14/2/24

MENSAJE DE CUARESMA DEL P. CORRECTOR GREGORIO COLATORTI O. M.


A LOS FRAILES, MONJAS Y TERCIARIOS.

Cuaresma 2024

Don y esperanza: ser atraídos, seguir y servir.

“Entre los que habían venido a celebrar la fiesta había algunos griegos; éstos, acercándose a Felipe, el de Betsaida de Galilea, le rogaban: “Señor, queremos ver a Jesús”. Felipe fue a decírselo a Andrés; y Andrés y Felipe fueron a decírselo a Jesús. Jesús les contestó: “Ha llegado la hora de que sea glorificado el Hijo del hombre. En verdad, en verdad os digo: si el grano de trigo no cae en tierra y muere, queda infecundo; pero si muere, da mucho fruto. El que se ama a sí mismo, se pierde, y el que se aborrece a sí mismo en este mundo, se guardará para la vida eterna. El que quiera servirme, que me siga, y donde estoy yo, allí también estará mi servidor; a quien me sirva, el Padre lo honrará. Ahora mi alma está agitada, y ¿qué diré? ¿Padre, líbrame de esta hora? Pero si para esto he venido, para esta hora: Padre, glorifica tu nombre”. Entonces vino una voz del cielo: “Lo he glorificado y volveré a glorificarlo”.

La gente que estaba allí y lo oyó, decía que había sido un trueno; otros decían que le había hablado un ángel.

Jesús tomó la palabra y dijo: “Esta voz no ha venido por mí, sino por vosotros. Ahora va a ser juzgado el mundo; ahora el príncipe de este mundo va a ser echado fuera. Y cuando yo sea elevado sobre la tierra, atraeré a todos hacia mí”.

Esto lo decía dando a entender la muerte de que iba a morir.” (Jn 12, 20-33).


Queridos Hermanos,

Envío mi mensaje, como es tradición por Cuaresma, para compartir los esfuerzos de todos nosotros y vivir testimoniando el carisma de conversión, herencia de nuestro padre y Fundador, S. Francisco de Paula.

La meditación anual sobre la Cuaresma nos encuentra este año preparando algunos acontecimientos importantes para nuestra vida religiosa Mínima en la Iglesia. El primero y más importante, por afectarnos más de cerca, es la celebración del Capítulo General. Por medio de él cada uno de nosotros, amantes de nuestra familia Mínima, tiene la oportunidad de leer la actualidad interpretándola según la tradición espiritual del pasado para proyectarla en el futuro de la vida de la Iglesia. Alegres por la esperanza que cada uno de nosotros nutre por la vida de nuestra pequeña familia, queremos prepararnos lo mejor posible a la celebración de este acontecimiento. El discernimiento y la reflexión sobre la virtud de la esperanza deben animar y mover todo nuestro actuar de manera que nos dispongamos a ser don para los demás, así como los demás son don para nosotros.

1. Don y esperanza: La alegría de gestos sencillos

Permitidme compartir la alegría que infunde esperanza ante el florecer de vocaciones en India y en África. Este año ha habido algunas ordinaciones. Este particular debería hacernos reflexionar a los occidentales sobre el valor universal del Carisma, y más aún sobre la necesidad de reinventar su implementación para las nuevas exigencias de nuestro tiempo. Dar esperanza a partir del testimonio de una verdadera fraternidad es probablemente una de las fundamentales. Hay que recuperar este primer testimonio de la Vida Consagrada, tal como nos lo recuerda el documento “La Vida Fraterna en Comunidad”:

“Sin embargo, en la variedad de sus formas, la vida fraterna en común se ha manifestado siempre como una radicalización del común espíritu fraterno que une a todos los cristianos. La comunidad religiosa es manifestación palpable de la comunión que funda la Iglesia, y, al mismo tiempo profecía de la unidad a la que tiende como a su meta última. Expertos en comunión, los religiosos están llamados a ser en la comunidad eclesial y en el mundo testigos y artífices de aquel proyecto de comunión que está en el vértice de la historia del hombre según Dios”.1

