ÍNDICE TEMÁTICO
- ADVIENTO
- AÑO MARIANO
- CANARIAS
- CARISMA
- CONTACTO
- CORPUS CHRISTI
- CUARESMA
- DEVOCIONARIO
- FRAILES
- HOMILÍAS
- IMÁGENES
- INFANTIL
- INTENCIONES DEL PAPA
- LECTIO DIVINA
- MADRE Mª DEL SOCORRO
- MONJAS
- NAVIDAD
- NOTICIAS
- NOVENARIO ALAQUÀS
- OMS ALAQUÀS
- PASCUA
- PENTECOSTÉS
- PETICIONES DE ORACIÓN
- REGLA OMS
- SAN FRANCISCO DE PAULA
- SANTORAL
- SEGLARES
- TRECENARIO
- TRIDUO BEATO GASPAR DE BONO
- V CENTENARIO CANONIZACIÓN
- VI CENTENARIO
- VICTORIA
- VIDA CUARESMAL
- VOCACIONES
26/3/25
MEDITACIÓN CUARESMAL
10/3/25
TALLER DE FORMACIÓN EN ALAQUÀS (VALENCIA)

5/3/25
MENSAJE DE CUARESMA DEL P. CORRECTOR GENERAL
Carta del P. General, P. Gregorio Colatorti, a toda la Familia Mínima:
Frailes, Monjas, Terciarios.
CUARESMA 2025
Caminemos juntos, testigos de conversión y esperanza
Queridos hermanos,
Me dirijo a vosotros, como es costumbre al iniciar la Cuaresma, para sugeriros algunas reflexiones para vivir este tiempo fuerte del año litúrgico, tiempo fuerte y característico de nuestra propia espiritualidad Mínima.
Nuestra Orden se ha propuesto vivir este año jubilar partiendo de la esperanza de y -apoyados- en la santidad propia de nuestra familia religiosa; como cristianos y consagrados necesitamos detenernos y reflexionar sobre la fuente de nuestra esperanza. Jesucristo, modelo de vida plenamente humana, mediador de gracia entre Dios Padre y la humanidad, su pueblo, fuente de la vida divina, es nuestra única y verdadera esperanza en un mundo de contradicciones y de falsas esperanzas que desfiguran al hombre y su vocación al amor. La Cuaresma para los Mínimos consiste precisamente en seguir a Jesucristo, redescubriendo en el amor su verdadera humanidad y divinidad.
Quiero orientar esta reflexión partiendo del relato de la Transfiguración, centro de la Cuaresma, para reflexionar sobre su realización en la historia de la salvación por medio de Jesucristo, y en la historia de la humanidad por medio de la vida del Espíritu y la santidad de la Orden.
Toda la liturgia de la Palabra de los domingos de Cuaresma, como es natural, llama a nuestra vida Mínima a su vocación originaria. Si en el relato de Lucas 4, 1-13 estamos llamados a entrar en el desierto con Jesús para encontrar la verdadera vida en el Espíritu; Lucas 13, 1-9 nos orienta en la búsqueda constante del bien y a trabajar en su realización, sobre todo, creciendo nosotros mismos en el bien y en la virtud. En el relato del cuarto domingo de Cuaresma, Lucas 15, 1-3. 11-32, encontramos la cumbre y la meta última de nuestro camino penitencial y el redescubrimiento de la verdadera humanidad a la que nos llama Dios.
En la meditación de la misericordia de Dios Padre y de su compasión reflejadas en este relato estamos llamados a redescubrir la perspectiva fundamental de nuestra vida y de nuestras relaciones. En mi opinión, este es uno de los relatos que el religioso Mínimo debería meditar cada día y recordar en el diario examen de conciencia.
En la prefiguración de la resurrección de Lucas 9, 28b-36 nos encontramos en la plena realización del camino de penitencia-conversión. Mediante las virtudes infundidas por el Espíritu Santo que nos ha sido dado (Rm 15,13), estamos invitados a dejarnos transfigurar en el amor, nuestra resurrección diaria del ya pero todavía no, que caracteriza la peregrinación terrena. El relato de la Transfiguración hace que el Himno Paulino del Amor, juntamente con las Bienaventuranzas se convierta en nuestro relato de referencia, nuestro programa de vida, nuestro diario examen de conciencia. En esto Jesucristo es el modelo y la realización de la firme esperanza. Esa esperanza viva y activa que nos transforma a nosotros mismos y todo lo que hacemos por amor que se utiliza por la esperanza de quien nos rodea, empezando por los que el Señor me ha puesto al lado. La esperanza no defrauda (Rm 5, 5), porque busca con paciencia, valentía y sin componendas el bien del otro, fuente a su vez del bien de cada uno de nosotros, según S. Pablo (Flp 2, 4-5).
Este es el verdadero fundamento de nuestras relaciones comunitarias, de la transfiguración de nuestras relaciones humanas en relaciones humano-divinas. ¡Es posible en Jesucristo! Y nosotros, los Mínimos, como profetas de esta esperanza, estamos llamados a dar testimonio de ella, construyéndola día a día con nuestros actos de amor, paciencia, benignidad, humildad, respeto, de búsqueda del bien desinteresadamente, de esperanza viva en la obra de Dios mediante nuestras manos, de fe y confianza inquebrantables, de paciente capacidad de saber llevar unos las cargas de los otros.
Todo esto es posible, confiando en la gracia de Dios, que actúa en nosotros, si emprendemos un camino de penitencia-purificación del pecado que nubla nuestra perspectiva de la vida, haciéndola más humana que divina. Este es el fulcro de nuestro anuncio. Este es el centro de nuestra esperanza.
1. San Nicolás Saggio y Nicolás Barré: el amor nupcial de Cristo.
1.1. La experiencia de santidad que forma parte de nuestro equipaje histórico-espiritual, múltiple y variado, es por sí misma digna de ser meditada y de entrar a formar parte de nuestros planes de formación diaria, tanto de la primera formación como de la permanente como de nuestro anuncio pastoral y misionero. En efecto si nos acercamos a los itinerarios de vida de los santos religiosos de la Primera Orden, de las Monjas y de los Terciarios, nos percatamos de cuánto Dios ha bendecido nuestro carisma con tan buenos ejemplos, y todos perfectamente integrables. Es decir, en cada uno podemos aprender y ver realizados los fundamentos de nuestra espiritualidad Mínima, o sea, la penitencia-conversión y la caridad activa, si bien realizadas ambas en itinerarios diferentes y en ámbitos diferentes. La brevedad del discurso, sin embargo, nos obliga a hacer una selección.
Nicolás Saggio y Nicolás Barré son para nosotros ejemplos destacados de una vida mística de profunda comunión con Dios, fruto de un itinerario espiritual profundo y fundado en el trato de amistad con Jesucristo. Oración, meditación de la Sagrada Escritura, Sacramentos son los fundamentos de este ejemplo común. Pero en ambos casos, aunque con medios diferentes, se manifiesta uno de los aspectos fundamentales que consiste en cultivar el propio crecimiento espiritual con el estudio que Tomás y Buenaventura asociarían a la sanctitas y llamarían doctrina. Para Nicolás Saggio la vía extraordinaria es fruto del don de la contemplación; para Nicolás Barré es la vía ordinaria de quien, siguiendo el ejemplo de los Padres de la Iglesia, ha sabido escoger la vía del estudio de una sana doctrina mediante el estudio. Los dos son testimonio de un gran amor a todos, amor al prójimo como lo ama Dios, y manifestarlo con las obras: Nicolás Saggio hacia los pobres de bienes materiales; Nicolás Barré hacia los necesitados de enseñanza y de vida cristiana. En estos dos ejemplos podemos considerar las dos almas de nuestro carisma: la llamada a la comunión con Dios y la llamada a la caridad activa.
