17/12/23

MENSAJE DE ADVIENTO DEL P. CORRECTOR GENERAL DE LA ORDEN DE LOS MÍNIMOS

LLAMADOS A DAR TESTIMONIO CONVINCENTE DE COMUNIÓN

Carta del P. Corrector General, P. Gregorio Colatorti, a los Frailes, Monjas y Terciarios de la Orden de los Mínimos. Adviento 2023.


En aquel momento, se acercaron los discípulos a Jesús y le preguntaron: “¿Quién es el mayor en el reino de los cielos?”. Él llamó a un niño, lo puso en medio y dijo: “En verdad os digo que, si no os convertís y os hacéis como niños, no entraréis en el reino de los cielos. Por tanto, el que se haga pequeño como este niño, ese es el más grande en el reino de los cielos.

El que acoge a un niño como este en mi nombre me acoge a mí. (Mt 18, 1-5)


Queridos hermanos,


Saludo fraternalmente a todos vosotros, y deseo que disfrutéis de salud corporal y espiritual. Os envío esta reflexión-meditación por Adviento, como ya es tradición, en preparación a Navidad, y para compartir con vosotros algunas reflexiones que pueden ayudarnos a vivir la fraternidad de cara al nuevo año.

El camino sinodal de la Iglesia de nuestro tiempo nos invita a meditar sobre nuestra capacidad de dar testimonio convincente de comunión en nuestro día a día: “La sinodalidad tendría que manifestarse en la forma ordinaria de vivir y trabajar de la Iglesia”1, y en una renovación de la comunidad que empieza por la renovación de cada uno.2

La celebración del Sínodo va acompañada este año de un evento particular que da mayor realce, si cabe, a la belleza de la comunión. Se trata de los 800 años de la aprobación de la Regla Bullata de Francisco de Asís y del Belén de Greccio. Ambos acontecimientos son motivo de reflexión y preparación a la celebración del Capítulo General, como acontecimiento que nos afecta más de carce, y que es la mayor expresión de comunión y coparticipación de nuestra pequeña familia religiosa.

Precisamente por esto deseo proponer la reflexión, siguiendo el ejemplo de Francisco de Asís, sobre la alegría, una de las categorías más importantes de la vida espiritual, fruto del Espíritu Santo y auténtico criterio para discernir la correspondiente a nuestra vocación. Tratándose de una carta en preparación a Navidad, es también uno de los temas más importantes del Adviento.

1. Francisco de Asís¿Por qué?


Puede parecer extraño para alguien, y quizá fuera de lugar, afrontar el tema de la alegría, habiendo tantos otros temas importantes por debatir en la actualidad, y más partiendo del ejemplo de Francisco de Asís, que a primera vista no pertenece a nuestra tradición carismática, y cuya confrontación evoca rencillas y diatribas de otros tiempos.

La Iglesia hoy lucha por encontrar unidad y comunión, y por eso ha convocado un Sínodo para definirse a sí misma, como aconteciera con el Vaticano II,3 en relación al mundo contemporáneo y a sus exigencias. Uno de los testigos más destacados del Vaticano II, y que participó activamente, Giuseppe Alberigo, resalta del acontecimiento conciliar el universal testimonio de comunión que ofreció y sorprendió a todos los padres conciliares, a la Iglesia y a la humanidad entera4. Los mismos sentimientos animan hoy al Papa Francisco y su deseo de conducir a la Iglesia a ser imagen de comunión según el modelo de la Trinidad, animada por el Espíritu: “Porque tenemos necesidad del Espíritu, del aliento siempre nuevo de Dios, que libera de toda cerrazón, revive lo que está muerto, desate las cadenas y difunde la alegría”5.

Movidos por el Espíritu, fundamento y constructor de nuestra llamada a participar de la vida trinitaria,6 los religiosos tenemos el deber de ser profetas de comunión y fraternidad en nuestras comunidades, para poder vivirla después con todos los otros Institutos y en la Iglesia. Hay que buscar en los santos este ejemplo para nuestra utilidad y fortalecimiento de nuestra espiritualidad en aras de construir una comunión real y activa. Volver a Francisco de Asís en este sentido está justificado por la necesidad de compartir valores comunes, en este caso concreto valores comunes ofrecidos por la vida de los santos, que son patrimonio de toda la Iglesia. Señaladamente se ha establecido que la próxima reunión de los Superiores Generales del 2024 se celebre en Asís precisamente para empaparnos del espíritu del Santo: espíritu de fraternidad en la sencillez. Ciertamente hay otros factores que favorecen la confrontación con Francisco de Asís también para nosotros hijos de Francisco de Paula.

En primer lugar no se puede negar que Francisco de Paula haya estado relacionado por devoción personal al santo de Asís, de quien recibió el nombre y a quien ha dedicado su primitiva Congregación eremítica. Además de él ha heredado el patrimonio espiritual de los Mendicantes, aunque no sea la única fuente, proponiendo en su primera Regla algunos textos de aquella del de Asís para revestir a su fundación de una fisionomía lo más posible correspondiente a lo tradicional de esta vida, fuertemente evangélica, que nace y sigue siendo fuente de inspiración para la conversión a una vida interior plenamente evangélica y de reforma de la iglesia.

Precisamente por la cercanía original de las dos experiencias estamos llamados a tomar de Francisco de Asís un aspecto fundamental para nuestra vida espiritual: la perfecta alegría, la alegría que el camino de penitencia y conversión lleva consigo y que poco frecuentemente se subraya por parte de los estudiosos de nuestro carisma, y menos todavía por aquellos autores que escribieron sobre nuestros orígenes.

El reclamo a la alegría, como fruto del Espíritu en las vicisitudes de la vida de Francisco de Asís, es muy propio del Adviento, pues con los 800 años de la Regla Bullata se celebran también otros tantos del Belén de Greccio. Deteniéndonos en las intenciones que llevaron a Francisco de Asís a representar el Nacimiento de Jesús nos hace meditar en la alegría de Navidad y en la alegría profundamente humana que el nacimiento de Cristo trae a cada uno de nosotros: alegría que inundó el corazonón de los pastores y el de todos aquellos que con Francisco participaron en la construcción del primer pesebre.


2. La alegría del Belén de Greccio


Tomás de Celano nos ha trasmitido el relato de la iniciativa del pesebre de Greccio; sus palabras evocan la perfecta alegría que inundó a Francisco de Asís y a todos los participantes en la construcción del pesebre:


Vivía en aquella comarca un hombre, de nombre Juan, de buena fama y de mejor tenor de vida, a quien el bienaventurado Francisco amaba con amor singular, pues, siendo de noble familia muy honorable, despreciaba la nobleza de la sangre y aspiraba a la nobleza del espíritu. Unos quince días antes de la navidad del Señor, el bienaventurado Francisco le llamó, como solía hacerlo con frecuencia, y le dijo: «Si quieres que celebremos en Greccio esta fiesta del Señor date prisa en ir allá y prepara prontamente lo que te voy a indicar. Deseo celebrar la memoria del Niño que nació en Belén y quiero contemplar de alguna manera con mis ojos lo que sufrió en su invalidez de niño, cómo fue reclinado en el pesebre y cómo fue colocado sobre heno entre el buey y el asno». En oyendo esto el hombre bueno y fiel, corrió presto y preparó en el lugar señalado cuanto el Santo le había indicado. Llegó el día, ¡día de alegría, de exultación! Se citó a hermanos de muchos lugares; hombres y mujeres de la comarca, rebosando de gozo, prepararon, según sus posibilidades, cirios y teas para iluminar aquella noche en la que se encendió en el cielo aquella Estrella centelleante que iluminó todos los días y años. Llegó, en fin, el santo de Dios y, viendo que todas las cosas estaban dispuestas, las contempló y se alegró. Se prepara el pesebre, se trae el heno y se colocan el buey y el asno. Allí la simplicidad recibe honor, la pobreza es ensalzada, se valora la humildad, y Greccio se convierte en una nueva Belén. La noche resplandece como el día, ¡noche placentera para los hombres y para los animales! Llega la gente, y, ante el nuevo misterio, saborean nuevos gozos. La selva resuena de voces y las rocas responden a los himnos de júbilo. Cantan los hermanos las alabanzas del Señor y toda la noche transcurre entre cantos de alegría. El santo de Dios está de pie ante el pesebre, desbordándose en suspiros, traspasado de piedad, derretido en inefable gozo. Se celebra el rito solemne de la misa sobre el pesebre y él mismo goza de singular consolación nunca antes experimentada. …Terminada la solemne vigilia, todos retornaron a su casa colmados de alegría.7


