17/12/23

MENSAJE DE ADVIENTO DEL P. CORRECTOR GENERAL DE LA ORDEN DE LOS MÍNIMOS

LLAMADOS A DAR TESTIMONIO CONVINCENTE DE COMUNIÓN

Carta del P. Corrector General, P. Gregorio Colatorti, a los Frailes, Monjas y Terciarios de la Orden de los Mínimos. Adviento 2023.


En aquel momento, se acercaron los discípulos a Jesús y le preguntaron: “¿Quién es el mayor en el reino de los cielos?”. Él llamó a un niño, lo puso en medio y dijo: “En verdad os digo que, si no os convertís y os hacéis como niños, no entraréis en el reino de los cielos. Por tanto, el que se haga pequeño como este niño, ese es el más grande en el reino de los cielos.

El que acoge a un niño como este en mi nombre me acoge a mí. (Mt 18, 1-5)


Queridos hermanos,


Saludo fraternalmente a todos vosotros, y deseo que disfrutéis de salud corporal y espiritual. Os envío esta reflexión-meditación por Adviento, como ya es tradición, en preparación a Navidad, y para compartir con vosotros algunas reflexiones que pueden ayudarnos a vivir la fraternidad de cara al nuevo año.

El camino sinodal de la Iglesia de nuestro tiempo nos invita a meditar sobre nuestra capacidad de dar testimonio convincente de comunión en nuestro día a día: “La sinodalidad tendría que manifestarse en la forma ordinaria de vivir y trabajar de la Iglesia”1, y en una renovación de la comunidad que empieza por la renovación de cada uno.2

La celebración del Sínodo va acompañada este año de un evento particular que da mayor realce, si cabe, a la belleza de la comunión. Se trata de los 800 años de la aprobación de la Regla Bullata de Francisco de Asís y del Belén de Greccio. Ambos acontecimientos son motivo de reflexión y preparación a la celebración del Capítulo General, como acontecimiento que nos afecta más de carce, y que es la mayor expresión de comunión y coparticipación de nuestra pequeña familia religiosa.

Precisamente por esto deseo proponer la reflexión, siguiendo el ejemplo de Francisco de Asís, sobre la alegría, una de las categorías más importantes de la vida espiritual, fruto del Espíritu Santo y auténtico criterio para discernir la correspondiente a nuestra vocación. Tratándose de una carta en preparación a Navidad, es también uno de los temas más importantes del Adviento.

1. Francisco de Asís¿Por qué?


Puede parecer extraño para alguien, y quizá fuera de lugar, afrontar el tema de la alegría, habiendo tantos otros temas importantes por debatir en la actualidad, y más partiendo del ejemplo de Francisco de Asís, que a primera vista no pertenece a nuestra tradición carismática, y cuya confrontación evoca rencillas y diatribas de otros tiempos.

La Iglesia hoy lucha por encontrar unidad y comunión, y por eso ha convocado un Sínodo para definirse a sí misma, como aconteciera con el Vaticano II,3 en relación al mundo contemporáneo y a sus exigencias. Uno de los testigos más destacados del Vaticano II, y que participó activamente, Giuseppe Alberigo, resalta del acontecimiento conciliar el universal testimonio de comunión que ofreció y sorprendió a todos los padres conciliares, a la Iglesia y a la humanidad entera4. Los mismos sentimientos animan hoy al Papa Francisco y su deseo de conducir a la Iglesia a ser imagen de comunión según el modelo de la Trinidad, animada por el Espíritu: “Porque tenemos necesidad del Espíritu, del aliento siempre nuevo de Dios, que libera de toda cerrazón, revive lo que está muerto, desate las cadenas y difunde la alegría”5.

Movidos por el Espíritu, fundamento y constructor de nuestra llamada a participar de la vida trinitaria,6 los religiosos tenemos el deber de ser profetas de comunión y fraternidad en nuestras comunidades, para poder vivirla después con todos los otros Institutos y en la Iglesia. Hay que buscar en los santos este ejemplo para nuestra utilidad y fortalecimiento de nuestra espiritualidad en aras de construir una comunión real y activa. Volver a Francisco de Asís en este sentido está justificado por la necesidad de compartir valores comunes, en este caso concreto valores comunes ofrecidos por la vida de los santos, que son patrimonio de toda la Iglesia. Señaladamente se ha establecido que la próxima reunión de los Superiores Generales del 2024 se celebre en Asís precisamente para empaparnos del espíritu del Santo: espíritu de fraternidad en la sencillez. Ciertamente hay otros factores que favorecen la confrontación con Francisco de Asís también para nosotros hijos de Francisco de Paula.