Este documento, después de treinta años de su publicación, puede ser útil para la preparación del próximo Capítulo General y para hacer un balance de nuestra vida fraterna. Los Mínimos estamos llamados en primer lugar a confrontar nuestro Carisma fundacional con las reclamaciones del Magisterio de la Iglesia. Por eso es necesario tener un enfoque fundamental de penitencia-conversión, como lo proprium de nuestra vocación y lo específico de nuestro testimonio. A este propósito, como es lógico, el documenta empieza su exposición sobre la vida fraterna por la conversión personal:

“Para vivir como hermanos y como hermanas, es necesario un verdadero camino de liberación interior. Al igual que Israel, liberado de Egipto, llegó a ser pueblo de Dios, después de haber caminado largo tiempo en el desierto bajo la guía de Moisés, así también la comunidad, dentro de la Iglesia, pueblo de Dios, está constituida por personas a las que Cristo ha liberado y ha hecho capaces de amar como Él, mediante el don de su Amor liberador y la aceptación cordial de aquellos que Él nos ha dado como guías”. 2

Esta predisposición suscita ciertamente gestos concretos de apertura a los demás que se realizan a partir de gestos sencillos: “Para favorecer la comunión de espíritu y de corazones de quienes han sido llamados a vivir juntos en una comunidad, es muy útil llamar la atención sobre la necesidad de cultivar las cualidades requeridas en toda relación humana: educación, amabilidad, sinceridad, control de sí, delicadeza, sentido del humor y espíritu de participación”3. Prisioneros de los quehaceres o del vaivén de la vida personal, comunitaria, o social olvidamos a menudo que los valores superiores a los que aspiramos no pueden ser palabras o el espacio vital en el que se realizan sino el día a día, tejido de gestos sencillos que testimonian diaria y coherentemente la naturaleza de los valores en los que creemos: “El que es fiel en lo poco, también en lo mucho es fiel; el que es injusto en lo poco, también en lo mucho es injusto” (Lc 16,10).

La necesidad de una relación sencilla, humana, diaria y coherente desafía fuertemente nuestro anuncio evangélico hoy, en cuanto cristianos y en cuanto Mínimos, si sabemos observar la naturaleza de nuestras relaciones internas y si miramos la crisis de las relaciones que se vive en la sociedad actual. A menudo pensamos que algunas instituciones cristianas, como el matrimonio, están en crisis en cuanto instituciones religiosas, pero en realidad todas las relaciones importantes están en crisis. No podemos dejar de lado las demandas que nos llegan de la sociedad en la que vivimos encerrados en cómodos mecanismos, so pena de disolver la función profética de nuestra vocación y misión. Empezar por estos gestos pequeños y sencillos parece ser el banco de ensayo más importante para comprender la naturaleza de nuestras relaciones, precisamente porque requieren coherencia. Éstos, pues, constituyen día a día el puente por el que nos acercamos unos a otros, mientras que, si no se ponen en práctica, o peor aún si son sustituidos por los correspondientes desvalores, poco a poco se construye un muro que hace más difícil la comunicación.

Sin embargo, en el pasaje evangélico tomado como fuente para esta reflexión y que forma parte de la liturgia de la Palabra en esta Cuaresma, se nos propone un camino cotidiano de conversión personal y comunitaria a partir de gestos sencillos. Los griegos le preguntan a Felipe “queremos ver a Jesús” y él se dirige a los demás apóstoles para que su deseo se realice y los griegos sean conducidos a la fe. Una simple petición, a través de la acción comunitaria de los apóstoles, acerca a Jesús, lleva a ver a Jesús, no ya físicamente, sino con los ojos de la fe y el deseo humano de relación. La mediación de Felipe y Andrés no se realiza sólo como apóstoles, sino ante todo como oyentes acogedores de la petición de los griegos, deseosos de poder comunicar con un simple gesto la alegría de haber encontrado ellos mismos a Jesús y hacer que también lo encuentren los griegos, que en cuanto tales son paganos a los ojos de los judíos piadosos, pero temerosos de Dios a los ojos de la comunidad cristiana. La petición de los griegos nos remite a la actualidad de la Palabra hoy, las dinámicas que se presentan ante nuestros ojos diariamente. Cuántos hoy desean una vida según el espíritu y no encuentran quien los acompañe al encuentro de Jesús; cuántos se sienten rechazados por actitudes cerradas y no se sienten respetados por sus orígenes y por sus particulares situaciones de procedencia.