¿Qué sucedió para que este momento resultase tan rico en luz y alegría, como nos dice la viva voz de Tomás de Celano? Ciertamente, la realización visual del nacimiento de Jesús es un acontecimiento nuevo para todos los que participan en él, y ésta puede ser una de las razones. Pero esa alegría inicial todavía impregna el espíritu de muchos que la perciben en sus hogares, iglesias y calles. Hoy ya no es la primera vez, pero siempre es como si fuera la primera. Es precisamente la alegría de representar un acontecimiento grandioso que se ha desarrollado en esa sencillez, cercana a todos los hombres, propia de todos los hombres, que Jesús ha querido asumir para que, partiendo de lo más bajo de la humanidad, pueda elevar a todos a la altura de la divinidad. Esa alegría es, sin embargo, la alegría que pertenece a los pequeños, a los sencillos, es una alegría por la que sólo los sencillos pueden ser tocados e implicados, porque sólo los sencillos son capaces de verla y disfrutarla. Es la alegría de la familiaridad, de la belleza de las relaciones importantes de la vida, que, si se cultivan con sencillez, conducen a ser hombres capaces de una alegría profunda.

Esta alegría de la relación encuentra su origen más alto precisamente en la celebración de la Natividad, es decir, en la celebración de la familiaridad de Dios con la humanidad. Una familiaridad que produce tal alegría que anima las estrellas y crea luz: "Esta luz anunciada por la Escritura está llena de alegría, de una alegría genuina, profundamente humana como cuando se cosecha, como cuando se alegra por la victoria: se sueltan las cadenas, el Señor rompe los cerrojos"8, porque no es un sentimiento efímero dado sólo por un acontecimiento externo, sino que es la conciencia de que ante todo es la realización de la familiaridad con Dios y luego la liberación de cualquier cadena humana, porque Dios revela lo más alto que el hombre puede alcanzar, es decir, la autenticidad de la relación, la liberación:"de la oscuridad que nos envuelve, que nos mantiene inquietos, preocupados, turbados, temerosos"9, para conducirnos a la verdadera alegría de un acontecimiento que transforma: «El anuncio de la Navidad es un anuncio de vida, de alegría, de creatividad, de esperanza, de afecto, de amistad, de amor impetuoso que transforma la historia y la experiencia humana".10

Esta certeza renueva cada año la alegría de la Navidad y la alegría de volver a montar la representación de la Natividad, la cercanía familiar de Dios con el hombre y la alegría natural del hombre que redescubre familiaridad con Dios, aprendiendo de este encuentro que la verdadera relación está en la sencillez.


3. Humildad y alegría


No se podría entender la alegría que impregna el evento de Greccio sin dos textos fundamentales del santo de Asís: el Cántico del hermano Sol (Cántico de las criaturas) y el Sermón sobre la alegría perfecta, cuyo espíritu impregnará más tarde toda la Regla franciscana.

El episodio de Greccio tuvo lugar, según las fuentes, unos tres años antes de la muerte de Francisco y un año antes de que recibiera los estigmas. Por lo tanto, la experiencia de vida de Francisco está casi en su apogeo y ya tiene un largo camino espiritual a sus espaldas. Por tanto, no se trata de un episodio que pueda atribuirse a la ligereza juvenil o al sentimentalismo típico de los años de la adolescencia. Tiene unos 46 años y las vicisitudes de su fundación lo han puesto a prueba tanto en el cuerpo como en el espíritu. Y, sin embargo, esta experiencia describe con gestos la alegría de un niño, expresada exactamente con esa sencillez y autenticidad de los niños evangélicos de los que habla Jesús.

En el pasaje evangélico con el que hemos iniciado nuestra reflexión, jugando Jesús con el sentido niños-pequeños y hermanos, orienta a la comunidad cristiana hacia un modelo de fraternidad auténtica, que constituye la comunidad. La comunidad cristiana, animada por las Bienaventuranzas (Mt 5, 1-12), sólo puede alcanzar su modelo si vive sus propias relaciones como niños-pequeños y hermanos. Las dos categorías están estrechamentere lacionadas; no se puede ser hermano si primero no se es niño-pequeño, es decir, sin considerarse una "pequeña" criatura, con una visión realista de sí mismo, y necesitada de aprender a amar. Ante Dios nos sentimos siempre como niños pequeños, si nos confrontamos humildemente con Él y con su amor infinito, como el publicano en el templo, y no en una desafío para ver quién es el más grande, como hacen los apóstoles y el fariseo. Reconocerse como criatura es, ante todo, centrar la atención, la confrontación, con Dios y en Dios, a través de la vida y la regla evangélica que es Cristo.

Esta actitud única nos dispone a la Verdad, tanto humana como cristianamente. A esa verdad que nos hace verdaderamente libres. El monje benedictino Benoît Standaert, en su Diario de la Humildad del 30 de mayo de 2013 en Brujas, anotaba:

Tú estás aquí. Siempre aquí. Tú estás.

Voy, te busco desde la aurora. Tú meprecedes. Siempre. A Ti la gloria. En Ti la alegría. Esta mañana he anotado, de paso, en el diccionario filosófico de André Compte-Sponville: "La alegría de la verdad que es felicidad". Pensamiento de Agustín que rima con el de Spinoza. Tres autores que resuenan a lo largo de los siglos.

DIOS ALEGRIA.

Ayer, lágrimas abundantes. Inmensa tristeza. Voy, parto. Marcho. No me sobreestiméis. No estoy disgustado con nadie. Con muy poco me contento. Avanzo, con un determinado estilo, marcado de mansedumbre. Vigilancia, sobriedad. Retiro. Silencio interior. "Tienes que estar en paz cuando estás aquí, y encontrar un gentle agreement con la casa". ¡Ah, sí! Mendigar un acuerdo. Humilde y valientemente.

Frente a mí hay un muro de iconos. Icono de Elías, alimentado por un cuervo. Alegría y sonrisa a través de las lágrimas del niño (cf. John Climacus, citado por Nel Sorsky en su Regla). Grandeza del desprendimiento. La grandeza de la verdad y de la humildad verdadera. Perseverar sin esfuerzo en el silencio puro y hermoso.11

En la palabras de Standaert, descubrimos la profunda paz interior de quien está en perfecto equilibrio con lo que le rodea porque está en paz consigo mismos, no abstante sus limitaciones y la percepción de sus lados oscuros: "Voy, parto. Marcho. No me sobreestiméis. No estoy disgustado con nadie. Con muy poco me contento”. En su experiencia expresa con pocas palabras la síntesis de una vida trascurrida viviendo los votos religiosos como un camino de despojo de sí mismo para encontrar cada día la Verdad. Aquella verdad que es, sobre todo libertad de la esclavitud que cada uno se impone a sí mismo por una visión rígida de perfeccionismo, y de la imagen de hombre perfecto y que, al final, aislado por el orgullo y la arrogancia, ve al otro como una amenaza a su autoafirmación.