En primer lugar no se puede negar que Francisco de Paula haya estado relacionado por devoción personal al santo de Asís, de quien recibió el nombre y a quien ha dedicado su primitiva Congregación eremítica. Además de él ha heredado el patrimonio espiritual de los Mendicantes, aunque no sea la única fuente, proponiendo en su primera Regla algunos textos de aquella del de Asís para revestir a su fundación de una fisionomía lo más posible correspondiente a lo tradicional de esta vida, fuertemente evangélica, que nace y sigue siendo fuente de inspiración para la conversión a una vida interior plenamente evangélica y de reforma de la iglesia.

Precisamente por la cercanía original de las dos experiencias estamos llamados a tomar de Francisco de Asís un aspecto fundamental para nuestra vida espiritual: la perfecta alegría, la alegría que el camino de penitencia y conversión lleva consigo y que poco frecuentemente se subraya por parte de los estudiosos de nuestro carisma, y menos todavía por aquellos autores que escribieron sobre nuestros orígenes.

El reclamo a la alegría, como fruto del Espíritu en las vicisitudes de la vida de Francisco de Asís, es muy propio del Adviento, pues con los 800 años de la Regla Bullata se celebran también otros tantos del Belén de Greccio. Deteniéndonos en las intenciones que llevaron a Francisco de Asís a representar el Nacimiento de Jesús nos hace meditar en la alegría de Navidad y en la alegría profundamente humana que el nacimiento de Cristo trae a cada uno de nosotros: alegría que inundó el corazonón de los pastores y el de todos aquellos que con Francisco participaron en la construcción del primer pesebre.


2. La alegría del Belén de Greccio


Tomás de Celano nos ha trasmitido el relato de la iniciativa del pesebre de Greccio; sus palabras evocan la perfecta alegría que inundó a Francisco de Asís y a todos los participantes en la construcción del pesebre:


Vivía en aquella comarca un hombre, de nombre Juan, de buena fama y de mejor tenor de vida, a quien el bienaventurado Francisco amaba con amor singular, pues, siendo de noble familia muy honorable, despreciaba la nobleza de la sangre y aspiraba a la nobleza del espíritu. Unos quince días antes de la navidad del Señor, el bienaventurado Francisco le llamó, como solía hacerlo con frecuencia, y le dijo: «Si quieres que celebremos en Greccio esta fiesta del Señor date prisa en ir allá y prepara prontamente lo que te voy a indicar. Deseo celebrar la memoria del Niño que nació en Belén y quiero contemplar de alguna manera con mis ojos lo que sufrió en su invalidez de niño, cómo fue reclinado en el pesebre y cómo fue colocado sobre heno entre el buey y el asno». En oyendo esto el hombre bueno y fiel, corrió presto y preparó en el lugar señalado cuanto el Santo le había indicado. Llegó el día, ¡día de alegría, de exultación! Se citó a hermanos de muchos lugares; hombres y mujeres de la comarca, rebosando de gozo, prepararon, según sus posibilidades, cirios y teas para iluminar aquella noche en la que se encendió en el cielo aquella Estrella centelleante que iluminó todos los días y años. Llegó, en fin, el santo de Dios y, viendo que todas las cosas estaban dispuestas, las contempló y se alegró. Se prepara el pesebre, se trae el heno y se colocan el buey y el asno. Allí la simplicidad recibe honor, la pobreza es ensalzada, se valora la humildad, y Greccio se convierte en una nueva Belén. La noche resplandece como el día, ¡noche placentera para los hombres y para los animales! Llega la gente, y, ante el nuevo misterio, saborean nuevos gozos. La selva resuena de voces y las rocas responden a los himnos de júbilo. Cantan los hermanos las alabanzas del Señor y toda la noche transcurre entre cantos de alegría. El santo de Dios está de pie ante el pesebre, desbordándose en suspiros, traspasado de piedad, derretido en inefable gozo. Se celebra el rito solemne de la misa sobre el pesebre y él mismo goza de singular consolación nunca antes experimentada. …Terminada la solemne vigilia, todos retornaron a su casa colmados de alegría.7