Sin embargo, es precisamente esta consideración humana fundamental la que permite a los apóstoles ser mediadores en el encuentro del hombre con el rostro humano de Dios: nosotros mismos, como religiosos a menudo ansiamos una comunidad acogedora y comprensiva que se manifieste como tal en los pequeños gestos cotidianos, hasta llegar al ofrecimiento a los demás a través de la comprensión y aceptación mutua, como puente de coparticipación.

Sólo a partir de estos simples gestos realizados en la vida cotidiana podemos sentirnos llamados a buscar algo más y sentirnos, por fin, partícipes de un proyecto mayor.

Pero para comprender la importancia de estos requisitos cotidianos y humanos es necesario superar el dogmatismo de ciertos esquemas pastorales y la estrechez de nuestras visiones personales, que no son más que proyección de lo que somos, y, por tanto, ya de por sí perjudiciales.

La realidad de cada persona, así como de cada situación en la que se encuentra involucrada es compleja, y abordar esta realidad requiere, en primer lugar, ser conscientes de su complejidad que no puede reducirse a esquemas interpretativos prefabricados, a menudo más adaptados a quien los produce que a la realidad misma. Por lo demás es el peligro que se denuncia tantas veces en este tiempo a la Iglesia: desencarnar la fe y, por tanto, el anuncio.


1.2 La entrega de sí mismo siguiendo a Cristo: ser atraídos y seguir

Una es nuestra esperanza: tener a Cristo como modelo y confrontación diaria. Los Apóstoles, atraídos por Él, compartiendo su propia vida, aprenden ante todo la lógica de la entrega gratuita y total de sí mismos a los demás, a partir de su adhesión personal a la enseñanza y al testimonio de Cristo. Tu rostro busco, Señor, (Sal 26) es la pregunta que suscita cada día la búsqueda, y que es fundamentalmente una cuestión de relación humana y divina. Buscar y encontrar el rostro de Cristo significa, en definitiva, buscar y encontrar el rostro de cada hombre. Mirar al otro a través del rostro de Cristo nos libera de toda visión egocéntrica y nos inserta en ese camino de discernimiento del Espíritu que lleva a buscar la verdad en el otro. La primera oblación que se nos pide es precisamente renunciar a todo lo prejuicio para escuchar y entregarnos completamente a los demás, especialmente con nuestra propia capacidad de escuchar atentamente. Sólo así el otro puede convertirse en sujeto y objeto del mismo amor de Dios. Allí comienza el camino de adhesión a la fe, con la experiencia de un amor encarnado y hecho visible por quien ya ha sido iluminado y trasformado.

El año que viene celebraremos dos acontecimientos que recordarán esta esperanza: el jubileo y los sesenta años de la clausura del Concilio Vaticano II. Ambos acontecimientos nos llamarán a hacer un balance de nuestra vida y de nuestra adhesión a la vocación recibida. La clausura del Vaticano II, cuando en el aire se oye hablar de un próximo Vaticano III, debería llevar a preguntarnos: ¿Cuánto hemos avanzado en el intento fundamental de Juan XXIII y de Pablo VI en la apertura de la Iglesia al diálogo con la “modernidad” y cuánto queda todavía por avanzar? ¿El diálogo es sólo un problema de la Iglesia como institución o un problema de los miembros, de cada uno de nosotros? ¿Qué esperanza anima nuestro diálogo con la Iglesia y en la Iglesia hoy? ¿Cuál es la relación entre una fe creída y una fe vivida y testimoniada? ¿Cuál es la relación con el mundo que nos rodea?

