Ntra. Sra. del Milagro se ha convertido, a
día de hoy, en la patrona de la Orden de los Mínimos, aunque la devoción a
María en sus múltiples adveraciones en la Orden, arranca ya del mismo San Francisco de Paula.
Nuestro santo fundador, por ejemplo,
dedicó a la Virgen María sus dos primeras fundaciones; mandó pintar un fresco
de la Virgen en el eremitorio paulano para que todos pudieran venerarla; difundió los sábados dedicados a María; tenía siempre en su boca la jaculatoria "Ave María" y hasta, según una piadosa tradición, "su imagen grabada en el corazón".
Recomendaba fervientemente el rezo
del Santo Rosario -rosarios que repartía bendecidos a todos-, y, sobre todo, vivía y difundía una tierna, madura y filial devoción mariana “que no
necesita de imágenes valiosas, sino de una simple estampa” -como le dijo a los enviados del rey francés que le regalaba una imagen de la Virgen de oro-.
¿Por
qué no iba a sentirse acogida, amada y en su propia casa la Virgen María en San
Andrés de los hermanos mínimos en Roma para "hacer de las suyas"? ¿Acaso no es medianera de todas las
gracias? Allí, hace ya 175 años, selló Alfonso de Ratisbona su conversión, arrodillándose como
hebreo y levantándose como católico. Allí la Virgen María, como en París años
antes a Sta. Catalina Labouré, se mostró a Alfonso para, sin decirle nada,
decirle todo: “haz lo que Él te diga” (Jn 2, 5), en tu corazón ya has venido descubriendo que efectivamente el Mesías ya vino ¡es Cristo, el Señor!
Y así comenzó a vivir y a entregar su
vida Alfonso el resto de sus días.
La Virgen del Milagro, la Madre de Dios en su silencio meditativo -“guardaba todas las cosas en su corazón” (Lc 2, 19)-, socorre aún hoy a toda la Orden de los Mínimos, a todos los fieles que a su santuario se acercan, físicamente o de corazón; a todos los que confiadamente acuden a ella en su corazón ¡y aún a los que no, por los que suspira esperanzadamente!
La Virgen del Milagro, la Madre de Dios en su silencio meditativo -“guardaba todas las cosas en su corazón” (Lc 2, 19)-, socorre aún hoy a toda la Orden de los Mínimos, a todos los fieles que a su santuario se acercan, físicamente o de corazón; a todos los que confiadamente acuden a ella en su corazón ¡y aún a los que no, por los que suspira esperanzadamente!
¡Qué cosas! Mientras su amigo concertaba una misa
funeral en la sacristía con los PP. Mínimos, la Virgen María acudió a la
inquietud de Alfonso de Ratisbonne que, esperando fuera, observando la capilla de San Miguel, de pronto, se encontró arrodillado ante la milagrosa
Señora que se le aparecía. No le dijo nada, no hacía falta, "sólo me indicaba que me arrodillara, y allí comprendí todo... Todo lo que puedo decir es que en el momento del prodigio cayó un venda de mis ojos... Salía de una tumba, de un abismo de tinieblas, y estaba vivo, perfectamente vivo".
Madre mía, hoy es el peso de mis pecados, incoherencias e increencias el que hace que ande por la vida encorvado, arrodillado, en la misma tumba que describía Alfonso, desaprovechando la Gracia de su Salvación. Sin embargo, Madre mía, arrodillado ante ti ha de proseguir mi conversión. Quiero arrodillarme, mantenerme en silencio, en tu silencio, para comprender una vez más, para reanimarme una vez más, para levantarme nuevamente católico.
Dame, Madre mía, la sinceridad y valentía de tu FIAT. Dame Madre mía, tu disposición solidaria con todos y callada. Déjame aprender de ti, en tus gozos y en tu dolor por tantos crucificados actuales, por tantos pecadores, ¡como lo soy yo!
Alcánzame Madre amorosa al Corazón de tu Hijo, nuestro Salvador, donde ninguna carga es pesada ni ningún yugo no llevadero.
Enséñame a asomarme desde la ventada de tu Corazón, de donde tan bien se ve el de tu Hijo y así, una vez más, aún estando de rodillas, me levantaré renovado para seguirle, para continuar haciendo el bien, amando a todos, como tú, como Él, hasta dar la vida en este camino de Amor y Penitencia por el que quiero entregarte mi vida entera.
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