1.2. La noche oscura que el Señor ofreció a Nicolás Barré es ejemplo destacado del itinerario de crecimiento del amor a Dios y al prójimo, tan costoso muchas veces y que implica a toda la persona. Precisamente por esto resulta ser un don de Dios y una obra de Dios, porque por estos medios nos guía a confiar sólo en Él para poder ver a los demás con sus ojos después de haber contemplado a Él mismo. Esto se ve claramente en el ejemplo de Nicolás Saggio, cuyas visiones místicas han llegado hasta nosotros con mayor evidencia.
2. Sor Filomena Ferrer y las Monjas Mínimas de Barcelona: el mayor sacrificio de amor.
Hay que reconocer que no valoramos suficientemente los ejemplos tan preciosos de las Monjas, nuestras Hermanas, tanto del pasado como de su actual apoyo y ejemplo. Y, no obstante, ayer y hoy su ejemplo y oración mantienen viva nuestra vida Mínima, nuestra actividad y nuestro testimonio.
2.1. Filomena Ferrer es un ejemplo del pasado. En esta Santa Monja podemos ver realizado el proyecto de santidad, la vocación contemplativa y sus efectos benéficos, llenos de gracia para la vida y el testimonio del carisma Mínimo. Atraída desde la infancia por la vida contemplativa, a pesar de la oposición de sus padres y de las pruebas a las que la sometieron antes de concederle el permiso para entrar en el monasterio, Filomena, superadas con sufrimiento las pruebas, animada por una ferviente constancia y por la certeza de su vocación, ingresa finalmente en el monasterio para poder vivir esta vida contemplativa a la que siempre se había sentido llamada, con aquella alegría que ha caracterizado toda su existencia. El abandono total a la voluntad de Dios fue ciertamente para Filomena el motivo y origen de su capacidad de afrontar las dificultades y los sufrimientos. En esto demuestra encarnar desde pequeña el espíritu de Francisco de Paula por el que la verdadera fe ayuda a afrontar y soportar las dificultades y a superarlas buscando el bien para sí misma y para los demás. Sabemos por los testimonios que desde el primer día Filomena se dedica de lleno a la oración.
Su itinerario de unión con Dios nunca se detuvo, expresándose en el testimonio firme y alegre del amor que Dios manifestó al hombre por medio del corazón de su Hijo Jesús.
Por eso su vocación Mínima ha ido alimentándose de la fuerza que emanaba de la abnegación de sí misma y de la contemplación de los misterios de la vida de Jesús, especialmente de su muerte en la cruz. Por eso, desde el principio y durante toda su vida, se convirtió en un testimonio vivo de virtud y sobre todo de humildad. La aparición de la enfermedad ha sido para Filomena un motivo más para unirse a los sufrimientos de Cristo y así dejarse plasmar cada vez más a su imagen. Que su sufrimiento fuese efectivamente testimonio de su configuración con Cristo lo demuestra el hecho de haberlo afrontado siempre con alegría, con dulzura y con la sonrisa, como sabemos por el testimonio de las hermanas.
2.2. Otro testimonio fundamental para nuestra espiritualidad es el que nos llega de las Monjas Mínimas de Barcelona beatificadas el 2013. La unión contemplativa con Cristo y su gran amor ha llevado a las consagradas de este monasterio a testimoniarlo hasta el último sacrificio. Es el testimonio de una fe que mira a la Jerusalén celeste como a la verdadera patria del cristiano y que está dispuesta a dar la propia vida como testimonio de la fe y del amor. Todavía hoy su testimonio produce frutos de gracia allí donde vivieron y dieron testimonio de su fe y de su consagración.
En ambos ejemplos, cada vez que se leen los testimonios, nos impacta la alegría del don, unida al dolor del sacrificio, que lleva a comprender la visión de Dios sobre la vida humana: es el amor y la unión con Dios que construyen un mundo más justo y a medida de la alta vocación a la que todo ser humano está llamado.
3. Una fe y una esperanza vivas.
3.1. Por tanto, fortalecidos por los testimonios de fe y de caridad con los que Dios ha querido jalonar el camino de la Orden, estamos convencidos de que esta esperanza no defrauda (cfr. Rm 5,5), se realiza concretamente en la historia y nos llama a ser colaboradores incansables de la misma mediante los pequeños actos diarios de unión con Dios y de acercamiento al prójimo. Seamos conscientes de poder construir también nosotros con pequeños y cotidianos actos heroicos de esperanza. Porque nuestra esperanza está bien fundada en Aquél que es el único que puede guiar nuestro camino hacia la justicia, y hacia la expresión más alta de justicia que es el amor.
Dejemos, pues, que Dios moldee nuestro corazón y veremos realizarse su designio de amor en nosotros, que nos ayudará a superar todas nuestras preocupaciones cotidianas, todas nuestras dificultades contingentes. En efecto, según el proyecto de Dios, el sufrimiento es la vía necesaria, como la cruz para la resurrección, para que podamos purificar nuestro camino de toda escoria humana. El testimonio del Papa Francisco en estos días, con su incansable dedicación a la Iglesia a pesar de su enfermedad, es un testimonio más.
Pero sólo una auténtica visión de fe, alimentada por la oración, la penitencia y por el mismo amor, nos hará capaces de ver el proyecto de Dios, incluso en medio de la tempestad de nuestro tiempo, y nos hará capaces de superar las tormentas con la seguridad de que todo forma parte del plan de Dios y que en Él todo sirve para el bien (Rm 8, 28). Hay que tomar conciencia de que Dios tiene necesidad de nuestras manos, de las manos de cada uno de nosotros, para que este proyecto de bien se lleve a término y que cada uno de nosotros está llamado a obrar con fe y esperanza allí donde ha sido puesto a vivir y testimoniar.
3.2. Con esta exhortación expreso mi deseo para que cada uno de nosotros, hijos de San Francisco de Paula, pueda vivir esta Cuaresma dando un paso más en el crecimiento espiritual personal y comunitario en beneficio de toda la Familia Religiosa.
En este contexto quiero añadir, además de lo dicho hasta ahora, que el crecimiento de toda la Orden de los Mínimos depende de cuánto seamos capaces de integrar la riqueza que aporte cada una de las tres ramas de nuestra Orden. Por tanto, es tarea de cada una de las ramas de la Orden cultivar no sólo la santidad personal, sino también cuidar y reconocer la del pasado, la de nuestro tiempo en nuestra experiencia de Vida Mínima. En esta perspectiva es bueno también reconocer el trabajo que han ofrecido muchos miembros de las tres ramas de la Orden, animados por los varios postuladores, para que la santidad en la Orden de los Mínimos fuese reconocida por la Iglesia.
Aprovecho la ocasión para exhortar a continuar este trabajo común y a no dejarnos desanimar por las dificultades propias del tiempo.
Un abrazo fraterno para todos.
Los Ángeles, 5 de marzo de 2025
Miércoles de Ceniza
P. Gregorio Colatorti
Corrector General
14/2/24
MENSAJE DE CUARESMA DEL P. CORRECTOR GREGORIO COLATORTI O. M.
Don y esperanza: ser atraídos, seguir y servir.
“Entre los que habían venido a celebrar la fiesta había algunos griegos; éstos, acercándose a Felipe, el de Betsaida de Galilea, le rogaban: “Señor, queremos ver a Jesús”. Felipe fue a decírselo a Andrés; y Andrés y Felipe fueron a decírselo a Jesús. Jesús les contestó: “Ha llegado la hora de que sea glorificado el Hijo del hombre. En verdad, en verdad os digo: si el grano de trigo no cae en tierra y muere, queda infecundo; pero si muere, da mucho fruto. El que se ama a sí mismo, se pierde, y el que se aborrece a sí mismo en este mundo, se guardará para la vida eterna. El que quiera servirme, que me siga, y donde estoy yo, allí también estará mi servidor; a quien me sirva, el Padre lo honrará. Ahora mi alma está agitada, y ¿qué diré? ¿Padre, líbrame de esta hora? Pero si para esto he venido, para esta hora: Padre, glorifica tu nombre”. Entonces vino una voz del cielo: “Lo he glorificado y volveré a glorificarlo”.
