La M. Josefa Campos, cuyo proceso de beatificación sigue adelante, quiso vivir el carisma mínimo desde su juventud, emitiendo sus promesas en la Fraternidad Mínima Seglar de su Alaquàs natal, tal y como nos informa D. Francisco Martínez Peiró que nos remite las siguientes fotos del libro de actas de la fraternidad.
Con quince años era tal ya su vida de piedad y devoción que se unió a la familia mínima como seglar el 1 de Mayo de 1887. Una vez más en su historia, la Orden Seglar Mínima, se convierte en semillero de grandes santos y santas fundadores de nuevas familias religiosas en la Iglesia.
ORACIÓN (para uso privado)
Padre nuestro, te damos gracias por el amor con que amaste a tu hija
JOSEFA CAMPOS TALAMANTES. El Espíritu de Cristo Resucitado animó
fuertemente su vida entregada a la Iglesia en la misión de la catequesis.
Queremos, Padre, que su testimonio nos ayude a vivir en profundidad
nuestra fe y que su vida de santidad sea reconocida en la tierra.
Concédenos por su intercesión, la gracia que hoy te pedimos, para tu
gloria y nuestro bien. Por Jesucristo nuestro Señor. Amén.
(Padre nuestro)
Para más información sobre nuestra hermana mínima les remitimos al decreto sobre sus virtudes extractado a continuación:
CONGREGACIÓN
PARA LAS CAUSAS DE LOS SANTOS
CAUSA DE
BEATIFICACIÓN Y CANONIZACIÓN DE LA SIERVA DE DIOS
JOSEFA CAMPOS TALAMANTES
FUNDADORA DE LA CONGREGACIÓN DE LAS RELIGIOSAS OPERARIAS
CATEQUISTAS DE
NUESTRA SEÑORA DE LOS DOLORES
(1872-1950)
DECRETO
SOBRE LAS VIRTUDES
"Toma al
niño y nútrelo para mí" (Ex 2, 9).
Estas
palabras fueron la razón del apostolado de la Sierva de Dios Josefa Campos
Talamantes, que, en tiempos difíciles para la iglesia española, entendió que
el Señor le pedía que se entregara a la educación cristiana de los niños y
de los jóvenes, especialmente por medio de la enseñanza de la doctrina
cristiana. Fiel a su vocación, se implicó diligentemente en la misión de la
misma Iglesia, que, "en el cumplimiento de su función de educar, se
preocupa de todos los medios aptos, sobre todo de los que le son propios, el
primero de los cuales es la instrucción catequética, que ilumina y robustece
la fe, alimenta la vida según el espíritu de Cristo, conduce a una participación
consciente y activa del misterio litúrgico y estimula a la acción
apostólica" (CONC. ECUM. VAT. II, Declaración sobre la educación
cristiana Gravissimum)
La Sierva de
Dios nació el 21 de enero de 1872 en un pueblo de España llamado en la lengua
vernácula Alaquàs, cercano a Valencia. Era hija legítima de los esposos
Francisco Campos Barberá y Mariana Talamantes Sena, obreros de condición
humilde y cristianos sinceros. En la fuente bautismal recibió los nombres de
Josefa Inés y formó parte del pueblo de la Nueva Alianza, al que después
tenía que prestar grandes servicios con su apostolado y con el testimonio de
su vida de santidad. Ya desde la niñez destacó por su inclinación a la
piedad y por su deseo de servir al prójimo.
La naturaleza
la dotó de un carácter bueno, que se fue perfeccionando gracias a los
diligentes cuidados y ejemplos de una madre excelente y a la educación de una
maestra piadosa y docta.
Era todavía
una niña, cuando la Sierva de Dios sintió el deseo de unirse más
íntimamente al Señor. A los diecisiete años ingresó en el Instituto de las
Hermanas Adoratrices del Santísimo Sacramento y de la Caridad. Cinco años
después, afectada de un dolor agudo, tuvo que regresar a su casa, a ver si de
este modo recuperaba la salud. Cuando le pareció que ya se encontraba bien,
intentó ingresar en las Oblatas del Santísimo Sacramento, pero la Fundadora
de esta Congregación le dijo que el Señor la destinaba para otras cosas. Esto
no obstante, continuó con su propósito de alimentar su vocación de
consagrarse al Señor y de robustecerla mediante el ejercicio de las virtudes
cristianas y en especial de una fervorosa piedad eucarística. Su perseverancia
alcanzó al fin el merecido premio.