La capacidad de disponernos cada día a la escucha y al anuncio del encuentro con Cristo puede ciertamente ser un criterio para responder a estas preguntas. Ives Congar, que participó en el Concilio como teólogo, partidario del movimiento de los sacerdotes obreros y de la renovación litúrgica, escribió: “El anuncio del Concilio había despertado un enorme interés y mucha esperanza. Parecía que después del régimen asfixiante de Pío XII, por fin se habían abierto las ventanas y podíamos respirar. La Iglesia tenía una gran oportunidad. Se abría al diálogo”4. El diálogo en el pensamiento del teólogo francés era la única herramienta eficaz para que la Iglesia progresara en este camino5, como propuso Juan XXIII al Concilio: “En el orden actual de las cosas, la buena Providencia nos conduce a un nuevo orden de relaciones humanas que, mediante el trabajo de los hombres y más allá de sus propias expectativas, avanza hacia el cumplimiento de sus planes superiores e inesperados; y todo, incluso la diversidad humana, está dispuesto para el mayor bien de la Iglesia”6, por lo tanto el diálogo se convierte no sólo en tema del Concilio sino en su fuente y método, más aún, en instrumento de actuación de la voz del Espíritu.

Santo Tomás de Aquino en el comentario a Jn 12,20-26 centra toda su exégesis en el diálogo Cristo-mundo y en la necesidad de su pasión por la conversión de los gentiles: “En este sentido dice: “Ha llegado la hora de que sea glorificado el Hijo del hombre; es decir, cuando está a punto de sufrir la muerte; ya que antes de ella los gentiles no se habrían convertido”7. La muerte-donación de Cristo trae consigo la conversión de los gentiles, según S. Tomás, porque por ella y por la resurrección viene dado el Espíritu que da la posibilidad de relación con Dios. Además el pasaje invita al discípulo a hacer lo mismo, tanto para su propia alma como para los demás: El que quiera servirme, que me siga, quiere decir, según el santo teólogo dominico, que el discípulo debe morir a sí mismo y desear el verdadero bien para su alma y no los bienes transitorios o materiales, que llevan a amar el alma secundum quid y no en modo real8. El primer bien es Dios y quien tiene a Dios como único bien estará dispuesto a entregarse hasta la muerte para conseguir este bien y dará su vida para conseguir los bienes eternos sembrándola como una semilla que muere para dar mucho fruto: “Y lo mismo se diga de los que ofrecen sus riquezas y otros bienes por Cristo, en favor del prójimo en vista de la vida eterna”9. Esto sucede porque se entra a formar parte de la dinámica del don de Cristo: El que quiera servirme, que me siga, y donde esté yo allí también estará mi servidor. A quien me sirva, el Padre lo honrará, y S. Agustín añade: ¿Qué honor le dará sino estar junto a su Hijo?”10. El don del Padre para el discípulo de Cristo es presencia-comunión con Él, don del discípulo a sus hermanos mediante la donación de su propia disponibilidad y acompañamiento, es decir, el don de sí mismo y del propio amor fraterno.


1.3 Don y esperanza: servir

Cómo actualizar todo esto en nuestra vida diaria ya lo hemos dicho al expresar la necesidad de empezar con gestos sencillos y cotidianos. Pero en cuanto Mínimos estamos llamados a ir más allá de nuestras mismas prácticas espirituales recogidas en el código que Francisco nos propuso en la Regla, y que nosotros llamamos la corrección fraterna.

No habría entendido el significado del vivir fraterno quien no acepta la corrección fraterna o no esté dispuesto a aceptar la de su hermano. Sin embargo, es necesario que ésta sea conforme y se lleve a cabo en el contexto de la identificación con Cristo, como nos sugiere el pasaje del Evangelio, si se quiere que sea auténtica y aceptable para quien la recibe. Desde esta perspectiva de entrega al otro, como ha hecho Cristo, la corrección fraterna es un acto de amor, y sólo desde este punto de vista puede realizarse correctamente: el amor es paciente, es benigno; el amor no tiene envidia, no presume, no se engríe; no es indecoroso ni egoísta; no se irrita; no lleva cuentas del mal; no se alegra de la injusticia, sino que goza con la verdad (1 Cor 13, 4-6). Antes de ofrecer o recibir la corrección fraterna hay que ser conscientes de la sublimidad de la caridad a la que nos invita S. Pablo en este pasaje. Nos invita en primer lugar a corregirnos a nosotros mismos y después a esforzarnos por adherirnos cada día a Cristo para acercarnos a la medida de su amor, fundamento de un verdadero discernimiento.

