14/2/24

MENSAJE DE CUARESMA DEL P. CORRECTOR GREGORIO COLATORTI O. M.


A LOS FRAILES, MONJAS Y TERCIARIOS.

Cuaresma 2024

Don y esperanza: ser atraídos, seguir y servir.

“Entre los que habían venido a celebrar la fiesta había algunos griegos; éstos, acercándose a Felipe, el de Betsaida de Galilea, le rogaban: “Señor, queremos ver a Jesús”. Felipe fue a decírselo a Andrés; y Andrés y Felipe fueron a decírselo a Jesús. Jesús les contestó: “Ha llegado la hora de que sea glorificado el Hijo del hombre. En verdad, en verdad os digo: si el grano de trigo no cae en tierra y muere, queda infecundo; pero si muere, da mucho fruto. El que se ama a sí mismo, se pierde, y el que se aborrece a sí mismo en este mundo, se guardará para la vida eterna. El que quiera servirme, que me siga, y donde estoy yo, allí también estará mi servidor; a quien me sirva, el Padre lo honrará. Ahora mi alma está agitada, y ¿qué diré? ¿Padre, líbrame de esta hora? Pero si para esto he venido, para esta hora: Padre, glorifica tu nombre”. Entonces vino una voz del cielo: “Lo he glorificado y volveré a glorificarlo”.

La gente que estaba allí y lo oyó, decía que había sido un trueno; otros decían que le había hablado un ángel.

Jesús tomó la palabra y dijo: “Esta voz no ha venido por mí, sino por vosotros. Ahora va a ser juzgado el mundo; ahora el príncipe de este mundo va a ser echado fuera. Y cuando yo sea elevado sobre la tierra, atraeré a todos hacia mí”.

Esto lo decía dando a entender la muerte de que iba a morir.” (Jn 12, 20-33).


Queridos Hermanos,

Envío mi mensaje, como es tradición por Cuaresma, para compartir los esfuerzos de todos nosotros y vivir testimoniando el carisma de conversión, herencia de nuestro padre y Fundador, S. Francisco de Paula.

La meditación anual sobre la Cuaresma nos encuentra este año preparando algunos acontecimientos importantes para nuestra vida religiosa Mínima en la Iglesia. El primero y más importante, por afectarnos más de cerca, es la celebración del Capítulo General. Por medio de él cada uno de nosotros, amantes de nuestra familia Mínima, tiene la oportunidad de leer la actualidad interpretándola según la tradición espiritual del pasado para proyectarla en el futuro de la vida de la Iglesia. Alegres por la esperanza que cada uno de nosotros nutre por la vida de nuestra pequeña familia, queremos prepararnos lo mejor posible a la celebración de este acontecimiento. El discernimiento y la reflexión sobre la virtud de la esperanza deben animar y mover todo nuestro actuar de manera que nos dispongamos a ser don para los demás, así como los demás son don para nosotros.

1. Don y esperanza: La alegría de gestos sencillos

Permitidme compartir la alegría que infunde esperanza ante el florecer de vocaciones en India y en África. Este año ha habido algunas ordinaciones. Este particular debería hacernos reflexionar a los occidentales sobre el valor universal del Carisma, y más aún sobre la necesidad de reinventar su implementación para las nuevas exigencias de nuestro tiempo. Dar esperanza a partir del testimonio de una verdadera fraternidad es probablemente una de las fundamentales. Hay que recuperar este primer testimonio de la Vida Consagrada, tal como nos lo recuerda el documento “La Vida Fraterna en Comunidad”:

“Sin embargo, en la variedad de sus formas, la vida fraterna en común se ha manifestado siempre como una radicalización del común espíritu fraterno que une a todos los cristianos. La comunidad religiosa es manifestación palpable de la comunión que funda la Iglesia, y, al mismo tiempo profecía de la unidad a la que tiende como a su meta última. Expertos en comunión, los religiosos están llamados a ser en la comunidad eclesial y en el mundo testigos y artífices de aquel proyecto de comunión que está en el vértice de la historia del hombre según Dios”.1

Este documento, después de treinta años de su publicación, puede ser útil para la preparación del próximo Capítulo General y para hacer un balance de nuestra vida fraterna. Los Mínimos estamos llamados en primer lugar a confrontar nuestro Carisma fundacional con las reclamaciones del Magisterio de la Iglesia. Por eso es necesario tener un enfoque fundamental de penitencia-conversión, como lo proprium de nuestra vocación y lo específico de nuestro testimonio. A este propósito, como es lógico, el documenta empieza su exposición sobre la vida fraterna por la conversión personal:

“Para vivir como hermanos y como hermanas, es necesario un verdadero camino de liberación interior. Al igual que Israel, liberado de Egipto, llegó a ser pueblo de Dios, después de haber caminado largo tiempo en el desierto bajo la guía de Moisés, así también la comunidad, dentro de la Iglesia, pueblo de Dios, está constituida por personas a las que Cristo ha liberado y ha hecho capaces de amar como Él, mediante el don de su Amor liberador y la aceptación cordial de aquellos que Él nos ha dado como guías”. 2

Esta predisposición suscita ciertamente gestos concretos de apertura a los demás que se realizan a partir de gestos sencillos: “Para favorecer la comunión de espíritu y de corazones de quienes han sido llamados a vivir juntos en una comunidad, es muy útil llamar la atención sobre la necesidad de cultivar las cualidades requeridas en toda relación humana: educación, amabilidad, sinceridad, control de sí, delicadeza, sentido del humor y espíritu de participación”3. Prisioneros de los quehaceres o del vaivén de la vida personal, comunitaria, o social olvidamos a menudo que los valores superiores a los que aspiramos no pueden ser palabras o el espacio vital en el que se realizan sino el día a día, tejido de gestos sencillos que testimonian diaria y coherentemente la naturaleza de los valores en los que creemos: “El que es fiel en lo poco, también en lo mucho es fiel; el que es injusto en lo poco, también en lo mucho es injusto” (Lc 16,10).

La necesidad de una relación sencilla, humana, diaria y coherente desafía fuertemente nuestro anuncio evangélico hoy, en cuanto cristianos y en cuanto Mínimos, si sabemos observar la naturaleza de nuestras relaciones internas y si miramos la crisis de las relaciones que se vive en la sociedad actual. A menudo pensamos que algunas instituciones cristianas, como el matrimonio, están en crisis en cuanto instituciones religiosas, pero en realidad todas las relaciones importantes están en crisis. No podemos dejar de lado las demandas que nos llegan de la sociedad en la que vivimos encerrados en cómodos mecanismos, so pena de disolver la función profética de nuestra vocación y misión. Empezar por estos gestos pequeños y sencillos parece ser el banco de ensayo más importante para comprender la naturaleza de nuestras relaciones, precisamente porque requieren coherencia. Éstos, pues, constituyen día a día el puente por el que nos acercamos unos a otros, mientras que, si no se ponen en práctica, o peor aún si son sustituidos por los correspondientes desvalores, poco a poco se construye un muro que hace más difícil la comunicación.