¿Qué sucedió para que este momento resultase tan rico en luz y alegría, como nos dice la viva voz de Tomás de Celano? Ciertamente, la realización visual del nacimiento de Jesús es un acontecimiento nuevo para todos los que participan en él, y ésta puede ser una de las razones. Pero esa alegría inicial todavía impregna el espíritu de muchos que la perciben en sus hogares, iglesias y calles. Hoy ya no es la primera vez, pero siempre es como si fuera la primera. Es precisamente la alegría de representar un acontecimiento grandioso que se ha desarrollado en esa sencillez, cercana a todos los hombres, propia de todos los hombres, que Jesús ha querido asumir para que, partiendo de lo más bajo de la humanidad, pueda elevar a todos a la altura de la divinidad. Esa alegría es, sin embargo, la alegría que pertenece a los pequeños, a los sencillos, es una alegría por la que sólo los sencillos pueden ser tocados e implicados, porque sólo los sencillos son capaces de verla y disfrutarla. Es la alegría de la familiaridad, de la belleza de las relaciones importantes de la vida, que, si se cultivan con sencillez, conducen a ser hombres capaces de una alegría profunda.

Esta alegría de la relación encuentra su origen más alto precisamente en la celebración de la Natividad, es decir, en la celebración de la familiaridad de Dios con la humanidad. Una familiaridad que produce tal alegría que anima las estrellas y crea luz: "Esta luz anunciada por la Escritura está llena de alegría, de una alegría genuina, profundamente humana como cuando se cosecha, como cuando se alegra por la victoria: se sueltan las cadenas, el Señor rompe los cerrojos"8, porque no es un sentimiento efímero dado sólo por un acontecimiento externo, sino que es la conciencia de que ante todo es la realización de la familiaridad con Dios y luego la liberación de cualquier cadena humana, porque Dios revela lo más alto que el hombre puede alcanzar, es decir, la autenticidad de la relación, la liberación:"de la oscuridad que nos envuelve, que nos mantiene inquietos, preocupados, turbados, temerosos"9, para conducirnos a la verdadera alegría de un acontecimiento que transforma: «El anuncio de la Navidad es un anuncio de vida, de alegría, de creatividad, de esperanza, de afecto, de amistad, de amor impetuoso que transforma la historia y la experiencia humana".10

Esta certeza renueva cada año la alegría de la Navidad y la alegría de volver a montar la representación de la Natividad, la cercanía familiar de Dios con el hombre y la alegría natural del hombre que redescubre familiaridad con Dios, aprendiendo de este encuentro que la verdadera relación está en la sencillez.


3. Humildad y alegría


No se podría entender la alegría que impregna el evento de Greccio sin dos textos fundamentales del santo de Asís: el Cántico del hermano Sol (Cántico de las criaturas) y el Sermón sobre la alegría perfecta, cuyo espíritu impregnará más tarde toda la Regla franciscana.

El episodio de Greccio tuvo lugar, según las fuentes, unos tres años antes de la muerte de Francisco y un año antes de que recibiera los estigmas. Por lo tanto, la experiencia de vida de Francisco está casi en su apogeo y ya tiene un largo camino espiritual a sus espaldas. Por tanto, no se trata de un episodio que pueda atribuirse a la ligereza juvenil o al sentimentalismo típico de los años de la adolescencia. Tiene unos 46 años y las vicisitudes de su fundación lo han puesto a prueba tanto en el cuerpo como en el espíritu. Y, sin embargo, esta experiencia describe con gestos la alegría de un niño, expresada exactamente con esa sencillez y autenticidad de los niños evangélicos de los que habla Jesús.

En el pasaje evangélico con el que hemos iniciado nuestra reflexión, jugando Jesús con el sentido niños-pequeños y hermanos, orienta a la comunidad cristiana hacia un modelo de fraternidad auténtica, que constituye la comunidad. La comunidad cristiana, animada por las Bienaventuranzas (Mt 5, 1-12), sólo puede alcanzar su modelo si vive sus propias relaciones como niños-pequeños y hermanos. Las dos categorías están estrechamentere lacionadas; no se puede ser hermano si primero no se es niño-pequeño, es decir, sin considerarse una "pequeña" criatura, con una visión realista de sí mismo, y necesitada de aprender a amar. Ante Dios nos sentimos siempre como niños pequeños, si nos confrontamos humildemente con Él y con su amor infinito, como el publicano en el templo, y no en una desafío para ver quién es el más grande, como hacen los apóstoles y el fariseo. Reconocerse como criatura es, ante todo, centrar la atención, la confrontación, con Dios y en Dios, a través de la vida y la regla evangélica que es Cristo.

