A excepción de muy pocos santos, San Francisco durante su vida tuvo ya
reconocimientos públicos, tanto de la gente como de la autoridad de la Iglesia.
En efecto su santidad -como advierten sus contemporáneos-, se desprendía de su
comportamiento y de su modo de hablar.
Intentaré resumir los grandes principios en los que se apoyaba su santidad.
1. La austeridad de vida es el rasgo más claro de su santidad, ya que
era el que más llamaba a la atención al que lo veía. En las declaraciones del
Proceso de Tours generalmente los dos términos -austeridad y santidad-, se
asocian entre sí: llevaba una vida austera y santa. Incluso los mismos
milagros pasan a un segundo lugar como valor significativo de esta santidad.
Las penitencias de este eremita llegado de Calabria inmediatamente corrieron
como gran noticia y fueron incluso motivo de discusión en Tours: lo fueron en
ambientes estrictamente eclesiásticos y de la corte, y, de rebote, seguramente
también entre la gente. Y la figura de referencia no podía ser otra que la del
gran penitente de todos los siglos, San Juan Bautista.
¿Cuáles eran estas formas de penitencia que tanto impresionaron a sus
contemporáneos? Él llevó a formas extremas lo que era habitual en su ambiente
rural. Baste recordar lo que ya hemos dicho de su modo de vestir y de caminar.
Veamos otros aspectos que encontramos en las declaraciones de los distintos
procesos: dormía sobre una tabla teniendo por cabezal una piedra, usaba el
cilicio; practicaba ayunos prolongados y se alimentaba de hierbas, excluyendo
absolutamente las carnes y cualquier otro alimento derivado de ella. Eran
prácticas penitenciales que abrazadas desde muy joven, las mantuvo hasta el fin
de sus días.
2. La vida solitaria es otro aspecto de su santidad, que especialmente
en Francia se convierte en objeto de admiración. Éste conecta inmediata y
directamente con su decisión de llevar vida eremítica desde muy joven. El deseo
de vivir en soledad, madura muy pronto en el corazón del joven Francisco; elige
pues la vida eremítica porque le permitía vivir de un modo que en cierto
sentido era muy parecido al ambiente sencillo y pobre al que pertenecía. El
entusiasmo inicial fue poco a poco madurando y se transformó gradualmente en
una elección cribada por la fe, en la proporción en que él iba madurando
aquella primera experiencia, que le impelía a buscar el silencio y la soledad.
Y cuando, con el correr del tiempo se halle fuera de su ambiente -donde el
silencio y la soledad que eran los elementos esenciales que le ofrecían los
montes y bosques-, se vea disturbado por los ruidos de la vida diaria,
Francisco buscará formas distintas con las que pueda salvaguardar su vocación
de soledad. Es así como él busca cualquier lugar aislado donde retirarse para
rezar, o si no se quedará encerrado durante algún tiempo, alguna vez días
enteros, en su celda del convento. En Tours se le ve poco; por eso se
maravillan sus contemporáneos. Llevaba una vida muy austera y solitaria; era un
hombre muy solitario. No obstante su soledad no era sinónimo de vacío, sino que
estaba llena de recogimiento interior, o sea de oración con Dios; y sabemos que
esta oración, favorecida por la soledad y el silencio, alcanzó la cima de la
contemplación. Y esto no era algo que pertenecía sólo al misterio de su vida
interior, sino que inundaba toda su persona. Sus contemporáneos lo captan
perfectamente y dan de ello un testimonio admirado: era -dicen- un hombre
devoto, dedicado por entero a la contemplación y que vivía muy solitario.
Con una frase muy acertada, se decía de él que rezaba o daba la impresión de
que rezaba; y esto era así incluso cuando cultivaba el huerto o estaba
ocupado en otros trabajos o menesteres de la vida diaria del convento.
En la soledad, precisamente a través de la experiencia de la contemplación y de
la separación del mundo, Dios le hace que escriba una de las páginas más bellas
de su santidad e incluso podríamos decir que de todo el eremitismo cristiano.