La gente que estaba allí y lo oyó, decía que había sido un trueno; otros decían que le había hablado un ángel.
Jesús tomó la palabra y dijo: “Esta voz no ha venido por mí, sino por vosotros. Ahora va a ser juzgado el mundo; ahora el príncipe de este mundo va a ser echado fuera. Y cuando yo sea elevado sobre la tierra, atraeré a todos hacia mí”.
Esto lo decía dando a entender la muerte de que iba a morir.” (Jn 12, 20-33).
Queridos Hermanos,
Envío mi mensaje, como es tradición por Cuaresma, para compartir los esfuerzos de todos nosotros y vivir testimoniando el carisma de conversión, herencia de nuestro padre y Fundador, S. Francisco de Paula.
La meditación anual sobre la Cuaresma nos encuentra este año preparando algunos acontecimientos importantes para nuestra vida religiosa Mínima en la Iglesia. El primero y más importante, por afectarnos más de cerca, es la celebración del Capítulo General. Por medio de él cada uno de nosotros, amantes de nuestra familia Mínima, tiene la oportunidad de leer la actualidad interpretándola según la tradición espiritual del pasado para proyectarla en el futuro de la vida de la Iglesia. Alegres por la esperanza que cada uno de nosotros nutre por la vida de nuestra pequeña familia, queremos prepararnos lo mejor posible a la celebración de este acontecimiento. El discernimiento y la reflexión sobre la virtud de la esperanza deben animar y mover todo nuestro actuar de manera que nos dispongamos a ser don para los demás, así como los demás son don para nosotros.
1. Don y esperanza: La alegría de gestos sencillos
Permitidme compartir la alegría que infunde esperanza ante el florecer de vocaciones en India y en África. Este año ha habido algunas ordinaciones. Este particular debería hacernos reflexionar a los occidentales sobre el valor universal del Carisma, y más aún sobre la necesidad de reinventar su implementación para las nuevas exigencias de nuestro tiempo. Dar esperanza a partir del testimonio de una verdadera fraternidad es probablemente una de las fundamentales. Hay que recuperar este primer testimonio de la Vida Consagrada, tal como nos lo recuerda el documento “La Vida Fraterna en Comunidad”:
“Sin embargo, en la variedad de sus formas, la vida fraterna en común se ha manifestado siempre como una radicalización del común espíritu fraterno que une a todos los cristianos. La comunidad religiosa es manifestación palpable de la comunión que funda la Iglesia, y, al mismo tiempo profecía de la unidad a la que tiende como a su meta última. Expertos en comunión, los religiosos están llamados a ser en la comunidad eclesial y en el mundo testigos y artífices de aquel proyecto de comunión que está en el vértice de la historia del hombre según Dios”.1
Este documento, después de treinta años de su publicación, puede ser útil para la preparación del próximo Capítulo General y para hacer un balance de nuestra vida fraterna. Los Mínimos estamos llamados en primer lugar a confrontar nuestro Carisma fundacional con las reclamaciones del Magisterio de la Iglesia. Por eso es necesario tener un enfoque fundamental de penitencia-conversión, como lo proprium de nuestra vocación y lo específico de nuestro testimonio. A este propósito, como es lógico, el documenta empieza su exposición sobre la vida fraterna por la conversión personal:
“Para vivir como hermanos y como hermanas, es necesario un verdadero camino de liberación interior. Al igual que Israel, liberado de Egipto, llegó a ser pueblo de Dios, después de haber caminado largo tiempo en el desierto bajo la guía de Moisés, así también la comunidad, dentro de la Iglesia, pueblo de Dios, está constituida por personas a las que Cristo ha liberado y ha hecho capaces de amar como Él, mediante el don de su Amor liberador y la aceptación cordial de aquellos que Él nos ha dado como guías”. 2
Esta predisposición suscita ciertamente gestos concretos de apertura a los demás que se realizan a partir de gestos sencillos: “Para favorecer la comunión de espíritu y de corazones de quienes han sido llamados a vivir juntos en una comunidad, es muy útil llamar la atención sobre la necesidad de cultivar las cualidades requeridas en toda relación humana: educación, amabilidad, sinceridad, control de sí, delicadeza, sentido del humor y espíritu de participación”3. Prisioneros de los quehaceres o del vaivén de la vida personal, comunitaria, o social olvidamos a menudo que los valores superiores a los que aspiramos no pueden ser palabras o el espacio vital en el que se realizan sino el día a día, tejido de gestos sencillos que testimonian diaria y coherentemente la naturaleza de los valores en los que creemos: “El que es fiel en lo poco, también en lo mucho es fiel; el que es injusto en lo poco, también en lo mucho es injusto” (Lc 16,10).
La necesidad de una relación sencilla, humana, diaria y coherente desafía fuertemente nuestro anuncio evangélico hoy, en cuanto cristianos y en cuanto Mínimos, si sabemos observar la naturaleza de nuestras relaciones internas y si miramos la crisis de las relaciones que se vive en la sociedad actual. A menudo pensamos que algunas instituciones cristianas, como el matrimonio, están en crisis en cuanto instituciones religiosas, pero en realidad todas las relaciones importantes están en crisis. No podemos dejar de lado las demandas que nos llegan de la sociedad en la que vivimos encerrados en cómodos mecanismos, so pena de disolver la función profética de nuestra vocación y misión. Empezar por estos gestos pequeños y sencillos parece ser el banco de ensayo más importante para comprender la naturaleza de nuestras relaciones, precisamente porque requieren coherencia. Éstos, pues, constituyen día a día el puente por el que nos acercamos unos a otros, mientras que, si no se ponen en práctica, o peor aún si son sustituidos por los correspondientes desvalores, poco a poco se construye un muro que hace más difícil la comunicación.
Sin embargo, en el pasaje evangélico tomado como fuente para esta reflexión y que forma parte de la liturgia de la Palabra en esta Cuaresma, se nos propone un camino cotidiano de conversión personal y comunitaria a partir de gestos sencillos. Los griegos le preguntan a Felipe “queremos ver a Jesús” y él se dirige a los demás apóstoles para que su deseo se realice y los griegos sean conducidos a la fe. Una simple petición, a través de la acción comunitaria de los apóstoles, acerca a Jesús, lleva a ver a Jesús, no ya físicamente, sino con los ojos de la fe y el deseo humano de relación. La mediación de Felipe y Andrés no se realiza sólo como apóstoles, sino ante todo como oyentes acogedores de la petición de los griegos, deseosos de poder comunicar con un simple gesto la alegría de haber encontrado ellos mismos a Jesús y hacer que también lo encuentren los griegos, que en cuanto tales son paganos a los ojos de los judíos piadosos, pero temerosos de Dios a los ojos de la comunidad cristiana. La petición de los griegos nos remite a la actualidad de la Palabra hoy, las dinámicas que se presentan ante nuestros ojos diariamente. Cuántos hoy desean una vida según el espíritu y no encuentran quien los acompañe al encuentro de Jesús; cuántos se sienten rechazados por actitudes cerradas y no se sienten respetados por sus orígenes y por sus particulares situaciones de procedencia.
Sin embargo, es precisamente esta consideración humana fundamental la que permite a los apóstoles ser mediadores en el encuentro del hombre con el rostro humano de Dios: nosotros mismos, como religiosos a menudo ansiamos una comunidad acogedora y comprensiva que se manifieste como tal en los pequeños gestos cotidianos, hasta llegar al ofrecimiento a los demás a través de la comprensión y aceptación mutua, como puente de coparticipación.