Comentando Génesis 4, Sandro Carotta, monje benedictino de Praglia, titula un párrafo: La ira como incapacidad relacional. Frente a la percepción del otro como amenaza, escribe el monje bíblista, a menudo se producen estas diversas reacciones, o incluso todas juntas:

El juicio: intentar demoler al otro con juicios malignos. Mientras que hay que ejercitarse en "decir una palabra bien dicha". Y cuando se tiene la tentación de no hablar con el otro por temor a crear conflictos, recordemos las palabras de Levítico 19:17, según las cuales no debemos callar si alguien ha hecho algo contra nosotros, sino hablar abiertamente de tal manera que no alberguemos odio alguno, y portanto reflejar siempre perdón y alegria.

El lamento: según las categorías bíblicas utilizadas por el P. Carotta, que ve en el pueblo de Israel por el desierto el prototipo del lamento, el lamento es fundamentalmente falta de fe en los demás y en Dios.

El aislamiento: no como una búsqueda de silencio para meditar y estudiar, sino como huída de la relación con los demás, es lugar de cultivo de la ira que alimenta el desapego acentuando los sentimientos negativos, a menudo fruto de la imaginación. Mientras la relación con los demás es entrenamiento para la vida, necesario para mantener la mirada en la realidad.

En efecto, la ira no sólo alimenta la separaión con los demás, sino también con la situación y con la realidad en general, encerrando a la víctima en un mundo imaginario e impidiendo mente y espíritu a considerar la verdad. Esta espiral crece hasta convertirse en un deseo de venganza y destrucción de los demás12.

Misericordia y paciencia, según la tradición bíblica y monástica, en cambio, son medicina contra el defecto de la ira, y devuelven al hombre serenidad y alegría.


4. La Alegría: Invertir la perspectiva


La luz que el pueblo ve en medio de las tinieblas es para todos, como atestiguan los Magos, y todos estamos llamados a abrir los ojos a esta luz que ilumina la humanidad con sentido, de verdad, y por tanto, de alegría. Abrir los ojos a esta luz significa comprender que las trinieblas no son sólo las de un mal que está ineluctablemente fuera de nosotros, sino las tinieblas en las que camina quien no está en la verdad, quien no se considera a sí mismo según verdad, viviendo en un mundo a su, según su único punto de vista.

Para vencer estas tinieblas, Dios demuestra en el nacimiento de Belén que es necesario dar un vuelco a la propia perspectiva. Para poder acoger al hombre, a la humanidad entera en su plan de salvación, se rebaja más allá de toda condición humana, de cualquier oscuridad humana, para poder incluir y acoger a todos.

Tanto en los Evangelios de la Navidad como en el relato de la construcción del pesebre de Greccio, en seguida salta a la vista el contexto humilde y sencillo en el que nace la alegría de los pastores de Belén, de Francisco y lo fieles de Greccio. La luz ofrecida por Dios en las dos escenas análogas no prescinde de la humanidad, al contrario, parte precisamente de ella, de sus claras formas externas, de los afectos familiares y de las alegrías más simples, como ver a un niño en un pesebre. En última instancia, Dios opone a la oscuridad creada por el caos las cosas sencillas, un retorno a una humanidad abierta y humilde. Es la inversión de la perspectiva con respecto a la complejidad del hombre y de su compleja visión autorreferencial. Una perspectiva que hace ver al mundo sólo desde nuestro propio punto de vista, a menudo herido por la complejidad y división de las experiencias humanas, o desde una perspectiva mental que es realmente incapaz de ver las cosas más simples y de conducir al hombre a la unidad.

Por lo tanto, para ver la luz de Belén y de Greccio, tenemos que invertir nuestra perspectiva, como es el caso de la experiencia de Francisco de Asís: para comprender la obra "insensata" de Dios, debemos ponernos en una perspectiva que para el hombre es “insensatez”. Es decir, es necesario abandonar toda idea preconcebida de humanidad, de uno mismo y de Dios para poder escuchar y ver la locura de un "Dios hecho hombre". Sin la capacidad de volver a la simplicidad de la relación simple no es posible comprender la locura de este momento. Sin la capacidad de amar como un padre, una madre, un hijo o un hermano, no se pode comprender la acción de Dios y su extraordinaria intervención en la historia. Y ésta, sin el conocimiento de la verdad que Dios nos ha revelado, sería solamente una pálida analogía, pues la verdadera luz de la Navidad es visible sólo a la luz de la Resurrección. Es decir, en el momento en que se cumpre el misterio de un Dios que actúa su plan de salvación: revelar una relación que es amor misericordioso e incondicional.

El Card. Martini, comentando también los Evangelios de la Natividad, escribe: “Este canto (Is. 54, 10) presenta aún más concretamente, evocando las imágenes del Antiguo Testamento, la fecundidad y la alegría de una vida humana, de una experiencia humana que se basa sólo en el Señor, en la que Él mismo se ha comprometido plenamente. Es la fecundidad y la alegría de una vida espiritual dedicada al servicio de Dios, como también la fecundidad y la alegría que se pueden encontrar en la experiencia humana en general, y también en la experiencia cultural e intelectual cuando participa de esta confianza en el poder del Señor. En definitiva, se podría decir que esta página muestra la fecundidad y la alegría de un cristianismo vivido en todos los ámbitos de la vida". Es una fuerte invitación a mirar con alegría a la humanidad entera, y a todo lo bueno que la atañe, pero igualmente a todo lo que atañe al cristiano que "participa de la confianza en el poder de Dios" y que vive con sufrimiento y en la duda su participación.

Los Mínimos, llamados a la conversión y a dar testimonio de la misma, somos los primeros invitados por el Adviento y la Navidad a realizar un cambio de perspectiva, para poder mirar a Dios, a nosotros mismos y a los demás con ojos nuevos. Y Francisco de Asís nos sale al encuentro una vez más presentándonos lo que significa cambiar de perspectiva, a través de su experiencia personal y de la profunda alegría a la que le ha conducido.

Según la interpretación que G.K. Chesterton da de Francisco como "el juglar de Dios", equivale a ponerse boca abajo, siguiendo el ejemplo del protagonista de la leyenda del Acróbata de Nuestra Señora, que se ponía boca abajo ante la imagen de la Virgen para ser consolado por ella. Como el acróbata, Francisco se pone boca abajo para contemplar el mundo no desde su punto de vista, sino desde el punto de vista de Dios, invirtiendo la perspectiva del hombre. La famosa enfermedad y encarcelamiento son clara evidencia para los biógrafos de que Dios estaba preparando su espíritu para aceptar su voluntad y Francisco inquieto se retira en una cueva para descubrir la vocación de su vida: "Finalmente un día, después de haber implorado la misericordia divina con todo su corazón, el Señor le reveló cómo debía comportarse. Y se llenó de tanta alegría que no pudo contenerla [...] El gran amor que colmaba su alma ya no le permitía permanecer en silencio..."13. En la gruta, según Chesterton, Francisco encuentra el amor, la pobreza14, la verdadera esposa, que cantará con la vida y en sus himnos. En el momento en que deja la cueva oscura, "se dispuso a un cambio total de algunas de sus estructuras internas, a un vuelco del pensamiento; como sucede en un salto mortal que, después de una vuelta completa, te permite volver a la posición inicial"15. La purificación y el cambio de perspectiva son seguramente consecuencia del enorme sufrimiento que Francisco experimenta confrontándose consigo mismo y con su pasado, ante el deseo y la llamada a conducir una vida totalmente dedicada a Dios. Una lucha interior que, como todas las luchas, es la peor penitencia a la que uno pueda someterse. Al salir de esa caverna ve ya el mundo desde una perspectiva nueva; según Chesterton se trató de una "verdadera revolución espiritual", de una tal alegría de ver el mundo desde la "perspectiva de Dios", que se convirtió en un "juglar de Dios", cantor de esta alegría, y, creyendo firmemente en su misión de poder llamar también a sus primeros hermanos "juglares de Dios". Esta locura es percebida por sus contemporáneos, el padre, el obispo, como una desviación, una verdadera locura mental, pues abandonar la riqueza y una vida estable y segura, por una vida sin ninguna seguridad, es considerada una locura. Pero el juglar de Dios está tan convencido de hace un gesto muy fuerte para la época: se despoja incluso de sus habitos a la vista de todos. Era su gesto profético, pero también la consecuencia de su elección radical que le hacía considerar al mundo como se considera a un "gusano", es decir, de un hombre que ha reconocido su pequeñez y la grandeza de Dios. Es la experiencia de un hombre que ha excavado cada vez más profundo, como un niño que excava un hoyo en la tierra, y que habiendo llegado al fondo, se eleva más alto, para comprender que la verdadera perspectiva es la de Dios.