Esta actitud única nos dispone a la Verdad, tanto humana como cristianamente. A esa verdad que nos hace verdaderamente libres. El monje benedictino Benoît Standaert, en su Diario de la Humildad del 30 de mayo de 2013 en Brujas, anotaba:

Tú estás aquí. Siempre aquí. Tú estás.

Voy, te busco desde la aurora. Tú meprecedes. Siempre. A Ti la gloria. En Ti la alegría. Esta mañana he anotado, de paso, en el diccionario filosófico de André Compte-Sponville: "La alegría de la verdad que es felicidad". Pensamiento de Agustín que rima con el de Spinoza. Tres autores que resuenan a lo largo de los siglos.

DIOS ALEGRIA.

Ayer, lágrimas abundantes. Inmensa tristeza. Voy, parto. Marcho. No me sobreestiméis. No estoy disgustado con nadie. Con muy poco me contento. Avanzo, con un determinado estilo, marcado de mansedumbre. Vigilancia, sobriedad. Retiro. Silencio interior. "Tienes que estar en paz cuando estás aquí, y encontrar un gentle agreement con la casa". ¡Ah, sí! Mendigar un acuerdo. Humilde y valientemente.

Frente a mí hay un muro de iconos. Icono de Elías, alimentado por un cuervo. Alegría y sonrisa a través de las lágrimas del niño (cf. John Climacus, citado por Nel Sorsky en su Regla). Grandeza del desprendimiento. La grandeza de la verdad y de la humildad verdadera. Perseverar sin esfuerzo en el silencio puro y hermoso.11

En la palabras de Standaert, descubrimos la profunda paz interior de quien está en perfecto equilibrio con lo que le rodea porque está en paz consigo mismos, no abstante sus limitaciones y la percepción de sus lados oscuros: "Voy, parto. Marcho. No me sobreestiméis. No estoy disgustado con nadie. Con muy poco me contento”. En su experiencia expresa con pocas palabras la síntesis de una vida trascurrida viviendo los votos religiosos como un camino de despojo de sí mismo para encontrar cada día la Verdad. Aquella verdad que es, sobre todo libertad de la esclavitud que cada uno se impone a sí mismo por una visión rígida de perfeccionismo, y de la imagen de hombre perfecto y que, al final, aislado por el orgullo y la arrogancia, ve al otro como una amenaza a su autoafirmación.

Comentando Génesis 4, Sandro Carotta, monje benedictino de Praglia, titula un párrafo: La ira como incapacidad relacional. Frente a la percepción del otro como amenaza, escribe el monje bíblista, a menudo se producen estas diversas reacciones, o incluso todas juntas:

El juicio: intentar demoler al otro con juicios malignos. Mientras que hay que ejercitarse en "decir una palabra bien dicha". Y cuando se tiene la tentación de no hablar con el otro por temor a crear conflictos, recordemos las palabras de Levítico 19:17, según las cuales no debemos callar si alguien ha hecho algo contra nosotros, sino hablar abiertamente de tal manera que no alberguemos odio alguno, y portanto reflejar siempre perdón y alegria.

El lamento: según las categorías bíblicas utilizadas por el P. Carotta, que ve en el pueblo de Israel por el desierto el prototipo del lamento, el lamento es fundamentalmente falta de fe en los demás y en Dios.

El aislamiento: no como una búsqueda de silencio para meditar y estudiar, sino como huída de la relación con los demás, es lugar de cultivo de la ira que alimenta el desapego acentuando los sentimientos negativos, a menudo fruto de la imaginación. Mientras la relación con los demás es entrenamiento para la vida, necesario para mantener la mirada en la realidad.

En efecto, la ira no sólo alimenta la separaión con los demás, sino también con la situación y con la realidad en general, encerrando a la víctima en un mundo imaginario e impidiendo mente y espíritu a considerar la verdad. Esta espiral crece hasta convertirse en un deseo de venganza y destrucción de los demás12.

Misericordia y paciencia, según la tradición bíblica y monástica, en cambio, son medicina contra el defecto de la ira, y devuelven al hombre serenidad y alegría.