Sólo a partir de estos simples gestos realizados en la vida cotidiana podemos sentirnos llamados a buscar algo más y sentirnos, por fin, partícipes de un proyecto mayor.
Pero para comprender la importancia de estos requisitos cotidianos y humanos es necesario superar el dogmatismo de ciertos esquemas pastorales y la estrechez de nuestras visiones personales, que no son más que proyección de lo que somos, y, por tanto, ya de por sí perjudiciales.
La realidad de cada persona, así como de cada situación en la que se encuentra involucrada es compleja, y abordar esta realidad requiere, en primer lugar, ser conscientes de su complejidad que no puede reducirse a esquemas interpretativos prefabricados, a menudo más adaptados a quien los produce que a la realidad misma. Por lo demás es el peligro que se denuncia tantas veces en este tiempo a la Iglesia: desencarnar la fe y, por tanto, el anuncio.
1.2 La entrega de sí mismo siguiendo a Cristo: ser atraídos y seguir
Una es nuestra esperanza: tener a Cristo como modelo y confrontación diaria. Los Apóstoles, atraídos por Él, compartiendo su propia vida, aprenden ante todo la lógica de la entrega gratuita y total de sí mismos a los demás, a partir de su adhesión personal a la enseñanza y al testimonio de Cristo. Tu rostro busco, Señor, (Sal 26) es la pregunta que suscita cada día la búsqueda, y que es fundamentalmente una cuestión de relación humana y divina. Buscar y encontrar el rostro de Cristo significa, en definitiva, buscar y encontrar el rostro de cada hombre. Mirar al otro a través del rostro de Cristo nos libera de toda visión egocéntrica y nos inserta en ese camino de discernimiento del Espíritu que lleva a buscar la verdad en el otro. La primera oblación que se nos pide es precisamente renunciar a todo lo prejuicio para escuchar y entregarnos completamente a los demás, especialmente con nuestra propia capacidad de escuchar atentamente. Sólo así el otro puede convertirse en sujeto y objeto del mismo amor de Dios. Allí comienza el camino de adhesión a la fe, con la experiencia de un amor encarnado y hecho visible por quien ya ha sido iluminado y trasformado.
El año que viene celebraremos dos acontecimientos que recordarán esta esperanza: el jubileo y los sesenta años de la clausura del Concilio Vaticano II. Ambos acontecimientos nos llamarán a hacer un balance de nuestra vida y de nuestra adhesión a la vocación recibida. La clausura del Vaticano II, cuando en el aire se oye hablar de un próximo Vaticano III, debería llevar a preguntarnos: ¿Cuánto hemos avanzado en el intento fundamental de Juan XXIII y de Pablo VI en la apertura de la Iglesia al diálogo con la “modernidad” y cuánto queda todavía por avanzar? ¿El diálogo es sólo un problema de la Iglesia como institución o un problema de los miembros, de cada uno de nosotros? ¿Qué esperanza anima nuestro diálogo con la Iglesia y en la Iglesia hoy? ¿Cuál es la relación entre una fe creída y una fe vivida y testimoniada? ¿Cuál es la relación con el mundo que nos rodea?
La capacidad de disponernos cada día a la escucha y al anuncio del encuentro con Cristo puede ciertamente ser un criterio para responder a estas preguntas. Ives Congar, que participó en el Concilio como teólogo, partidario del movimiento de los sacerdotes obreros y de la renovación litúrgica, escribió: “El anuncio del Concilio había despertado un enorme interés y mucha esperanza. Parecía que después del régimen asfixiante de Pío XII, por fin se habían abierto las ventanas y podíamos respirar. La Iglesia tenía una gran oportunidad. Se abría al diálogo”4. El diálogo en el pensamiento del teólogo francés era la única herramienta eficaz para que la Iglesia progresara en este camino5, como propuso Juan XXIII al Concilio: “En el orden actual de las cosas, la buena Providencia nos conduce a un nuevo orden de relaciones humanas que, mediante el trabajo de los hombres y más allá de sus propias expectativas, avanza hacia el cumplimiento de sus planes superiores e inesperados; y todo, incluso la diversidad humana, está dispuesto para el mayor bien de la Iglesia”6, por lo tanto el diálogo se convierte no sólo en tema del Concilio sino en su fuente y método, más aún, en instrumento de actuación de la voz del Espíritu.
Santo Tomás de Aquino en el comentario a Jn 12,20-26 centra toda su exégesis en el diálogo Cristo-mundo y en la necesidad de su pasión por la conversión de los gentiles: “En este sentido dice: “Ha llegado la hora de que sea glorificado el Hijo del hombre; es decir, cuando está a punto de sufrir la muerte; ya que antes de ella los gentiles no se habrían convertido”7. La muerte-donación de Cristo trae consigo la conversión de los gentiles, según S. Tomás, porque por ella y por la resurrección viene dado el Espíritu que da la posibilidad de relación con Dios. Además el pasaje invita al discípulo a hacer lo mismo, tanto para su propia alma como para los demás: El que quiera servirme, que me siga, quiere decir, según el santo teólogo dominico, que el discípulo debe morir a sí mismo y desear el verdadero bien para su alma y no los bienes transitorios o materiales, que llevan a amar el alma secundum quid y no en modo real8. El primer bien es Dios y quien tiene a Dios como único bien estará dispuesto a entregarse hasta la muerte para conseguir este bien y dará su vida para conseguir los bienes eternos sembrándola como una semilla que muere para dar mucho fruto: “Y lo mismo se diga de los que ofrecen sus riquezas y otros bienes por Cristo, en favor del prójimo en vista de la vida eterna”9. Esto sucede porque se entra a formar parte de la dinámica del don de Cristo: El que quiera servirme, que me siga, y donde esté yo allí también estará mi servidor. A quien me sirva, el Padre lo honrará, y S. Agustín añade: ¿Qué honor le dará sino estar junto a su Hijo?”10. El don del Padre para el discípulo de Cristo es presencia-comunión con Él, don del discípulo a sus hermanos mediante la donación de su propia disponibilidad y acompañamiento, es decir, el don de sí mismo y del propio amor fraterno.
1.3 Don y esperanza: servir
Cómo actualizar todo esto en nuestra vida diaria ya lo hemos dicho al expresar la necesidad de empezar con gestos sencillos y cotidianos. Pero en cuanto Mínimos estamos llamados a ir más allá de nuestras mismas prácticas espirituales recogidas en el código que Francisco nos propuso en la Regla, y que nosotros llamamos la corrección fraterna.
No habría entendido el significado del vivir fraterno quien no acepta la corrección fraterna o no esté dispuesto a aceptar la de su hermano. Sin embargo, es necesario que ésta sea conforme y se lleve a cabo en el contexto de la identificación con Cristo, como nos sugiere el pasaje del Evangelio, si se quiere que sea auténtica y aceptable para quien la recibe. Desde esta perspectiva de entrega al otro, como ha hecho Cristo, la corrección fraterna es un acto de amor, y sólo desde este punto de vista puede realizarse correctamente: el amor es paciente, es benigno; el amor no tiene envidia, no presume, no se engríe; no es indecoroso ni egoísta; no se irrita; no lleva cuentas del mal; no se alegra de la injusticia, sino que goza con la verdad (1 Cor 13, 4-6). Antes de ofrecer o recibir la corrección fraterna hay que ser conscientes de la sublimidad de la caridad a la que nos invita S. Pablo en este pasaje. Nos invita en primer lugar a corregirnos a nosotros mismos y después a esforzarnos por adherirnos cada día a Cristo para acercarnos a la medida de su amor, fundamento de un verdadero discernimiento.