Francisco se convierte de esta manera en testimonio de una nueva visión del mundo, una visión que implica a toda la creación en una perspectiva de amor, de la cual brota el Cántico del Hermano Sol o Cántico de las Criaturas, en el que no sólo toda la creación es vista como creación de Dios, y por tanto buena y ordenada al bien, sino que también cambia los puntos de vista negativos que el hombre pueda tener al respecto de la creación. En efecto, llamando al fuego hermoso, alegre y fuerte, transcribe el imaginario común de la época que consideraba el fuego como un símbolo del infierno,16 transformándolo en símbolo de luz y alegría.

"Nosotros no podemos seguir a San Francisco hasta su último tumbo espiritual, donde la humillación completa se convirtió en verdadera santidad y espiritualidad, porque nunca hemos experimentado nada igual" 17, escribe Chesterton siempre como ferviente creyente, tal vez sin considerar que esta experiencia es en realidad una parte integral del camino cristiano y, sobre todo, un patrimonio de espiritualidad penitencial. Pero nos lleva a reflexionar sobre el hecho de que evidentemente no es posible alcanzar este cambio espiritual sin reconocer la propia pobreza ante Dios y sin descender a la caverna.

En este movimiento de abajo hacia arriba que inicia entrando en la cueva podemos encontrar una profunda analogía con la cueva de Francisco de Paula y su experiencia espiritual. La cueva de la penitencia de Francisco, de Asís y de Paula, es el lugar del renacimiento precisamente porque es un lugar en que se experimenta la realidad oscura de sí mismo y de la propia visión egoísta y limitada: "En cambio, en un sentido totalmente positivo y entusiasta, san Francisco afirmó: 'Bienaventurado el que no espera nada, porque va a disfrutar de todo". “Fue gracias a esta idea deliberada de empezar desde cero, desde el vacío oscuro de su propia nada, que él volvió a disfrutar tanto de las cosas terrena como pocas personas habrían podido disfrutarlas”18. Chesterton añade en su comentario que no podemos comprender esta experiencia porque "nunca nos hemos hundido tan bajo"19. Es necesario descender, pues, muy abajo, si queremos ascender de nuevo, y sin este descenso no podemos tener una nueva visión que conduzca a una verdadera relación de alabanza y de amor a Dios y al prójimo. El que alaba es el que sabe reconocer la grandeza del don que ha recibido y la belleza de lo que ha recibido.

En conclusión, la alegría se vuelve mística, y en esta perspectiva cada ser adquiere su importancia desde el punto de vista de Dios y, por lo tanto, es fuente de alegría.

El juglar místico mira con una sonrisa irónica al hombre y a sus sobre estructuras que quieren asegurarlo por sí mismo, colocándolo en el centro del universo. Francisco explica esta perspectiva en la Predicación sobre la perfecta alegría, un texto fundamental para comprender la culminación de su mística ascética:


¡Oh, fray León!, aunque es el Fraile Menor quien ilumina a los ciegos, relaja a los atraídos, expulsa los demonios, da el oído a los sordos, el andar a los cojos, hablar a los mudos y, lo que, es más, resucite al muerto de cuatro días, escribe que no está en eso la alegría perfecta. Otro poco más adelante, San Francisco exclama en voz alta: ¡Oh, fray León!, si el fraile Menor supiera todas las lenguas y todas las ciencias y todas las Escrituras, de modo que supiese profetizar y revelar, no sólo las cosas futuras, sino también los secretos de las conciencias y de las almas: escribe que no está en eso la perfecta alegría.

Caminando algo más, San Francisco llamo en voz alta: ¡Oh, hermano León, ovejas de Dios¡, Aunque el fraile Menor habla con lengua de ángel, y sepa el curso de las estrellas y la virtud de las hierbas, y le sean descubiertos todos los tesoros de la tierra, y conozca la naturaleza de las aves, y de los peces y, de todos los animales, y de los hombres, y de los árboles, piedras, raíces y de las aguas: escribe que no está en eso la perfecta alegría.

Y habiendo andando otro techo, San Francisco llamo fuertemente:

¡Oh, fray León!, si el fraile menor supiese predicar tan bien que convirtiese a todos los infieles a la fe de Cristo, escribe que no está en eso la perfecta alegría.

Y continuando este modo de hablar por espacio de más de dos leguas, le dijo fray León, muy admirado:

Padre, te ruego, en nombre Dios, que me digas en qué está la perfecta alegría.

Figúrate, le respondió San Francisco, que al llegar nosotros ahora a Santa María de los Ángeles, empapados de la lluvia, helados de frío, cubiertos de lodo y desfalleciendo de hambre, llamamos a la puerta del convento, y viene el portero incomodado, y pregunta: "¿Quiénes sois vosotros?" y diciendo nosotros: "Somos dos hermanos vuestros", responde él: "No decís verdad, sois dos bribones, que andáis engañando al mundo y robando las limosnas de los pobres; marchaos de aquí”; y no nos abre y nos hace estar fuera a la nieve y a la lluvia, sufriendo el frio e la hambre hasta la noche; si toda esta crueldad, injuria y repulsas la sufrimos pacientemente sin alterarnos ni murmurar, pendo humilde y caritativamente que aquel portero conoce realmente, nuestra indignidad, y que Dios le hace hablar así contra nosotros; escribe, ¡oh, hermano León!, que en esto está la perfecta alegría. [...]

Y si nosotros, obligados por el hambre, el frío y la noche, volvemos a llamar y suplicamos, por el amor de Dios y con gran llanto, que nos abra y nos meta dentro; y él, más irritado, dice: "¡Cuidados se son importunos estos bribones!; “yo los tratare como merecen”; y sale afuera con un palo nudoso, y asiéndonos por la capucha, y nos echa por tierra, y nos revuelca entre la nieve, y nos golpea con el palo; si nosotros llevamos todas estas cosas con paciencia y alegría, pensando en las penas de Cristo bendito, las cuales nosotros debemos sufrir por su amor, escribe, ¡Oh, fray León!, que en esto perfecta alegría.

Y, ahora oye la conclusión, hermano León: Sobre todos los benes, gracias y dones del Espíritu Santo, que Cristo concede a sus amigos, está el vencerse a sí propio, y sufrir voluntariamente, por amor de Cristo, penas, injurias, oprobios y molestias; ya que de le los otros dones de Dios no podemos gloriarnos, porque no son nuestros, sino de Dios; y por eso dice el Apóstol: “¿Qué tienes tú que no lo haya recibido de Dios? y si lo has recibido de Él, ¿por qué te glorías como si fuese tuyo? Pero en la cruz de la tribulaciones y aflicciones podemos gloriarnos; porque es cosa nuestra; y así dice el Apóstol: "Yo no quiero gloríame sino en la cruz de nuestro Señor Jesucristo". Al cual sea siempre honor y gloria en los siglos de los siglos. Amén20.