Además, el amor, que nos ha llamado a todos a vivir unidos, es el denominador común de la vida comunitaria, la meta que todos nos esforzamos por alcanzar cada día y que anima nuestras acciones cotidianas para con nuestros hermanos y con todos aquellos con los que nos encontramos.

Para poder abrirnos al verdadero amor, todos nosotros estamos llamados cada día a superar los miramientos egoístas y la referencia a nosotros mismos como medida de la vida de los demás para redescubrir el valor de una auténtica y verdadera conciencia cristiana.

En el saludo dirigido a las monjas canonesas de S. Agustín reunidas en el Capítulo General, el Papa Francisco, trazando el camino para establecer nuevos horizontes de fraternidad, invita a evitar un gran peligro que amenaza a nuestra sociedad, a la vida cristiana y religiosa: la conciencia aislada11.El concepto es mucho más amplio que el significado que se podría dar a las palabras del Papa: una conciencia aislada no es sólo una persona separada de la vida común o comunitaria. Una conciencia aislada es el resultado de la creencia de que la conciencia, tomada en sí misma, sea la única fuente de acción moral, la única referencia autorreferencial a la que cada uno deba referirse. Si así fuera, sería la negación total de la acción comunitaria y del valor salvífico de la comunidad misma. Al escribir sobre este tema, su predecesor ya había advertido de este peligro y había ilustrado en lo que concierne a la realidad de este santuario de unión íntima entre la voluntad divina y la del hombre que toma sus decisiones morales. La conciencia es en sí misma, escribió el Papa Ratzinger, fruto de un camino, de la elección de seguir un camino de vida12, es el momento y el lugar en el que el hombre elige el bien para su propia alma y para su espacio vital, su prójimo. En este santuario el hombre encuentra la Revelación, y por tanto su conciencia es iluminada y formada por la presencia de Dios y recoge además la experiencia vital de la comunidad que le ha precedido, y de la contemporánea, y se convierte no sólo en lugar de realización de preceptos morales sino lugar en el que estos se hacen posibles y pensables y lugar donde tales preceptos se hacen evidentes y por tanto se ponen en práctica: “En el estilo de vida de ella se conservan las experiencias de generaciones enteras, en las que se ha verificado lo que una sociedad puede mantener y lo que puede eliminar, cómo conciliar la felicidad del individuo y la existencia del todo y cómo mantener el equilibrio. Toda moral necesita un “nosotros” con sus experiencias pre-racionales y sobre-racionales, en las que no sólo se expresa el cálculo del momento, sino que coincide con la sabiduría de las generaciones”13. Por tanto, la conciencia es también fruto de una relación y de un vínculo, de manera que la comunidad para el Papa Ratzinger es una de las principales fuentes de la acción moral, y por tanto un paso necesario para la formación de la conciencia. Pero más aún, con su rica experiencia y como lugar de presencia divina, la comunidad es garante de la autenticidad de la moral y de la misma presencia divina porque de ella tiene su origen. Lo que sea la moral, añade el Papa Ratzinger, es pues, visible ante todo en las mores ecclesiae, pero sobre todo en aquellos que: “más que nadie, viven la naturaleza más profunda de la Iglesia: los santos”14.

Por tanto, en la vida de los santos encontramos realizada la respuesta a las preguntas más profundas de nuestra conciencia para guiar la acción moral, en la medida en que ésta elección se vuelve consciente y responsable, descubierta y aceptada en conciencia. Pero, aunque la elección es una acción consciente de la conciencia individual, toda la dinámica, así como su punto de aterrizaje, es relacional. Este proceso relacional, si es iluminado por la Palabra de Dios y su Espíritu, sólo puede llevar al discípulo a descubrir su propia capacidad de amar y entregarse libremente a los demás, primer principio y fin de todo camino cristiano. Sólo puede conducir al don de uno mismo a los demás a través del servicio. Un servicio que no es una acción exterior ni un esfuerzo para lograr un fin práctico y contingente, sino que es sobre todo un servicio de encuentro con el otro considerado como perteneciente a la misma comunidad-familia de Dios y puesto a mi lado para que en comunión se pueda alcanzar la perfección del amor. Por eso la comunidad se convierte en un lugar necesario para el discernimiento sobre el primer punto fundamental que es el amor: “para que todos sean uno, como tú, Padre, en mí, y yo en ti, que ellos también sean uno en nosotros, para que el mundo crea que tú me has enviado” (Jn 17, 21). Y de este principio brota tanto la vida de comunidad como el discernimiento de sí misma para que todos unidos podamos alcanzar la meta a la que hemos sido llamados. Sobre este fundamento se basa la corrección fraterna, animada por el amor, que tiene como fin el amor, y por tanto exige una donación total al otro antes, durante y después.