Además, el amor, que nos ha llamado a todos a vivir unidos, es el denominador común de la vida comunitaria, la meta que todos nos esforzamos por alcanzar cada día y que anima nuestras acciones cotidianas para con nuestros hermanos y con todos aquellos con los que nos encontramos.
Para poder abrirnos al verdadero amor, todos nosotros estamos llamados cada día a superar los miramientos egoístas y la referencia a nosotros mismos como medida de la vida de los demás para redescubrir el valor de una auténtica y verdadera conciencia cristiana.
En el saludo dirigido a las monjas canonesas de S. Agustín reunidas en el Capítulo General, el Papa Francisco, trazando el camino para establecer nuevos horizontes de fraternidad, invita a evitar un gran peligro que amenaza a nuestra sociedad, a la vida cristiana y religiosa: la conciencia aislada11.El concepto es mucho más amplio que el significado que se podría dar a las palabras del Papa: una conciencia aislada no es sólo una persona separada de la vida común o comunitaria. Una conciencia aislada es el resultado de la creencia de que la conciencia, tomada en sí misma, sea la única fuente de acción moral, la única referencia autorreferencial a la que cada uno deba referirse. Si así fuera, sería la negación total de la acción comunitaria y del valor salvífico de la comunidad misma. Al escribir sobre este tema, su predecesor ya había advertido de este peligro y había ilustrado en lo que concierne a la realidad de este santuario de unión íntima entre la voluntad divina y la del hombre que toma sus decisiones morales. La conciencia es en sí misma, escribió el Papa Ratzinger, fruto de un camino, de la elección de seguir un camino de vida12, es el momento y el lugar en el que el hombre elige el bien para su propia alma y para su espacio vital, su prójimo. En este santuario el hombre encuentra la Revelación, y por tanto su conciencia es iluminada y formada por la presencia de Dios y recoge además la experiencia vital de la comunidad que le ha precedido, y de la contemporánea, y se convierte no sólo en lugar de realización de preceptos morales sino lugar en el que estos se hacen posibles y pensables y lugar donde tales preceptos se hacen evidentes y por tanto se ponen en práctica: “En el estilo de vida de ella se conservan las experiencias de generaciones enteras, en las que se ha verificado lo que una sociedad puede mantener y lo que puede eliminar, cómo conciliar la felicidad del individuo y la existencia del todo y cómo mantener el equilibrio. Toda moral necesita un “nosotros” con sus experiencias pre-racionales y sobre-racionales, en las que no sólo se expresa el cálculo del momento, sino que coincide con la sabiduría de las generaciones”13. Por tanto, la conciencia es también fruto de una relación y de un vínculo, de manera que la comunidad para el Papa Ratzinger es una de las principales fuentes de la acción moral, y por tanto un paso necesario para la formación de la conciencia. Pero más aún, con su rica experiencia y como lugar de presencia divina, la comunidad es garante de la autenticidad de la moral y de la misma presencia divina porque de ella tiene su origen. Lo que sea la moral, añade el Papa Ratzinger, es pues, visible ante todo en las mores ecclesiae, pero sobre todo en aquellos que: “más que nadie, viven la naturaleza más profunda de la Iglesia: los santos”14.
Por tanto, en la vida de los santos encontramos realizada la respuesta a las preguntas más profundas de nuestra conciencia para guiar la acción moral, en la medida en que ésta elección se vuelve consciente y responsable, descubierta y aceptada en conciencia. Pero, aunque la elección es una acción consciente de la conciencia individual, toda la dinámica, así como su punto de aterrizaje, es relacional. Este proceso relacional, si es iluminado por la Palabra de Dios y su Espíritu, sólo puede llevar al discípulo a descubrir su propia capacidad de amar y entregarse libremente a los demás, primer principio y fin de todo camino cristiano. Sólo puede conducir al don de uno mismo a los demás a través del servicio. Un servicio que no es una acción exterior ni un esfuerzo para lograr un fin práctico y contingente, sino que es sobre todo un servicio de encuentro con el otro considerado como perteneciente a la misma comunidad-familia de Dios y puesto a mi lado para que en comunión se pueda alcanzar la perfección del amor. Por eso la comunidad se convierte en un lugar necesario para el discernimiento sobre el primer punto fundamental que es el amor: “para que todos sean uno, como tú, Padre, en mí, y yo en ti, que ellos también sean uno en nosotros, para que el mundo crea que tú me has enviado” (Jn 17, 21). Y de este principio brota tanto la vida de comunidad como el discernimiento de sí misma para que todos unidos podamos alcanzar la meta a la que hemos sido llamados. Sobre este fundamento se basa la corrección fraterna, animada por el amor, que tiene como fin el amor, y por tanto exige una donación total al otro antes, durante y después.
En esta dinámica, movida e inspirada por el Espíritu, la comunidad religiosa se convierte en un lugar vital de discernimiento del Carisma, experiencia de Iglesia que discierne a partir de la realidad concreta de sus miembros y, asumiendo el peso de las dificultades cotidianas, busca y encuentra cómo afrontarlos y luego progresar.
Pero todo esto sólo es posible si lo llevamos a cabo todos juntos y aprovechando todas las posibilidades que se nos ofrecen para poder implementar juntos el discernimiento y la coparticipación, la corrección fraterna y la compasión. Los próximos acontecimientos nos invitan a redescubrir esta misión primordial nuestra.
Los Mínimos mediante la Cuaresma, ponemos en práctica la vitalidad de nuestro carisma de conversión, conscientes de que nos llevará a la plena alegría si somos capaces de implementarlo juntos y si no dejamos atrás a ninguno de nuestros hermanos. En el espíritu de los próximos acontecimientos que viviremos, sintámonos llamados a fortalecer nuestra comunión por el amor, construyendo con gestos cotidianos y concretos ese amor que nos llevará a vivir los acontecimientos con la esperanza de una nueva primavera del Espíritu.
Con mi saludo personal y mi abrazo fraterno, al que se suma toda la Curia General, y con el deseo de un fecundo camino cuaresmal.
1 CONGREGACIÓN PARA LOS INTITUTOS DE VIDA CONSAGRADA Y LAS SOCIEDADES DE VIDA APOSTOLICA, Vida Fraterna en Comunidad, 10.
2 Ibídem, 21.
3 Ibídem, 27.
4 Y. CONGAR, Diario del Concilio 1960-1966, Cinisello Balsamo, San Pablo, 2023, 66.
5 Cfr. Ibidem, 65-94.
6 Juan XXIII, GAUDET MATER ECCLESIA , 9.
7 TOMÁS DE AQUINO, Comentario al Evangelio según Juan, Capítulos 10-21, Boloña, Ediciones San Clemente-Ediciones Estudio Dominico, 2019, 323.
8 Cfr. Ibidem, 329.
9 Cfr. Ibidem, 333.
10 AGUSTÍN, Comentario al Evangelio de S. Juan, Giovane Reale, (ed.), Milán, Bompiani, 2012, 1257.
11 Cfr. FRANCISCO, Escuchar para servir, Discurso sobre la Vida Consagrada, Roma, LEV, 2023, 549.
12 Cfr. BENEDICTO XVI, La teología del Sacramento del Orden, en J. RATZINGER, Opera Omnia, vol. 12, Roma, LEV, 2013, 315.
13 Ibídem.
14 Cfr. Ibidem, 317.
23/3/23
MENSAJE DE CUARESMA DEL P. CORRECTOR GENERAL GREGORIO COLATORTI O. M.