5. Conclusiones


Para concluir y preparándonos durante el Adviento, con vistas a iluminar la fraternidad de este año con la mirada puesta en la Asamblea Capitular del próximo mes de julio, he querido ofrecer sugerencias para animar la vida fraterna de este año de gracia en el que celebramos estos acontecimientos para nuestro crecimiento espiritual, personal y comunitario. Por tanto, dejémonos, empapar de la alegría de la Navidad para que podamos llegar a celebrar nuestro encuentro con alegría y fraternidad, renovados en el espíritu para ver nuestra vida personal y comunitaria desde la visión de la fraternidad con Dios y en Dios. Si estamos animados por la alegría y la esperanza que la Encarnación trae a nuestra vida, seguramente seremos capaces escuchar la voz del Espíritu que habla a nuestros corazones, sobre todo en los momentos en los que estamos llamados a discernirla para ponerla en práctica y animar el futuro de nuestra familia religiosa. En efecto, el futuro gozoso de nuestra familia religiosa depende en gran parte de la capacidad de testimoniar la alegría de nuestra adhesión al carisma y de escuchar continuamente al Espíritu que nos anima.

Con este espíritu vivamos también la llamada a la sinodalidad que contra distingue a la Iglesia de nuestro tiempo, preparándonos para llevar nuestra fraternidad al ministerio cotidiano.

Un saludo fraterno a todos vosotros, con los mejores deseos de un feliz camino en la escuela de san Francisco de Paula, nuestro padre y fundador, animados por la alegría del corazón, siguiendo el ejemplo de Francisco de Asís.


Los Ángeles. 30 de noviembre de 2023. Fiesta de San Andrés Apóstol.

1 ¿Qué es el sínodo? ...

2 (cfr. PC, 18)

3 (cfr. Pablo VI, Alocución, Segunda Sesión del Concilio, 29 septiembre 1963, 4.1),

4 (cfr. G. ALBERIGO, Breve storia del Concilio Vaticano II, Bologna, il Mulino, 2005, 7-14).

5 (cfr. FRANCESCO, Discurso del inicio del camino sinodal, 9 octubre 2021).

6 cfr. LG 42-47; Religiosos y promoción humana, 24

7 TOMMASO DA CELANO, Vita Prima di Francesco di Assisi, cap. XXX, en Fonti Francescane, segunda reimpresión, Movimento Francescano, Bolonia, Gamma, 1978, 477-479.

8 C.M. MARTINI, Hacia la luz, Reflexiones sobre la Navidad, Cinisello Balsamo, S. Pablo, 2013, 35.

9 Ibi,36

10Ibi,38

11 B. STANDAERT, Diario de humildad, Brescia, Queriniana, 2020, 71

12 Cfr. S. CAROTTA, En busca de la belleza, Caminos monásticos, Florencia, Nerbini, 2023, 119-121. También son interesantes los siguientes párrafos: La tristeza como escape del tiempo, La pereza como intolerancia al espacio, La vanagloria como la ilusión de hacer, El orgullo como exhalación del ego.


13 TOMMASO DA CELANO, Vita prima, en Fonti Francescane, 417.

14 G.K. CHESTERTON, Francisco de Asís. Contado a mujeres y hombres de poca fe que lo tienen en simpatía, 2ª ed., Milán, ediciones TS, 2023, 85.

15 Ibidem 87

16 Cfr. Un. MURANO, Fray Francisco, simple, idiota, pequeño, Trapani, pozo de Jacob, 2023, 210.

17 G.K. CHESTERTON, Francesco d'Assisi, 91

18 Ibidem 93

19 Ibidem 91

20 UGOLINO DA MONTEGIORGIO, I Fioretti di san Francesco, en Fonti Francescane, 1471-1473.


8/9/23

¡FELIZ DÍA DE NTRA. SRA. DE LA VICTORIA!

    "Por ello, como cualquier otro hombre de Dios, también Francisco albergaba un vivísimo interés por María, no separado sino precedido del amor por Cristo. Escribe Bellantonio: “Toda la dignidad, la grandeza, la gloria de María ha venido por Jesús; por tanto, San Francisco de Paula se dirige a ella, en su piedad, como unida inseparablemente a su Hijo Jesucristo.” 
 
Esto no es difícil de entender para quien consigue colocar en la dimensión correcta y debida la devoción a la Virgen Madre de Dios. Sin menospreciar la religiosidad popular a la que también Francisco se adhería, queda claro que su veneración a Nuestra Señora se conjugaba con la afirmación del primado de Jesús, como se pone de manifiesto no sólo en el famoso binomio Jesús-María que era repetido en las exclamaciones de Francisco, sino también en las actitudes significativas de devoción a la Virgen. 

Éstas las hallamos sobre todo durante la infancia, por ejemplo cuando el pequeño Francisco rehúsa la invitación de la Madre a cubrirse la cabeza mientras está recitando el rosario en la iglesia: “Madre mía, si en este momento yo hablase con la reina de Nápoles, ¿me dirías que tuviese la cabeza cubierta? Pues bien, ¿no es mucho más importante la reina del cielo con la que hablamos?”

De la obra "La vida y la espiritualidad del fundador de la Orden de los Mínimos" 
del P. Gianfranco Scarpitta O. M.

4/5/23

FIESTA DE SAN FRANCISCO DE PAULA (VEGUETA - LAS PALMAS DE GRAN CANARIA)

 

En la tarde de hoy con la apertura de la ermita y el reparto de las estampitas y velas bendecidas se dan por concluidas un año más las celebraciones al santo tesorero de Santa María Micaela, nuestro fundador San Francisco de Paula.

La tarde comenzó con el rezo del Sto. Rosario en el mes de mayo bajo el amparo de María, Ntra. Sra. de Los Reyes, que da título y preside la ermita que custodian las RR. Adoratrices Esclavas del Santísimo Sacramento y de la Caridad en la ciudad de Las Palmas de Gran Canaria, en el barrio histórico de Vegueta.

Otro de los momentos fuertes, aún en el trasiego de todos los que fueron uniéndose y pasando a venerar la imagen del santo, fue el rezo de trecenario y gozos del Santo en el que pudieron hacer presentes sus intenciones que el santo paulano no dejará de presentar a Dios.

Desde el pasado 29 de abril con la eucaristía quedó entronizada la imagen en la ermita, concluyendo hoy su veneración con el tradicional reparto citado.

Agradecidos a Dios por tan grandes momentos vividos y con gozo celebrados, sigamos obrando Caridad, «todo en amor y por amor» (Santa María Micaela) «que en vano se comienza el bien si se abandona antes de la muerte» (San Francisco de Paula).


Si quieres conocer más sobre la devoción de Santa María Micaela el Santo paulano ADORATRICES MÍNIMOS


 

9/4/23

¡FELIZ PASCUA DE RESURRECCIÓN!

 

Que nuestro camino de conversión esté transido siempre de la certeza de su Resurrección para que en nuestra Pasión y Muerte (al pecado y en la entrega a todos) seamos auténtico testimonio de la gran dicha de aquel primer domingo de Pascua porque ¡también nosotros hemos visto al Señor!

ORACIÓN

 ¡Resucitó el Señor, Aleluya!

¡Resucitó el Señor!

Tú eres el fuego del amor que incendia nuestros corazones.

SEÑOR, que resuciten mis manos para que sean delicadas y sepan dar.

SEÑOR, que resuciten mis ojos para que sepan ver al necesitado

y para que los demás se sientan felices por mi modo de mirarles.

SEÑOR, que resuciten mis oídos para que sepan oír tu voz

y no queden sordos a las voces que llaman y piden comprensión.

SEÑOR, que resucite mi boca para que dé testimonio de Ti

y consiga despertar sonrisas.

SEÑOR, que resucite mi corazón para que sea templo vivo de tu Espíritu

y sepa dar calor y refugio, que sea generoso en perdonar y comprender

y aprenda a compartir dolor y alegría con un gran amor.

DIOS mío, dispón de mí con todo lo que soy y con todo lo que tengo.

Que mi vida tenga el sabor y el perfume de Jesús Resucitado.

Amén.

 

(Fuente:  https://hozana.org/es/oracion/pascua)

23/3/23

MENSAJE DE CUARESMA DEL P. CORRECTOR GENERAL GREGORIO COLATORTI O. M.