4. La Alegría: Invertir la perspectiva


La luz que el pueblo ve en medio de las tinieblas es para todos, como atestiguan los Magos, y todos estamos llamados a abrir los ojos a esta luz que ilumina la humanidad con sentido, de verdad, y por tanto, de alegría. Abrir los ojos a esta luz significa comprender que las trinieblas no son sólo las de un mal que está ineluctablemente fuera de nosotros, sino las tinieblas en las que camina quien no está en la verdad, quien no se considera a sí mismo según verdad, viviendo en un mundo a su, según su único punto de vista.

Para vencer estas tinieblas, Dios demuestra en el nacimiento de Belén que es necesario dar un vuelco a la propia perspectiva. Para poder acoger al hombre, a la humanidad entera en su plan de salvación, se rebaja más allá de toda condición humana, de cualquier oscuridad humana, para poder incluir y acoger a todos.

Tanto en los Evangelios de la Navidad como en el relato de la construcción del pesebre de Greccio, en seguida salta a la vista el contexto humilde y sencillo en el que nace la alegría de los pastores de Belén, de Francisco y lo fieles de Greccio. La luz ofrecida por Dios en las dos escenas análogas no prescinde de la humanidad, al contrario, parte precisamente de ella, de sus claras formas externas, de los afectos familiares y de las alegrías más simples, como ver a un niño en un pesebre. En última instancia, Dios opone a la oscuridad creada por el caos las cosas sencillas, un retorno a una humanidad abierta y humilde. Es la inversión de la perspectiva con respecto a la complejidad del hombre y de su compleja visión autorreferencial. Una perspectiva que hace ver al mundo sólo desde nuestro propio punto de vista, a menudo herido por la complejidad y división de las experiencias humanas, o desde una perspectiva mental que es realmente incapaz de ver las cosas más simples y de conducir al hombre a la unidad.

Por lo tanto, para ver la luz de Belén y de Greccio, tenemos que invertir nuestra perspectiva, como es el caso de la experiencia de Francisco de Asís: para comprender la obra "insensata" de Dios, debemos ponernos en una perspectiva que para el hombre es “insensatez”. Es decir, es necesario abandonar toda idea preconcebida de humanidad, de uno mismo y de Dios para poder escuchar y ver la locura de un "Dios hecho hombre". Sin la capacidad de volver a la simplicidad de la relación simple no es posible comprender la locura de este momento. Sin la capacidad de amar como un padre, una madre, un hijo o un hermano, no se pode comprender la acción de Dios y su extraordinaria intervención en la historia. Y ésta, sin el conocimiento de la verdad que Dios nos ha revelado, sería solamente una pálida analogía, pues la verdadera luz de la Navidad es visible sólo a la luz de la Resurrección. Es decir, en el momento en que se cumpre el misterio de un Dios que actúa su plan de salvación: revelar una relación que es amor misericordioso e incondicional.

El Card. Martini, comentando también los Evangelios de la Natividad, escribe: “Este canto (Is. 54, 10) presenta aún más concretamente, evocando las imágenes del Antiguo Testamento, la fecundidad y la alegría de una vida humana, de una experiencia humana que se basa sólo en el Señor, en la que Él mismo se ha comprometido plenamente. Es la fecundidad y la alegría de una vida espiritual dedicada al servicio de Dios, como también la fecundidad y la alegría que se pueden encontrar en la experiencia humana en general, y también en la experiencia cultural e intelectual cuando participa de esta confianza en el poder del Señor. En definitiva, se podría decir que esta página muestra la fecundidad y la alegría de un cristianismo vivido en todos los ámbitos de la vida". Es una fuerte invitación a mirar con alegría a la humanidad entera, y a todo lo bueno que la atañe, pero igualmente a todo lo que atañe al cristiano que "participa de la confianza en el poder de Dios" y que vive con sufrimiento y en la duda su participación.

Los Mínimos, llamados a la conversión y a dar testimonio de la misma, somos los primeros invitados por el Adviento y la Navidad a realizar un cambio de perspectiva, para poder mirar a Dios, a nosotros mismos y a los demás con ojos nuevos. Y Francisco de Asís nos sale al encuentro una vez más presentándonos lo que significa cambiar de perspectiva, a través de su experiencia personal y de la profunda alegría a la que le ha conducido.