Sin embargo, en el pasaje evangélico tomado como fuente para esta reflexión y que forma parte de la liturgia de la Palabra en esta Cuaresma, se nos propone un camino cotidiano de conversión personal y comunitaria a partir de gestos sencillos. Los griegos le preguntan a Felipe “queremos ver a Jesús” y él se dirige a los demás apóstoles para que su deseo se realice y los griegos sean conducidos a la fe. Una simple petición, a través de la acción comunitaria de los apóstoles, acerca a Jesús, lleva a ver a Jesús, no ya físicamente, sino con los ojos de la fe y el deseo humano de relación. La mediación de Felipe y Andrés no se realiza sólo como apóstoles, sino ante todo como oyentes acogedores de la petición de los griegos, deseosos de poder comunicar con un simple gesto la alegría de haber encontrado ellos mismos a Jesús y hacer que también lo encuentren los griegos, que en cuanto tales son paganos a los ojos de los judíos piadosos, pero temerosos de Dios a los ojos de la comunidad cristiana. La petición de los griegos nos remite a la actualidad de la Palabra hoy, las dinámicas que se presentan ante nuestros ojos diariamente. Cuántos hoy desean una vida según el espíritu y no encuentran quien los acompañe al encuentro de Jesús; cuántos se sienten rechazados por actitudes cerradas y no se sienten respetados por sus orígenes y por sus particulares situaciones de procedencia.

Sin embargo, es precisamente esta consideración humana fundamental la que permite a los apóstoles ser mediadores en el encuentro del hombre con el rostro humano de Dios: nosotros mismos, como religiosos a menudo ansiamos una comunidad acogedora y comprensiva que se manifieste como tal en los pequeños gestos cotidianos, hasta llegar al ofrecimiento a los demás a través de la comprensión y aceptación mutua, como puente de coparticipación.

Sólo a partir de estos simples gestos realizados en la vida cotidiana podemos sentirnos llamados a buscar algo más y sentirnos, por fin, partícipes de un proyecto mayor.

Pero para comprender la importancia de estos requisitos cotidianos y humanos es necesario superar el dogmatismo de ciertos esquemas pastorales y la estrechez de nuestras visiones personales, que no son más que proyección de lo que somos, y, por tanto, ya de por sí perjudiciales.

La realidad de cada persona, así como de cada situación en la que se encuentra involucrada es compleja, y abordar esta realidad requiere, en primer lugar, ser conscientes de su complejidad que no puede reducirse a esquemas interpretativos prefabricados, a menudo más adaptados a quien los produce que a la realidad misma. Por lo demás es el peligro que se denuncia tantas veces en este tiempo a la Iglesia: desencarnar la fe y, por tanto, el anuncio.


1.2 La entrega de sí mismo siguiendo a Cristo: ser atraídos y seguir

Una es nuestra esperanza: tener a Cristo como modelo y confrontación diaria. Los Apóstoles, atraídos por Él, compartiendo su propia vida, aprenden ante todo la lógica de la entrega gratuita y total de sí mismos a los demás, a partir de su adhesión personal a la enseñanza y al testimonio de Cristo. Tu rostro busco, Señor, (Sal 26) es la pregunta que suscita cada día la búsqueda, y que es fundamentalmente una cuestión de relación humana y divina. Buscar y encontrar el rostro de Cristo significa, en definitiva, buscar y encontrar el rostro de cada hombre. Mirar al otro a través del rostro de Cristo nos libera de toda visión egocéntrica y nos inserta en ese camino de discernimiento del Espíritu que lleva a buscar la verdad en el otro. La primera oblación que se nos pide es precisamente renunciar a todo lo prejuicio para escuchar y entregarnos completamente a los demás, especialmente con nuestra propia capacidad de escuchar atentamente. Sólo así el otro puede convertirse en sujeto y objeto del mismo amor de Dios. Allí comienza el camino de adhesión a la fe, con la experiencia de un amor encarnado y hecho visible por quien ya ha sido iluminado y trasformado.

El año que viene celebraremos dos acontecimientos que recordarán esta esperanza: el jubileo y los sesenta años de la clausura del Concilio Vaticano II. Ambos acontecimientos nos llamarán a hacer un balance de nuestra vida y de nuestra adhesión a la vocación recibida. La clausura del Vaticano II, cuando en el aire se oye hablar de un próximo Vaticano III, debería llevar a preguntarnos: ¿Cuánto hemos avanzado en el intento fundamental de Juan XXIII y de Pablo VI en la apertura de la Iglesia al diálogo con la “modernidad” y cuánto queda todavía por avanzar? ¿El diálogo es sólo un problema de la Iglesia como institución o un problema de los miembros, de cada uno de nosotros? ¿Qué esperanza anima nuestro diálogo con la Iglesia y en la Iglesia hoy? ¿Cuál es la relación entre una fe creída y una fe vivida y testimoniada? ¿Cuál es la relación con el mundo que nos rodea?

La capacidad de disponernos cada día a la escucha y al anuncio del encuentro con Cristo puede ciertamente ser un criterio para responder a estas preguntas. Ives Congar, que participó en el Concilio como teólogo, partidario del movimiento de los sacerdotes obreros y de la renovación litúrgica, escribió: “El anuncio del Concilio había despertado un enorme interés y mucha esperanza. Parecía que después del régimen asfixiante de Pío XII, por fin se habían abierto las ventanas y podíamos respirar. La Iglesia tenía una gran oportunidad. Se abría al diálogo”4. El diálogo en el pensamiento del teólogo francés era la única herramienta eficaz para que la Iglesia progresara en este camino5, como propuso Juan XXIII al Concilio: “En el orden actual de las cosas, la buena Providencia nos conduce a un nuevo orden de relaciones humanas que, mediante el trabajo de los hombres y más allá de sus propias expectativas, avanza hacia el cumplimiento de sus planes superiores e inesperados; y todo, incluso la diversidad humana, está dispuesto para el mayor bien de la Iglesia”6, por lo tanto el diálogo se convierte no sólo en tema del Concilio sino en su fuente y método, más aún, en instrumento de actuación de la voz del Espíritu.

Santo Tomás de Aquino en el comentario a Jn 12,20-26 centra toda su exégesis en el diálogo Cristo-mundo y en la necesidad de su pasión por la conversión de los gentiles: “En este sentido dice: “Ha llegado la hora de que sea glorificado el Hijo del hombre; es decir, cuando está a punto de sufrir la muerte; ya que antes de ella los gentiles no se habrían convertido”7. La muerte-donación de Cristo trae consigo la conversión de los gentiles, según S. Tomás, porque por ella y por la resurrección viene dado el Espíritu que da la posibilidad de relación con Dios. Además el pasaje invita al discípulo a hacer lo mismo, tanto para su propia alma como para los demás: El que quiera servirme, que me siga, quiere decir, según el santo teólogo dominico, que el discípulo debe morir a sí mismo y desear el verdadero bien para su alma y no los bienes transitorios o materiales, que llevan a amar el alma secundum quid y no en modo real8. El primer bien es Dios y quien tiene a Dios como único bien estará dispuesto a entregarse hasta la muerte para conseguir este bien y dará su vida para conseguir los bienes eternos sembrándola como una semilla que muere para dar mucho fruto: “Y lo mismo se diga de los que ofrecen sus riquezas y otros bienes por Cristo, en favor del prójimo en vista de la vida eterna”9. Esto sucede porque se entra a formar parte de la dinámica del don de Cristo: El que quiera servirme, que me siga, y donde esté yo allí también estará mi servidor. A quien me sirva, el Padre lo honrará, y S. Agustín añade: ¿Qué honor le dará sino estar junto a su Hijo?”10. El don del Padre para el discípulo de Cristo es presencia-comunión con Él, don del discípulo a sus hermanos mediante la donación de su propia disponibilidad y acompañamiento, es decir, el don de sí mismo y del propio amor fraterno.


1.3 Don y esperanza: servir

Cómo actualizar todo esto en nuestra vida diaria ya lo hemos dicho al expresar la necesidad de empezar con gestos sencillos y cotidianos. Pero en cuanto Mínimos estamos llamados a ir más allá de nuestras mismas prácticas espirituales recogidas en el código que Francisco nos propuso en la Regla, y que nosotros llamamos la corrección fraterna.