Su soledad se ve llena de gente, que le lleva sus problemas, que pide sus
oraciones, que espera sus consejos, que le suplican un milagro. Su soledad
manifiesta de este modo su gran fecundidad espiritual. Él jamás fue un eremita
desconectado de la vida y de la historia. Abierto por temperamento a los
problemas humanos, se hacía eco de ellos en su soledad, rezando,
sacrificándose, acogiendo, consolando o aconsejando a cuantos acudían a él.
3. La humildad es la virtud hacia la que tiende el planteamiento global
de la vida espiritual del Paulano. Dicha virtud es parte integrante de su
espiritualidad penitencial, que tiene como fin la total liberación del hombre
tanto de los bienes de este mundo, como de su propio egoísmo, a fin de
permitirle el encuentro con Dios y abrirlo al amor al prójimo. Ayuno y humildad
le ofrecen la capacidad de amar.
Si intentamos captar en la vida de Francisco los signos de la humildad
observamos que se manifestó humilde en las circunstancias más sencillas de la
vida. Los ejemplos que León X (diez) da para valorar la humildad de Francisco
están sacados de la vida diaria. Son pequeños servicios hechos a los frailes,
atenciones particulares prestadas a ellos, en general, el cumplimiento de
humildes servicios que la buena marcha de una comunidad religiosa exige: lavaba
la ropa de los religiosos, servía en la mesa, les lavaba los pies el jueves
santo, no aceptaba en la iglesia el signo de paz sino después de los
sacerdotes, se adelantó a ofrecer una silla a un huésped aunque había allí otros
religiosos.
Si nos preguntáramos por qué sus contemporáneos quedaron tan impresionados por
estos gestos, una primera respuesta la hallaríamos en las palabras del Papa
León X (diez): Siendo él fundador y Superior general de la Orden de los
Mínimos, prefería ser tenido como el último de todos y no se desdeñaba de
ocuparse en todas las obras serviles para dar a los otros ejemplos de humildad.
Pero la respuesta más completa nos la ha dado el Anónimo: Era tan humilde
que deseaba le mandasen más bien que mandar, y, en el servicio a todos daba
pruebas de gran caridad. Era esta disponibilidad a servir lo que sus
coetáneos descubrían en tantísimos gestos de humildad, aparentemente
insignificantes. Sin embargo realizados por Francisco, éstos revelaban toda la
riqueza espiritual de su mundo interior abierto a la caridad. Pero aún queda
algún otro detalle por subrayar relativo a la humildad de Francisco,
relacionado directamente con los rasgos de su santidad. Es también el Anónimo
quien lo hace notar: Huía, sobre todo, de la vanagloria y de la hipocresía.
Realizaba en secreto todas las obras buenas, por ejemplo, ayunos, abstinencias
y oraciones, de manera que difícilmente podían ser advertidas, sino por
aquellos que sabían bien que hacía tales cosas. Sobre todo era muy discreto
en el modo de hacer los milagros, por eso siempre acudía a prescripciones o
recetas a base de hierbas u otros elementos, inocuos desde el punto de vista
curativo.
4. La paciencia es otra virtud propia de Francisco que va unida a su
humildad. Según decían sus contemporáneos, su paciencia fue invencible: no la
pudieron tambalear los atractivos de los placeres; no la pudo ajar su larga
vejez; no la debilitó el tener que vivir en un país extraño; ni la derrotó la
debilidad de la enfermedad. Siempre fue el mismo: su tenor de vida permaneció
siempre igual (Simoneta), aunque no le faltaron momentos y ocasiones en que
tuvo que sufrir con paciencia y confianza en Dios las adversidades de los
hombres y los contratiempos de la vida.
Si quisiéramos saber de dónde haya recibido Francisco la fuerza para ser
paciente, la respuesta la encontramos en sus mismas declaraciones: el temor de
Dios y en la sumisión a su voluntad. En el episodio del intento de arrestarlo
en Paterno por parte de los soldados del rey de Nápoles, podemos advertir, en
la respuesta que dio a los que le apremiaban a que escapara, la síntesis
maravillosa entre su equilibrio humano y el equilibrio de su fe, que generaban
en él esta gran paciencia. Por caridad -decía-, si es voluntad de
Dios, me arrestarán; y si no nadie nos podrá hacer mal alguno. Por eso él
no se escapa, aunque fuera eso lo que le aconsejaban los que estaban junto a
él.