Según la interpretación que G.K. Chesterton da de Francisco como "el juglar de Dios", equivale a ponerse boca abajo, siguiendo el ejemplo del protagonista de la leyenda del Acróbata de Nuestra Señora, que se ponía boca abajo ante la imagen de la Virgen para ser consolado por ella. Como el acróbata, Francisco se pone boca abajo para contemplar el mundo no desde su punto de vista, sino desde el punto de vista de Dios, invirtiendo la perspectiva del hombre. La famosa enfermedad y encarcelamiento son clara evidencia para los biógrafos de que Dios estaba preparando su espíritu para aceptar su voluntad y Francisco inquieto se retira en una cueva para descubrir la vocación de su vida: "Finalmente un día, después de haber implorado la misericordia divina con todo su corazón, el Señor le reveló cómo debía comportarse. Y se llenó de tanta alegría que no pudo contenerla [...] El gran amor que colmaba su alma ya no le permitía permanecer en silencio..."13. En la gruta, según Chesterton, Francisco encuentra el amor, la pobreza14, la verdadera esposa, que cantará con la vida y en sus himnos. En el momento en que deja la cueva oscura, "se dispuso a un cambio total de algunas de sus estructuras internas, a un vuelco del pensamiento; como sucede en un salto mortal que, después de una vuelta completa, te permite volver a la posición inicial"15. La purificación y el cambio de perspectiva son seguramente consecuencia del enorme sufrimiento que Francisco experimenta confrontándose consigo mismo y con su pasado, ante el deseo y la llamada a conducir una vida totalmente dedicada a Dios. Una lucha interior que, como todas las luchas, es la peor penitencia a la que uno pueda someterse. Al salir de esa caverna ve ya el mundo desde una perspectiva nueva; según Chesterton se trató de una "verdadera revolución espiritual", de una tal alegría de ver el mundo desde la "perspectiva de Dios", que se convirtió en un "juglar de Dios", cantor de esta alegría, y, creyendo firmemente en su misión de poder llamar también a sus primeros hermanos "juglares de Dios". Esta locura es percebida por sus contemporáneos, el padre, el obispo, como una desviación, una verdadera locura mental, pues abandonar la riqueza y una vida estable y segura, por una vida sin ninguna seguridad, es considerada una locura. Pero el juglar de Dios está tan convencido de hace un gesto muy fuerte para la época: se despoja incluso de sus habitos a la vista de todos. Era su gesto profético, pero también la consecuencia de su elección radical que le hacía considerar al mundo como se considera a un "gusano", es decir, de un hombre que ha reconocido su pequeñez y la grandeza de Dios. Es la experiencia de un hombre que ha excavado cada vez más profundo, como un niño que excava un hoyo en la tierra, y que habiendo llegado al fondo, se eleva más alto, para comprender que la verdadera perspectiva es la de Dios.

Francisco se convierte de esta manera en testimonio de una nueva visión del mundo, una visión que implica a toda la creación en una perspectiva de amor, de la cual brota el Cántico del Hermano Sol o Cántico de las Criaturas, en el que no sólo toda la creación es vista como creación de Dios, y por tanto buena y ordenada al bien, sino que también cambia los puntos de vista negativos que el hombre pueda tener al respecto de la creación. En efecto, llamando al fuego hermoso, alegre y fuerte, transcribe el imaginario común de la época que consideraba el fuego como un símbolo del infierno,16 transformándolo en símbolo de luz y alegría.

"Nosotros no podemos seguir a San Francisco hasta su último tumbo espiritual, donde la humillación completa se convirtió en verdadera santidad y espiritualidad, porque nunca hemos experimentado nada igual" 17, escribe Chesterton siempre como ferviente creyente, tal vez sin considerar que esta experiencia es en realidad una parte integral del camino cristiano y, sobre todo, un patrimonio de espiritualidad penitencial. Pero nos lleva a reflexionar sobre el hecho de que evidentemente no es posible alcanzar este cambio espiritual sin reconocer la propia pobreza ante Dios y sin descender a la caverna.

En este movimiento de abajo hacia arriba que inicia entrando en la cueva podemos encontrar una profunda analogía con la cueva de Francisco de Paula y su experiencia espiritual. La cueva de la penitencia de Francisco, de Asís y de Paula, es el lugar del renacimiento precisamente porque es un lugar en que se experimenta la realidad oscura de sí mismo y de la propia visión egoísta y limitada: "En cambio, en un sentido totalmente positivo y entusiasta, san Francisco afirmó: 'Bienaventurado el que no espera nada, porque va a disfrutar de todo". “Fue gracias a esta idea deliberada de empezar desde cero, desde el vacío oscuro de su propia nada, que él volvió a disfrutar tanto de las cosas terrena como pocas personas habrían podido disfrutarlas”18. Chesterton añade en su comentario que no podemos comprender esta experiencia porque "nunca nos hemos hundido tan bajo"19. Es necesario descender, pues, muy abajo, si queremos ascender de nuevo, y sin este descenso no podemos tener una nueva visión que conduzca a una verdadera relación de alabanza y de amor a Dios y al prójimo. El que alaba es el que sabe reconocer la grandeza del don que ha recibido y la belleza de lo que ha recibido.

