, a través de los oficios más humildes del convento. Y ya de adulto, con sus frailes, salía al encuentro de las necesidades de cada uno. Era benigno y servicial con todos, tanto con los seglares como con sus mismos religiosos. Son afirmaciones que sus contemporáneos encarecen aduciendo ejemplos de generosidad, de disponibilidad y de servicio, tomados todos de la vida diaria, que revela el ambiente sencillo en el que Francisco se había educado y vivido, y que está a la base de su humildad y su penitencia: por la noche cerraba las puertas del convento, servía a los frailes en la mesa, se ocupaba de que en la iglesia, altares y sacristía, todo estuviera en orden, lavaba la ropa a los religiosos e incluso a los novicios.
            
También era un hombre decidido, con autoridad, enérgico y coherente. Son rasgos propios de una fuerte personalidad. Francisco era un hombre macizo, que nunca admitió componendas. Siempre leal en todas sus cosas, nunca se plegó ante posibles alicientes que la vida le ofreciera. Los reiterados intentos de corrupción por parte de los reyes de Nápoles y de Francia, que querían poner a prueba su catadura moral, son el mejor ejemplo. La sinceridad de Francisco prevalece ante sus oscuras maniobras y le ayuda a afrontarlas con respeto -ciertamente-, pero con gran decisión. Al rey de Nápoles manda una severa advertencia, con la amenaza de un castigo por parte de Dios; al rey de Francia hace saber que es mejor que restituya las cosas de otros, que intentar corromperle con dinero y objetos de valor. Ante el bien Francisco no se para, cueste lo que cueste. No se amilana ante la autoridad de los hombres, incluso la de los hombres de Iglesia; no se deja enternecer por las súplicas afectuosas de los que están cerca y no cede ante las protestas de quien está bajo su autoridad. La verdad y el bien son bienes sublimes, por eso él no se doblega. De este modo demuestra una fuerza extraordinaria, que cultivó desde su juventud, desde el momento en que tuvo que tomar decisiones audaces, como fue elegir la vida eremítica.
            
Francisco demuestra además energía al saber afrontar los imprevistos de la vida y en el saber arriesgar: ténganse en cuenta los diferentes viajes realizados en Calabria y en Sicilia, y sobre todo el que hizo a Francia, que dio un giro total a su vida; y fue así, por las diferentes vicisitudes de su congregación, que de su experiencia, dio a ella vida y nombre. Él resplandece como el hombre de gran equilibrio psicológico y moral. Se mantiene imperturbable ante el mal que se trama a su alrededor; se queda del lado de la verdad y del bien, por eso no teme a nada y sabe esperar con paciencia que el curso de los acontecimientos se incline hacia el lado de la verdad y del bien, de cuyo lado él se ha puesto.
            
Francisco en su vida fue un auténtico líder, guía experta y sabia, que desempeñó con prudencia, sabiduría y firmeza el papel de guía y animador, primero de una comunidad y luego de una congregación religiosa, caminando lentamente hacia dimensiones internacionales. La búsqueda constante de la soledad fue para él un elemento de interiorización, que lo llevó a ser sabio y prudente, capaz por tanto de gobernar con equilibrio y firmeza. Manifiesta siempre para con todos una gran prudencia y paciencia, sabiendo esperar el momento oportuno para conseguir el bien deseado.
            
Como ermitaño que es, es amante de la naturaleza. Vive en contacto directo con la naturaleza, y por eso tiene con ella una relación armónica, controlando todos los elementos naturales. Él mismo nos explica cómo lo conseguía: dice que el amor a Dios era el origen y la causa de tal poder. Incluso con los animales mantenía una relación amistosa. No quería que se matara a los animales sin motivo alguno. Por eso cuando algún animal suponía alguna amenaza para la incolumidad de las personas, él mismo se encargaba de llevarlo a otro lugar.

            
Y por último era un hombre que vivía la historia de su tiempo. A primera vista resulta algo extraño, pero también este es un aspecto que configura la personalidad de Francisco. Por eso, aunque fuera eremita, él supo encarnarse en la historia de su tiempo, asumiendo los problemas y haciéndose intérprete cualificado de ellos. Su capacidad de saber leer los acontecimientos era fruto de una sensibilidad personal y de una atención especial e inteligente hacia la historia. El hecho de que tuviera o no una gran cultura, en absoluto prejuzgó que fuera una persona dotada de dones intelectuales y de gran sensibilidad hacia ciertos signos sociales y políticos. Contando con estas dotes naturales -con las que Dios lo había enriquecido para su plan providencial-, el mismo Dios escribió su proyecto, sirviéndose de ellas para cumplir sus designios. 

P. Giuseppe Morosini O. M. 

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