Ocurrió que
en el año 1907 se fundó en la parroquia del pueblo de Alaquàs la Asociación
de las Hijas de María, de la que fue nombrada presidenta la Sierva de Dios.
Junto a sus compañeras, y rebosante de fervor, se entregó totalmente a las
obras de caridad y de apostolado. Con un entusiasmo inusitado y con gran ardor
de espíritu puso todo su empeño en la enseñanza del catecismo, tanto que,
animada por su director espiritual, el P. Bernardino María de Alacuás,
extendió su actividad catequética a otras parroquias. Para ello se rodeó de
otras jóvenes ayudantes, a las cuales preparaba ella misma, a fin de que
estuvieran en mejores condiciones de cumplir eficazmente esta tarea. De este
modo llevó a efecto con este grupo de maestras de la doctrina cristiana lo que
más tarde dispondría el Sumo Pontífice Pío X en su Carta Encíclica «Acerbo
Nimis». La obra comenzada quedó consolidada y en el año 1909 nació la
Asociación de las Cate- quistas de la Virgen de los Dolores, cuyo fin
principal era la enseñanza del cate- cismo a los niños. Las jóvenes
asociadas se dividían en dos clases: las que vivían en comunidad y las que,
permaneciendo con sus familias, seguían los consejos de la Obra.
La
Asociación, -dirigida sabiamente por la Sierva de Dios en la pobreza, el
sacrificio, las dificultades y la oposición- apoyada por el Arzobispo de
Valencia y el Nuncio Apostólico; y eficazmente ayudada por el Siervo de Dios
José Bau Burguet, sacerdote diocesano-, fue creciendo y extendiendo su acción
al cuidado y educación de las niñas huérfanas y pobres. El día 25 de enero
de 1925 obtuvo la erección canónica del Arzobispo D. Prudencio Melo y
Alcalde. La nueva Familia de vida consagrada, llamada hoy Congregación de Religiosas
Operarías Catequistas de Nuestra Señora de los Dolores, fue dirigida desde el
principio por la Fundadora misma, la cual, el día 14 de abril del mismo año,
emitió, junto con treinta asociadas, sus votos temporales, tomó el nombre de
Josefa de la Virgen de los Dolores y fue elegida Superiora General.
Transcurrido un trienio, hizo la profesión perpetua al mismo tiempo que sus
consejeras.
Los frutos
del apostolado del nuevo Instituto fueron abundantes, hasta que sobrevino la
tempestad de la guerra civil española. Ésta motivó la dispersión y
ocasionó a la comunidad de la Sierva de Dios graves daños. Vuelta la paz,
salió inmediatamente la Sierva de Dios del lugar donde se hallaba escondida y
se entregó resueltamente a reanudar la vida en comunidad y la observancia de
la Regla; a reconstruir las casas devastadas y a reavivar y aumentar las obras
de apostolado.
Fue así como
se entregó al bien de la Iglesia, al de su Congregación y al de las almas.
Vivió según los postulados de su consagración y desempeñó con fervor la
tarea que la Providencia le había confiado. Cultivó las virtudes cristianas
con diligencia, perseverancia y alegría espiritual. Con la ayuda de Dios
progresó constantemente en el camino de la santidad. Ya desde su juventud la
luz de su vida fue la fe. Creyó firmemente en Dios y en su palabra. A Él se
confió total- mente. No deseó otra cosa sino anunciarle y hacer que fuese
amado por sus compañeras y hermanas, por los niños, por la juventud y por
cuantos a ella se acercaban.
Para propagar la fe creó una nueva Congregación
e, incansable obrera de la viña del Señor, soportó toda clase de trabajos y
dificultades por el crecimiento del Reino de Dios. Se esforzó por reproducir
en sí misma los rasgos de Jesús, alimentando su unión con Él mediante la
obediencia a la voluntad divina, la huida del pecado, la práctica de la
liturgia y de la meditación, la oración, su especial devoción al Corazón
de Jesús, a la Eucaristía, a la Virgen de los Dolores. Permaneció unida a
Jesús además mediante las mismas obras de apos- tolado. Amó a Dios con toda
su alma y con todo su corazón. Por amor a Dios practicó las obras de
misericordia espirituales y corporales. Fue especialmente diligente en buscar
el bien de su comunidad, el de los pobres, de los huérfanos, de los afligidos
y de los enfermos.