LA HUMILDAD, BASE DE LAS VIRTUDES CRISTIANAS Y DE LA COMUNDAD UNIDA
Mensaje del P. General de los Mínimos, P. Gregorio Colatorti,
a los Frailes, Monjas y Terciarios
“Tened entre vosotros los sentimientos propios de Cristo Jesús. El cual, siendo de condición divina, no retuvo ávidamente el ser igual a Dios; al contrario, se despojó de sí mismo, tomando la condición de esclavo, hecho semejante a los hombres. Y así, reconocido como hombre por su presencia, se humilló a sí mismo, hecho obediente hasta la muerte, y una muerte de cruz. Por eso Dios lo exaltó sobre todo y le concedió el Nombre-sobre-todo-nombre” (Flp 2,5-9).
Queridos hermanos,
Un saludo fraterno para cada uno de vosotros con el deseo de que vayáis caminando con Cristo siempre de bien en mejor en la escuela de nuestro Padre y Fundador San Francisco de Paula.
Las palabras y el ejemplo de S. Pablo nos sirven de guía en nuestro camino durante los tiempos fuertes de Adviento y Cuaresma que caracterizan nuestra espiritualidad. Muy identificado con Cristo, discípulo y anunciador ferviente, testimonio de virtudes humanas y cristianas, S. Pablo es para nosotros el ejemplo más realizado después de haberse encontrado con Cristo.
En la carta de Adviento he tratado de sugerir algunas indicaciones para animar el camino personal y comunitario, sintetizando la propuesta de la Iglesia sobre la sinodalidad, las virtudes propias de la vida consagrada y nuestro carisma mínimo. A la esperanza, que fue el tema de la carta de Adviento, la Curia General y yo queremos añadir ahora la reflexión sobre la humildad, virtud básica de la Cuaresma y por tanto de nuestro carisma mínimo.
1.1 La cruz, ‘se humilló a sí mismo’
El texto de S. Pablo a los filipenses nos lleva a meditar sobre la importancia de la virtud de la humildad, base de las virtudes cristianas y de la comunidad unida. La fuente cristológica es la base de todas las virtudes de los escritos de S. Pablo y más del que nos ocupa. Tras el ejemplo de Cristo y el ofrecimiento de su vida S. Pablo exhorta a la comunidad filipense, tan amenazada por fuertes discordias internas, a vivir en comunión. “Para mí la vida es Cristo” (Flp 1,21), les dice; y propone a sus lectores este modelo cristológico, el mismo que ha cambiado su vida en el camino de Damasco. Cristo crucificado y resucitado que “se ha hecho para nosotros sabiduría de parte de Dios, justicia, santificación y redención” (1 Co 1,3), es el camino, la verdad y la vida (Cfr. Jn 14, 6). Por medio de la cruz y de la resurrección Cristo ha mostrado el verdadero rostro del Padre, un rostro bondadoso que se sacrifica para obtener la salvación, y transfigura al cristiano en verdadero hijo para hacerle capaz del mismo sacrificio bondadoso y salvífico. Pero para que el cristiano pueda llegar a la resurrección tiene que pasar por el misterio de la cruz, es decir, tiene que purificarse por medio del despojamiento-renuncia. Despojamiento-renuncia de las prerrogativas divinas para Cristo; renuncia a todo lo que contrasta con el proyecto de Dios para el hombre, y que se traduce en la continua obediencia, esclavitud, a la voluntad salvífica del Padre hasta culminar en el despojamiento último y humillante de la cruz, theologia crucis. Despojamiento y cruz, son manifestación de la humillación de Cristo y realización de su misión redentora, pues de ella nace la virtud de la caridad y de la concordia. Siguiendo los pasos de Cristo también el hombre, llevando la cruz, se hace capaz de la misericordia de Dios, como pedagogía necesaria para llegar a tener los sentimientos propios de Cristo Jesús (Flp 2, 5). Para San Pablo el ejemplo de Cristo y la experiencia de la cruz, como para el buen ladrón (Cfr. Lc 23, 42-43), conduce a reconocerlo como Salvador en nuestra vida necesitada de redención y de perdón. Invita a participar en la redención misericordiosa de Dios que por la cruz se acerca, acompaña y testimonia su misma presencia. San Pablo exhorta a preocuparse de los intereses de todos más que de los propios para discernir en Cristo y por medio de Cristo el bien común, meta de la concordia. El mayor bien es la salvación de todos, que, para Cristo no sólo anunciado, sino vivido y realizado en la cruz y la resurrección. El despojarse de la categoría divina lleva a Cristo a compartir la naturaleza humana de forma plena, empática y compasiva. Por medio de la humillación de la cruz vence el pecado de los progenitores que querían ser como Dios sin Dios, indicando al hombre el camino para vencer los efectos del pecado original, la soberbia, como ceguera y ruina de la naturaleza del hombre. Frente a la soberbia egoísta que lleva a sobrevalorarse, Cristo opone la humildad de la cruz para que por medio de ella el hombre se abra a la gracia, a contar con Dios en su vida, don que sólo puede ser acogido por un corazón libre y se abra a comprender el sumo bien que de ese don se deriva, invisible a los ojos de quien está lleno de sí mismo. Así pues, la cruz para el cristiano es lucha contra el propio pecado, reconocimiento de la condición pecadora y, por tanto, apertura a la íntima unión con Cristo y con el Padre en el Espíritu Santo.
1.2 La cruz como sacrificio vicario
El misterio de la cruz se convierte en la cumbre del camino donde la virtud de la humildad alcanza su ápice en cuanto se identifica con la misma experiencia de Cristo. Ella es sacrificio vicario, no porque Dios tenga necesidad de un sacrificio para aplacar su ira, sino porque el don de su vida es nueva alianza y nuevo instrumento de comunión con Él, fin último de la salvación. Así como el ofrecimiento de Cristo ha sido total, también el hombre está llamado a adherirse con toda su voluntad al proyecto salvífico de Dios, a sacrificar su propia voluntad en aras de una total dedicación a la causa de la salvación propia y de los hermanos. Por medio del ofrecimiento de sí mismo la existencia del hombre es conducida a la reconciliación con Dios y a restablecer el equilibrio anterior al pecado original. A este propósito escribía J. Ratzinger: “En las religiones mundiales, expiación significa normalmente reparación y reanudación de las relaciones con la divinidad, mediante actos propiciatorios de los hombres. Casi todas las religiones giran en torno al problema de la expiación; nacen del conocimiento que el hombre tiene de su culpa ante Dios y denotan el tentativo de eliminar este sentimiento de culpa, borrando el pecado mediante obras de expiación ofrecidas a Dios. El acto de expiación con el que los hombres buscan reconciliarse y acercarse a la divinidad está al centro de la historia de las religiones. Pero la situación ha cambiado casi totalmente en el NT. No es el hombre que se acerca a Dios ofreciéndole un don como recompensa, sino que es Dios quien se acerca al hombre para que se reconcilie con Él (…) Aquí nos encontramos verdaderamente ante la novedad del cristianismo en la historia de las religiones: el NT no dice que los hombres se reconcilian con Dios, como podríamos esperar, pues son ellos los que han errado no Dios. Nos dice en cambio que “Dios en Cristo ha reconciliado consigo al mundo”. Ahora bien, esto es algo verdaderamente inaudito, algo absolutamente nuevo: es la base de golpe de la existencia cristiana y el centro focal de la teología de la cruz desarrollada en el NT. Dios no espera a que los culpables tomen la iniciativa, reconciliándose con Él, sino que Él sale al encuentro rehabilitándoles. En este grande acontecimiento se vislumbra la verdadera dirección de la encarnación y de la cruz. Por consiguiente, la cruz en el NT se presenta ante todo como un movimiento descendiente, de arriba abajo. No tiene absolutamente sentido de prestación propiciatoria que la humanidad ofrece a Dios indignado, sino la expresión del grande amor de Dios que se abandona sin reserva a la humillación con tal de redimir al hombre; es un acercamiento de Dios al hombre, no al revés… El sacrificio cristiano no consiste en dar a Dios lo que Él no tendría sin nosotros, sino en reconocer que todo lo recibimos de Él y que todo le pertenece a Él”. Por tanto, el único sacrificio que el hombre puede ofrecer a Dios es ante todo su voluntad, sacrificio que se traduce en dar testimonio de su reino y de una verdadera conversión que invita a otros a convertirse. Como el acontecimiento de la cruz ha sido para Cristo sacrificio de amor y de misericordia, así el sacrificio de cada uno de sí mismo y el de la propia voluntad al Padre son sacrificio de amor y de misericordia. En el caso del ladrón crucificado con Jesús no ha sido sólo el sacrificio que le ha convertido, sino el haber recorrido el camino de la cruz con Cristo y haber experimentado la voluntad salvífica que lleva al ofrecimiento total del supremo sacrificio.