No habría entendido el significado del vivir fraterno quien no acepta la corrección fraterna o no esté dispuesto a aceptar la de su hermano. Sin embargo, es necesario que ésta sea conforme y se lleve a cabo en el contexto de la identificación con Cristo, como nos sugiere el pasaje del Evangelio, si se quiere que sea auténtica y aceptable para quien la recibe. Desde esta perspectiva de entrega al otro, como ha hecho Cristo, la corrección fraterna es un acto de amor, y sólo desde este punto de vista puede realizarse correctamente: el amor es paciente, es benigno; el amor no tiene envidia, no presume, no se engríe; no es indecoroso ni egoísta; no se irrita; no lleva cuentas del mal; no se alegra de la injusticia, sino que goza con la verdad (1 Cor 13, 4-6). Antes de ofrecer o recibir la corrección fraterna hay que ser conscientes de la sublimidad de la caridad a la que nos invita S. Pablo en este pasaje. Nos invita en primer lugar a corregirnos a nosotros mismos y después a esforzarnos por adherirnos cada día a Cristo para acercarnos a la medida de su amor, fundamento de un verdadero discernimiento.

Además, el amor, que nos ha llamado a todos a vivir unidos, es el denominador común de la vida comunitaria, la meta que todos nos esforzamos por alcanzar cada día y que anima nuestras acciones cotidianas para con nuestros hermanos y con todos aquellos con los que nos encontramos.

Para poder abrirnos al verdadero amor, todos nosotros estamos llamados cada día a superar los miramientos egoístas y la referencia a nosotros mismos como medida de la vida de los demás para redescubrir el valor de una auténtica y verdadera conciencia cristiana.

En el saludo dirigido a las monjas canonesas de S. Agustín reunidas en el Capítulo General, el Papa Francisco, trazando el camino para establecer nuevos horizontes de fraternidad, invita a evitar un gran peligro que amenaza a nuestra sociedad, a la vida cristiana y religiosa: la conciencia aislada11.El concepto es mucho más amplio que el significado que se podría dar a las palabras del Papa: una conciencia aislada no es sólo una persona separada de la vida común o comunitaria. Una conciencia aislada es el resultado de la creencia de que la conciencia, tomada en sí misma, sea la única fuente de acción moral, la única referencia autorreferencial a la que cada uno deba referirse. Si así fuera, sería la negación total de la acción comunitaria y del valor salvífico de la comunidad misma. Al escribir sobre este tema, su predecesor ya había advertido de este peligro y había ilustrado en lo que concierne a la realidad de este santuario de unión íntima entre la voluntad divina y la del hombre que toma sus decisiones morales. La conciencia es en sí misma, escribió el Papa Ratzinger, fruto de un camino, de la elección de seguir un camino de vida12, es el momento y el lugar en el que el hombre elige el bien para su propia alma y para su espacio vital, su prójimo. En este santuario el hombre encuentra la Revelación, y por tanto su conciencia es iluminada y formada por la presencia de Dios y recoge además la experiencia vital de la comunidad que le ha precedido, y de la contemporánea, y se convierte no sólo en lugar de realización de preceptos morales sino lugar en el que estos se hacen posibles y pensables y lugar donde tales preceptos se hacen evidentes y por tanto se ponen en práctica: “En el estilo de vida de ella se conservan las experiencias de generaciones enteras, en las que se ha verificado lo que una sociedad puede mantener y lo que puede eliminar, cómo conciliar la felicidad del individuo y la existencia del todo y cómo mantener el equilibrio. Toda moral necesita un “nosotros” con sus experiencias pre-racionales y sobre-racionales, en las que no sólo se expresa el cálculo del momento, sino que coincide con la sabiduría de las generaciones”13. Por tanto, la conciencia es también fruto de una relación y de un vínculo, de manera que la comunidad para el Papa Ratzinger es una de las principales fuentes de la acción moral, y por tanto un paso necesario para la formación de la conciencia. Pero más aún, con su rica experiencia y como lugar de presencia divina, la comunidad es garante de la autenticidad de la moral y de la misma presencia divina porque de ella tiene su origen. Lo que sea la moral, añade el Papa Ratzinger, es pues, visible ante todo en las mores ecclesiae, pero sobre todo en aquellos que: “más que nadie, viven la naturaleza más profunda de la Iglesia: los santos”14.

Por tanto, en la vida de los santos encontramos realizada la respuesta a las preguntas más profundas de nuestra conciencia para guiar la acción moral, en la medida en que ésta elección se vuelve consciente y responsable, descubierta y aceptada en conciencia. Pero, aunque la elección es una acción consciente de la conciencia individual, toda la dinámica, así como su punto de aterrizaje, es relacional. Este proceso relacional, si es iluminado por la Palabra de Dios y su Espíritu, sólo puede llevar al discípulo a descubrir su propia capacidad de amar y entregarse libremente a los demás, primer principio y fin de todo camino cristiano. Sólo puede conducir al don de uno mismo a los demás a través del servicio. Un servicio que no es una acción exterior ni un esfuerzo para lograr un fin práctico y contingente, sino que es sobre todo un servicio de encuentro con el otro considerado como perteneciente a la misma comunidad-familia de Dios y puesto a mi lado para que en comunión se pueda alcanzar la perfección del amor. Por eso la comunidad se convierte en un lugar necesario para el discernimiento sobre el primer punto fundamental que es el amor: “para que todos sean uno, como tú, Padre, en mí, y yo en ti, que ellos también sean uno en nosotros, para que el mundo crea que tú me has enviado” (Jn 17, 21). Y de este principio brota tanto la vida de comunidad como el discernimiento de sí misma para que todos unidos podamos alcanzar la meta a la que hemos sido llamados. Sobre este fundamento se basa la corrección fraterna, animada por el amor, que tiene como fin el amor, y por tanto exige una donación total al otro antes, durante y después.

En esta dinámica, movida e inspirada por el Espíritu, la comunidad religiosa se convierte en un lugar vital de discernimiento del Carisma, experiencia de Iglesia que discierne a partir de la realidad concreta de sus miembros y, asumiendo el peso de las dificultades cotidianas, busca y encuentra cómo afrontarlos y luego progresar.

Pero todo esto sólo es posible si lo llevamos a cabo todos juntos y aprovechando todas las posibilidades que se nos ofrecen para poder implementar juntos el discernimiento y la coparticipación, la corrección fraterna y la compasión. Los próximos acontecimientos nos invitan a redescubrir esta misión primordial nuestra.

Los Mínimos mediante la Cuaresma, ponemos en práctica la vitalidad de nuestro carisma de conversión, conscientes de que nos llevará a la plena alegría si somos capaces de implementarlo juntos y si no dejamos atrás a ninguno de nuestros hermanos. En el espíritu de los próximos acontecimientos que viviremos, sintámonos llamados a fortalecer nuestra comunión por el amor, construyendo con gestos cotidianos y concretos ese amor que nos llevará a vivir los acontecimientos con la esperanza de una nueva primavera del Espíritu.

Con mi saludo personal y mi abrazo fraterno, al que se suma toda la Curia General, y con el deseo de un fecundo camino cuaresmal.

Roma, 14 de febrero de 2024

Miércoles de Ceniza.


P. Gregorio Colatorti

Corrector General





Oración del Jubileo

Padre que estás en el cielo,

la fe que nos has donado en

tu Hijo Jesucristo, nuestro hermano,

y la llama de caridad

infundida en nuestros corazones por el Espíritu Santo,

despierten en nosotros la bienaventurada esperanza

en la venida de tu Reino.