En conclusión, la alegría se vuelve mística, y en esta perspectiva cada ser adquiere su importancia desde el punto de vista de Dios y, por lo tanto, es fuente de alegría.

El juglar místico mira con una sonrisa irónica al hombre y a sus sobre estructuras que quieren asegurarlo por sí mismo, colocándolo en el centro del universo. Francisco explica esta perspectiva en la Predicación sobre la perfecta alegría, un texto fundamental para comprender la culminación de su mística ascética:


¡Oh, fray León!, aunque es el Fraile Menor quien ilumina a los ciegos, relaja a los atraídos, expulsa los demonios, da el oído a los sordos, el andar a los cojos, hablar a los mudos y, lo que, es más, resucite al muerto de cuatro días, escribe que no está en eso la alegría perfecta. Otro poco más adelante, San Francisco exclama en voz alta: ¡Oh, fray León!, si el fraile Menor supiera todas las lenguas y todas las ciencias y todas las Escrituras, de modo que supiese profetizar y revelar, no sólo las cosas futuras, sino también los secretos de las conciencias y de las almas: escribe que no está en eso la perfecta alegría.

Caminando algo más, San Francisco llamo en voz alta: ¡Oh, hermano León, ovejas de Dios¡, Aunque el fraile Menor habla con lengua de ángel, y sepa el curso de las estrellas y la virtud de las hierbas, y le sean descubiertos todos los tesoros de la tierra, y conozca la naturaleza de las aves, y de los peces y, de todos los animales, y de los hombres, y de los árboles, piedras, raíces y de las aguas: escribe que no está en eso la perfecta alegría.

Y habiendo andando otro techo, San Francisco llamo fuertemente:

¡Oh, fray León!, si el fraile menor supiese predicar tan bien que convirtiese a todos los infieles a la fe de Cristo, escribe que no está en eso la perfecta alegría.

Y continuando este modo de hablar por espacio de más de dos leguas, le dijo fray León, muy admirado:

Padre, te ruego, en nombre Dios, que me digas en qué está la perfecta alegría.

Figúrate, le respondió San Francisco, que al llegar nosotros ahora a Santa María de los Ángeles, empapados de la lluvia, helados de frío, cubiertos de lodo y desfalleciendo de hambre, llamamos a la puerta del convento, y viene el portero incomodado, y pregunta: "¿Quiénes sois vosotros?" y diciendo nosotros: "Somos dos hermanos vuestros", responde él: "No decís verdad, sois dos bribones, que andáis engañando al mundo y robando las limosnas de los pobres; marchaos de aquí”; y no nos abre y nos hace estar fuera a la nieve y a la lluvia, sufriendo el frio e la hambre hasta la noche; si toda esta crueldad, injuria y repulsas la sufrimos pacientemente sin alterarnos ni murmurar, pendo humilde y caritativamente que aquel portero conoce realmente, nuestra indignidad, y que Dios le hace hablar así contra nosotros; escribe, ¡oh, hermano León!, que en esto está la perfecta alegría. [...]

Y si nosotros, obligados por el hambre, el frío y la noche, volvemos a llamar y suplicamos, por el amor de Dios y con gran llanto, que nos abra y nos meta dentro; y él, más irritado, dice: "¡Cuidados se son importunos estos bribones!; “yo los tratare como merecen”; y sale afuera con un palo nudoso, y asiéndonos por la capucha, y nos echa por tierra, y nos revuelca entre la nieve, y nos golpea con el palo; si nosotros llevamos todas estas cosas con paciencia y alegría, pensando en las penas de Cristo bendito, las cuales nosotros debemos sufrir por su amor, escribe, ¡Oh, fray León!, que en esto perfecta alegría.