1.3 La cruz como rescate
Por las palabras del papa emérito, que este mismo año hemos visto volver a la casa del Padre, podemos comprender mejor la otra categoría de la theologia crucis: el rescate, como modelo para el seguimiento y testimonio del cristiano. Cristo no sólo ofrece su sangre para el perdón de los pecados cometidos desde nuestros progenitores, sino que con la efusión de su Espíritu y con su ejemplo comunica al hombre la manera de superar el pecado, renovar el corazón, fortalecerse. La obra salvífica de Jesucristo es redención activa y pasiva para que la salvación obtenida por la cruz se convierta para el cristiano en método y contenido del anuncio evangelizador. Tras el ejemplo de Cristo todo bautizado es mensajero de salvación, testimonio con su vida, no de un seguimiento de leyes estériles ni de una salvación meramente pasiva que descarga en Dios toda responsabilidad, sino de una salvación activa, actuación de Dios que personalmente va en busca del hombre. Este don sólo puede ser acogido porque es el Rostro de Dios que salva, Rostro que cada uno puede ver en Cristo y en la cruz. La salvación no es fruto de nuestros méritos ni de nuestros sacrificios, sino adhesión a la salvación de Cristo y a dejarse transfigurar por Él. Tampoco se puede imponer el anuncio de la theologia crucis, sólo se puede proponer, por la misma razón por la cual la salvación de la cruz no es merecida sino ofrecida. Es deber de todo cristiano testimoniar con su vida la aceptación de este don acogido y vivido con plena libertad interior. Siguiendo este camino de la cruz el hombre queda justificado, se ajusta, adhiriendo con plena libertad y aceptando la voluntad de Dios, permanece fiel, abrazando la elección como opción fundamental. Finalmente siguiendo así el camino de la cruz el hombre se abre al don de la caridad, fruto del mismo camino de la cruz. El cristiano salvado por la cruz de Cristo, rehabilitado en la comunión con Dios por el Espíritu Santo, se esfuerza en practicar el mandato de Jesús al samaritano “Anda y haz tú lo mismo” (Lc 10,37), como anuncio: sacrificio de redención y rescate para el hermano mediante la comunión, la misericordia, la compasión, a imitación de Dios que se cuida de cada uno de nosotros.
2.1 La humildad en la espiritualidad de los Mínimos
La humildad que brota de la cruz que salva es compromiso de evangelización para todo bautizado, de modo especial para todo consagrado y más para los Mínimos que por el carisma de la vida cuaresmal tenemos la misión de dar testimonio de la conversión. La misión tiene en el fragmento de Mateo 16, 24-27 el mandato explícito de Jesucristo: “Si alguno quiere venir en pos de mí, que se niegue a sí mismo, tome su cruz y me siga. Porque quien quiera salvar su vida, la perderá; pero el que la pierda por mí, la encontrará. ¿Pues de qué le servirá a un hombre ganar el mundo entero, si pierde su alma? ¿O qué podrá dar para recobrarla? Porque el Hijo del hombre vendrá, con la gloria del Padre, entre sus ángeles, y entonces pagará a cada uno según su conducta”. La exhortación a seguirlo llevando la propia cruz cada día es anuncio que Jesús hace después de la profesión de fe de Pedro y el rechazo de la muerte de cruz, y por eso es enviado a ponerse detrás de él, es decir a comprender que la única forma necesaria de seguirlo es aceptar la cruz, como lo ha sido para él para la salvación del hombre. Por medio de la cruz Jesús manifiesta que el reino de Dios no es poder, no es satisfacción de poseer o de gloria, no es apariencia, sino que es pobreza, servicio y humildad. Sólo por este camino el hombre puede vencer el mal, como el mismo Cristo desde la cruz. La cruz es el banco de ensayo. Sólo el hombre que sabe amar como Cristo que ha amado desde la cruz puede de verdad ser su discípulo. Rechazar la cruz demuestra incapacidad de amar. Desde la cruz el buen ladrón ha aprendido a amar, reconociendo en Jesús al Cristo de Dios, y por eso recibe en ese momento el premio: “En verdad te digo: hoy estarás conmigo en el paraíso” (Lc 23, 43). El ladrón había experimentado con Jesús el camino de la cruz, se había despojado de sí mismo hasta acercarse al rostro de Dios manifestado en el Cristo doliente. El que durante su vida había negado la presencia de Dios la encuentra en el rostro de Cristo y reconoce el pecado contra Dios, contra sí mismo y contra los hermanos. Toda la cuaresma de los Mínimos es pues un camino por recorrer detrás de la cruz para que cada uno pueda conocerse a sí mismo en los elementos que constituyen el via crucis del mínimo y que están contenidos en la virtud de la humildad.
2.2 La humildad, reconocerse pecador.
Para el religioso Mínimo llevar la cruz es ante todo estar dispuesto a reconocer el mal y, tras el ejemplo del ladrón crucificado, permanecer unido a Cristo. Ahí está la exhortación de la IV Regla: “no juzgar a los demás, sino a sí mismos”, que es el primer grado de la humildad, el despojarse, siguiendo el ejemplo de Jesucristo, reconociéndose ante Dios lo que uno es realmente, pues la virtud de la humildad es la virtud de la vida real, de la verdad. El hombre que no reconoce su pecado ante Dios se engaña, se deja llevar por una vida falsa, incapaz de reconocerse a sí mismo y a los demás, propio de quien se aliena y dehumaniza: “el Señor Dios llamó a Adán y le dijo: “¿Dónde estás?” (Gn 3, 9). Con el pecado desaparece todo lo que Dios había ofrecido al hombre; éste ya no percibe a Dios en su vida; se ve desnudo y de repente pierde la felicidad y la alegría. Se encuentra desilusionado, árido, pobre, apesadumbrado, culpando a Eva de lo sucedido. Cristo pone remedio al desequilibrio causado por el pecado con la cruz de la salvación, que sólo se podrá obtener con la pobreza de espíritu: “Bienaventurados los pobres en el espíritu, porque de ellos es reino de los cielos” (Mt 5, 3). Pobres en el espíritu son los que reconocen su pobreza material y espiritual y encuentran en Dios su única esperanza de salvación, como el publicano en el templo, que reconoce la distancia que existe entre la grandeza de Dios y su pecado, quedándose atrás, no se atrevía ni a levantar los ojos al cielo, sino que se golpeaba el pecho, diciendo: “¡Oh Dios!, ten compasión de este pecador” (Lc 18, 13). Humillado ante Dios, reconociéndose pecador, el publicano vuelve a casa justificado, pues reconociéndose en su justa medida, ha obtenido el perdón de Dios y su gracia, es decir, la posibilidad de vivir en comunión con Él. En cambio, el fariseo, cuya única referencia y comparación es consigo mismo por encima de los demás, no descubre su realidad ni la de los demás, continúa viviendo según su justicia, no la justicia misericordiosa de Dios, que no le justifica y se considera juez cual si fuera Dios. De ahí que Jesús reprueba siempre a los fariseos por cerrarse a la salvación de Dios, reduciendo la religiosidad en rito y la misericordia en juicio, imponiendo una religiosidad de temor, de sospecha, de tradiciones humanas para justificar su vida manchada de hipocresía. La humildad, en cambio, encuentra en el sacramento de la reconciliación su ejercicio fundamental, es fuente de alegría como virtud de lo real-verdad de sí mismos, de Dios y de los demás. Por lo demás, negar el pecado, que no ha sido borrado por la misericordia, engendra otro pecado y crea una estructura que aleja siempre más de Dios y de los dones de su gracia. Esta actitud negativa produce la aridez de ánimo y la infructuosidad por el reino, en cuanto es un cerrarse a Dios y a los demás.