LA HUMILDAD, BASE DE LAS VIRTUDES CRISTIANAS Y DE LA COMUNDAD UNIDA

Mensaje del P. General de los Mínimos, P. Gregorio Colatorti,

a los Frailes, Monjas y Terciarios


Tened entre vosotros los sentimientos propios de Cristo Jesús. El cual, siendo de condición divina, no retuvo ávidamente el ser igual a Dios; al contrario, se despojó de sí mismo, tomando la condición de esclavo, hecho semejante a los hombres. Y así, reconocido como hombre por su presencia, se humilló a sí mismo, hecho obediente hasta la muerte, y una muerte de cruz. Por eso Dios lo exaltó sobre todo y le concedió el Nombre-sobre-todo-nombre” (Flp 2,5-9).


Queridos hermanos,

Un saludo fraterno para cada uno de vosotros con el deseo de que vayáis caminando con Cristo siempre de bien en mejor en la escuela de nuestro Padre y Fundador San Francisco de Paula.

Las palabras y el ejemplo de S. Pablo nos sirven de guía en nuestro camino durante los tiempos fuertes de Adviento y Cuaresma que caracterizan nuestra espiritualidad. Muy identificado con Cristo, discípulo y anunciador ferviente, testimonio de virtudes humanas y cristianas, S. Pablo es para nosotros el ejemplo más realizado después de haberse encontrado con Cristo.

En la carta de Adviento he tratado de sugerir algunas indicaciones para animar el camino personal y comunitario, sintetizando la propuesta de la Iglesia sobre la sinodalidad, las virtudes propias de la vida consagrada y nuestro carisma mínimo. A la esperanza, que fue el tema de la carta de Adviento, la Curia General y yo queremos añadir ahora la reflexión sobre la humildad, virtud básica de la Cuaresma y por tanto de nuestro carisma mínimo.


1.1 La cruz, ‘se humilló a sí mismo’

El texto de S. Pablo a los filipenses nos lleva a meditar sobre la importancia de la virtud de la humildad, base de las virtudes cristianas y de la comunidad unida. La fuente cristológica es la base de todas las virtudes de los escritos de S. Pablo y más del que nos ocupa. Tras el ejemplo de Cristo y el ofrecimiento de su vida S. Pablo exhorta a la comunidad filipense, tan amenazada por fuertes discordias internas, a vivir en comunión. “Para mí la vida es Cristo” (Flp 1,21), les dice; y propone a sus lectores este modelo cristológico, el mismo que ha cambiado su vida en el camino de Damasco. Cristo crucificado y resucitado que “se ha hecho para nosotros sabiduría de parte de Dios, justicia, santificación y redención” (1 Co 1,3), es el camino, la verdad y la vida (Cfr. Jn 14, 6). Por medio de la cruz y de la resurrección Cristo ha mostrado el verdadero rostro del Padre, un rostro bondadoso que se sacrifica para obtener la salvación, y transfigura al cristiano en verdadero hijo para hacerle capaz del mismo sacrificio bondadoso y salvífico. Pero para que el cristiano pueda llegar a la resurrección tiene que pasar por el misterio de la cruz, es decir, tiene que purificarse por medio del despojamiento-renuncia. Despojamiento-renuncia de las prerrogativas divinas para Cristo; renuncia a todo lo que contrasta con el proyecto de Dios para el hombre, y que se traduce en la continua obediencia, esclavitud, a la voluntad salvífica del Padre hasta culminar en el despojamiento último y humillante de la cruz, theologia crucis. Despojamiento y cruz, son manifestación de la humillación de Cristo y realización de su misión redentora, pues de ella nace la virtud de la caridad y de la concordia. Siguiendo los pasos de Cristo también el hombre, llevando la cruz, se hace capaz de la misericordia de Dios, como pedagogía necesaria para llegar a tener los sentimientos propios de Cristo Jesús (Flp 2, 5). Para San Pablo el ejemplo de Cristo y la experiencia de la cruz, como para el buen ladrón (Cfr. Lc 23, 42-43), conduce a reconocerlo como Salvador en nuestra vida necesitada de redención y de perdón. Invita a participar en la redención misericordiosa de Dios que por la cruz se acerca, acompaña y testimonia su misma presencia. San Pablo exhorta a preocuparse de los intereses de todos más que de los propios para discernir en Cristo y por medio de Cristo el bien común, meta de la concordia. El mayor bien es la salvación de todos, que, para Cristo no sólo anunciado, sino vivido y realizado en la cruz y la resurrección. El despojarse de la categoría divina lleva a Cristo a compartir la naturaleza humana de forma plena, empática y compasiva. Por medio de la humillación de la cruz vence el pecado de los progenitores que querían ser como Dios sin Dios, indicando al hombre el camino para vencer los efectos del pecado original, la soberbia, como ceguera y ruina de la naturaleza del hombre. Frente a la soberbia egoísta que lleva a sobrevalorarse, Cristo opone la humildad de la cruz para que por medio de ella el hombre se abra a la gracia, a contar con Dios en su vida, don que sólo puede ser acogido por un corazón libre y se abra a comprender el sumo bien que de ese don se deriva, invisible a los ojos de quien está lleno de sí mismo. Así pues, la cruz para el cristiano es lucha contra el propio pecado, reconocimiento de la condición pecadora y, por tanto, apertura a la íntima unión con Cristo y con el Padre en el Espíritu Santo.


1.2 La cruz como sacrificio vicario

El misterio de la cruz se convierte en la cumbre del camino donde la virtud de la humildad alcanza su ápice en cuanto se identifica con la misma experiencia de Cristo. Ella es sacrificio vicario, no porque Dios tenga necesidad de un sacrificio para aplacar su ira, sino porque el don de su vida es nueva alianza y nuevo instrumento de comunión con Él, fin último de la salvación. Así como el ofrecimiento de Cristo ha sido total, también el hombre está llamado a adherirse con toda su voluntad al proyecto salvífico de Dios, a sacrificar su propia voluntad en aras de una total dedicación a la causa de la salvación propia y de los hermanos. Por medio del ofrecimiento de sí mismo la existencia del hombre es conducida a la reconciliación con Dios y a restablecer el equilibrio anterior al pecado original. A este propósito escribía J. Ratzinger: “En las religiones mundiales, expiación significa normalmente reparación y reanudación de las relaciones con la divinidad, mediante actos propiciatorios de los hombres. Casi todas las religiones giran en torno al problema de la expiación; nacen del conocimiento que el hombre tiene de su culpa ante Dios y denotan el tentativo de eliminar este sentimiento de culpa, borrando el pecado mediante obras de expiación ofrecidas a Dios. El acto de expiación con el que los hombres buscan reconciliarse y acercarse a la divinidad está al centro de la historia de las religiones. Pero la situación ha cambiado casi totalmente en el NT. No es el hombre que se acerca a Dios ofreciéndole un don como recompensa, sino que es Dios quien se acerca al hombre para que se reconcilie con Él (…) Aquí nos encontramos verdaderamente ante la novedad del cristianismo en la historia de las religiones: el NT no dice que los hombres se reconcilian con Dios, como podríamos esperar, pues son ellos los que han errado no Dios. Nos dice en cambio que “Dios en Cristo ha reconciliado consigo al mundo”. Ahora bien, esto es algo verdaderamente inaudito, algo absolutamente nuevo: es la base de golpe de la existencia cristiana y el centro focal de la teología de la cruz desarrollada en el NT. Dios no espera a que los culpables tomen la iniciativa, reconciliándose con Él, sino que Él sale al encuentro rehabilitándoles. En este grande acontecimiento se vislumbra la verdadera dirección de la encarnación y de la cruz. Por consiguiente, la cruz en el NT se presenta ante todo como un movimiento descendiente, de arriba abajo. No tiene absolutamente sentido de prestación propiciatoria que la humanidad ofrece a Dios indignado, sino la expresión del grande amor de Dios que se abandona sin reserva a la humillación con tal de redimir al hombre; es un acercamiento de Dios al hombre, no al revés… El sacrificio cristiano no consiste en dar a Dios lo que Él no tendría sin nosotros, sino en reconocer que todo lo recibimos de Él y que todo le pertenece a Él”. Por tanto, el único sacrificio que el hombre puede ofrecer a Dios es ante todo su voluntad, sacrificio que se traduce en dar testimonio de su reino y de una verdadera conversión que invita a otros a convertirse. Como el acontecimiento de la cruz ha sido para Cristo sacrificio de amor y de misericordia, así el sacrificio de cada uno de sí mismo y el de la propia voluntad al Padre son sacrificio de amor y de misericordia. En el caso del ladrón crucificado con Jesús no ha sido sólo el sacrificio que le ha convertido, sino el haber recorrido el camino de la cruz con Cristo y haber experimentado la voluntad salvífica que lleva al ofrecimiento total del supremo sacrificio.