Y, ahora oye la conclusión, hermano León: Sobre todos los benes, gracias y dones del Espíritu Santo, que Cristo concede a sus amigos, está el vencerse a sí propio, y sufrir voluntariamente, por amor de Cristo, penas, injurias, oprobios y molestias; ya que de le los otros dones de Dios no podemos gloriarnos, porque no son nuestros, sino de Dios; y por eso dice el Apóstol: “¿Qué tienes tú que no lo haya recibido de Dios? y si lo has recibido de Él, ¿por qué te glorías como si fuese tuyo? Pero en la cruz de la tribulaciones y aflicciones podemos gloriarnos; porque es cosa nuestra; y así dice el Apóstol: "Yo no quiero gloríame sino en la cruz de nuestro Señor Jesucristo". Al cual sea siempre honor y gloria en los siglos de los siglos. Amén20.


5. Conclusiones


Para concluir y preparándonos durante el Adviento, con vistas a iluminar la fraternidad de este año con la mirada puesta en la Asamblea Capitular del próximo mes de julio, he querido ofrecer sugerencias para animar la vida fraterna de este año de gracia en el que celebramos estos acontecimientos para nuestro crecimiento espiritual, personal y comunitario. Por tanto, dejémonos, empapar de la alegría de la Navidad para que podamos llegar a celebrar nuestro encuentro con alegría y fraternidad, renovados en el espíritu para ver nuestra vida personal y comunitaria desde la visión de la fraternidad con Dios y en Dios. Si estamos animados por la alegría y la esperanza que la Encarnación trae a nuestra vida, seguramente seremos capaces escuchar la voz del Espíritu que habla a nuestros corazones, sobre todo en los momentos en los que estamos llamados a discernirla para ponerla en práctica y animar el futuro de nuestra familia religiosa. En efecto, el futuro gozoso de nuestra familia religiosa depende en gran parte de la capacidad de testimoniar la alegría de nuestra adhesión al carisma y de escuchar continuamente al Espíritu que nos anima.

Con este espíritu vivamos también la llamada a la sinodalidad que contra distingue a la Iglesia de nuestro tiempo, preparándonos para llevar nuestra fraternidad al ministerio cotidiano.

Un saludo fraterno a todos vosotros, con los mejores deseos de un feliz camino en la escuela de san Francisco de Paula, nuestro padre y fundador, animados por la alegría del corazón, siguiendo el ejemplo de Francisco de Asís.


Los Ángeles. 30 de noviembre de 2023. Fiesta de San Andrés Apóstol.

1 ¿Qué es el sínodo? ...

2 (cfr. PC, 18)

3 (cfr. Pablo VI, Alocución, Segunda Sesión del Concilio, 29 septiembre 1963, 4.1),

4 (cfr. G. ALBERIGO, Breve storia del Concilio Vaticano II, Bologna, il Mulino, 2005, 7-14).

5 (cfr. FRANCESCO, Discurso del inicio del camino sinodal, 9 octubre 2021).

6 cfr. LG 42-47; Religiosos y promoción humana, 24

7 TOMMASO DA CELANO, Vita Prima di Francesco di Assisi, cap. XXX, en Fonti Francescane, segunda reimpresión, Movimento Francescano, Bolonia, Gamma, 1978, 477-479.

8 C.M. MARTINI, Hacia la luz, Reflexiones sobre la Navidad, Cinisello Balsamo, S. Pablo, 2013, 35.

9 Ibi,36

10Ibi,38

11 B. STANDAERT, Diario de humildad, Brescia, Queriniana, 2020, 71

12 Cfr. S. CAROTTA, En busca de la belleza, Caminos monásticos, Florencia, Nerbini, 2023, 119-121. También son interesantes los siguientes párrafos: La tristeza como escape del tiempo, La pereza como intolerancia al espacio, La vanagloria como la ilusión de hacer, El orgullo como exhalación del ego.


13 TOMMASO DA CELANO, Vita prima, en Fonti Francescane, 417.

14 G.K. CHESTERTON, Francisco de Asís. Contado a mujeres y hombres de poca fe que lo tienen en simpatía, 2ª ed., Milán, ediciones TS, 2023, 85.

15 Ibidem 87

16 Cfr. Un. MURANO, Fray Francisco, simple, idiota, pequeño, Trapani, pozo de Jacob, 2023, 210.

17 G.K. CHESTERTON, Francesco d'Assisi, 91

18 Ibidem 93

19 Ibidem 91

20 UGOLINO DA MONTEGIORGIO, I Fioretti di san Francesco, en Fonti Francescane, 1471-1473.