En esta dinámica, movida e inspirada por el Espíritu, la comunidad religiosa se convierte en un lugar vital de discernimiento del Carisma, experiencia de Iglesia que discierne a partir de la realidad concreta de sus miembros y, asumiendo el peso de las dificultades cotidianas, busca y encuentra cómo afrontarlos y luego progresar.

Pero todo esto sólo es posible si lo llevamos a cabo todos juntos y aprovechando todas las posibilidades que se nos ofrecen para poder implementar juntos el discernimiento y la coparticipación, la corrección fraterna y la compasión. Los próximos acontecimientos nos invitan a redescubrir esta misión primordial nuestra.

Los Mínimos mediante la Cuaresma, ponemos en práctica la vitalidad de nuestro carisma de conversión, conscientes de que nos llevará a la plena alegría si somos capaces de implementarlo juntos y si no dejamos atrás a ninguno de nuestros hermanos. En el espíritu de los próximos acontecimientos que viviremos, sintámonos llamados a fortalecer nuestra comunión por el amor, construyendo con gestos cotidianos y concretos ese amor que nos llevará a vivir los acontecimientos con la esperanza de una nueva primavera del Espíritu.

Con mi saludo personal y mi abrazo fraterno, al que se suma toda la Curia General, y con el deseo de un fecundo camino cuaresmal.

Roma, 14 de febrero de 2024

Miércoles de Ceniza.


P. Gregorio Colatorti

Corrector General





Oración del Jubileo

Padre que estás en el cielo,

la fe que nos has donado en

tu Hijo Jesucristo, nuestro hermano,

y la llama de caridad

infundida en nuestros corazones por el Espíritu Santo,

despierten en nosotros la bienaventurada esperanza

en la venida de tu Reino.



Tu gracia nos transforme

en dedicados cultivadores de las semillas del Evangelio

que fermenten la humanidad y el cosmos,

en espera confiada

de los cielos nuevos y de la tierra nueva,

cuando vencidas las fuerzas del mal,

se manifestará para siempre tu gloria.



La gracia del Jubileo

reavive en nosotros, Peregrinos de Esperanza,

el anhelo de los bienes celestiales

y derrame en el mundo entero

la alegría y la paz

de nuestro Redentor.

A ti, Dios bendito eternamente,

sea la alabanza y la gloria por los siglos. Amén.




1 CONGREGACIÓN PARA LOS INTITUTOS DE VIDA CONSAGRADA Y LAS SOCIEDADES DE VIDA APOSTOLICA, Vida Fraterna en Comunidad, 10.


2 Ibídem, 21.


3 Ibídem, 27.


4 Y. CONGAR, Diario del Concilio 1960-1966, Cinisello Balsamo, San Pablo, 2023, 66.


5 Cfr. Ibidem, 65-94.


6 Juan XXIII, GAUDET MATER ECCLESIA , 9.


7 TOMÁS DE AQUINO, Comentario al Evangelio según Juan, Capítulos 10-21, Boloña, Ediciones San Clemente-Ediciones Estudio Dominico, 2019, 323.


8 Cfr. Ibidem, 329.


9 Cfr. Ibidem, 333.


10 AGUSTÍN, Comentario al Evangelio de S. Juan, Giovane Reale, (ed.), Milán, Bompiani, 2012, 1257.


11 Cfr. FRANCISCO, Escuchar para servir, Discurso sobre la Vida Consagrada, Roma, LEV, 2023, 549.


12 Cfr. BENEDICTO XVI, La teología del Sacramento del Orden, en J. RATZINGER, Opera Omnia, vol. 12, Roma, LEV, 2013, 315.


13 Ibídem.


14 Cfr. Ibidem, 317.