Tu gracia nos transforme

en dedicados cultivadores de las semillas del Evangelio

que fermenten la humanidad y el cosmos,

en espera confiada

de los cielos nuevos y de la tierra nueva,

cuando vencidas las fuerzas del mal,

se manifestará para siempre tu gloria.



La gracia del Jubileo

reavive en nosotros, Peregrinos de Esperanza,

el anhelo de los bienes celestiales

y derrame en el mundo entero

la alegría y la paz

de nuestro Redentor.

A ti, Dios bendito eternamente,

sea la alabanza y la gloria por los siglos. Amén.




1 CONGREGACIÓN PARA LOS INTITUTOS DE VIDA CONSAGRADA Y LAS SOCIEDADES DE VIDA APOSTOLICA, Vida Fraterna en Comunidad, 10.


2 Ibídem, 21.


3 Ibídem, 27.


4 Y. CONGAR, Diario del Concilio 1960-1966, Cinisello Balsamo, San Pablo, 2023, 66.


5 Cfr. Ibidem, 65-94.


6 Juan XXIII, GAUDET MATER ECCLESIA , 9.


7 TOMÁS DE AQUINO, Comentario al Evangelio según Juan, Capítulos 10-21, Boloña, Ediciones San Clemente-Ediciones Estudio Dominico, 2019, 323.


8 Cfr. Ibidem, 329.


9 Cfr. Ibidem, 333.


10 AGUSTÍN, Comentario al Evangelio de S. Juan, Giovane Reale, (ed.), Milán, Bompiani, 2012, 1257.


11 Cfr. FRANCISCO, Escuchar para servir, Discurso sobre la Vida Consagrada, Roma, LEV, 2023, 549.


12 Cfr. BENEDICTO XVI, La teología del Sacramento del Orden, en J. RATZINGER, Opera Omnia, vol. 12, Roma, LEV, 2013, 315.


13 Ibídem.


14 Cfr. Ibidem, 317.

17/12/23

MENSAJE DE ADVIENTO DEL P. CORRECTOR GENERAL DE LA ORDEN DE LOS MÍNIMOS

LLAMADOS A DAR TESTIMONIO CONVINCENTE DE COMUNIÓN

Carta del P. Corrector General, P. Gregorio Colatorti, a los Frailes, Monjas y Terciarios de la Orden de los Mínimos. Adviento 2023.


En aquel momento, se acercaron los discípulos a Jesús y le preguntaron: “¿Quién es el mayor en el reino de los cielos?”. Él llamó a un niño, lo puso en medio y dijo: “En verdad os digo que, si no os convertís y os hacéis como niños, no entraréis en el reino de los cielos. Por tanto, el que se haga pequeño como este niño, ese es el más grande en el reino de los cielos.

El que acoge a un niño como este en mi nombre me acoge a mí. (Mt 18, 1-5)


Queridos hermanos,


Saludo fraternalmente a todos vosotros, y deseo que disfrutéis de salud corporal y espiritual. Os envío esta reflexión-meditación por Adviento, como ya es tradición, en preparación a Navidad, y para compartir con vosotros algunas reflexiones que pueden ayudarnos a vivir la fraternidad de cara al nuevo año.

El camino sinodal de la Iglesia de nuestro tiempo nos invita a meditar sobre nuestra capacidad de dar testimonio convincente de comunión en nuestro día a día: “La sinodalidad tendría que manifestarse en la forma ordinaria de vivir y trabajar de la Iglesia”1, y en una renovación de la comunidad que empieza por la renovación de cada uno.2

La celebración del Sínodo va acompañada este año de un evento particular que da mayor realce, si cabe, a la belleza de la comunión. Se trata de los 800 años de la aprobación de la Regla Bullata de Francisco de Asís y del Belén de Greccio. Ambos acontecimientos son motivo de reflexión y preparación a la celebración del Capítulo General, como acontecimiento que nos afecta más de carce, y que es la mayor expresión de comunión y coparticipación de nuestra pequeña familia religiosa.

Precisamente por esto deseo proponer la reflexión, siguiendo el ejemplo de Francisco de Asís, sobre la alegría, una de las categorías más importantes de la vida espiritual, fruto del Espíritu Santo y auténtico criterio para discernir la correspondiente a nuestra vocación. Tratándose de una carta en preparación a Navidad, es también uno de los temas más importantes del Adviento.

1. Francisco de Asís¿Por qué?


Puede parecer extraño para alguien, y quizá fuera de lugar, afrontar el tema de la alegría, habiendo tantos otros temas importantes por debatir en la actualidad, y más partiendo del ejemplo de Francisco de Asís, que a primera vista no pertenece a nuestra tradición carismática, y cuya confrontación evoca rencillas y diatribas de otros tiempos.

La Iglesia hoy lucha por encontrar unidad y comunión, y por eso ha convocado un Sínodo para definirse a sí misma, como aconteciera con el Vaticano II,3 en relación al mundo contemporáneo y a sus exigencias. Uno de los testigos más destacados del Vaticano II, y que participó activamente, Giuseppe Alberigo, resalta del acontecimiento conciliar el universal testimonio de comunión que ofreció y sorprendió a todos los padres conciliares, a la Iglesia y a la humanidad entera4. Los mismos sentimientos animan hoy al Papa Francisco y su deseo de conducir a la Iglesia a ser imagen de comunión según el modelo de la Trinidad, animada por el Espíritu: “Porque tenemos necesidad del Espíritu, del aliento siempre nuevo de Dios, que libera de toda cerrazón, revive lo que está muerto, desate las cadenas y difunde la alegría”5.

Movidos por el Espíritu, fundamento y constructor de nuestra llamada a participar de la vida trinitaria,6 los religiosos tenemos el deber de ser profetas de comunión y fraternidad en nuestras comunidades, para poder vivirla después con todos los otros Institutos y en la Iglesia. Hay que buscar en los santos este ejemplo para nuestra utilidad y fortalecimiento de nuestra espiritualidad en aras de construir una comunión real y activa. Volver a Francisco de Asís en este sentido está justificado por la necesidad de compartir valores comunes, en este caso concreto valores comunes ofrecidos por la vida de los santos, que son patrimonio de toda la Iglesia. Señaladamente se ha establecido que la próxima reunión de los Superiores Generales del 2024 se celebre en Asís precisamente para empaparnos del espíritu del Santo: espíritu de fraternidad en la sencillez. Ciertamente hay otros factores que favorecen la confrontación con Francisco de Asís también para nosotros hijos de Francisco de Paula.

En primer lugar no se puede negar que Francisco de Paula haya estado relacionado por devoción personal al santo de Asís, de quien recibió el nombre y a quien ha dedicado su primitiva Congregación eremítica. Además de él ha heredado el patrimonio espiritual de los Mendicantes, aunque no sea la única fuente, proponiendo en su primera Regla algunos textos de aquella del de Asís para revestir a su fundación de una fisionomía lo más posible correspondiente a lo tradicional de esta vida, fuertemente evangélica, que nace y sigue siendo fuente de inspiración para la conversión a una vida interior plenamente evangélica y de reforma de la iglesia.

Precisamente por la cercanía original de las dos experiencias estamos llamados a tomar de Francisco de Asís un aspecto fundamental para nuestra vida espiritual: la perfecta alegría, la alegría que el camino de penitencia y conversión lleva consigo y que poco frecuentemente se subraya por parte de los estudiosos de nuestro carisma, y menos todavía por aquellos autores que escribieron sobre nuestros orígenes.