2.3 La humildad, obediencia a la voluntad de Dios
El segundo paso que nos señala la experiencia de la cruz para vivir la humildad es la obediencia a la voluntad del Padre. En el cap. VIII de la Regla está indicado por el “silencio evangélico”, que es examen de conciencia y discernimiento de la voluntad de Dios por la Palabra que ilumina el corazón y la mente. Al hombre que reconoce su condición y su pecado Dios concede la gracia de escuchar su Palabra como guía y manifestación de su voluntad.
La Palabra se transforma en ley suprema y el verdadero penitente se adhiere a ella libremente en su diario discernimiento. Así con el adjetivo evangélico, el silencio del VIII capítulo de la Regla de los Mínimos adquiere todo el valor de la penitencia cuaresmal y del via crucis: mayor ocasión de orar y tiempo de oración, la taciturnitas, discernimiento de lo que sea hablar, el diario examen de conciencia. San Benito dedica todo el capítulo 7 de su Regla a la humildad e indica los grados para alcanzarla según la tradición de los Padres. Nuestro Padre San Francisco también los recoge distribuidos en su Regla: “Poner siempre ante los ojos el temor de Dios y acordarse siempre de cuanto Dios tiene mandado; renuncia a la propia voluntad para cumplir la voluntad de Dios; someter la propia voluntad a la voluntad del superior; obediencia perseverante en las cosas duras y contrarias; confesar los propios pecados y malos pensamientos a su abad; contentarse de las cosas humildes y pobres; considerarse el último y más vil de todos; no hacer nada sino lo que persuade la regla; reprimir su lengua para hablar; cultivar el amor al silencio; hablar sólo cuando se es interrogado; no ser fácil y pronto en reír; hablar con humildad, con pocas y razonables palabras y sin levantar la voz; finalmente el 12ª peldaño, testimoniar la humildad con gestos externos”. El capítulo VIII de la Regla de los Mínimos adquiere, pues, un gran significado, recogiendo en síntesis lo que entendemos por verdadera humildad y cómo conseguirla: diaria y humilde confrontación de sí mismo con la realidad y con Dios mediante el silencio y la oración; obediencia a la voluntad de Dios y de los Correctores, caridad con los hermanos siendo benignos, modestos y ejemplares. Pues no puede ser benigno, modesto y ejemplar quien no ha experimentado, siguiendo la vía de la cruz, un verdadero camino de conversión, tal como viene descrito en este capítulo, ya que la benignidad, la modestia y la ejemplaridad no son sino virtudes adquiridas tras el ejemplo de Cristo y vividas en relación profunda con Él, como fruto del continuo examen de conciencia y de la confrontación con la Palabra de Dios que cambia el corazón.
3.1 La humildad como servicio
El servicio gratuito para la evangelización y ante los hermanos es banco de ensayo de la verdadera humildad. Aquí no cabe la falsa modestia: “No se haga caso de ciertos sentimientos de humildad de los que quiero hablar, y que consisten en creer que por humildad no se deba hacer caso de los dones de Dios. Procúrese comprender, en cambio, y tener claro que esos dones nos han sido dados sin méritos propios, y, por tanto, hay que reconocérselos a Dios. No querer apreciar lo que se recibe es desactivar el estímulo de amar, cuando lo cierto es que cuanto más uno se reconoce pobre por sí mismo y rico únicamente de los dones de Dios más avanza en la virtud, sobre todo en la virtud de la verdadera humildad. Obrar de otra manera y creer que no se es capaz de grandes favores equivale a envilecerse sin motivo … Creamos, en cambio, que, si Dios nos da estos bienes, nos dará también la gracia de conocer cuando haya tentación del demonio y la fuerza de resistir en ese caso. Pero hay que vivir bajo su mirada con sencillez y con la intención de agradar a Dios, no a los hombres”. Por el adecuado aprecio de uno mismo, que lleva al reconocimiento del propio pecado como fruto, se llega al servicio del anuncio evangélico mediante el testimonio, a la enseña de la cruz, y es anuncio y testimonio mediante el verdadero sacrificio que se puede ofrecer por los demás: la compasión, la misericordia, la cercanía y señalar al verdadero modelo que es Cristo. Esto solo es posible dentro de una comunidad, viviendo por el mismo objetivo, Cristo, que lleva a cada uno a considerarse una parte del todo: “Hay diversidad de ministerios, pero un mismo Señor; y hay diversidad de actuaciones, pero un mismo Dios que obra todo en todos” (1 Co 12, 4-6). El convencimiento de esta relación conduce a un constante ejercicio de humildad y a una constante relación de ”epíclesis” con el otro, de ofrecimiento recíproco donde se crea y se refuerza una relación de igualdad.
3.2 La humildad: concordia-caridad
Únicamente desde una buena relación con Dios puede nacer la relación de comunión fraterna, reflejo de la caridad ofrecida y vivida en Cristo y por Cristo. En esta dinámica el único contracambio que se puede esperar es que cada uno recambie sus dones yendo al encuentro de lo que falta a los otros. Así una vez que está abierta la relación con Dios y con los hermanos se abre también la relación a la evangelización. Pero sin la humildad el anuncio queda estéril e inconstante como el espíritu de quien no sabe reconocer sus limitaciones y no sabe confiar en Dios y en el hermano que tiene al lado. El anuncio se convierte en juicio sobre el otro, y en motivo de alejamiento más que en acogida, pues es la misericordia la que abre el corazón a la conversión y no a la condena, o la ley estéril, que niega el extravío del hombre y su incapacidad de ver la presencia de Dios en su vida. La esterilidad de quien anuncia sin humildad y misericordia se manifiesta en considerar al otro objeto en cuanto a las expectativas personales y no en relación a Dios, negando al otro la libertad de expresar sus sentimientos y sus dones, o de ser comprendido y aceptado para ser sostenido en su camino de conversión. Por eso muchas veces nuestros planes y nuestras estrategias pastorales están destinadas al fracaso, o bien, aunque no nos demos cuenta, no dan los frutos esperados, más bien engendran confusión y discordias, porque somos incapaces de acoger al otro o pretendemos imponerle como modelo no a Cristo, sino la visión desviada que tenemos de Él: “Este es el ayuno que yo quiero: soltar las cadenas injustas, desatar las correas del yugo, liberar a los oprimidos, quebrar todos los yugos. Entonces surgirá tu luz como la aurora, enseguida se curarán tus heridas” (Is 58, 6.8).
Continuando lo dicho sobre la íntima unión que hay entre la penitencia y la theologia crucis, entre el silencio y la oración, como confrontación con Dios y su voluntad, he querido sugerir un breve susidio de meditación sobre los Siete Salmos Penitenciales extraídos de la obra de Casiodoro, Comentario a los Salmos. Allí podréis encontrar el modo de poder rezar y meditar sobre la humildad y el modo de concretarla por medio de la oración de los salmos.
Un fraterno saludo para todos vosotros y el deseo de provechoso camino cuaresmal de conversión.
Roma, 22 de febrero, Miércoles de Ceniza
P. Gregorio Colatorti
Corrector General