1.3 La cruz como rescate

Por las palabras del papa emérito, que este mismo año hemos visto volver a la casa del Padre, podemos comprender mejor la otra categoría de la theologia crucis: el rescate, como modelo para el seguimiento y testimonio del cristiano. Cristo no sólo ofrece su sangre para el perdón de los pecados cometidos desde nuestros progenitores, sino que con la efusión de su Espíritu y con su ejemplo comunica al hombre la manera de superar el pecado, renovar el corazón, fortalecerse. La obra salvífica de Jesucristo es redención activa y pasiva para que la salvación obtenida por la cruz se convierta para el cristiano en método y contenido del anuncio evangelizador. Tras el ejemplo de Cristo todo bautizado es mensajero de salvación, testimonio con su vida, no de un seguimiento de leyes estériles ni de una salvación meramente pasiva que descarga en Dios toda responsabilidad, sino de una salvación activa, actuación de Dios que personalmente va en busca del hombre. Este don sólo puede ser acogido porque es el Rostro de Dios que salva, Rostro que cada uno puede ver en Cristo y en la cruz. La salvación no es fruto de nuestros méritos ni de nuestros sacrificios, sino adhesión a la salvación de Cristo y a dejarse transfigurar por Él. Tampoco se puede imponer el anuncio de la theologia crucis, sólo se puede proponer, por la misma razón por la cual la salvación de la cruz no es merecida sino ofrecida. Es deber de todo cristiano testimoniar con su vida la aceptación de este don acogido y vivido con plena libertad interior. Siguiendo este camino de la cruz el hombre queda justificado, se ajusta, adhiriendo con plena libertad y aceptando la voluntad de Dios, permanece fiel, abrazando la elección como opción fundamental. Finalmente siguiendo así el camino de la cruz el hombre se abre al don de la caridad, fruto del mismo camino de la cruz. El cristiano salvado por la cruz de Cristo, rehabilitado en la comunión con Dios por el Espíritu Santo, se esfuerza en practicar el mandato de Jesús al samaritano “Anda y haz tú lo mismo” (Lc 10,37), como anuncio: sacrificio de redención y rescate para el hermano mediante la comunión, la misericordia, la compasión, a imitación de Dios que se cuida de cada uno de nosotros.


2.1 La humildad en la espiritualidad de los Mínimos

La humildad que brota de la cruz que salva es compromiso de evangelización para todo bautizado, de modo especial para todo consagrado y más para los Mínimos que por el carisma de la vida cuaresmal tenemos la misión de dar testimonio de la conversión. La misión tiene en el fragmento de Mateo 16, 24-27 el mandato explícito de Jesucristo: “Si alguno quiere venir en pos de mí, que se niegue a sí mismo, tome su cruz y me siga. Porque quien quiera salvar su vida, la perderá; pero el que la pierda por mí, la encontrará. ¿Pues de qué le servirá a un hombre ganar el mundo entero, si pierde su alma? ¿O qué podrá dar para recobrarla? Porque el Hijo del hombre vendrá, con la gloria del Padre, entre sus ángeles, y entonces pagará a cada uno según su conducta”. La exhortación a seguirlo llevando la propia cruz cada día es anuncio que Jesús hace después de la profesión de fe de Pedro y el rechazo de la muerte de cruz, y por eso es enviado a ponerse detrás de él, es decir a comprender que la única forma necesaria de seguirlo es aceptar la cruz, como lo ha sido para él para la salvación del hombre. Por medio de la cruz Jesús manifiesta que el reino de Dios no es poder, no es satisfacción de poseer o de gloria, no es apariencia, sino que es pobreza, servicio y humildad. Sólo por este camino el hombre puede vencer el mal, como el mismo Cristo desde la cruz. La cruz es el banco de ensayo. Sólo el hombre que sabe amar como Cristo que ha amado desde la cruz puede de verdad ser su discípulo. Rechazar la cruz demuestra incapacidad de amar. Desde la cruz el buen ladrón ha aprendido a amar, reconociendo en Jesús al Cristo de Dios, y por eso recibe en ese momento el premio: “En verdad te digo: hoy estarás conmigo en el paraíso” (Lc 23, 43). El ladrón había experimentado con Jesús el camino de la cruz, se había despojado de sí mismo hasta acercarse al rostro de Dios manifestado en el Cristo doliente. El que durante su vida había negado la presencia de Dios la encuentra en el rostro de Cristo y reconoce el pecado contra Dios, contra sí mismo y contra los hermanos. Toda la cuaresma de los Mínimos es pues un camino por recorrer detrás de la cruz para que cada uno pueda conocerse a sí mismo en los elementos que constituyen el via crucis del mínimo y que están contenidos en la virtud de la humildad.


2.2 La humildad, reconocerse pecador.

Para el religioso Mínimo llevar la cruz es ante todo estar dispuesto a reconocer el mal y, tras el ejemplo del ladrón crucificado, permanecer unido a Cristo. Ahí está la exhortación de la IV Regla: “no juzgar a los demás, sino a sí mismos”, que es el primer grado de la humildad, el despojarse, siguiendo el ejemplo de Jesucristo, reconociéndose ante Dios lo que uno es realmente, pues la virtud de la humildad es la virtud de la vida real, de la verdad. El hombre que no reconoce su pecado ante Dios se engaña, se deja llevar por una vida falsa, incapaz de reconocerse a sí mismo y a los demás, propio de quien se aliena y dehumaniza: “el Señor Dios llamó a Adán y le dijo: “¿Dónde estás?” (Gn 3, 9). Con el pecado desaparece todo lo que Dios había ofrecido al hombre; éste ya no percibe a Dios en su vida; se ve desnudo y de repente pierde la felicidad y la alegría. Se encuentra desilusionado, árido, pobre, apesadumbrado, culpando a Eva de lo sucedido. Cristo pone remedio al desequilibrio causado por el pecado con la cruz de la salvación, que sólo se podrá obtener con la pobreza de espíritu: “Bienaventurados los pobres en el espíritu, porque de ellos es reino de los cielos” (Mt 5, 3). Pobres en el espíritu son los que reconocen su pobreza material y espiritual y encuentran en Dios su única esperanza de salvación, como el publicano en el templo, que reconoce la distancia que existe entre la grandeza de Dios y su pecado, quedándose atrás, no se atrevía ni a levantar los ojos al cielo, sino que se golpeaba el pecho, diciendo: “¡Oh Dios!, ten compasión de este pecador” (Lc 18, 13). Humillado ante Dios, reconociéndose pecador, el publicano vuelve a casa justificado, pues reconociéndose en su justa medida, ha obtenido el perdón de Dios y su gracia, es decir, la posibilidad de vivir en comunión con Él. En cambio, el fariseo, cuya única referencia y comparación es consigo mismo por encima de los demás, no descubre su realidad ni la de los demás, continúa viviendo según su justicia, no la justicia misericordiosa de Dios, que no le justifica y se considera juez cual si fuera Dios. De ahí que Jesús reprueba siempre a los fariseos por cerrarse a la salvación de Dios, reduciendo la religiosidad en rito y la misericordia en juicio, imponiendo una religiosidad de temor, de sospecha, de tradiciones humanas para justificar su vida manchada de hipocresía. La humildad, en cambio, encuentra en el sacramento de la reconciliación su ejercicio fundamental, es fuente de alegría como virtud de lo real-verdad de sí mismos, de Dios y de los demás. Por lo demás, negar el pecado, que no ha sido borrado por la misericordia, engendra otro pecado y crea una estructura que aleja siempre más de Dios y de los dones de su gracia. Esta actitud negativa produce la aridez de ánimo y la infructuosidad por el reino, en cuanto es un cerrarse a Dios y a los demás.