El reclamo a la alegría, como fruto del Espíritu en las vicisitudes de la vida de Francisco de Asís, es muy propio del Adviento, pues con los 800 años de la Regla Bullata se celebran también otros tantos del Belén de Greccio. Deteniéndonos en las intenciones que llevaron a Francisco de Asís a representar el Nacimiento de Jesús nos hace meditar en la alegría de Navidad y en la alegría profundamente humana que el nacimiento de Cristo trae a cada uno de nosotros: alegría que inundó el corazonón de los pastores y el de todos aquellos que con Francisco participaron en la construcción del primer pesebre.


2. La alegría del Belén de Greccio


Tomás de Celano nos ha trasmitido el relato de la iniciativa del pesebre de Greccio; sus palabras evocan la perfecta alegría que inundó a Francisco de Asís y a todos los participantes en la construcción del pesebre:


Vivía en aquella comarca un hombre, de nombre Juan, de buena fama y de mejor tenor de vida, a quien el bienaventurado Francisco amaba con amor singular, pues, siendo de noble familia muy honorable, despreciaba la nobleza de la sangre y aspiraba a la nobleza del espíritu. Unos quince días antes de la navidad del Señor, el bienaventurado Francisco le llamó, como solía hacerlo con frecuencia, y le dijo: «Si quieres que celebremos en Greccio esta fiesta del Señor date prisa en ir allá y prepara prontamente lo que te voy a indicar. Deseo celebrar la memoria del Niño que nació en Belén y quiero contemplar de alguna manera con mis ojos lo que sufrió en su invalidez de niño, cómo fue reclinado en el pesebre y cómo fue colocado sobre heno entre el buey y el asno». En oyendo esto el hombre bueno y fiel, corrió presto y preparó en el lugar señalado cuanto el Santo le había indicado. Llegó el día, ¡día de alegría, de exultación! Se citó a hermanos de muchos lugares; hombres y mujeres de la comarca, rebosando de gozo, prepararon, según sus posibilidades, cirios y teas para iluminar aquella noche en la que se encendió en el cielo aquella Estrella centelleante que iluminó todos los días y años. Llegó, en fin, el santo de Dios y, viendo que todas las cosas estaban dispuestas, las contempló y se alegró. Se prepara el pesebre, se trae el heno y se colocan el buey y el asno. Allí la simplicidad recibe honor, la pobreza es ensalzada, se valora la humildad, y Greccio se convierte en una nueva Belén. La noche resplandece como el día, ¡noche placentera para los hombres y para los animales! Llega la gente, y, ante el nuevo misterio, saborean nuevos gozos. La selva resuena de voces y las rocas responden a los himnos de júbilo. Cantan los hermanos las alabanzas del Señor y toda la noche transcurre entre cantos de alegría. El santo de Dios está de pie ante el pesebre, desbordándose en suspiros, traspasado de piedad, derretido en inefable gozo. Se celebra el rito solemne de la misa sobre el pesebre y él mismo goza de singular consolación nunca antes experimentada. …Terminada la solemne vigilia, todos retornaron a su casa colmados de alegría.7


¿Qué sucedió para que este momento resultase tan rico en luz y alegría, como nos dice la viva voz de Tomás de Celano? Ciertamente, la realización visual del nacimiento de Jesús es un acontecimiento nuevo para todos los que participan en él, y ésta puede ser una de las razones. Pero esa alegría inicial todavía impregna el espíritu de muchos que la perciben en sus hogares, iglesias y calles. Hoy ya no es la primera vez, pero siempre es como si fuera la primera. Es precisamente la alegría de representar un acontecimiento grandioso que se ha desarrollado en esa sencillez, cercana a todos los hombres, propia de todos los hombres, que Jesús ha querido asumir para que, partiendo de lo más bajo de la humanidad, pueda elevar a todos a la altura de la divinidad. Esa alegría es, sin embargo, la alegría que pertenece a los pequeños, a los sencillos, es una alegría por la que sólo los sencillos pueden ser tocados e implicados, porque sólo los sencillos son capaces de verla y disfrutarla. Es la alegría de la familiaridad, de la belleza de las relaciones importantes de la vida, que, si se cultivan con sencillez, conducen a ser hombres capaces de una alegría profunda.

Esta alegría de la relación encuentra su origen más alto precisamente en la celebración de la Natividad, es decir, en la celebración de la familiaridad de Dios con la humanidad. Una familiaridad que produce tal alegría que anima las estrellas y crea luz: "Esta luz anunciada por la Escritura está llena de alegría, de una alegría genuina, profundamente humana como cuando se cosecha, como cuando se alegra por la victoria: se sueltan las cadenas, el Señor rompe los cerrojos"8, porque no es un sentimiento efímero dado sólo por un acontecimiento externo, sino que es la conciencia de que ante todo es la realización de la familiaridad con Dios y luego la liberación de cualquier cadena humana, porque Dios revela lo más alto que el hombre puede alcanzar, es decir, la autenticidad de la relación, la liberación:"de la oscuridad que nos envuelve, que nos mantiene inquietos, preocupados, turbados, temerosos"9, para conducirnos a la verdadera alegría de un acontecimiento que transforma: «El anuncio de la Navidad es un anuncio de vida, de alegría, de creatividad, de esperanza, de afecto, de amistad, de amor impetuoso que transforma la historia y la experiencia humana".10

Esta certeza renueva cada año la alegría de la Navidad y la alegría de volver a montar la representación de la Natividad, la cercanía familiar de Dios con el hombre y la alegría natural del hombre que redescubre familiaridad con Dios, aprendiendo de este encuentro que la verdadera relación está en la sencillez.


3. Humildad y alegría


No se podría entender la alegría que impregna el evento de Greccio sin dos textos fundamentales del santo de Asís: el Cántico del hermano Sol (Cántico de las criaturas) y el Sermón sobre la alegría perfecta, cuyo espíritu impregnará más tarde toda la Regla franciscana.

El episodio de Greccio tuvo lugar, según las fuentes, unos tres años antes de la muerte de Francisco y un año antes de que recibiera los estigmas. Por lo tanto, la experiencia de vida de Francisco está casi en su apogeo y ya tiene un largo camino espiritual a sus espaldas. Por tanto, no se trata de un episodio que pueda atribuirse a la ligereza juvenil o al sentimentalismo típico de los años de la adolescencia. Tiene unos 46 años y las vicisitudes de su fundación lo han puesto a prueba tanto en el cuerpo como en el espíritu. Y, sin embargo, esta experiencia describe con gestos la alegría de un niño, expresada exactamente con esa sencillez y autenticidad de los niños evangélicos de los que habla Jesús.

En el pasaje evangélico con el que hemos iniciado nuestra reflexión, jugando Jesús con el sentido niños-pequeños y hermanos, orienta a la comunidad cristiana hacia un modelo de fraternidad auténtica, que constituye la comunidad. La comunidad cristiana, animada por las Bienaventuranzas (Mt 5, 1-12), sólo puede alcanzar su modelo si vive sus propias relaciones como niños-pequeños y hermanos. Las dos categorías están estrechamentere lacionadas; no se puede ser hermano si primero no se es niño-pequeño, es decir, sin considerarse una "pequeña" criatura, con una visión realista de sí mismo, y necesitada de aprender a amar. Ante Dios nos sentimos siempre como niños pequeños, si nos confrontamos humildemente con Él y con su amor infinito, como el publicano en el templo, y no en una desafío para ver quién es el más grande, como hacen los apóstoles y el fariseo. Reconocerse como criatura es, ante todo, centrar la atención, la confrontación, con Dios y en Dios, a través de la vida y la regla evangélica que es Cristo.

Esta actitud única nos dispone a la Verdad, tanto humana como cristianamente. A esa verdad que nos hace verdaderamente libres. El monje benedictino Benoît Standaert, en su Diario de la Humildad del 30 de mayo de 2013 en Brujas, anotaba:

Tú estás aquí. Siempre aquí. Tú estás.

