Las monjas mínimas viven desde la clausura el carisma propio de San Francisco de Paula. Así su vida escondida en Dios se caracteriza por:
La práctica de la ascesis cuaresmal para una constante conversión con frutos dignos de enitencia en unión con Cristo crucificado, como servicio eclesial.
Vivencia desde la humildad, por su identidad nominal, y del silencio evangélico como medio «para que a todas se les dé mayor ocasión de la pura y asidua oración», como contemplativas dentro de la Iglesia.
La práctica de la caridad a Dios y a todos los hombres expresada en la total consagración a Dios y vivida en la unión fraterna de la comunidad, como irradiación del lema Charitas.
La entrega cotidiana desde la sencillez y la alegría, como frutos del carisma.
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