2.3 La humildad, obediencia a la voluntad de Dios

El segundo paso que nos señala la experiencia de la cruz para vivir la humildad es la obediencia a la voluntad del Padre. En el cap. VIII de la Regla está indicado por el “silencio evangélico”, que es examen de conciencia y discernimiento de la voluntad de Dios por la Palabra que ilumina el corazón y la mente. Al hombre que reconoce su condición y su pecado Dios concede la gracia de escuchar su Palabra como guía y manifestación de su voluntad.


La Palabra se transforma en ley suprema y el verdadero penitente se adhiere a ella libremente en su diario discernimiento. Así con el adjetivo evangélico, el silencio del VIII capítulo de la Regla de los Mínimos adquiere todo el valor de la penitencia cuaresmal y del via crucis: mayor ocasión de orar y tiempo de oración, la taciturnitas, discernimiento de lo que sea hablar, el diario examen de conciencia. San Benito dedica todo el capítulo 7 de su Regla a la humildad e indica los grados para alcanzarla según la tradición de los Padres. Nuestro Padre San Francisco también los recoge distribuidos en su Regla: “Poner siempre ante los ojos el temor de Dios y acordarse siempre de cuanto Dios tiene mandado; renuncia a la propia voluntad para cumplir la voluntad de Dios; someter la propia voluntad a la voluntad del superior; obediencia perseverante en las cosas duras y contrarias; confesar los propios pecados y malos pensamientos a su abad; contentarse de las cosas humildes y pobres; considerarse el último y más vil de todos; no hacer nada sino lo que persuade la regla; reprimir su lengua para hablar; cultivar el amor al silencio; hablar sólo cuando se es interrogado; no ser fácil y pronto en reír; hablar con humildad, con pocas y razonables palabras y sin levantar la voz; finalmente el 12ª peldaño, testimoniar la humildad con gestos externos”. El capítulo VIII de la Regla de los Mínimos adquiere, pues, un gran significado, recogiendo en síntesis lo que entendemos por verdadera humildad y cómo conseguirla: diaria y humilde confrontación de sí mismo con la realidad y con Dios mediante el silencio y la oración; obediencia a la voluntad de Dios y de los Correctores, caridad con los hermanos siendo benignos, modestos y ejemplares. Pues no puede ser benigno, modesto y ejemplar quien no ha experimentado, siguiendo la vía de la cruz, un verdadero camino de conversión, tal como viene descrito en este capítulo, ya que la benignidad, la modestia y la ejemplaridad no son sino virtudes adquiridas tras el ejemplo de Cristo y vividas en relación profunda con Él, como fruto del continuo examen de conciencia y de la confrontación con la Palabra de Dios que cambia el corazón.


3.1 La humildad como servicio

El servicio gratuito para la evangelización y ante los hermanos es banco de ensayo de la verdadera humildad. Aquí no cabe la falsa modestia: “No se haga caso de ciertos sentimientos de humildad de los que quiero hablar, y que consisten en creer que por humildad no se deba hacer caso de los dones de Dios. Procúrese comprender, en cambio, y tener claro que esos dones nos han sido dados sin méritos propios, y, por tanto, hay que reconocérselos a Dios. No querer apreciar lo que se recibe es desactivar el estímulo de amar, cuando lo cierto es que cuanto más uno se reconoce pobre por sí mismo y rico únicamente de los dones de Dios más avanza en la virtud, sobre todo en la virtud de la verdadera humildad. Obrar de otra manera y creer que no se es capaz de grandes favores equivale a envilecerse sin motivo … Creamos, en cambio, que, si Dios nos da estos bienes, nos dará también la gracia de conocer cuando haya tentación del demonio y la fuerza de resistir en ese caso. Pero hay que vivir bajo su mirada con sencillez y con la intención de agradar a Dios, no a los hombres”. Por el adecuado aprecio de uno mismo, que lleva al reconocimiento del propio pecado como fruto, se llega al servicio del anuncio evangélico mediante el testimonio, a la enseña de la cruz, y es anuncio y testimonio mediante el verdadero sacrificio que se puede ofrecer por los demás: la compasión, la misericordia, la cercanía y señalar al verdadero modelo que es Cristo. Esto solo es posible dentro de una comunidad, viviendo por el mismo objetivo, Cristo, que lleva a cada uno a considerarse una parte del todo: “Hay diversidad de ministerios, pero un mismo Señor; y hay diversidad de actuaciones, pero un mismo Dios que obra todo en todos” (1 Co 12, 4-6). El convencimiento de esta relación conduce a un constante ejercicio de humildad y a una constante relación de ”epíclesis” con el otro, de ofrecimiento recíproco donde se crea y se refuerza una relación de igualdad.


3.2 La humildad: concordia-caridad

Únicamente desde una buena relación con Dios puede nacer la relación de comunión fraterna, reflejo de la caridad ofrecida y vivida en Cristo y por Cristo. En esta dinámica el único contracambio que se puede esperar es que cada uno recambie sus dones yendo al encuentro de lo que falta a los otros. Así una vez que está abierta la relación con Dios y con los hermanos se abre también la relación a la evangelización. Pero sin la humildad el anuncio queda estéril e inconstante como el espíritu de quien no sabe reconocer sus limitaciones y no sabe confiar en Dios y en el hermano que tiene al lado. El anuncio se convierte en juicio sobre el otro, y en motivo de alejamiento más que en acogida, pues es la misericordia la que abre el corazón a la conversión y no a la condena, o la ley estéril, que niega el extravío del hombre y su incapacidad de ver la presencia de Dios en su vida. La esterilidad de quien anuncia sin humildad y misericordia se manifiesta en considerar al otro objeto en cuanto a las expectativas personales y no en relación a Dios, negando al otro la libertad de expresar sus sentimientos y sus dones, o de ser comprendido y aceptado para ser sostenido en su camino de conversión. Por eso muchas veces nuestros planes y nuestras estrategias pastorales están destinadas al fracaso, o bien, aunque no nos demos cuenta, no dan los frutos esperados, más bien engendran confusión y discordias, porque somos incapaces de acoger al otro o pretendemos imponerle como modelo no a Cristo, sino la visión desviada que tenemos de Él: “Este es el ayuno que yo quiero: soltar las cadenas injustas, desatar las correas del yugo, liberar a los oprimidos, quebrar todos los yugos. Entonces surgirá tu luz como la aurora, enseguida se curarán tus heridas” (Is 58, 6.8).


Continuando lo dicho sobre la íntima unión que hay entre la penitencia y la theologia crucis, entre el silencio y la oración, como confrontación con Dios y su voluntad, he querido sugerir un breve susidio de meditación sobre los Siete Salmos Penitenciales extraídos de la obra de Casiodoro, Comentario a los Salmos. Allí podréis encontrar el modo de poder rezar y meditar sobre la humildad y el modo de concretarla por medio de la oración de los salmos.

Un fraterno saludo para todos vosotros y el deseo de provechoso camino cuaresmal de conversión.


Roma, 22 de febrero, Miércoles de Ceniza


P. Gregorio Colatorti

Corrector General