Voy, te busco desde la aurora. Tú meprecedes. Siempre. A Ti la gloria. En Ti la alegría. Esta mañana he anotado, de paso, en el diccionario filosófico de André Compte-Sponville: "La alegría de la verdad que es felicidad". Pensamiento de Agustín que rima con el de Spinoza. Tres autores que resuenan a lo largo de los siglos.

DIOS ALEGRIA.

Ayer, lágrimas abundantes. Inmensa tristeza. Voy, parto. Marcho. No me sobreestiméis. No estoy disgustado con nadie. Con muy poco me contento. Avanzo, con un determinado estilo, marcado de mansedumbre. Vigilancia, sobriedad. Retiro. Silencio interior. "Tienes que estar en paz cuando estás aquí, y encontrar un gentle agreement con la casa". ¡Ah, sí! Mendigar un acuerdo. Humilde y valientemente.

Frente a mí hay un muro de iconos. Icono de Elías, alimentado por un cuervo. Alegría y sonrisa a través de las lágrimas del niño (cf. John Climacus, citado por Nel Sorsky en su Regla). Grandeza del desprendimiento. La grandeza de la verdad y de la humildad verdadera. Perseverar sin esfuerzo en el silencio puro y hermoso.11

En la palabras de Standaert, descubrimos la profunda paz interior de quien está en perfecto equilibrio con lo que le rodea porque está en paz consigo mismos, no abstante sus limitaciones y la percepción de sus lados oscuros: "Voy, parto. Marcho. No me sobreestiméis. No estoy disgustado con nadie. Con muy poco me contento”. En su experiencia expresa con pocas palabras la síntesis de una vida trascurrida viviendo los votos religiosos como un camino de despojo de sí mismo para encontrar cada día la Verdad. Aquella verdad que es, sobre todo libertad de la esclavitud que cada uno se impone a sí mismo por una visión rígida de perfeccionismo, y de la imagen de hombre perfecto y que, al final, aislado por el orgullo y la arrogancia, ve al otro como una amenaza a su autoafirmación.

Comentando Génesis 4, Sandro Carotta, monje benedictino de Praglia, titula un párrafo: La ira como incapacidad relacional. Frente a la percepción del otro como amenaza, escribe el monje bíblista, a menudo se producen estas diversas reacciones, o incluso todas juntas:

El juicio: intentar demoler al otro con juicios malignos. Mientras que hay que ejercitarse en "decir una palabra bien dicha". Y cuando se tiene la tentación de no hablar con el otro por temor a crear conflictos, recordemos las palabras de Levítico 19:17, según las cuales no debemos callar si alguien ha hecho algo contra nosotros, sino hablar abiertamente de tal manera que no alberguemos odio alguno, y portanto reflejar siempre perdón y alegria.

El lamento: según las categorías bíblicas utilizadas por el P. Carotta, que ve en el pueblo de Israel por el desierto el prototipo del lamento, el lamento es fundamentalmente falta de fe en los demás y en Dios.

El aislamiento: no como una búsqueda de silencio para meditar y estudiar, sino como huída de la relación con los demás, es lugar de cultivo de la ira que alimenta el desapego acentuando los sentimientos negativos, a menudo fruto de la imaginación. Mientras la relación con los demás es entrenamiento para la vida, necesario para mantener la mirada en la realidad.

En efecto, la ira no sólo alimenta la separaión con los demás, sino también con la situación y con la realidad en general, encerrando a la víctima en un mundo imaginario e impidiendo mente y espíritu a considerar la verdad. Esta espiral crece hasta convertirse en un deseo de venganza y destrucción de los demás12.

Misericordia y paciencia, según la tradición bíblica y monástica, en cambio, son medicina contra el defecto de la ira, y devuelven al hombre serenidad y alegría.


4. La Alegría: Invertir la perspectiva


La luz que el pueblo ve en medio de las tinieblas es para todos, como atestiguan los Magos, y todos estamos llamados a abrir los ojos a esta luz que ilumina la humanidad con sentido, de verdad, y por tanto, de alegría. Abrir los ojos a esta luz significa comprender que las trinieblas no son sólo las de un mal que está ineluctablemente fuera de nosotros, sino las tinieblas en las que camina quien no está en la verdad, quien no se considera a sí mismo según verdad, viviendo en un mundo a su, según su único punto de vista.

Para vencer estas tinieblas, Dios demuestra en el nacimiento de Belén que es necesario dar un vuelco a la propia perspectiva. Para poder acoger al hombre, a la humanidad entera en su plan de salvación, se rebaja más allá de toda condición humana, de cualquier oscuridad humana, para poder incluir y acoger a todos.

Tanto en los Evangelios de la Navidad como en el relato de la construcción del pesebre de Greccio, en seguida salta a la vista el contexto humilde y sencillo en el que nace la alegría de los pastores de Belén, de Francisco y lo fieles de Greccio. La luz ofrecida por Dios en las dos escenas análogas no prescinde de la humanidad, al contrario, parte precisamente de ella, de sus claras formas externas, de los afectos familiares y de las alegrías más simples, como ver a un niño en un pesebre. En última instancia, Dios opone a la oscuridad creada por el caos las cosas sencillas, un retorno a una humanidad abierta y humilde. Es la inversión de la perspectiva con respecto a la complejidad del hombre y de su compleja visión autorreferencial. Una perspectiva que hace ver al mundo sólo desde nuestro propio punto de vista, a menudo herido por la complejidad y división de las experiencias humanas, o desde una perspectiva mental que es realmente incapaz de ver las cosas más simples y de conducir al hombre a la unidad.

Por lo tanto, para ver la luz de Belén y de Greccio, tenemos que invertir nuestra perspectiva, como es el caso de la experiencia de Francisco de Asís: para comprender la obra "insensata" de Dios, debemos ponernos en una perspectiva que para el hombre es “insensatez”. Es decir, es necesario abandonar toda idea preconcebida de humanidad, de uno mismo y de Dios para poder escuchar y ver la locura de un "Dios hecho hombre". Sin la capacidad de volver a la simplicidad de la relación simple no es posible comprender la locura de este momento. Sin la capacidad de amar como un padre, una madre, un hijo o un hermano, no se pode comprender la acción de Dios y su extraordinaria intervención en la historia. Y ésta, sin el conocimiento de la verdad que Dios nos ha revelado, sería solamente una pálida analogía, pues la verdadera luz de la Navidad es visible sólo a la luz de la Resurrección. Es decir, en el momento en que se cumpre el misterio de un Dios que actúa su plan de salvación: revelar una relación que es amor misericordioso e incondicional.

El Card. Martini, comentando también los Evangelios de la Natividad, escribe: “Este canto (Is. 54, 10) presenta aún más concretamente, evocando las imágenes del Antiguo Testamento, la fecundidad y la alegría de una vida humana, de una experiencia humana que se basa sólo en el Señor, en la que Él mismo se ha comprometido plenamente. Es la fecundidad y la alegría de una vida espiritual dedicada al servicio de Dios, como también la fecundidad y la alegría que se pueden encontrar en la experiencia humana en general, y también en la experiencia cultural e intelectual cuando participa de esta confianza en el poder del Señor. En definitiva, se podría decir que esta página muestra la fecundidad y la alegría de un cristianismo vivido en todos los ámbitos de la vida". Es una fuerte invitación a mirar con alegría a la humanidad entera, y a todo lo bueno que la atañe, pero igualmente a todo lo que atañe al cristiano que "participa de la confianza en el poder de Dios" y que vive con sufrimiento y en la duda su participación.