Perdonó de corazón a cuantos la habían ultrajado y
ofendido. Rigió con amabilidad y también con firmeza a sus hijas espirituales
en el servicio de Dios y de las almas y alimentó incesantemente en sus
corazones el fuego de la caridad. Fue prudente al usar los medios conducentes a
la perfección cristiana. Lo fue en el apostolado y en el gobierno de su
Instituto, en sus relaciones con las autoridades eclesiásticas y civiles.
Pedía consejo de buen grado, no sólo a sus superiores, sino también a sus
hermanas. Practicó la virtud de la justicia respecto a Dios y al prójimo.
Ejercitó la fortaleza, tanto en el seguimiento de Cristo, como en hacer frente
a las dificultades. Practicó la templanza en el uso de los bienes terrenos.
Observó la Regla y los votos religiosos, dando constantes ejemplos de amor a
la pobreza, a la obediencia y a la castidad. Brilló por la virtud de la
humildad, rehuyó los honores, soportó con ánimo sereno las contrariedades y
adversidades. Confió en la Divina Providencia. Su constante serenidad no era
sólo un don de su naturaleza, sino también señal de la entrega de su
espíritu en las manos de Dios, en quien había puesto toda su esperanza.
Soportó con paciencia las enfermedades que la afectaron durante los últimos
años de su vida, preparándose así, de modo diligente, para entrar en la eternidad
con la lámpara encendida.
Amada y
venerada por su Congregación y por el pueblo, se durmió en el Señor el día
30 de junio del año santo jubilar 1950.
La fama de
santidad con que brilló en vida la acompañó también después de su muerte.
Esto hizo que el Arzobispo de Valencia, el año 1963, iniciara su causa de beatificación
y canonización, mediante la celebración del proceso ordinario informativo, al
que siguió el proceso adicional, instruido ante la misma Curia durante los
años 1983-1985. La autoridad y validez de estas investigaciones canónicas fue
reconocida por la Congregación para las Causas de los Santos por decreto de 12
de febrero de 1986. Confeccionada la Posición, se sometió a discusión, a
tenor de las normas, si la Sierva de Dios cultivó las virtudes al modo de los
héroes o no. El 9 de marzo de 1997 los Consultores Teólogos, reunidos en
Congreso especial, contestaron afirmativamente. Después, los Padres Cardenales
y Obispos, en la Sesión Ordinaria celebrada el día 15 de diciembre de 1998,
siendo Ponente de la Causa el Eminentísimo Señor Cardenal Alfonso López
Trujillo, afirmaron que la Sierva de Dios Josefa Campos Talamantes ejercitó
como corresponde a los héroes las virtudes teologales, las cardinales y las a
éstas anejas.
Finalmente, y
después de haber hecho el Prefecto que suscribe una detallada relación de
lodo esto al Sumo Pontífice Juan Pablo II, Su Santidad, recibidos y
ratificados los votos de la Congregación para las Causas de los Santos, mandó
que se redactara el decreto sobre las virtudes heroicas de la Sierva de Dios.
Hecho lo cual
en la forma debida, convocados ante Sí en el día de hoy el infrascrito
Prefecto, el Cardenal Ponente de la Causa, yo, el Obispo Secretario de la
Congregación, y todos los demás que se acostumbra a convocar, y presentes
todos, el Santísimo Padre declaró solemnemente: Que consta en el caso y para
el efecto del que se trata, de las virtudes teologales de Fe, Esperanza y Caridad
para con Dios y con el prójimo; así como de las cardinales Prudencia, Justicia,
Templanza y Fortaleza y las anejas a éstas, en grado heroico, de la Sierva de
Dios Josefa Campos Talamantes, Fundadora de la Congregación de las Religiosas
Operarías Catequistas de Nuestra Señora de los Dolores.
El Sumo
Pontífice mandó además que este decreto se hiciera de derecho público y que
quedara constancia de él en las Actas de la Congregación para las Causas de
los Santos.
Dado en Roma,
el día 21 de diciembre del año del Señor 1998.
JOSÉ SARAIVA
MARTINS
Arzobispo
titular Thuburnicense Prefecto
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