La paciencia en Francisco nace de su certeza de estar del lado de Dios; de ahí
que la superación de las dificultades para él es simplemente una cuestión de
tiempo. Por eso sabe esperar que se cumpla la hora de Dios. En correlación con
esta actitud de espera paciente está la imagen de Cristo sufriente, de la que
le viene la fuerza y que él presenta como modelo al invitar a otras personas a
tener paciencia.
5. La caridad es la otra virtud que distingue claramente la santidad de
Francisco, por el modo como él la ha manifestado. De hecho, la caridad, como
virtud teologal, es el signo de toda santidad en la Iglesia, por lo que dicha
virtud no es patrimonio exclusivo o prerrogativa particular de ningún santo.
Por el modo como Francisco ejerció esta virtud, bien podríamos poner en sus
labios las palabras de San Pablo: No soy yo quien vive, es Cristo quien vive
en mí. Esta vida que vivo en la carne, la vivo en la fe en el Hijo de Dios, que
me amó y se entregó por mí (Gál 2, 20).
La tradición ha definido a Francisco como el santo de la caridad, y la
iconografía clásica lo ha representado siempre con el emblema Charitas,
colocado bien en el pecho o en el bastón, o bien en alto, junto a su imagen,
frecuentemente a la altura de sus ojos. También los textos litúrgicos de su
fiesta, tanto en la liturgia de las Horas como en la Eucaristía, han resaltado
esta virtud. El Anónimo resumió así la preeminencia de la caridad: “En todas
sus obras tenía en sus labios la palabra caridad, diciendo: “Hagámoslo por
caridad”, “vayamos por caridad”. Lo cual no debe extrañarnos, “porque lo que
rebosa el corazón, lo habla la boca”, o lo que es lo mismo, quien está lleno de
caridad no puede hablar sino de caridad”. Creo que puede afirmarse que el
optimismo natural presente en él haya sido ennoblecido y elevado por la fe y la
confianza en Dios (“ a quien ama a Dios, todo es posible”),
facilitándole precisamente la adquisición de la virtud teologal de la caridad
en sus dos dimensiones: vertical, o sea como amor a Dios, y horizontal, o sea
como amor al prójimo. Pero es toda su espiritualidad penitencial que desemboca,
como ya hemos indicado antes, en la caridad. Su ascesis no se agota en sí
misma, sino que sirve para facilitar el desarrollo de la vocación fundamental
del hombre: llegar a la comunión con Dios. Era esta la razón por la que él
siempre intercalaba -como dice el Anónimo y confirman las declaraciones de los
Procesos-, la palabra caridad. Con ella quiere expresar ante todo la necesidad
de confiar en Dios en las dificultades, pues lo que parece imposible al hombre,
no lo es para Dios, si nosotros lo amamos y tenemos confianza en Él. De todas
formas Francisco con esta expresión se aferra a Dios, ya que en Él encuentra el
cumplimiento de su esperanza y de la esperanza que pide a los demás. Y cuanto
más fuerte es la experiencia de Dios, más perfecta es la caridad. Él, que vive
una profunda comunión con Dios, por eso tiene la certeza evangélica (Mt 17, 20)
de hacer milagros e incluso de proponer lo que en realidad humanamente parece
imposible hacer.
Según el evangelio, ejercita la caridad hacia el prójimo como elemento esencial
del amor a Dios sin dualismos de ningún tipo. La experiencia contemplativa y la
amable acogida de todos los que deseaban encontrarse con él se unen en un
abrazo admirable, por lo que se le pueden atribuir justamente los apelativos de
contemplativo y de hombre de la caridad social.
P. Giuseppe Morosini O. M.
No hay comentarios:
Publicar un comentario