Los Mínimos, llamados a la conversión y a dar testimonio de la misma, somos los primeros invitados por el Adviento y la Navidad a realizar un cambio de perspectiva, para poder mirar a Dios, a nosotros mismos y a los demás con ojos nuevos. Y Francisco de Asís nos sale al encuentro una vez más presentándonos lo que significa cambiar de perspectiva, a través de su experiencia personal y de la profunda alegría a la que le ha conducido.

Según la interpretación que G.K. Chesterton da de Francisco como "el juglar de Dios", equivale a ponerse boca abajo, siguiendo el ejemplo del protagonista de la leyenda del Acróbata de Nuestra Señora, que se ponía boca abajo ante la imagen de la Virgen para ser consolado por ella. Como el acróbata, Francisco se pone boca abajo para contemplar el mundo no desde su punto de vista, sino desde el punto de vista de Dios, invirtiendo la perspectiva del hombre. La famosa enfermedad y encarcelamiento son clara evidencia para los biógrafos de que Dios estaba preparando su espíritu para aceptar su voluntad y Francisco inquieto se retira en una cueva para descubrir la vocación de su vida: "Finalmente un día, después de haber implorado la misericordia divina con todo su corazón, el Señor le reveló cómo debía comportarse. Y se llenó de tanta alegría que no pudo contenerla [...] El gran amor que colmaba su alma ya no le permitía permanecer en silencio..."13. En la gruta, según Chesterton, Francisco encuentra el amor, la pobreza14, la verdadera esposa, que cantará con la vida y en sus himnos. En el momento en que deja la cueva oscura, "se dispuso a un cambio total de algunas de sus estructuras internas, a un vuelco del pensamiento; como sucede en un salto mortal que, después de una vuelta completa, te permite volver a la posición inicial"15. La purificación y el cambio de perspectiva son seguramente consecuencia del enorme sufrimiento que Francisco experimenta confrontándose consigo mismo y con su pasado, ante el deseo y la llamada a conducir una vida totalmente dedicada a Dios. Una lucha interior que, como todas las luchas, es la peor penitencia a la que uno pueda someterse. Al salir de esa caverna ve ya el mundo desde una perspectiva nueva; según Chesterton se trató de una "verdadera revolución espiritual", de una tal alegría de ver el mundo desde la "perspectiva de Dios", que se convirtió en un "juglar de Dios", cantor de esta alegría, y, creyendo firmemente en su misión de poder llamar también a sus primeros hermanos "juglares de Dios". Esta locura es percebida por sus contemporáneos, el padre, el obispo, como una desviación, una verdadera locura mental, pues abandonar la riqueza y una vida estable y segura, por una vida sin ninguna seguridad, es considerada una locura. Pero el juglar de Dios está tan convencido de hace un gesto muy fuerte para la época: se despoja incluso de sus habitos a la vista de todos. Era su gesto profético, pero también la consecuencia de su elección radical que le hacía considerar al mundo como se considera a un "gusano", es decir, de un hombre que ha reconocido su pequeñez y la grandeza de Dios. Es la experiencia de un hombre que ha excavado cada vez más profundo, como un niño que excava un hoyo en la tierra, y que habiendo llegado al fondo, se eleva más alto, para comprender que la verdadera perspectiva es la de Dios.

Francisco se convierte de esta manera en testimonio de una nueva visión del mundo, una visión que implica a toda la creación en una perspectiva de amor, de la cual brota el Cántico del Hermano Sol o Cántico de las Criaturas, en el que no sólo toda la creación es vista como creación de Dios, y por tanto buena y ordenada al bien, sino que también cambia los puntos de vista negativos que el hombre pueda tener al respecto de la creación. En efecto, llamando al fuego hermoso, alegre y fuerte, transcribe el imaginario común de la época que consideraba el fuego como un símbolo del infierno,16 transformándolo en símbolo de luz y alegría.

"Nosotros no podemos seguir a San Francisco hasta su último tumbo espiritual, donde la humillación completa se convirtió en verdadera santidad y espiritualidad, porque nunca hemos experimentado nada igual" 17, escribe Chesterton siempre como ferviente creyente, tal vez sin considerar que esta experiencia es en realidad una parte integral del camino cristiano y, sobre todo, un patrimonio de espiritualidad penitencial. Pero nos lleva a reflexionar sobre el hecho de que evidentemente no es posible alcanzar este cambio espiritual sin reconocer la propia pobreza ante Dios y sin descender a la caverna.

En este movimiento de abajo hacia arriba que inicia entrando en la cueva podemos encontrar una profunda analogía con la cueva de Francisco de Paula y su experiencia espiritual. La cueva de la penitencia de Francisco, de Asís y de Paula, es el lugar del renacimiento precisamente porque es un lugar en que se experimenta la realidad oscura de sí mismo y de la propia visión egoísta y limitada: "En cambio, en un sentido totalmente positivo y entusiasta, san Francisco afirmó: 'Bienaventurado el que no espera nada, porque va a disfrutar de todo". “Fue gracias a esta idea deliberada de empezar desde cero, desde el vacío oscuro de su propia nada, que él volvió a disfrutar tanto de las cosas terrena como pocas personas habrían podido disfrutarlas”18. Chesterton añade en su comentario que no podemos comprender esta experiencia porque "nunca nos hemos hundido tan bajo"19. Es necesario descender, pues, muy abajo, si queremos ascender de nuevo, y sin este descenso no podemos tener una nueva visión que conduzca a una verdadera relación de alabanza y de amor a Dios y al prójimo. El que alaba es el que sabe reconocer la grandeza del don que ha recibido y la belleza de lo que ha recibido.

En conclusión, la alegría se vuelve mística, y en esta perspectiva cada ser adquiere su importancia desde el punto de vista de Dios y, por lo tanto, es fuente de alegría.

El juglar místico mira con una sonrisa irónica al hombre y a sus sobre estructuras que quieren asegurarlo por sí mismo, colocándolo en el centro del universo. Francisco explica esta perspectiva en la Predicación sobre la perfecta alegría, un texto fundamental para comprender la culminación de su mística ascética:


¡Oh, fray León!, aunque es el Fraile Menor quien ilumina a los ciegos, relaja a los atraídos, expulsa los demonios, da el oído a los sordos, el andar a los cojos, hablar a los mudos y, lo que, es más, resucite al muerto de cuatro días, escribe que no está en eso la alegría perfecta. Otro poco más adelante, San Francisco exclama en voz alta: ¡Oh, fray León!, si el fraile Menor supiera todas las lenguas y todas las ciencias y todas las Escrituras, de modo que supiese profetizar y revelar, no sólo las cosas futuras, sino también los secretos de las conciencias y de las almas: escribe que no está en eso la perfecta alegría.

Caminando algo más, San Francisco llamo en voz alta: ¡Oh, hermano León, ovejas de Dios¡, Aunque el fraile Menor habla con lengua de ángel, y sepa el curso de las estrellas y la virtud de las hierbas, y le sean descubiertos todos los tesoros de la tierra, y conozca la naturaleza de las aves, y de los peces y, de todos los animales, y de los hombres, y de los árboles, piedras, raíces y de las aguas: escribe que no está en eso la perfecta alegría.

Y habiendo andando otro techo, San Francisco llamo fuertemente:

¡Oh, fray León!, si el fraile menor supiese predicar tan bien que convirtiese a todos los infieles a la fe de Cristo, escribe que no está en eso la perfecta alegría.

Y continuando este modo de hablar por espacio de más de dos leguas, le dijo fray León, muy admirado:

Padre, te ruego, en nombre Dios, que me digas en qué está la perfecta alegría.

Figúrate, le respondió San Francisco, que al llegar nosotros ahora a Santa María de los Ángeles, empapados de la lluvia, helados de frío, cubiertos de lodo y desfalleciendo de hambre, llamamos a la puerta del convento, y viene el portero incomodado, y pregunta: "¿Quiénes sois vosotros?" y diciendo nosotros: "Somos dos hermanos vuestros", responde él: "No decís verdad, sois dos bribones, que andáis engañando al mundo y robando las limosnas de los pobres; marchaos de aquí”; y no nos abre y nos hace estar fuera a la nieve y a la lluvia, sufriendo el frio e la hambre hasta la noche; si toda esta crueldad, injuria y repulsas la sufrimos pacientemente sin alterarnos ni murmurar, pendo humilde y caritativamente que aquel portero conoce realmente, nuestra indignidad, y que Dios le hace hablar así contra nosotros; escribe, ¡oh, hermano León!, que en esto está la perfecta alegría. [...]

Y si nosotros, obligados por el hambre, el frío y la noche, volvemos a llamar y suplicamos, por el amor de Dios y con gran llanto, que nos abra y nos meta dentro; y él, más irritado, dice: "¡Cuidados se son importunos estos bribones!; “yo los tratare como merecen”; y sale afuera con un palo nudoso, y asiéndonos por la capucha, y nos echa por tierra, y nos revuelca entre la nieve, y nos golpea con el palo; si nosotros llevamos todas estas cosas con paciencia y alegría, pensando en las penas de Cristo bendito, las cuales nosotros debemos sufrir por su amor, escribe, ¡Oh, fray León!, que en esto perfecta alegría.

Y, ahora oye la conclusión, hermano León: Sobre todos los benes, gracias y dones del Espíritu Santo, que Cristo concede a sus amigos, está el vencerse a sí propio, y sufrir voluntariamente, por amor de Cristo, penas, injurias, oprobios y molestias; ya que de le los otros dones de Dios no podemos gloriarnos, porque no son nuestros, sino de Dios; y por eso dice el Apóstol: “¿Qué tienes tú que no lo haya recibido de Dios? y si lo has recibido de Él, ¿por qué te glorías como si fuese tuyo? Pero en la cruz de la tribulaciones y aflicciones podemos gloriarnos; porque es cosa nuestra; y así dice el Apóstol: "Yo no quiero gloríame sino en la cruz de nuestro Señor Jesucristo". Al cual sea siempre honor y gloria en los siglos de los siglos. Amén20.


5. Conclusiones


Para concluir y preparándonos durante el Adviento, con vistas a iluminar la fraternidad de este año con la mirada puesta en la Asamblea Capitular del próximo mes de julio, he querido ofrecer sugerencias para animar la vida fraterna de este año de gracia en el que celebramos estos acontecimientos para nuestro crecimiento espiritual, personal y comunitario. Por tanto, dejémonos, empapar de la alegría de la Navidad para que podamos llegar a celebrar nuestro encuentro con alegría y fraternidad, renovados en el espíritu para ver nuestra vida personal y comunitaria desde la visión de la fraternidad con Dios y en Dios. Si estamos animados por la alegría y la esperanza que la Encarnación trae a nuestra vida, seguramente seremos capaces escuchar la voz del Espíritu que habla a nuestros corazones, sobre todo en los momentos en los que estamos llamados a discernirla para ponerla en práctica y animar el futuro de nuestra familia religiosa. En efecto, el futuro gozoso de nuestra familia religiosa depende en gran parte de la capacidad de testimoniar la alegría de nuestra adhesión al carisma y de escuchar continuamente al Espíritu que nos anima.

Con este espíritu vivamos también la llamada a la sinodalidad que contra distingue a la Iglesia de nuestro tiempo, preparándonos para llevar nuestra fraternidad al ministerio cotidiano.

Un saludo fraterno a todos vosotros, con los mejores deseos de un feliz camino en la escuela de san Francisco de Paula, nuestro padre y fundador, animados por la alegría del corazón, siguiendo el ejemplo de Francisco de Asís.


Los Ángeles. 30 de noviembre de 2023. Fiesta de San Andrés Apóstol.

1 ¿Qué es el sínodo? ...

2 (cfr. PC, 18)

3 (cfr. Pablo VI, Alocución, Segunda Sesión del Concilio, 29 septiembre 1963, 4.1),

4 (cfr. G. ALBERIGO, Breve storia del Concilio Vaticano II, Bologna, il Mulino, 2005, 7-14).

5 (cfr. FRANCESCO, Discurso del inicio del camino sinodal, 9 octubre 2021).

6 cfr. LG 42-47; Religiosos y promoción humana, 24

7 TOMMASO DA CELANO, Vita Prima di Francesco di Assisi, cap. XXX, en Fonti Francescane, segunda reimpresión, Movimento Francescano, Bolonia, Gamma, 1978, 477-479.

8 C.M. MARTINI, Hacia la luz, Reflexiones sobre la Navidad, Cinisello Balsamo, S. Pablo, 2013, 35.

9 Ibi,36

10Ibi,38

11 B. STANDAERT, Diario de humildad, Brescia, Queriniana, 2020, 71

12 Cfr. S. CAROTTA, En busca de la belleza, Caminos monásticos, Florencia, Nerbini, 2023, 119-121. También son interesantes los siguientes párrafos: La tristeza como escape del tiempo, La pereza como intolerancia al espacio, La vanagloria como la ilusión de hacer, El orgullo como exhalación del ego.


13 TOMMASO DA CELANO, Vita prima, en Fonti Francescane, 417.

14 G.K. CHESTERTON, Francisco de Asís. Contado a mujeres y hombres de poca fe que lo tienen en simpatía, 2ª ed., Milán, ediciones TS, 2023, 85.

15 Ibidem 87

16 Cfr. Un. MURANO, Fray Francisco, simple, idiota, pequeño, Trapani, pozo de Jacob, 2023, 210.

17 G.K. CHESTERTON, Francesco d'Assisi, 91

18 Ibidem 93

19 Ibidem 91

20 UGOLINO DA MONTEGIORGIO, I Fioretti di san Francesco, en Fonti Francescane, 1471-1473.


8/9/23

¡FELIZ DÍA DE NTRA. SRA. DE LA VICTORIA!

    "Por ello, como cualquier otro hombre de Dios, también Francisco albergaba un vivísimo interés por María, no separado sino precedido del amor por Cristo. Escribe Bellantonio: “Toda la dignidad, la grandeza, la gloria de María ha venido por Jesús; por tanto, San Francisco de Paula se dirige a ella, en su piedad, como unida inseparablemente a su Hijo Jesucristo.” 
 
Esto no es difícil de entender para quien consigue colocar en la dimensión correcta y debida la devoción a la Virgen Madre de Dios. Sin menospreciar la religiosidad popular a la que también Francisco se adhería, queda claro que su veneración a Nuestra Señora se conjugaba con la afirmación del primado de Jesús, como se pone de manifiesto no sólo en el famoso binomio Jesús-María que era repetido en las exclamaciones de Francisco, sino también en las actitudes significativas de devoción a la Virgen. 

Éstas las hallamos sobre todo durante la infancia, por ejemplo cuando el pequeño Francisco rehúsa la invitación de la Madre a cubrirse la cabeza mientras está recitando el rosario en la iglesia: “Madre mía, si en este momento yo hablase con la reina de Nápoles, ¿me dirías que tuviese la cabeza cubierta? Pues bien, ¿no es mucho más importante la reina del cielo con la que hablamos?”

De la obra "La vida y la espiritualidad del fundador de la Orden de los Mínimos" 
del P. Gianfranco Scarpitta O. M.